Contradicciones y conflictos del proceso bolivariano de Venezuela: la alternativa socialista en las elecciones 2012

Las elecciones venezolanas de 2012 se polarizan entre el candidato del Gran Polo Patriótico, Hugo Chávez, y la Mesa de la Unidad Democrática, Henrique Capriles Radonski. Estas elecciones ocurren en un momento de viraje en el curso histórico de Venezuela. El proceso bolivariano que tiene lugar desde 1989 es absolutamente novedoso y es en esta novedad que buscamos su comprensión y límites, así como una alternativa positiva en defensa de los trabajadores y el pueblo para la construcción del Socialismo del Siglo XXI.

Las elecciones venezolanas de 2012 se polarizan entre el candidato del Gran Polo Patriótico, Hugo Chávez, y la Mesa de la Unidad Democrática, Henrique Capriles Radonski. Estas elecciones ocurren en un momento de viraje en el curso histórico de Venezuela. El proceso bolivariano que tiene lugar desde 1989 es absolutamente novedoso y es en esta novedad que buscamos su comprensión y límites, así como una alternativa positiva en defensa de los trabajadores y el pueblo para la construcción del Socialismo del Siglo XXI.

Las elecciones en Venezuela son similares a las que hemos experimentado en Brasil. La polarización PT-PSDB teniendo cada vez menos sentido por cuanto sus proyectos en macroeconomía se reducen a algo muy similar. Si, por un lado, el liderazgo de Chávez resulta de un amplio y legítimo movimiento radical de masas, similar a las huelgas en el ABC y la lucha por la democratización en Brasil, que dio lugar al PT; por otra parte, su prolongada estancia en el aparato estatal lo convirtió en un muro de contención a las demandas de los trabajadores. Así, aquél Movimiento expresó en la escena política nacional a los trabajadores venezolanos residentes de los barrios de las principales ciudades en su alianza con los militares reformistas, conformando un proyecto policlasista que alcanzó el aparato del Estado venezolano en 1999. Pero hoy, a diferencia de aquél movimiento bolivariano radical de masas original, el Gobierno Bolivariano creado sobre su base no logra manejar las contradicciones que la lucha de clases lanza sobre la mesa en Venezuela.

Todos debemos reconocer que el movimiento político del que Chávez es la síntesis más completa, repuso en la agenda latinoamericana el tema de la revolución. Inicialmente como una revolución en general. A partir de 2005, como revolución socialista del siglo XXI. Así que Chávez ha sido apreciado entre los revolucionarios por encima de cualquier otro líder en la última década. Pero después de 13 años ocupando una posición privilegiada en el aparato del Estado, lo cierto es que el gobierno bolivariano, además de reponer niveles de redistribución de la renta petrolera en patamares observados en los años 1980, ha hecho poco para un cambio más profundo en la situación de vida de la mayoría de la población trabajadora venezolana.

Chávez, personificando la alianza policlasista del Gobierno Bolivariano a través de un tipo de liderazgo de carácter pequeño-burgués oscila pendular y constantemente entre los intereses de los trabajadores y la burguesía. Eso explica las razones por las que ha perdido numerosas oportunidades para avanzar en un modelo productivo basado en el poder efectivo de los trabajadores libremente asociados. Así, el 11 de abril de 2002, cuando un golpe lo sacó del puesto más alto del ejecutivo nacional y abolió todos los derechos constitucionales en el país, a partir de una dictadura que fue bautizada en sus primeras horas con sangre, Chávez, al recibir de las manos del pueblo movilizado su puesto y la constitucionalidad, en lugar de ampliar los poderes del pueblo con más democracia directa hizo todo lo contrario y preservó a golpistas y privilegios.

Nuevamente, en 2003, cuando los trabajadores petroleros, así como otros sectores de la industria y la educación profesional en una parte importante de las escuelas del país se enfrentaron a la burocracia de PDVSA y las empresas – frente al cierre prolongado de las actividades productivas promovido por la oposición conservadora entre el 2 de diciembre de 2002 y febrero de 2003, Chávez falló otra vez. La victoria de los trabajadores petroleros sobre el corte promovido por la administración superior e intermedia de la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA) permitió por primera vez en la historia el control efectivo de la petrolera nacional y sus ingresos, principal fuente de divisas en el país. Por lo tanto, los trabajadores petroleros, después de recuperar PDVSA para el Gobierno a través del control directo de la producción, asistieron al gobierno para devolver el poder sobre la empresa a la burocracia que los había saboteado.

