Alicia en la Eurozona de las Maravillas

Curioso y más curioso, como decía Alicia en sus aventuras en el País de las Maravillas.

Curioso y más curioso, como decía Alicia en sus aventuras en el País de las Maravillas. Cuanto más se ha ido extendiendo la crisis de la zona euro, más se ha ido asemejando a algo pergeñado por Lewis Carroll.

Veamos algunos de los aspectos surreales del actual estado de cosas. La respuesta a la falta de crecimiento de países que se debaten como Grecia es una austeridad de tal ferocidad que las recesiones se hacen más profundas. La solución a la crisis financiera provocada en su origen por el sobreapalancamiento de bancos y particulares es convertir el fondo de rescate de Europa en un fondo de cobertura (hedge fund) de 2 billones de euros. Entretanto, muchos de los políticos que han batallado dura y prolongadamente por mantener la libra – George Osborne [responsable de economía en el gobierno británico] y Ed Balls [responsale económico de la oposición laborista] por no mencionar más que dos – se han convertido ahora en evangelistas renacidos favorables a una unión fiscal plena.

¿Cómo encontrarle sentido a esto? Es duro, como dice el rey mientras preside el tribunal de Alicia en el País de las Maravillas: «Comience por el comienzo y siga hasta llegar al final; después, párese».

La unión monetaria nació de dos desarrollos: la idea de que debería existir una unión cada vez más estrecha en Europa y la ruptura del sistema del tipo de cambio fijo de la postguerra a principios de los años 70.

La idea consistía en que los estados miembros juntarían su soberanía monetaria para formar una divisa que tendría un tipo de interés establecido por un banco central. Los arquitectos de ese gran modelo sostenían que se derivarían múltiples beneficios de las nuevas disposiciones. Europa se iría acercando de forma conjunta, se volvería más estable y crecería más rápidamente. A quienes insistían en que nunca funcionaría eso de un modelo único para todos, y que el crecimiento asimétrico, más lento, llevaría a la progresión de presiones económicas y financieras, la respuesta de los que aporreaban el tambor de la moneda única era propia del Carroll más clásico: «¡No, no! Primero, la sentencia; el veredicto, luego».

Previsiblemente, las tensiones y tiranteces inherentes a un arreglo monetario que entrañaba uncir conjuntamente a países tan diversos (no sólo en lo económico sino en lo cultural) como Alemania y Grecia, Portugal y Finlandia, Austria y España se manifestaron rápidamente. Los países más débiles situados en la periferia vieron cómo subían los costes de producción más rápidamente que los que se encontraban en el centro, y de resultas de ello se fueron haciendo gradualmente menos competitivos Si bien Europa en conjunto vio cómo su balanza comercial seguía siendo cercana a cero, Alemania gestionaba un robusto excedente comercial a expensas de Italia, España y Grecia.

Orgía especulativa

Al igual que China reciclaba su superávit comercial en la economía global mediante la adquisición de bonos del Tesoro norteamericano, ponía rumbo al sur el superávit alemán para alimentar las burbujas de propiedad en España y financiar las excesivas peticiones de crédito de Grecia. La actuación de China y Alemania mantuvo rodando orgía la especulativa durante algún tiempo, pero sólo gracias a que empeoró la resaca final.

En los días anteriores a la unión monetaria, un país que veía erosionada su competitividad disponía de un remedio fácil, por no decir indoloro. Devaluaba su divisa, abaratando así sus exportaciones y encareciendo sus importaciones. La inflación subía y se ignoraban las deficiencias estructurales, pero era un modo de ir tirando. En el seno de la moneda única, sólo hay un modo de que un país como Grecia pueda competir con Alemania y consiste en rebajar el coste de los bienes y servicios que produce. Eso significa salarios más bajos, pensiones más reducidas y profundos recortes en el gasto público. Y no sólo durante uno o dos años: el proceso de ajuste en el seno de la unión monetaria entraña décadas de austeridad. Para griegos e italianos, el mensaje se cifra en mermelada mañana y mermelada ayer, pero nunca mermelada hoy.

