Devaluación, petróleo y shopping

Dicen los etólogos -y cualquiera que se haya sentado alguna vez en una plaza lo habrá notado- que las palomas cuando no consiguen alimento igual picotean el suelo. También se dice que se alisan las plumas, no porque las tengas enredadas sino por reflejo, o sea, porque ante la falta de comida adoptan una conducta sustitutiva que viene a compensar la ansiedad que genera la impotencia.

Chávez inflable

Por: Luis Salas Rodríguez

Dicen los etólogos -y cualquiera que se haya sentado alguna vez en una plaza lo habrá notado- que las palomas cuando no consiguen alimento igual picotean el suelo. También se dice que se alisan las plumas, no porque las tengas enredadas sino por reflejo, o sea, porque ante la falta de comida adoptan una conducta sustitutiva que viene a compensar la ansiedad que genera la impotencia.

Mutatis mutandis, un poco lo mismo puede decirse de la reciente devaluación del Bolívar. Y es que ante la impotencia, la incapacidad o la convicción de no querer hacer los cambios que hay que hacer, el gobierno nacional viene adoptando desde hace tiempo medidas sustitutivas que no sólo sin embargo (y contrario a lo que pasa con las palomas) no calman la ansiedad, sino que colocan cada vez más lejos la posibilidad de una transformación real del aparato productivo venezolano y por tanto del país.

Es paradójico que el presidente y los ministros argumenten la conocida retahíla de la maldición petrolera para justificar la devaluación. Y es paradójico no porque no sea cierto todo lo que dicen sobre el consumismo, las distorsiones inflacionarias, las importaciones y la burguesía nacional, sino que lo digan como si no fueran la cabeza de un gobierno que lleva diez años en el poder y cuyo modelo de desarrollo, al menos desde el 2007 a esta parte, se basa justamente en las premisas que está criticando. Así las cosas, el gobierno nacional tiene toda la razón del mundo al reprochar el rentismo de la economía venezolana, pero lo llamativo es que no sea capaz de reconocer que se trata de un rentismo asimilado por la quinta república, rojo rojito pues, al que hasta se le puso nombre a finales de 2007 cuando se le llamó “socialismo petrolero”.

Como cualquiera que haya seguido la prensa en el último año podrá constatar, es un hecho conocido por todos que el dólar a nivel internacional ha perdido su valor por razones de la crisis financiera, en principio, pero también como parte de la política del gobierno norteamericano para recuperarse de la misma. Eso quiere decir que cualquier cosa que se compre actualmente en dólares en los mercados internacionales cuesta menos que hace un año atrás, pero a la vez quiere decir también que cualquier cosa que se venda en dólares en estos momentos en esos mismos mercados tiene mucho menos valor que hace un año atrás. Este es, justamente, el caso del petróleo. Y es que como se recordará, el barril venezolano que llegó a estar por encima de los 100 dólares ahora se cotiza alrededor de los 70, habiendo llegado por debajo de los 40. Sin embargo, no sólo esos 70 dólares son obviamente menos en números reales con respecto a los cien, sino que su poder de compra es menor pues estamos hablando de un dólar devaluado. De tal suerte, el agravamiento del problema inflacionario de la economía venezolana no deviene del que las cosas importadas que consumimos cuesten más que antes, sino de que lo que percibimos por ingreso petrolero es menor porque además se trata de un dólar con menor poder de compra.

Pero el asunto es todavía un poco más complejo. Y es que si bien tenemos un problema de financiamiento pues recibimos menos por concepto petrolero, el otro tema es que ante el control de cambio se genera una dualidad entre el dólar oficial y el paralelo que, entre otros males, impacta en la ya de por si cabalgante y estructural inflación. En este caso, el problema sería que, o bien CADIVI no tiene capacidad para hacer más eficiente el control de cambio, o bien no cuenta con la cantidad de dólares necesaria para satisfacer a la demanda, aunque tal y como están planteadas las cosas todo parece indicar que se trata de una combinación de ambos factores. En tal virtud, y como ha pasado en otras ocasiones, alrededor de la restricción oficial de divisas se ha erigido una red de corrupción pública-privada donde los operadores grandes y pequeños se benefician del comercio ilegal del dólar, siendo entonces que los comerciantes tras el argumento (cierto o falso) de no poder contar con dólares oficiales, cargan al consumidor final la diferencia entre este último y el paralelo.

