La restauración de la idea imperial en la URSS de Stalin
Por Lucha Internacionalista (sección de Estado español de la UIT-CI)
Muchos rusos, incluido el Presidente Vladimir Putin, siendo abiertos opositores a las ideas del socialismo, consideran sin embargo el colapso de la Unión Soviética una tragedia personal. Para ellos, fue una humillación nacional de Rusia, una serie de grandes pérdidas territoriales. Ven el proyecto soviético como una continuación de, como dice el propio Putin, «la milenaria estatalidad rusa». Pero, ¿cómo es posible que la revolución que destruyó el Imperio ruso, la «prisión de las naciones», diera origen a un proyecto cuyos rasgos evocan sentimientos de nostalgia y revanchismo entre los chovinistas rusos tan reaccionarios? Publicamos un extracto del libro del historiador marxista Vadim Rogovin, “La neo-NEP de Stalin”, en el que describe la transición desde la deconstrucción revolucionaria del legado imperial en los primeros años soviéticos hasta su resurgimiento parcial en la década de 1930. Quizá fueron estos cambios en el Estado soviético los que llevaron a muchos a considerarlo «la misma Rusia bajo otro nombre» y, tras su colapso, animaron a las élites de una Rusia ya capitalista a lanzar una guerra para «reconquistar las tierras rusas».
A la vez de dogmatizar algunas fórmulas marxistas, Stalin falsificó simultáneamente el marxismo, rechazando de hecho sus principios básicos: igualdad social, humanismo e internacionalismo. […] La doctrina internacionalista del marxismo sufrió la aniquilación más despiadada en la ideología estalinista. Para llenar el vacío ideológico resultante, Stalin orientó su maquinaria de propaganda a apelar a los estereotipos nacional-estatales arraigados en la conciencia de las masas.
Habiendo decidido apostar en la guerra que venía no por el internacionalismo revolucionario, sino por los sentimientos nacional-patrióticos, Stalin cambió gradualmente el énfasis en las narrativas de la historia del Imperio ruso. Como en todas las demás esferas de la vida ideológica, se movía aquí por un camino contradictorio y sinuoso, sin avergonzarse por la llamativa contradicción entre las nuevas fórmulas y su interpretación anterior de la historia rusa. Mientras que en 1931, justificando la necesidad de una industrialización forzada, argumentó que la «vieja Rusia» había sido «constantemente golpeada por el atraso» [1], ahora el énfasis se desplazó a elogiar las victorias de la Rusia zarista, incluso en guerras conquistadoras e injustas.
Frecuencia con la que se mencionan en libros los nombres de los zares rusos canonizados a finales de la década de 1930: Alejandro Nevski, Dmitri Donskói, Pedro el Grande e Iván el Terrible. El pico de referencias se produce durante los años de la guerra.
En los comentarios de Stalin, Kirov y Zhdanov sobre el borrador del manual sobre la historia de la URSS (1934) seguían dominando las fórmulas bolcheviques tradicionales: sobre la influencia de los movimientos revolucionarios de Europa Occidental en la formación del movimiento democrático y socialista en Rusia, sobre el papel anexionista-colonizador del zarismo ruso («el zarismo como cárcel de los pueblos») y su papel contrarrevolucionario en el ámbito europeo («el zarismo como gendarme internacional») [2]. Sin embargo, al seguir elaborando los manuales de historia, los requisitos para ellos han cambiado de forma decisiva. En la reunión final del jurado del concurso para un manual escolar de historia (enero de 1937), el Comisario del Pueblo para la Educación Andrei Bubnov informó sobre las nuevas orientaciones de Stalin, según las cuales la adhesión de Ucrania a Rusia debía verse como el resultado de la elección «correcta» del pueblo ucraniano: unirse al «Estado moscovita correligionario» (la alternativa inevitable a este proceso se declaraba la adhesión de Ucrania a la Polonia católica o su absorción por la Turquía musulmana) [3]. Precisamente en aquel tiempo se arraigó en la historiografía soviética la tesis de la adhesión voluntaria a Rusia de todas las naciones y nacionalidades. La adhesión de Ucrania, Georgia y otros países al Imperio ruso comenzó a interpretarse primero como el «menor de los males» (en comparación con su posible unificación con cualquier otro estado), y después como un bien absoluto para los pueblos de estos países.