Y no se detiene allí. En 2005, el gobierno bolivariano (reflejando los límites de un aparato históricamente tallado por los intereses del capital) desmonta la cogestión revolucionaria que había inaugurado una nueva experiencia de poder compartido entre los trabajadores y el Estado, garantizando creces de productividad y mejoras en los salarios, además de haber fomentado el desarrollo local por parte del Estado a partir de la empresa de aluminio CVG-ALCASA, bajo el mando de Carlos Lanz Rodríguez. Y cuando, en 2008, cediendo a la presión de los trabajadores del acero que durante meses se enfrentaron en una huelga sin precedentes a nivel nacional, inicialmente en defensa de su contrato colectivo, después por la nacionalización de la empresa, el gobierno finalmente aceptó reestatizar la Siderúrgica del Orinoco (SIDOR), poco o nada ha cambiado en la situación de los empleados. SIDOR fue renacionalizada sin responder a la principal demanda de los trabajadores: abandonar la práctica de la contratación externa que afecta a cerca de 8.000 de los 12.000 trabajadores del acero sidoristas, llamados contratistas. Año tras año, experiencia tras experiencia, los trabajadores han estado siendo frustrados.

Así que entre el golpe de Estado de 2002 y 2007, cuando el rechazo del proyecto de reforma constitucional que propuso el Presidente, el cual centralizaba el poder en manos del ejecutivo, cinco largos años se pasaron sin que el aparato estatal haya encontrado una posición y una acción firme y decidida en defensa de los trabajadores y del pueblo. En cambio, fue indulgente y no pudo evitar la persecución y el asesinato de decenas de dirigentes sindicales, como fue denunciado en una declaración de la central que reúne sindicatos que simpatizan con el gobierno, la Unión Nacional de Trabajadores de Venezuela (UNETE), el 2 de marzo de 2011 (www. aporrea.org). El Estado criminaliza con creces las huelgas en el sector público, alegando que son estratégicos. Bajo este gobierno, la vida de los campesinos que luchan por la tierra está siendo cortada. Ya son más de 200 líderes campesinos asesinados. Y hoy en Venezuela se vive bajo el riesgo de ver degenerar toda la pelea hasta ahora acumulada por las luchas libradas por los trabajadores desde el año 1989, en las fábricas y barrios, así como en la Sierra de Perijá, donde los yukpas están siendo asesinados por la codicia de las empresas mineras.

La dolorosa verdad es que el liderazgo policlasista de Chávez, después de haber completado un rol importante en todas las grandes luchas ideológicas que tuvieron lugar en América Latina a principios de este siglo, no logra romper las cadenas del aparato del Estado burgués y la dependencia de Venezuela con el imperialismo que echa raíces en nuestras formaciones sociales. Este gobierno ha mostrado una incapacidad recurrente para operar las rupturas políticas necesarias.

En el campo democrático, a su vez, el Gobierno Bolivariano ha sujetado a todos a una lógica plebiscitaria, oprimiendo a los trabajadores con la propia democracia liberal burguesa que impone sus agendas electorales y que carecen de la capacidad de centrarse en las cuestiones pertinentes a todo el pueblo. Por lo tanto, en las Comunas y en las consultas populares no entran en discusión y decisión temas como el presupuesto público nacional, las inversiones que se harán con los ingresos del petróleo, la política económica (especialmente el cambio), controles de precios, la promoción de la diversificación de la industria no petrolera que genera riqueza orgánica, la construcción de una soberanía alimentaria en la agricultura, la política de romper las patentes de todo el conocimiento que se ha transformado en una mercancía privando la salud y el bienestar de la mayoría, el fin de la especulación inmobiliaria en Caracas que es una de las ciudades más difíciles del mundo para alquilar o comprar una habitación, como también el control de las empresas por los trabajadores. Mientras tanto, refuerza la idea de que Chávez es la única solución. Nada más falso. Es precisamente en los impasses de esa dirección política vacilante que la vivacidad del movimiento bolivariano y del bravo pueblo esta siendo secuestrada en todos los espacios.

