A 100 años del comienzo de la Gran Guerra interimperialista I: «El gran tornado negro»

Por: Gran_Guerra_color2Gabriel Catalano
Con estas palabras definió Theodore Roosevelt la guerra que comenzó en 1914 y que duraría hasta noviembre de 1918. Millones de personas se vieron envueltas en una guerra despiadada promocionada por las principales potencias imperialistas del momento. Sólo un puñado de revolucionarios encabezado por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Lenin y Trotski tuvieron la política correcta y se opusieron a lo que sería la más grande carnicería de la humanidad hasta el momento.

En los años previos a 1914 la situación en Europa se iba calentando. Varias guerras anticipaban un conflicto mucho mayor: la ruso-japonesa de 1905, que luego daría lugar a la revolución contra el régimen zarista. Un año después, la crisis de Marruecos dejó al borde de la guerra a Alemania y Francia. Esta cuestión reaparecería en 1911. En 1912 y 1913 se dieron las guerras balcánicas por las cuales los países de esta región se independizaron del imperio otomano.

Un conflicto interimperialista

Cuando ya no había más países atrasados por repartirse, las potencias imperialistas europeas se prepararon para dirimir quién dominaría el mundo colonial y capitalista. Por eso se lanzaron a una carrera armamentista desenfrenada, los presupuestos para los ejércitos eran duplicados y triplicados. Alemania quería disputar la hegemonía naval a los ingleses y para eso necesitaba enormes sumas de dinero para la construcción de nuevos y más poderos barcos de guerra. Los franceses extendieron el servicio militar de dos a tres años y mejoraron las defensas en la frontera con Alemania. Rusia estaba desde hacía años modernizando su ejército, el más grande de Europa.

Por el lado del movimiento obrero, había un importante ascenso. En Inglaterra es para destacar que “en 1912 el número de trabajadores en huelga era de 1.200.000 cuando en el año anterior había sido de 138.000”1. Durante los primeros siete meses de 1914 “se produjeron casi mil huelgas”. Los trabajadores europeos estaban cada vez más dispuestos a luchar contra sus respectivos gobiernos.

Con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, a manos de un nacionalista serbio, los hechos se suceden rápidamente y en un mes los principales países de Europa están en guerra. Los dos bandos están conformados. La Entente con el imperio alemán, austrohúngaro y el otomano por un lado, contra los Aliados: el imperio ruso, Francia e Inglaterra. En 1917 se les sumaría Estados Unidos, que sería clave para el desenlace del conflicto a favor de los Aliados. El 28 de julio de 1914 los primeros soldados austro-húngaros invaden Serbia y el resto de los países enfrentados comienzan la movilización de millones de soldados hacia sus respectivos frentes. Sólo en Alemania salía un tren repleto de soldados cada 11 minutos hacia la frontera belga.

La euforia nacionalista a favor de la guerra alcanzó a la población de todos los países involucrados. Trotski exiliado en Viena, diría: “la orden de movilización ha sido acogida con entusiasmo […] y comenzaron las movilizaciones patrióticas. La mayor parte son adolescentes y la masa no mostraba un real chouvinismo, pero reinaba allí una gran excitación […] Y la prensa explotaba vilmente ese estado de espíritu”. (La guerra y la revolución, 1914, León Trotski)

Todos esperaban una guerra corta. Los soldados que partían al frente se despedían de sus familias con la seguridad de estar de regreso en la navidad. Ernest Schackleton, el gran explorador polar, partió hacia la Antártida en el otoño de 1914. Cuando finalmente logró regresar hacia la estación ballenera de la isla de Georgia del Sur, en la primavera de 1916, se cuenta que preguntó quién había ganado la guerra, y se asombró enormemente cuando le dijeron que aún no había terminado.

Una carnicería sin precedentes

Hasta el momento nunca se había dado un enfrentamiento de estas características. La guerra en un principio europea, pronto se volvería mundial. A partir de 1914 se peleaba simultáneamente en gran parte de Europa, en los Dardanelos, que pertenecía al imperio Otomano. En las colonias alemanas en África; en Palestina, Persia (actualmente Irán) y en el sur del imperio ruso, en lo que hoy es Armenia y Azerbaiyán. En los mares de todo el mundo los submarinos y buques corsarios alemanes trataban de hundir los transportes de materias primas para los aliados.