Los nuevos manuales de historia afirmaban el carácter progresista de todas las conquistas de la Rusia zarista, resucitando el culto a los príncipes rusos Alejandro Nevski, Dmitri Donskói y los jefes militares zaristas de los siglos XVIII y XIX. Empezaron a valorarse positivamente las actividades de Iván el Terrible y Pedro el Grande, cuya importancia se vio en el establecimiento de un fuerte poder centralizado y la expansión de las fronteras del Imperio ruso. Se generalizaron las fórmulas «el gran pueblo ruso», «el primero entre iguales», «el hermano mayor», etc. Desde aquí sólo quedaba un paso hasta la proclamación por Stalin en 1945 del pueblo ruso como «la más destacada de todas las naciones que constituyen la Unión Soviética», «la fuerza rectora de la Unión Soviética entre todos los pueblos de nuestro país» [4].
«Brindis de Stalin por el gran pueblo ruso». Pintura del artista ucraniano Mijailo Jmelko, 1947. Este discurso, pronunciado en 1945 en el Kremlin, despertó un gran orgullo entre los rusos y marcó la pauta de la política rusocéntrica de posguerra.
En el contexto de la exaltación de la antigua estatalidad hay que situar la campaña ideológica iniciada contra el historiador bolchevique más veterano, Mijaíl Pokrovski, y su escuela, considerada durante muchos años la corriente puntera de la ciencia histórica soviética.
Pokrovski fue el jefe de las mayores instituciones científicas -la Academia Comunista y el Instituto de la Cátedra Roja- y el presidente de la Sociedad de Historiadores Marxistas. En 1928 se celebró solemnemente su sexagésimo aniversario. Cuatro años más tarde, en la necrológica publicada por «Pravda», Pokrovski fue calificado de «erudito comunista de fama mundial, el más destacado organizador y dirigente de nuestro frente teórico, propagandista incansable de las ideas del marxismo-leninismo» [5]. Esta reputación le acompañó hasta enero de 1936, cuando en una reunión de la Comisión del Comité Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo sobre los manuales de historia se encargó a Bujarin y a Radek que escribieran artículos sobre los errores de la escuela histórica de Pokrovski. Según el testimonio de Anna Larina, Stalin exigió personalmente a Bujarin que su artículo fuera de carácter «demoledor» [6].
El 27 de enero de 1936, los periódicos centrales publicaron un comunicado referente al decreto del Comité Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo «Sobre los manuales de historia» adoptado el día anterior (el texto fue redactado por Zhdanov y editado por Stalin, que introdujo una serie de formulaciones que endurecían la crítica de Pokrovski). El mismo día, Pravda publicó el artículo de Radek «La importancia de la historia para el proletariado revolucionario», mientras que Izvestiya publicó el artículo de Bujarin «¿Necesitamos una ciencia histórica marxista? (sobre algunas opiniones esenciales pero insostenibles de M. N. Pokrovski)».
Frecuencia con la que se menciona la frase «el gran pueblo ruso». El primer pico de referencias se alcanza en 1939, el pico más alto en 1942, durante la guerra.
Tras estas primeras «señales» se desató una severa crítica a las obras de Pokrovski y sus alumnos. Su naturaleza puede verse en el discurso de la redactora responsable de la «Revista Histórica» Olga Weiland, que se arrepentía de que la revista no hubiera expuesto «el sabotaje de la escuela de Pokrovsky», que se expresaba en «el silenciamiento de la aspiración de las masas ucranianas [en el siglo XVII] a unirse con los trabajadores rusos para la lucha contra los polacos. Esto lo hicieron conscientemente los enemigos del pueblo» [7].
Trotsky explicó esa campaña difamatoria, que culminó con la publicación en 1939-1940 de dos colecciones «Contra el concepto histórico de M. N. Pokrovski», por el hecho de que Pokrovski «no era suficientemente respetuoso con la historia pasada de Rusia» [8]. Konstantin Símonov escribió sobre lo mismo, pero con un claro tinte estalinista en los años 1970: «Pokrovski fue rechazado … porque era necesario subrayar la fuerza y la importancia del sentimiento nacional en la historia, y por tanto en la modernidad» [9].
