9 octubre, 2024

El lente de Allende y la marea hiperinflacionaria

Allende, escultura

Por: Antulio Rosales

Carmen cayó rendida, exhausta y humillada junto al lente de Salvador Allende a las 3 de la mañana después de 11 horas de cola. Logró comprar detergente, pollo, carne, toallas sanitarias, papel higiénico, champú, aceite y pasta. La bolsa le costó 3.600 bolívares. Fue el 27 de noviembre de 2015, a pocos días de las elecciones del 6 de diciembre. Ese día llamaron a los funcionarios del Ministerio a comprar en un Mercal organizado exclusivamente para ellos. Era momento de aprovechar para llenar las alacenas con el empobrecido sueldo, y ocasión para chantajear al funcionariato para que votara por el PSUV días más tarde.

La cola fue extenuante. Ella era la número 645. Desde afuera golpeaban los portones, los vecinos y otros grupos organizados. Hubo coñazos y hasta tiros. El funcionariato fue protegido en su humillación-privilegio, pero hubo forcejeos con uniformados que agarraron lo suyo sin hacer la cola. Cayeron sus cuerpos cansados y dolidos a las 3 de la mañana junto al lente de Salvador Allende en sillas improvisadas. En algún momento Carmen despertó porque una vieja amiga de la universidad y compañera de trabajo la vio y se sorprendió de encontrarla ahí. Ninguna de los dos creía completamente dónde estaban.

El 6 de diciembre un aluvión de votos aterrizó en Plaza Caracas contra Maduro y su partido. El presidente aceptó la derrota sin reconocer la realidad. Según Maduro, ganaron los malos, la guerra económica, el fascismo. En su afán de heroísmo se sintió víctima de un golpe, como Allende. No ha podido aún reconocer su parte en el problema, no se enteró de que en las colas, la gente que se abalanza por un pollo, los que revenden y los que no, son víctimas de sus políticas.A Nicolás Maduro le fascina la figura de Salvador Allende. Durante su tiempo en la Cancillería, el sobrino de Cilia Flores, Erick Malpica, se avocó a una costosa remodelación del edificio del Ministerio, como lo había hecho tiempo antes en la Asamblea Nacional. Era el administrador del Ministerio, también lo había sido del parlamento y lo sería luego de la Vicepresidencia. Lo esperaría la Tesorería Nacional y la vice-presidencia de finanzas de PDVSA cuando el tío llegó a la cúspide del poder. Taladraron el mármol negro del lobby de la Cancillería, el piso Simón Bolívar, y lo reemplazaron con otro material. Instalaron una escultura de gran tamaño, un lente roto, el de Salvador Allende, simbolizando sus restos el 11 de septiembre de 1973.

Ahora además declara una guerra contra la gente. Desmantela formalmente el Banco Central de Venezuela y oficializalas funciones que ha venido asumiendo en los últimos años. Ministerio de impresión monetaria, financiador del déficit y leña del fuego inflacionario. Invita al gabinete económico a quienes argumentan que monetización del déficit no incide en el alza de los precios. Impulsa el modelo de controles, pero además, decreta la legitimidad de la opacidad. En términos concretos, el gobierno declara la especulación como regla de vida, si no ¿cómo podríamos planificarnos sin conocer siquiera los más elementales indicadores que nos rigen? Solo queda espacio para la elucubración.

El gobierno quema sus últimos cartuchos, defiende su modelo y se lanza al vacío. Mientras, un septuagenario con poder recién adquirido invierte tiempo útil en personalmente deshacerse de imágenes que rindan cultos paganos.

La pedantería adeca se detiene en alimentar excusas para la diatriba fácil, sin advertir la seriedad de las faenas por venir. Al tiempo, el liderazgo chavista se empeña en taladrar con voluntarismo obcecado cuanto piso de mármol encuentre para hundirse más. La marea hiperinflacionaria no respeta portones, ni guardias a medio entrenar, se lleva todo por delante, se salva quien agarre algo primero, y continúa su feroz camino al día siguiente.

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