21 de agosto de 1940: Un agente de Stalin asesina a León Trotsky

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Trotsky, Natalia y su nieto Esteban Volkov

Por: Tito Mainer (El Socialista)

Pasaron ya 76 años de uno de los más importantes magnicidios de la historia de la humanidad. La muerte de León Trotsky, sin embargo, es un hecho de gran actualidad.

Jacques Mornard era el seudónimo que utilizó el agente de la policía secreta de la Unión Soviética (NKVD) y militante del PC (Partido Comunista) español, Jaime Ramón Mercader del Río. Simulando ser hijo de un diplomático belga, en 1938 se trasladó a París con el plan de seducir a Sylvia Ageloff, una trabajadora social que era militante del trotskismo estadounidense y que, ese año, se había trasladado a París para acompañar la fundación de la Cuarta Internacional.

Trotsky había llegado a México en enero de 1937 junto a su compañera Natalia Sedova tras una serie de gestiones realizadas, sobre todo, por los artistas mexicanos Diego Rivera y Frida Kahlo quienes lograron que el presidente Lázaro Cárdenas le concediera asilo político. Pero la orden de asesinar a Trotsky –como lo develan los documentos conocidos mucho tiempo después− databa de 1931 y había sido firmada por José Stalin. Diversos planes se habían puesto en marcha para ejecutarla en el marco de una persecución implacable y realizada en todo el mundo. Pocos meses antes de que se consumara el asesinato, su residencia de Coyoacán había sido atacada por un comando de veinte estalinistas armados al mando de Leopoldo Arenal Bastar, y entre los que se encontraba su cuñado el pintor David Alfaro Siqueiros. Los intrusos dispararon cerca de cuatrocientos tiros con armas de grueso calibre y el propio Siqueiros disparó contra el lecho donde supuestamente dormían Trotsky y Natalia, sin lograr asesinarlos. Los guardias de Trotsky repelieron a los intrusos que huyeron sin lograr su cometido.

Una larga persecución sostenida en mentiras

Con acusaciones que iban de provocador a espía, Trotsky había sido expulsado de la Unión Soviética en 1929 y privado de su ciudadanía en 1932, cuando ya Stalin se había asentado en el poder, tras la muerte de Lenin en 1924. Varios de los más cercanos colaboradores y tres hijos de Trotsky fueron también asesinados por el estalinismo. Una hija se suicidó.

La despiadada “cacería” se extendió a todos los opositores y disidentes de la dictadura burocrática soviética. Los dirigentes que habían actuado junto con Lenin y Trotsky en 1917 fueron “purgados” y eliminados en esa enorme farsa macabra que fueron los juicios de Moscú de 1936-1938 en los que viejos líderes del partido, como Zinóviev, Kámenev y Rádek “confesaron” sus “crímenes” −reconociendo ser provocadores o agentes nazis e imperialistas− y fueron ejecutados por supuestas razones de Estado o de partido. Las falsas confesiones eran luego utilizadas también contra sus familiares y otros dirigentes. Los “saboteadores”, acusados en juicios públicos “montados”, fueron brutalmente reprimidos. Cientos de miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y una multiplicidad de opositores fueron perseguidos o vigilados por la policía, la mayoría enviados a campos de concentración (los gulags) –donde la mayoría murió− y otros cientos de miles fueron directamente ejecutados.

Pero el mayor ensañamiento se dirigió contra los trotskistas. Ellos −según relata Leopold Trepper en El gran juego− fueron fusilados por millares en los campos de concentración de Siberia: “Llevaban una T en sus espaldas puesta por sus carceleros −comenta Trepper− y se negaban a toda confesión. Eran los únicos que enfrentaban hasta sus últimas consecuencias al estalinismo”.

Este ensañamiento contra Trotsky y sus seguidores, quienes habían formado la Oposición de Izquierda −primero nacional y luego internacional−, y se agruparon luego en la Cuarta Internacional, fue el capítulo más sangriento escrito por el aparato estalinista que aplastó la democracia obrera en la URSS, los partidos comunistas y muchos sindicatos del mundo.

La tarea de eliminar a Trotsky fue meticulosa. La burocracia lo hizo desaparecer de los libros, las fotografías y las actas. El afamado director de cine Sergei Eisenstein fue obligado a rehacer su célebre film “Octubre” porque en la primera versión Trotsky aparecía como el compañero de Lenin, encabezando la revolución que cambió el curso de la humanidad.

La mentira tuvo patas cortas

Durante más de cuatro décadas, la burocracia soviética y sus seguidores en los PC de todo el mundo parecieron haber logrado su objetivo de sepultar la memoria de Trotsky. Pero la gran farsa se desmoronó junto con la caída del Muro de Berlín y del estalinismo en todo el Este de Europa. El trotskismo recobró vigencia y León Trotsky su merecido prestigio y un reconocimiento creciente en los más diversos ámbitos, como un honesto y consecuente revolucionario, mientras los crímenes de Stalin salieron a la luz y cada vez más el régimen burocrático queda registrado en la historia como lo que fue: una salvaje dictadura que aplastó la gloriosa revolución de octubre.