El significado de la apelación a las tradiciones histórico-nacionales, especialmente las militares, fue captado aún más exactamente en la década de 1930 por Georgy Fedotov, quien escribió que el estrato dirigente de la URSS estaba «forjando apresuradamente una conciencia nacional». Evaluando este proceso «como un renacimiento nacional de la revolución, como su sublimación», Fedotov subrayó que el nuevo patriotismo legalizado incluía «la conciencia rusa imperial pero no la rusa popular», ya que para el grupo en el poder era «más fácil adoptar el estilo imperialista del Imperio que el precepto ético de la intelectualidad rusa o del pueblo ruso» [10].
Fotograma de la película «Pedro el Grande» (1937), dirigida por Vladimir Petrov, en la que se glorifica al primer emperador de Rusia y sus conquistas territoriales.
Este cambio ideológico radical ha puesto en primer plano a los historiadores de la «vieja escuela», en cuyos escritos comenzó a oírse de nuevo el «sonido de la fanfarria del Estado». En 1939, Yuri Gautier, cuyos diarios del periodo de la Guerra Civil están llenos de un odio feroz al bolchevismo y de un antisemitismo zoológico, fue elegido académico [11]. Al mismo tiempo, la Escuela Superior del Partido reeditó un curso de conferencias sobre la historia rusa del académico Platónov, que no ocultaba sus creencias monárquicas y había muerto en el exilio seis años antes.
La nueva corriente ideológica encontró su expresión en la aparición de numerosas novelas, obras de teatro y películas que glorificaban a los príncipes, zares y jefes militares de la Rusia prerrevolucionaria. Al mismo tiempo, se vilipendiaban las obras artísticas que contradecían la nueva interpretación de la historia rusa. Se desplegó una feroz campaña propagandística en torno a la ópera cómica «Bogatyrs», representada por el Teatro de Cámara. Tras la asistencia de Molotov al espectáculo, éste fue inmediatamente prohibido, y el periódico «Pravda» publicó un artículo del presidente del Comité de las Artes, Kerzhentsev, que atacaba al teatro y al autor del libreto de la ópera, Demián Bedny, por «escupir sobre el pasado del pueblo» y «tergiversar la historia», alegando que la ópera «es falsa en sus tendencias políticas» [12].
Narrando tales hechos en su libro «La doma de las artes», Yuri Yelagin subrayó que el giro en el «frente ideológico»:
«fue realmente muy brusco, y no era fácil adaptarse a él para quienes se habían educado en los viejos principios clásicos del comunismo internacional. Lo nuevo, sin embargo, era a veces diametralmente opuesto a lo viejo. Era el nacionalismo, la rehabilitación de gran parte, si no de todo el pasado histórico del pueblo, el establecimiento de un franco espíritu dictatorial… Se requería una destreza considerable para encajar estas nuevas actitudes en los conceptos marxistas y leninistas. Y fueron desmenuzadas, pervertidas, vueltas del revés, pero aún así metidas a presión» [13].
Frecuencia con la que se mencionan en la literatura los nombres de los caudillos imperiales rusos canonizados a finales de la década de 1930: Alexander Suvórov, Mijaíl Kutúzov, Pável Najímov. El pico de referencias se produce durante los años de la guerra.
Los cambios en la vida ideológica, expresados en la suplantación de los criterios de clase e internacionales por criterios nacional-estatales, encontraban una compleja refracción en la psicología pública y en la mentalidad de las masas. Las derrotas del movimiento revolucionario en Occidente, falsamente explicadas por el insuficiente revolucionarismo del proletariado europeo, la declaración de muchos comunistas extranjeros como espías, el descrédito del pasado del Partido Bolchevique mediante falsificaciones judiciales y acusaciones calumniosas contra sus antiguos dirigentes reconocidos, todo ello, atado con un apretado nudo, creó un vacío espiritual que fue llenándose gradualmente con nuevos estereotipos ideológicos. La lógica interna de este proceso y su reflejo en las mentes de la juventud estalinista está expresivamente retratada en las memorias de Lev Kópelev.