¿Pero cómo llegamos a una situación tan particular como esta? Por su puesto, nos podemos remontar en la historia como lo hizo recientemente Rodríguez Araque al menos hasta los años 30 y el famoso debate Adriani donde los intereses bancarios terminaron imponiéndose sobre los agrarios-industriales. También podemos venir un poco más cerca en la historia y hablar del estrepitoso fracaso de la “Gran Venezuela” adeca y todo lo que nos ha costado. No obstante, si bien eso nos otorga el beneficio de la mirada estructural a largo plazo, termina por ocultarnos las responsabilidades de la actual administración –la nuestra, la chavista- en la profundización del problema. Así las cosas, lo que habría que preguntarse a estas alturas no es si Venezuela es o no un país que importa más de lo que produce, sino más bien qué se ha hecho durante todo este año para revertir esta situación. Analizar, por ejemplo, si nuestro tan promovido “socialismo petrolero” (amalgama político-ideológica con la cual se ha pretendido, como se dice, “comerse el pastel y a la vez guardar la torta”, es decir, hacer socialismo sin hacerlo realmente), no es en última instancia el responsable de lo que ahora estamos atravesando.

Como se recordará, el domingo 29 de julio de 2007 el presidente Hugo Chávez Frías, durante el programa Aló Presidente 288 desde La Cabrerita, estado Anzoátegui, anunció al mundo que Venezuela estaba construyendo un socialismo diferente al que pregonó Marx: un socialismo petrolero. A partir de ese día, dicha calificación (que, paradójicamente, venía siendo utilizada por el escualidismo para referirse despectivamente al proceso de cambios venezolano), se convirtió en el eje definitorio del proyecto bolivariano, es decir, en su modelo de desarrollo socio-económico. En tal sentido, todas las interminables y estériles disertaciones sobre el socialismo del siglo XXI quedaron rendidas ante la evidencia: el uso soberano de la renta petrolera daba señales claras de poder garantizar la igualdad y la justicia sin tener que recurrir a la traumática expropiación de los modos de producción o la abolición de la propiedad privada. Lo que había que tener era un poco de paciencia: dejar que la misma se distribuyera bien en la sociedad corrigiendo paulatinamente las asimetrías del pasado y a la vez impulsando el crecimiento nacional.

Sin embargo, el primer y muy temprano error del socialismo petrolero fue no haber previsto lo que la experiencia histórica y todos los libros de economía de primer año enseñan: que la renta es un factor inestable, variable, no permanente, sujeto al cambio y la oscilación, pero también finita. En ese sentido, nuestro gabinete económico sufrió del mismo defecto que los inversionistas de Wall Strett: se dejó llevar por la ilusión de las burbujas de los mercados internacionales pretendiendo que la demanda especulativa era en realidad demanda efectiva, lo cual explica por qué en el presupuesto de 2009 se pasó a un cálculo de 60 dólares el barril cuando en el 2008 era de 35 dólares, todo en medio de un derrape mundial de las economía que ya para las fechas en que se elaboró el presupuesto era evidente que se trataba del más grande desde los años 30. En aquella ocasión, Rafael Ramírez lo explicó con toda claridad: según él, todos los cálculos indicaban que el barril del petróleo (que para entonces se encontraba en torno a los 50 dólares) se estabilizaría entre 80 y 90 dólares durante 2009, por lo cual era razonable e incluso conservador calcular el presupuesto en base a 60. Para Ramírez, el que el petróleo haya llegado a 150 dólares el barril era por su puesto producto de la especulación, pero dados los indicadores de crecimiento mundial (de China principalmente) podía estimarse que una vez superado la inestabilidad de los mercados y también tras las medidas de recorte anunciadas por la OPEP el precio volviera a su punto de equilibrio.

