Coronavirus en Italia: mientras se suman más muertos, crece el temor a un estallido social
Un hombre pide limosna frente a una iglesia en Roma. El hambre se agudiza con la crisis del coronavirus. /AFP
Cuatro millones de precarios que vivían de las changas están desesperados. No solo cuatro millones que son los más pobres. También comerciantes de pequeños negocios, trabajadores que no tienen como trabajar, como el que le dice a la hija llorando en Nápoles: “Qué hago si soy cuidador de autos y no hay más en la calle”.
En Bari, la capital de Puglia, un video que recorre las estaciones televisivas y las redes sociales, muestra a una mujer gritando y en lágrimas que protesta frente a un banco cerrado. Hoy es sábado. Dos policías tratan de calmarla, pero llega su marido y grita: “Soy un comerciante, tengo el negocio cerrado, este es mi banco, quiero que me presten 50 euros”. Comienza a tirar de las puertas, mientras los policías tratan de tranquilizarlo.
Un peatón pasa, se detiene y le alcanza diez euros. “Tomá para que puedas comer.” El otro no le agradece, no da más. Vuelve a gritar contra su banco.
El Coliseo de Roma, solitario por la cuarentena en Italia. /AFP
En las ciudades del sur ha comenzado otro fenómeno. En Nápoles, en Palermo, en Reggio Calabria. Los que vuelven a casa con las bolsas del supermercado son asaltados por los hambrientos que les quitan la comida y el resto y huye gritándoles “¡perdón, tengo hambre!”.
El jueves, en un hipermercado de la cadena Lidl en Palermo se produjo el primer asalto en masa a las góndolas. La gente gritando llenó los carritos y trataron de huir. “No tenemos plata y no queremos pagar”, voceaban.
Había una buena guardia policial que detuvo a los desesperados. Les obligó a no llevarse nada y a cambio nadie fue preso ni demorado.
Pero los revoltosos pedían comida a los gritos. “¿Cómo hacemos para vivir?”. Pregunta obvia. Como la conclusión del ministro que dedujo: “Existe el peligro de un colapso social”. Hasta ahora se manda más policía a cuidar los supermercados.
En Bari, una funcionaria del gobierno, Francesca Bottalocci, salió a la calle con dos bolsas de comida y sin hacer reproches se los entregó a dos mujeres que gritaban desde el balcón de casa: “No tenemos plata, no tenemos más nada. Vengan a ver”.
Un video mostró en Nápoles, pero la escena se multiplicó en muchos otros escenarios del sur, a un hombre que no habla, no hace gestos, y empuja un carrito donde ha puesto pan, un frasco de tomate, aceite y bizcochos. Hace la fila y cuando está frente al cajero alarga los brazos: “No tengo nada”. El cajero agarra el teléfono y avisa: “Llamen a la policía, pero el señor no tiene dinero para el gasto y dice que no puede pagar. No ha comprado vino, solo lo esencial”.
Sin dinero para comida
En la Italia de la cuarentena férrea comienza a faltar la comida. No en las góndolas de los supermercados sino en la casa de muchos italianos. En Sicilia, un trabajador de cada tres recibe la plata en negro. Las prohibiciones para el aislamiento social contra el coronavirus han echado por tierra la economía precaria de todos lo que venden fruta y verdura en los mercados barriales. Y otros bienes de consumo popular.
Las familias piden asistencia alimentaria a los municipios y a Caritas, la gran organización de ayuda de la Iglesia. La piedad popular y la solidaridad social han hecho reaparecer la figura en Nápoles de la “compra suspendida”. Los que pueden hacen sus compras y agregan el “suspendido”, productos que dejan en la caja para que se los den a los que no pueden pagar. Tanto los critican a los “terrones” , pero en el norte no existe esta elemental tradición de bondad humana que practican los subdesarrollados del sur.
En el norte italiano, el área donde se concentra la tragedia de la epidemia de coronavirus, los trabajadores paran las fábricas porque falta seguridad. Funcionan los subsidios sociales y los trabajadores autónomos cobran un bono inmediato de 600 euros mensuales. Muy poco pero mucho para los que no reciben nada.
Un empleado de un supermercado lleva un carrito en una calle de Roma. En el sur del país, mucha gente no tiene dinero para sus compras. /REUTERS
El gobierno estudia de un rédito de supervivencia. Existe ya un rédito de ciudadanía, pero solo lo cobra una parte. Y el hambre no puede esperar semanas de discusiones. Hay que calmarlo ya. “Los tiempos del razonamiento político son incompatibles con los del estómago”, escribe Sergio Rizzo.
Italia no crece hace rato. La crisis de 2008 la puso en crecimiento cero hasta hoy, donde se goza el nivel de vida de quince años atrás. Es el país que menos crece en la Unión Europea. La pobreza absoluta en el Sur se agigantó del 5,8% del 2008 al 10%. Y el futuro, que es de recesión apretada con amenazas de una depresión económica devastadora si duran la epidemia y sus efectos, no deja espacios para el optimismo más prudente.
La sombra ominosa del colapso social ha enmudecido a los italianos, que ya no cantan en los balcones como hasta hace unos días, para darse ánimo y mostrar que “saldremos de esta”. El virus del hambre amenaza sustituir al corona virus que algún día será domado, quizás más o menos pronto, tras haber causado una gran devastación humana pero también de la vida social.
Roma, corresponsal