«Millones de trabajadores seguían a Hitler y a Mussolini. Ni los comunistas ingleses, ni los franceses, ni los norteamericanos, a pesar de que sus partidos eran bastante legales, incluso en los años de la más grave crisis mundial, no han liderado a los obreros y campesinos. Y al mismo tiempo nos aseguraban que casi todos los partidos extranjeros estaban infestados de espías…
Nuestros dirigentes y mentores, ardientes oradores, escritores de talento e informes judiciales oficiales (aún estaban fuera de toda duda) nos demostraban que los viejos bolcheviques, antiguos amigos del propio Lenin, por ansia de poder o por interés propio, se habían convertido en traidores, inspiradores y partícipes de horrendas atrocidades. Pero antes habían sido revolucionarios, habían creado el Estado soviético…
¿Qué podríamos hacer para contrarrestarlo? ¿Cómo reforzar los tambaleados ideales de ayer? Nos ofrecieron los ideales de anteayer: la Patria y la nación.
Y aceptábamos con gratitud los renovados ideales del patriotismo. Pero junto con ellos aceptábamos también los viejos y nuevos ídolos de la grandeza imperial, profesábamos el monstruoso culto al líder infalible (en lugar del «Ungido») con todos sus bárbaros rituales bizantinos y asiáticos, y confiábamos ciegamente en sus secuaces» [14].
Cartel de la película «Iván el Terrible» (1944), dirigida por Serguéi Eisenstein, que glorificaba el papel de la mano dura en la construcción del Estado-nación.
La lógica política de este giro, que se convirtió en parte orgánica de la «neo-NEP estalinista», fue captada con sensibilidad por la parte más reaccionaria de la emigración rusa. Si en los primeros años del poder soviético calificaban la Revolución de Octubre como un «aquelarre judío» e incluso se referían con odio al Gobierno Provisional como una «tertulia cadete-socialista», ya a mediados de la década de 1930 escribían con satisfacción sobre el fin de la «gran turbulencia rusa» y la consolidación de la estatalidad nacional.
Vasili Shulgin, un conocido monárquico ruso y militante de extrema derecha, fue el primero en señalar la posibilidad de un renacimiento imperial y chovinista de la Revolución de Octubre. En su libro «1920», reeditado en la URSS, escribió sobre la posibilidad de tal evolución del bolchevismo, que propondría desde sus filas «al autócrata de toda Rusia», capaz de restaurar las fronteras del poder ruso «hasta sus límites naturales». Tal autócrata, como subrayó Shulgin, no sería Lenin o Trotsky, que «no pueden renunciar al socialismo» y «llevarían este saco a la espalda hasta el final», sino «Alguien que tomará de ellos… su determinación de tomar decisiones increíbles bajo su propia responsabilidad…. Pero no tomará de ellos su saco. Será verdaderamente rojo en fuerza de voluntad y verdaderamente blanco en las tareas que persigue. Será bolchevique en energía y nacionalista en convicción» [15].
Tras una visita ilegal a la Unión Soviética en 1926, Shulgin publicó un nuevo libro, «Tres capitales. Un viaje a la Rusia Roja», en el que repetía su predicción. «Bebimos y cantamos demasiado», escribió, «El pueblo ruso nos ha echado. Nos han echado y han elegido a otros gobernantes, esta vez «de los judíos». Estos últimos, por supuesto, serán liquidados pronto. Pero no antes de que bajo los judíos surja un escuadrón que ha pasado una escuela dura» [16].
Mapa de la URSS a principios del año 1940 con nuevas adquisiciones territoriales, repitiendo ya muy de cerca los contornos del Imperio ruso. La idea de la continuidad de la tradición imperial rusa bajo nuevas formas de estructura estatal se apoderó de las mentes tanto de una parte de los chovinistas emigrados como de la dirección del partido estalinista.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Shulgin consideró cumplidas sus predicciones. Tras encontrarse en Yugoslavia al final de la guerra, se presentó en la misión militar soviética y declaró su deseo de regresar a la Unión Soviética, aunque le detuvieran allí. Leopold Trépper, que conoció a Shulgin en la prisión de Lubyanka, recordaba que los interrogatorios de él se convertían en conferencias sobre historia rusa en una sala abarrotada de oficiales del NKVD. En las conversaciones con sus compañeros de celda, Shulgin «hablaba a menudo de su tema favorito, la grandeza de Rusia:
«Bajo el liderazgo de Stalin, nuestro país se ha convertido en un imperio mundial. Es él quien logró el objetivo por el que generaciones de rusos habían estado luchando. El comunismo desaparecerá como una verruga, pero el Imperio… ¡permanecerá! Es una lástima que Stalin no sea un verdadero zar: ¡tiene todas las cualidades para ello! Vosotros, los comunistas, no conocéis el alma rusa. El pueblo tiene una necesidad casi religiosa de ser guiado por un padre en quien pudiera confiar» [17].