¿Qué fue lo que falló en este tan sensato pronóstico? Pues en primer lugar que subestimaron el alcance de la crisis, pero si bien tal vez era muy difícil entonces preveer lo que vendría, lo que sí era evidente es que no podían hacerse estimaciones pretendiendo que en el tablero de la economía mundial los únicos que mueven las piezas somos nosotros. De tal manera, por ejemplo, no se previó que así como los países productores de petróleo estimaban ese escenario favorable de demanda y actuarían en consecuencia, los países consumidores también lo harían, siendo entonces que estos últimos hicieron ajustes en sus inventarios por lo cual (sumado a la depresión) las estimaciones nuestras quedaron por encima de la realidad del comercio internacional. Aunado a este factor, se encuentra la ya mencionada depresión del dólar; y es que tanto por el salvataje económico como por las medidas de recuperación de su propia economía (dependiente, como sabemos, de las importaciones) el propio gobierno norteamericano ha promovido la devaluación de su moneda a nivel mundial para recuperar su balance comercial. En este sentido, si bien en el largo plazo puede ser correcto interpretar la devaluación de la moneda norteamericana como una señal de la debilidad de su hegemonía, lo cierto es que en el corto el país del norte conserva el poder suficiente como para jugar con el control de cambio en defensa de sus propios intereses.

Pero el otro error del socialismo petrolero ha sido todavía peor. Y es que en realidad lo que nos está costando caro ahora es el haber pretendido que la justicia social y la desigualdad es fundamentalmente un problema de poder adquisitivo, de tal forma que la política económica se ha orientado a impulsar la mejora de la calidad de vida de los sectores populares no a través de una redistribución de los factores de producción, sino de la promoción del consumo subsidiado. Lo que se olvidó en este caso es que por esta vía efectivamente mejora la calidad de vida de la gente, pero no se reduce la desigualdad; lo que termina pasando es que los pobres en efecto son menos pobres pues adquieren más bienes y servicios, pero los ricos también son más ricos dado que, como propietarios de los medios de producción, reciben todas las plusvalías que esta operación redistributiva genera. Si a esto se le suman los impuestos regresivos como el IVA y las medidas concientes de crear una burguesía nacional subsidiada, no sólo se entiende que tengamos una clase media y alta que, aunque furibundamente opositora en la política, ha sido en definitiva la más beneficiada en lo económico en estos últimos años, sino además que en la pelea por la renta un vez que esta se agota las virtudes del virtuoso modelo de petróleo y Shopping muestre todas sus falencias.

El drama actual del gobierno entonces es cómo hacer para mantener el modelo de socialización del consumo sin tener la plata para seguir subsidiándolo. En tal virtud, para el proceso bolivariano se presenta una coyuntura donde al menos que ocurra algún nuevo acontecimiento mundial que dispare los precios del petróleo (una nueva burbuja, una guerra en el nuevo oriente, etc.) y permita correr la arruga un poco más, tendrá que optar tarde o temprano por regresar a las nefastas medidas neoliberales que tanto ha criticado o profundizar en cambios que puede que sean difíciles pero que en todo caso son necesarios si se quiere avanzar en serio en las transformaciones que tanto pregona.

Por lo visto recientemente, sin embargo, nada parece indicar que se haya optado por este último camino. El gobierno nacional, tal vez a conciencia de esta disyuntiva, ha optado por una especie de juego intermedio donde en el discurso pareciera querer complacer a todos y especialmente a los más vulnerables, pero en la práctica termina favoreciendo (seguramente a su pesar, valga decirlo) a los especuladores de pequeño y de gran tamaño, a las mafias del dólar negro y a esa burguesía nacional parasitaria cuyo acento debe colocarse precisamente en el último de los términos. En este sentido, todo lo que dice el gobierno sobre la devaluación como medida de protección de la industria nacional es bastante ingenuo ya que en honor a la verdad, y como todos sabemos, tal cosa no existe. En este sentido, debería recordar el por qué del control de cambio: pues si algo hace falta en Venezuela no es capital privado para invertir, sino que las enormes riquezas que acumulan los sectores más privilegiados sean realmente invertidas en actividades industriales productivas y no derivados hacia el exterior para vivir de las rentas o comprar caballos de carrera. Pero que esto deje de ser así no va a depender definitivamente de esa burguesía, ni por convicción ni por interés. De la misma manera, el control de la especulación no puede dejarse a la buena voluntad de los comerciantes ni es labor tan solo de las patrullas del PSUV; si el gobierno no quiere se especule debe actuar en consecuencia, aplicando un control de precios y vigilando su cumplimiento. Ciertamente, hacer eso a estas alturas hubiese sido contradictorio con lo que se ha venido haciendo en el último año donde más bien la tendencia ha sido a la flexibilización, pero habiéndose contradicho tanto en este caso quedaría al menos el consuelo de que se trata de una contradicción que favorecería a los que menos tienen y no a los que más.

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