En 13 años, el gobierno encabezado por Chávez no logró mejorar de forma sustentable las condiciones de vida de los trabajadores. Hoy, como antes, alrededor del 70% de los alimentos de la canasta de los venezolanos son importados. Esto significa que sigue la dependencia de la producción petrolera venezolana para poder comprar estos productos. Depende, pues, doblemente, del precio del petróleo y los alimentos en el mercado mundial, manteniendo la soberanía de Venezuela en grandes dificultades. De esta forma, subordina el país a una doble dependencia a las economías del capitalismo central, a pesar del discurso antiimperialista de Chávez. De hecho, el gobierno bolivariano nunca fue capaz de contrarrestar la tendencia de las fuerzas productivas hacia atrás en la industria no petrolera y la agricultura, centrales para la independencia del país. El empleo industrial ha sufrido una espiral descendente en el empleo total desde 1988. Esta tendencia no se ha contenido en años del gobierno bolivariano. La misma tendencia se encuentra en la participación de la producción industrial en el PIB. Venezuela desperdicia la mayor parte de su fuerza de trabajo, saquea los recursos naturales y vive ahogándose en petrodólares que no tienen la capacidad de romper con la lógica perversa de una economía dependiente deformada históricamente por la subordinación a los intereses imperialistas. Salir de esto sólo será posible desde el momento en que se permita un verdadero y nuevo flujo de poder de los trabajadores, que se insinúa insistentemente como parte de la vida venezolana desde el Caracazo o Sacudón de 1989 y más decisivamente desde 2003, cuando la clase obrera despertó y pasó a poner en la agenda la cuestión del poder directo de los trabajadores en PDVSA, en ALCASA, en SIDOR y en un sinnúmero de otros espacios. En cambio, los trabajadores están sometidos a las mismas condiciones de inestabilidad que marcaron los años difíciles de 1980 y 1990, con tasas de desempleo de alrededor del 8% (entre 2010 y 2012). Un índice que sigue siendo superior a la tasa experimentada por Venezuela en 1980 (6%) y el promedio de América Latina de la última década, incluyendo aquellos países que tienen graves indicadores de dependencia, como registran los datos oficiales dados a conocer por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).

Los trabajadores precarios son otro indicador de que la situación de la fuerza laboral en Venezuela no está mejorando. Por ejemplo, la mayor parte de la fuerza de trabajo está ocupada en sectores de baja productividad (lo que, en términos generales, significa trabajo precario en el sector informal como ambulantes, autónomos, jornaleros, etc.) El trabajo precario en los países dependientes se caracteriza por una sobreexplotación del trabajo. Es decir, las jornadas laborales extendidas más allá de lo normal, la intensificación del trabajo (más trabajo en menos tiempo), los salarios por debajo del valor de la reproducción de la fuerza de trabajo, la restricción al acceso a derechos históricos adquiridos por la clase obrera. En 2008, estos trabajadores representan el 49,8% de los ocupados urbanos – el índice más bajo alcanzado en los años del gobierno bolivariano, ya que, en 2002, tuvo un 54,9% de los trabajadores en esta situación en las ciudades. Sin embargo, esta tasa «baja» del 49,8% sigue siendo 10 puntos porcentuales más alta que la más elevada de los últimos 20 años, el cual fue registrado en 1990 (el año siguiente al Sacudón) con un 39,1%, según la CEPAL.
Es decir, lo que ocurre es que las políticas compensatorias sociales representadas por las Misiones y otras iniciativas gubernamentales precariamente suturan una herida que sigue sangrando: aquella referida a la situación estructural de los trabajadores venezolanos sobreexplotados y cuyas condiciones de vida se ven amenazadas, excepto por los subsidios estatales.

Es en este contexto que una mayor distribución de la renta per cápita comprobada durante este gobierno representa un reducido alcance, ya que está determinada por el aumento del precio del petróleo en el mercado mundial, el cual experimenta grandes oscilaciones. Los ingresos petroleros han sido utilizados para subsidiar el consumo de los trabajadores, especialmente de los más pobres, cuyos salarios son erosionados por la inflación y cuya canasta también depende de los precios internacionales de importación. Es decir, cualquier cambio en los precios del mercado mundial produciría un efecto inmediato en las condiciones de vida de los habitantes de los barrios y otros trabajadores venezolanos y les puede hacer cruzar de forma rápida el umbral de la pobreza o miseria mediante la reducción de las subvenciones sin la cual no pueden acceder a los bienes básicos para su supervivencia. Se trata de una frágil arquitectura sobre la que se asienta la distribución de los ingresos del gobierno bolivariano.

Además de la renta artificial, el Gobierno promueve proyectos productivos que no tienen la capacidad de activar un nuevo modelo productivo, a pesar de que son eficientes en la tarea de consumir la energía revolucionaria de los residentes de los barrios, ya que las comunas o consejos comunales son ordenados desde arriba hacia abajo. Así, bajo la sombra del consumo subsidiado e «islas» productivas comunales son creadas las ilusiones que juegan el papel de confundir a los trabajadores y residentes de los barrios.