Shulgin fue excarcelado a principios de 1956, tras lo cual sus artículos empezaron a aparecer en la prensa soviética. En 1961, incluso fue invitado de honor al XXII Congreso del PCUS. También es curioso el hecho de que Jruschov, en una reunión con intelectuales soviéticos en 1963, acusando a algunos de ellos de falta de patriotismo, no dudó en decir que, a pesar de ser «un líder de los monárquicos», Shulgin es «sin embargo, un patriota». [18]
Portada del panfleto chovinista de Vasiliy Shulgin «¡Los llamados ucranianos y nosotros!», publicado en 1939 en Belgrado.
En la década de 1920, las predicciones de Shulgin no atrajeron la misma atención de los bolcheviques que, por ejemplo, la predicción más cautelosa de Nikolai Ustryalov, líder del movimiento liberal-cadete conocido como los «Smenovejovtsy», quien argumentaba que la evolución del bolchevismo conduciría «a un estado burgués ordinario». En el XI Congreso del PCR(b), Lenin subrayó: «El pronóstico de Ustryalov contiene la ’verdad de clase[’], crudamente y abiertamente expresada por el enemigo de clase… Tales cosas como las que dice Ustryalov son posibles, hay que decirlo sin rodeos… El enemigo dice la verdad de clase, señalando el peligro al que nos enfrentamos. El enemigo se esfuerza para que eso sea inevitable» [19].
La «verdad de clase» también estaba contenida en la predicción de Shulgin, que señalaba la posibilidad de evolución del régimen soviético hacia el caudillismo con una especificidad «auténticamente rusa». Esta «verdad de clase» resultó ser exigida por el estalinismo y, al realizarse en cierta medida, se convirtió en uno de los componentes de la trágica destrucción del poder socialista en la URSS.
Por supuesto, esta predicción no se materializó en la medida en que el propio Shulgin había imaginado. Como resultado de las transformaciones económicas y sociales realizadas por la política nacional bolchevique, la Unión Soviética perdió los rasgos de imperio colonial inherentes a la Rusia zarista. Las periferias nacionales, antes atrasadas, avanzaron por la senda del progreso económico y cultural a un ritmo todavía inalcanzable para los países semicoloniales y dependientes.
Al evaluar la naturaleza de las relaciones nacionales en la URSS, Trotsky enfatizó que no debería tratarse de la opresión de una nacionalidad sobre otra, sino de «la opresión del aparato policial centralizado sobre el desarrollo cultural de todas las naciones, empezando por la rusa, que sufre el régimen cuartelario no menos que otras» [20].
«Iósif Stalin aprueba el boceto del pabellón de la URSS para la Exposición Universal de París de 1937», pintado por Alexander Bubnov (hacia 1940). En el mapa pueden verse los nuevos territorios anexionados, Galitzia y Volinia, que no formaban parte de la URSS en 1937. A finales de la década de 1940, Bubnov también pintó batallas épicas de antiguos guerreros rusos.
Esta opresión burocrático-totalitaria se derivaba directamente de la actitud de Stalin hacia el pueblo, que, como señaló acertadamente Georgy Fedotov, se parecía a la de «un zar autocrático”:
“Las granjeras colectivas llorando de alegría tras visitar al propio Stalin en el Kremlin repiten el motivo de la adoración campesina al zar. Stalin es el «zar rojo» de una forma que Lenin no era. Su régimen bien merece ser llamado monarquía, aunque esta monarquía no fuera hereditaria y aún no haya encontrado un título adecuado» [21].