La historia recobra su lugar

Las propias publicaciones oficiales de la Rusia actual reconocen el papel de Trotsky en la Revolución Rusa. Así, los trabajadores del mundo pueden recordar o enterarse de que el revolucionario asesinado en Coyoacán presidió la organización obrera y de masas −el soviet− de Petrogrado, cuna de la revolución; encabezó el Comité Militar Revolucionario que condujo el asalto al Palacio de Invierno, es decir, la toma del poder por los trabajadores; en el gobierno obrero encabezado por Lenin desempeñó las tareas más vitales; fue el organizador del Ejército Rojo, ese ejército obrero y campesino que, entre 1918 y 1920, derrotó a catorce ejércitos armados por las potencias capitalistas para invadir, en otros tantos frentes de guerra, a la naciente república socialista soviética; fundó, junto a Lenin, la Internacional Comunista; y, tras la muerte de Lenin, continuó su lucha y denunció la degeneración burocrática del estalinismo planteando la necesidad de una revolución política para el derrocamiento de la burocracia contrarrevolucionaria.

1.Trepper fue jefe del espionaje soviético en la Alemania Nazi. El gran juego es un formidable libro de memorias y una denuncia “desde adentro” del estalinismo como el enterrador de la revolución soviética.

Las últimas horas, las últimas palabras

“El Viejo, exhausto, herido de muerte, con los ojos casi cerrados, miraba hacia mi lado desde la angosta cama del hospital, y movía débilmente su mano derecha: ‘Joe, ¿tiene… un… cuaderno?’. ¡Cuántas veces me había hecho la misma pregunta! Pero en tono vigoroso, con la sutil ironía que nos lanzaba acerca de la ‘eficiencia norteamericana’.

Ahora, su voz era pastosa, casi no se podían distinguir las palabras. Hablaba con mucho esfuerzo, luchando contra la oscuridad que lo invadía. Me apoyé en la cama. Parecía que sus ojos habían perdido esos destellos veloces de la enérgica inteligencia tan característica del Viejo. Sus ojos estaban fijos, como si ya no percibieran el mundo exterior y sin embargo sentí esa voluntad enorme apartando la oscuridad que lo extinguía, negándose a cederle a su enemigo hasta haber cumplido su última tarea.

Despacio, entrecortado, dictó, escogiendo dolorosamente las palabras de su último mensaje a la clase obrera en inglés, un lenguaje que le era extraño. ¡En su lecho de muerte no olvidó que su secretario no hablaba ruso!

‘Estoy cerca de la muerte por el golpe de un asesino político… que me dio en mi habitación. Peleé contra él… iniciamos… una… conversación sobre estadística francesa… él me golpeó… Por favor dile a mis amigos… Estoy seguro… de la victoria… de la Cuarta Internacional… Adelante’.

Trató de decir más cosas; pero no se podían entender las palabras. Su voz fue desapareciendo, los ojos cansados se cerraron. No volvió a la conciencia. Esto ocurrió alrededor de dos horas y media después de haber sido golpeado”.

Extracto de “Con Trotsky hasta el final” de Joseph Hansen, secretario de Trotsky y dirigente trotskista de los Estados Unidos, agosto de 1940.

Ser trotskista hoy

Mientras las burocracias obreras languidecen y son cuestionadas en los más variados rincones del mundo, y el estalinismo agoniza como un cadáver pestilente que, para sobrevivir, se acopla sin rodeos a gobiernos capitalistas como el peronismo kirchnerista y todos los falsos “progresismos” de América Latina y Europa, el trotskismo resurge y se fortalece, porque su programa y política se encarnan en sectores de masas que luchan y en partidos trotskistas que crecen.

“La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”, escribía Trotsky en el Programa de Transición, al fundar la Cuarta Internacional. La tarea de construir una Internacional revolucionaria es, como señaló Nahuel Moreno alguna vez, “la tarea más difícil que enfrenta la humanidad”. Para ello hay que explorar todos los caminos que permitan, con acuerdos de unidad con otras corrientes que tiendan a romper con la conciliación de clases, favorecer la movilización de los trabajadores, su organización independiente, el ejercicio pleno de la democracia obrera y la construcción de partidos revolucionarios en cada país. Izquierda Socialista está en esa tarea y por eso integra la Unidad Internacional de los Trabajadores (UIT-CI)2, una organización socialista revolucionaria mundial fundada en Barcelona en 1997 con la fusión entre diversas corrientes que se reivindican continuadoras del legado político y teórico de León Trotsky y Nahuel Moreno, uno de los principales dirigentes del trotskismo desde la muerte del fundador del movimiento.

El más reciente Congreso de la UIT-CI se realizó en Buenos Aires en 2014 con delegados de sus distintas secciones e invitados de otras corrientes políticas, donde se tomaron importantes resoluciones y campañas al servicio de apoyar las luchas de los trabajadores y pueblos de todo el mundo y para seguir en la tarea de unir a los revolucionarios bajo una misma bandera internacional.

1. Ver “Ser trotskista hoy” por Nahuel Moreno www.nahuelmoreno.org
2. Ver www.uit-ci.org

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