El hecho es que sin una ruptura con las estructuras de poder del Estado burgués y de sus normas que protegen el mercado, el poder comunal no es más que una quimera. Es necesario que el Poder Comunal y el control obrero de la producción se configuren como verdaderos poderes duales revolucionarios que integren los ámbitos político y económico, ejercidos directamente por los trabajadores en sus lugares de trabajo y vivienda. La construcción de tal poder directo por lo tanto significa negar las indicaciones a «dedazo» que dominan el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), organización sin instancias efectivamente democráticas, que se impuso a la pluralidad del movimiento bolivariano sin incorporar sus prácticas de democracia desde abajo. Construir el poder directo de los trabajadores significa desvanecer el peso relativo del Estado sobre la vida social. Implica el despertar de los luchadores sociales de los ilusionismos de la renta que coopta la imaginación de la gente. También es necesario poner fin a la situación de vulnerabilidad de una parte significativa de la clase trabajadora precaria que depende de donaciones, subsidios y funciones subordinadas del Estado en prácticas que alimentan el clientelismo. Es decir, debemos acabar con todos los mecanismos objetivos que contribuyen a la confusión ideológica de los trabajadores.

El actual gobierno ha seguido la tendencia a una economía exportadora de especialización productiva, al igual que todos los demás países de la región en las últimas décadas. No fue una excepción. La política de apreciación o depreciación de la moneda nacional, el Bolívar, ha favorecido a los sectores especulativos, ya sea en el comercio, ya sea en finanzas, y causó altas tasas de inflación, siempre haciendo daño a los asalariados. Reedita, casi 40 años después, los mismos errores cometidos por la experiencia de la Unidad Popular en Chile de Allende. Es doloroso observar que una nueva facción burguesa, vinculada al sistema financiero y los contratos de suministro de bienes y servicios al Estado que administra el ingreso petrolero, surgió durante estos años, con el apoyo del gobierno, a costa de sacrificios impuestos a los trabajadores venezolanos.

Una tragedia completa para todos aquellos que, como el dirigente sindical Orlando Chirino, que desde hace años, apoya firmemente el proceso bolivariano y, como él, ayudaron a construir ese proceso, dando la bienvenida a Chávez desde 1992 en el seno del movimiento de masas.

Sin embargo, incluso los líderes más queridos del pueblo juegan un papel determinado en la historia. A Chávez, como a Bolívar, cupo un rol en la historia. Chávez ayudó a amalgamar un movimiento de masas heterogéneas en un proyecto que articuló a los trabajadores precarios residentes en los barrios e hizo despertar a los trabajadores industriales, poniendo en marcha la idea de una revolución socialista. Pero tenemos que avanzar hacia un poder directo de los trabajadores. Y para esta tarea es necesario reconocer que, después de 2007, ya no se observa una orientación progresiva en el gobierno bolivariano. Ni este gobierno ni el liderazgo de Chávez han demostrado tener la capacidad de operar el avance del proceso hasta su máximo potencial. Es decir, se necesita un nuevo liderazgo y una nueva organización para llevar adelante un experimento socialista que, con libertad e igualdad substantivas, los trabajadores y el pueblo puedan hacer de sus demandas más que promesas, una realidad. Así es necesario construir una alternativa política que pueda ayudar a romper esos límites. Orlando Chirino, en este sentido, es hoy día quien representa la vanguardia de esta posibilidad histórica.

Muchos evitan criticar al gobierno de Chávez por el peligro que significaría una eventual victoria electoral del candidato de la ultraderecha, Henrique Capriles Radonski. De hecho, Capriles es parte de la antigua elite venezolana que ha sido desplazada por el surgimiento del Proceso Bolivariano desde 1989. Capriles trata de presentarse como un candidato moderado por obra del especialista brasileño en marketing Renato Pereira, que organizó un programa de campaña basado en los postulados y tácticas electorales del PT de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
Estructurado en las propuestas del “Hambre Cero” venezolana, asociaciones público-privadas en la industria petrolera y en el plagio a la idea de que «ha llegado el momento de que la esperanza triunfe sobre el miedo» (slogan de la campaña electoral de Lula en 2002), la campaña de Capriles Radonski se asemeja a un “Frankenstein” de segunda categoría. La referencia a Lula y el PT no es casual. Se trata de una estrategia funcional construida para ocultar el verdadero rostro de Capriles, un hombre de la extrema derecha que participó directamente de la violenta invasión y el asedio a la embajada cubana en Caracas con escenas horrendas que pueden ser verificadas en el documental La revolución no será televisada, de la irlandesa Kim Bartley. Al mismo tiempo, pone de manifiesto que la clase dominante venezolana está tratando de refinarse, tratando de ocultar su abierta adhesión al imperialismo estadounidense en sus manifestaciones coloridas por la bandera yanqui y pobladas con carteles y discursos directamente al inglés, para actuar de una manera más velada, pero sin cambiar su carácter sumiso y reaccionario.