Naturalmente, Stalin nunca dijo públicamente nada que sugiriera tal paralelismo. Sólo compartía sus verdaderos pensamientos sobre la relación entre el «caudillo» y el pueblo con su círculo más cercano. En las notas de su diario, que datan de 1935, Maria Svanidze (esposa de Alexander Svanidze, cuñado de Stalin en sus primeras nupcias) reproduce las palabras de Stalin sobre las ovaciones que recibe: «El pueblo necesita un zar, es decir, un hombre al que pueda adorar y en cuyo nombre viva y trabaje». Algún tiempo después, Stalin «volvió a expresar la idea del fetichismo de la psique del pueblo, el deseo de tener un zar» [22]. Cercano a este testimonio está el de Jruschov, quien recordó: «Stalin dijo que el pueblo es estiércol, una masa sin forma que sigue a los fuertes» [23].
El 7 de noviembre de 1937, durante una cena en casa de Voroshilov, Stalin dejó claro que considera su política como una continuación de la política imperial de los zares rusos. Según consta en el diario de uno de los allí presentes, Stalin dijo:
«Los zares rusos han hecho una cosa buena: han construido un estado enorme, hasta Kamchatka. Hemos heredado este estado… Por lo tanto, todo aquel… que intente separar de él una parte o una nacionalidad, es un enemigo, un enemigo jurado del estado, de los pueblos de la URSS. Y exterminaremos a cada uno de esos enemigos, aunque sea un viejo bolchevique, exterminaremos a todo su clan, a toda su familia.» [24].
Funeral de Mykola Jvilovi, destacado escritor proletario ucraniano, que en 1933 fue llevado hasta el suicidio al ser acusado repetidamente de nacionalismo ucraniano por los secuaces estalinistas. Bajo el mismo pretexto, el régimen ejecutó a cientos de otros intelectuales progresistas ucranianos a mediados de la década de 1930.
Guiado por este enfoque brutal, Stalin ha exterminado a los dirigentes estatales y partidistas así como a una parte significativa de la intelectualidad de todas las repúblicas federales y autónomas, bajo la sospecha de esforzarse por hacer realidad el derecho, consagrado en la Constitución de 1936, a la secesión de estas entidades nacionales de la URSS o de tratar de ampliar la autonomía de estas últimas. Estas masacres, que alcanzaron su punto álgido durante los años del Gran Terror, se generalizaron ya en la primera mitad de la década de 1930.
Vadim Rogóvin
La neo-NEP de Stalin (1934-1936), – Moscú, 1995
Traducido del ruso por Andriy Movchan
Referencias:
[1] Сталин И. В. Соч. Т. 13. С. 38—39.
[2] Правда. 1936. 27 января.
[3] Кентавр. 1991. № 10—12. С. 132.
[4] Сталин И. В. О Великой Отечественной войне Советского Союза. М., 1947. С. 196.
[5] Правда. 1932. 12 апреля.
[6] Ларина А. М. Незабываемое. С. 32.
[7] Отечественная история. 1992. №2. С. 128.
[8] Троцкий Л. Д. Сталин. Т. II. С. 272.
[9] Симонов К. Глазами человека моего поколения. М., 1989. С. 180.
[10] Федотов Г. П. Судьба и грехи России. Т. II. С. 99—100.
[11] Готье Ю. В. Мои заметки // Вопросы истории. 1991. № 6—12; 1992. № 1—5, 11—12; 1993. № 1—5.
[12] Керженцев П. Н. Фальсификация народного прошлого // Правда. 1936. 15 ноября.
[13] Огонёк. 1990. № 42. С. 17.
[14] Копелев Л. И сотворил себе кумира. С. 145—146.
[15] Шульгин В. 1920 год. Л., 1926. С. 199.
[16] Шульгин В. Три столицы. Путешествие в Красную Россию. Берлин, 1927. С. 137.
[17] Треппер Л. Большая игра. С. 331—332.
[18] Солженицын А. Бодался теленок с дубом // Новый мир. 1991. № 6. С. 53.
[19] Ленин В. И. Полн. собр. соч. Т. 45. С. 93—94.
[20] Троцкий Л. Д. Преданная революция. С. 147.
[21] Федотов Г. П. Судьба и грехи России. Т. II. С. 91.
[22] Источник. 1993. № 1. С. 19, 20.
[23] Вопросы истории. 1991. № 12. С. 63.
[24] Союз. 1990. № 41. С. 12.