La guerra consumió un número de vidas, que en aquel momento hubiera resultado difícil imaginar. Por primera vez se utilizó masivamente la ametralladora, el tanque de guerra, la aviación y los gases químicos venenosos. En 1916, sólo la ofensiva de verano rusa produjo 1.400.000 bajas; hubo 57.000 bajas británicas el primer día de la batalla del Somme. Hacia el final de ésta, en noviembre, sumaban 650.000 los aliados muertos, heridos o desaparecidos junto con 400.000 alemanes. En Verdún, la lucha entre Francia y Alemania por el control de la fortaleza les costó a los defensores franceses más de 500.000 bajas, y a los atacantes alemanes más de 400.000. Cuando terminó la guerra el 11 de noviembre de 1918, 65.000.000 de hombres habían combatido, y 8.500.000 habían muerto. Por comparar, en Vietnam cayeron 47.000 soldados estadounidenses; y durante la invasión y la ocupación de Irak murieron 4.800 soldados de la coalición. En la guerra de Malvinas murieron 649 soldados argentinos.

La traición de la socialdemocracia

Mientras los gobiernos imperialistas marchaban a la guerra, la socialdemocracia traicionaba a millones de trabajadores cediendo a las proclamas patriotas y a los llamados para defender la patria. La Segunda Internacional era una organización poderosa, ya que los partidos que la integraban contaban con millones de afiliados entre sus filas. Manejaban todos los sindicatos y tenían cientos de diputados. El Partido Social Demócrata (PSD) alemán era el más poderoso: para las elecciones al Reischtag (parlamento alemán) de 1911 obtuvieron 173 diputados. En 1912 era el partido más grande del parlamento con un tercio del voto popular.

Pero toda esta fuerza no fue utilizada para oponerse a la guerra imperialista. Por el contrario, se alistaron obedientemente detrás de sus respectivos ejércitos. El diputado socialdemócrata alemán Ellenbogen declaró: “somos fieles a la nación alemana, en la alegría como en la tristeza, en la paz como en la guerra”. Cuando la guerra estalló, los socialdemócratas alemanes no encontraron nada mejor que votar mayoritariamente los créditos por 5000 millones de marcos pedidos por el káiser para los gastos militares.

Sólo un puñado de revolucionarios se opuso a la guerra y a la traición de la socialdemocracia. Karl Liebknecht, que era diputado de la socialdemocracia alemana, votó en contra de la guerra y de los créditos. Y con Rosa Luxemburgo encabezaría la fracción que luego formaría el Partido Comunista Alemán. Junto a Lenin y Trotski, que estaban exiliados de Rusia, caracterizaron correctamente la guerra que comenzaba: según su objetivo y las clases que la habían preparado y dirigido. Por un lado, la burguesía inglesa que quería mantener su hegemonía mundial, y por el otro, la alemana, que desde 1870 se venía desarrollando y reclamaba su lugar en el reparto del botín. Como dijo Lenin, “dos pandillas de ladrones que se disputan el mundo”.

La guerra duró cuatro años, dejando un rastro de muerte y destrucción nunca antes visto. A partir de 1919 el mundo cambiaría totalmente. Estados Unidos cobraría cada vez más fuerza y un nuevo régimen nacería en Rusia a partir de 1917: el gobierno de los soviets de obreros, campesinos y soldados.

1. 1914 De la paz a la guerra, Margaret MacMillan, Editorial Turner, segunda edición, 2014. Página 601.

Lenin sobre el carácter de la guerra*
“Los orígenes de la guerra actual no se debe a la mala intención de los capitalistas, ni a la política errónea de algún monarca. Sería incorrecto interpretarlo así. No, esta guerra es el resultado inevitable del capitalismo gigantesco, especialmente el capital bancario, que ha traído como consecuencia que unos cuatro bancos en Berlín y cinco o seis en Londres dominen todo el mundo, se apoderen de los recursos del mundo, refuercen su política financiera con la fuerza armada y, por último, se traben en un conflicto armado bestial sin precedentes, por el hecho de que no pueden seguir avanzando libremente con su régimen de conquistas. Uno u otro debe renunciar a sus colonias. Cuestiones semejantes no se resuelven por las buenas en este mundo de capitalistas. Sólo la guerra puede resolver este problema. Por ello es absurdo culpar a uno u otro bandido coronado. Esos bandidos coronados son todos iguales. Por ellos es igualmente absurdo culpar a los capitalistas de uno u otro país. Todos ellos son culpables de haber implantado tal sistema […] El culpable de todo esto es el desarrollo del capitalismo durante medio siglo, y la única salida es abatir el dominio de los capitalistas y hacer la revolución obrera.”

* La guerra y la revolución, mayo de 1917.

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