El clímax de Alicia en el País de las Maravillas se encuentra en la escena del tribunal en el que la cuestión que se debate es «¿Quién robó las tartaletas?» En el caso de la eurozona, la respuesta fácil es Grecia, que falló a la hora de seguir las reglas, pidiendo demasiados préstamos y amañando las cuentas, de tal modo que el resto de los partícipes del club de la moneda única desconocían el apurado estado de las finanzas públicas helénicas. De hecho, la verdadera culpable es Alemania, que no logró darse cuenta de que para que funcionara la unión monetaria, la grandes naciones acreedoras tienen la responsabilidad de ayudar a las naciones deudoras ampliando la demanda interna. La clase política alemana parece creer a la vez que todos los países de la zona euro pueden ser tan competitivos como Alemania y que Alemania, en esas circunstancias, seguirá manteniendo un ingente superávit comercial. Se trata de un absurdo lógico que el Reverendo Dodgson ciertamente habría apreciado.

Para hacer las cosas aún más deliciosamente increíbles, Berlín se enfrenta hoy a un dilema. Se ha permitido que la crisis del área euro se enconase durante la mayor parte de estos dos años, permitiendo que el contagio se extendiera de Grecia a otros países periféricos. Como consecuencia, el costo de limpiar el estropicio ha aumentado enormemente. El primer rescate de Grecia en mayo de 2010 andaba justo por encima de los 100.000 millones de euros. Para cuando tuvo lugar la cumbre de emergencia de la eurozona en julio de 2011, se consideró necesario ampliar el fondo europeo de estabilidad financiera (FEEF) a fin de crear un fondo de combate de 440.000 millones de euros. Más o menos dos meses más tarde, la impresión es que Europa precisará de 2 billones de euros, acaso de 3, para poder enfrentarse a los mercados financieros.

No está claro todavía de qué modo pretenden los responsables políticos europeos convertir un euro en cinco, pero parece entrañar el establecimiento de un vehículo específicamente para este propósito respaldado por Alemania y Francia. En su núcleo estará el FEEF, sostenido gracias a las garantías financieras de Berlín y París. El FEEF no se incrementará a partir de 440.000 de euros sino que se utilizará como aval para ampliar la escala de adquisición de bonos con el fin de apoyar a los estados más débiles. Aún asumiendo que las agencias de calificación estén contentas con esto (y puede que no lo estén), Alemania y Francia estarían poniendo en riesgo su solvencia. Dicho con sencillez, estarían apostando la granja a un instrumento altamente apalancado para una finalidad específica. ¿No le suena esto a alguien?

Sin embargo, la alternativa tampoco parece nada atractiva. En teoría, Alemania podría declarar que ya no está dispuesta a firmar más cheques de rescate al resto de Europa. Podría empezar a imprimir unos bonitos deutschmarks nuevos o quizás iniciar conversaciones exploratorias con austriacos, finlandeses y holandeses en torno a un euro de núcleo duro compuesto de media docena de economías ampliamente convergentes. Pero aun asumiendo que esto pudiera lograrse sin precipitar no sólo a Europa sino al resto del mundo en una segunda Gran Depresión (y probablemente no se podría), el resultado sería que los bancos alemanes se enfrentarían potencialmente a pérdidas ruinosas ante una ola de suspensiones de pago de la deuda soberana, mientras que los exportadores alemanes se verían desplazados de los mercados internacionales debido a sus precios, dado que el nuevo DM se vería fuertemente apreciado en los mercados cambiarios.

Hasta ahora, los responsables políticos han resuelto este dilema negándose a admitir que exista. El supuesto se ha basado en que los acontecimientos del pasado reciente no han sido más que un mal sueño del que Europa despertará. Sólo recientemente se ha reconocido que la moneda única está desfondándose por el hoyo de la conejera y va a darse contra el suelo con un topetazo tremebundo…

Y para quienes dicen que de los escombros surgirá una unión fiscal ya desarrollada de la que Gran Bretaña permanecerá aparte por su cuenta y riesgo, las aventuras de Alicia proporcionan la réplica perfecta. «Si todo el mundo se ocupase de sus propios asuntos», afirmó la Duquesa, «el mundo giraría bastante más rápido de lo que va».

Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures (Vintage) [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro].

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4492

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