Así que es en este verdadero desierto que Orlando Chirino surge como una alternativa política de los trabajadores. Trae consigo la ventaja de ser un líder sindical que se ha mantenido independiente y que representa el movimiento autónomo de los trabajadores en un país cuyo sindicalismo históricamente ha sido subordinado a los partidos y al Estado. Chirino significa la posibilidad concreta de construir un poder directo de los que trabajan y luchan en los barrios y en las calles, en los campos e industrias. Pues, para llevar a cabo el proyecto de un socialismo del siglo XXI, el ecosocialismo, el respeto a los pueblos y culturas indígenas y la igualdad de género, a su vez, deben componer un todo orgánicamente articulado por el trabajo emancipado. DEBEMOS CONSTRUIR DE INMEDIATO EL PODER DIRECTO DE LOS TRABAJADORES. Sin esto, cualquier promesa no es más que demagogia. Con la liberación de las fuerzas productivas y libertarias de los trabajadores es posible no solamente inaugurar una nueva era para los venezolanos, sino encender la luz para millones de latinoamericanos.

Mucho se ha repetido que, sin una eventual reelección de Chávez, el ALBA y proyectos alternativos serán abandonados. A los que temen la truculencia de la vieja derecha y piensan que todavía estamos acumulando fuerzas con el gobierno venezolano es el momento de decir que la lucha de los pueblos por la superación del capitalismo requiere afrontar las viejas clases dominantes, así como las direcciones políticas que ponen la fuerza creativa del movimiento de masas bajo el control de una camisa de fuerza. El proyecto antimercado es incompatible con el estándar actual de fortalecimiento del capitalismo exportador de especialización productiva. El ALBA no es más que una idea si los gobiernos que lo empujan siguen actuando contra los pueblos indígenas del TIPNIS en Bolivia, Sierra del Perijá en Venezuela o el Amazonas ecuatoriano. Si los países del ALBA, liderados por el gobierno de Chávez, no sólo vacilan para criticar el IIRSA, pero implementan ese proyecto devastador por otros medios, el ALBA no va a pasar de un discurso vacío o una declaración de buenas intenciones. La Revolución Cubana, a su vez, necesita más que apenas petróleo venezolano, necesita de una revolución latinoamericana para ser vivificada. Esta es nuestra respuesta a todos y todas que temen con razón los reveses históricos: la Venezuela bolivariana debe avanzar operando una ruptura con los actuales límites impuestos por la dinámica del aparato y el liderazgo.

El apoyo y voto a Chirino representa esa ruptura necesaria. Mucho más que la abstención o votar en blanco o nulo, elegir a Chirino es afirmar un programa positivo, responsable y coherente con el avance y la superación de los límites del actual proceso hacia el socialismo del siglo XXI. Es por eso que las mujeres y los luchadores que siempre han estado a la vanguardia de los barrios, los jóvenes insurgentes que conducen la comunicación alternativa y comunitaria, los trabajadores de los dos principales centros industriales del país, en el sector petrolero y en las fábricas de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), los campesinos y los pueblos indígenas afectados por la codicia de las corporaciones estatales y transnacionales contra sus territorios deben cerrar filas en apoyo de la candidatura de Orlando Chirino. Él no cederá a las alfombras rojas de Miraflores. Estará al servicio de la voluntad de los productores y de aquéllos trabajadores que, en los países dependientes del sur del planeta, constituyen un sector que ni siquiera pueden participar en la producción porque comprenden una porción de la humanidad que fue descartada por el capital. Pues, con la revolución socialista todos serán parte de la humanidad liberada que construye permanentemente la riqueza y la felicidad de todos y todas.

*Doctora en Historia. Porto Alegre, Brasil.
Investigadora del Núcleo de Historia Económica de la Dependencia Latinoamericana (HEDLA/UFRGS).
Excoordinadora del Foro Social Mundial 2001, 2002 y 2003

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