El movimiento de protesta en Israel visto por un preso político palestino

La reciente ola de protestas en Israel que pretende reclamar justicia social constituye una de las movilizaciones más poderosas y masivas que han tenido lugar jamás en el país. Una característica sin precedentes de este movimiento, se debe añadir, es su pretensión de crear un espacio abierto tanto para grupos como para individuos.

La reciente ola de protestas en Israel que pretende reclamar justicia social constituye una de las movilizaciones más poderosas y masivas que han tenido lugar jamás en el país. Una característica sin precedentes de este movimiento, se debe añadir, es su pretensión de crear un espacio abierto tanto para grupos como para individuos.

La dinámica que marcan estas protestas son las de un movimiento social. Sin embargo, el contenido de las reivindicaciones de los manifestantes debe ser objeto de un debate y una crítica serios. Uno de los principales aspectos contradictorios de este movimiento es la comprensión exclusiva del valor de la justicia social. La justicia social es un valor universal, pero para los manifestantes del Bulevar Rothschild de Tel Aviv se limita exclusivamente a la dinámica interna de la sociedad israelí.

En el Bulevar Rothschild, la causa de las injusticias sociales con las que se enfrentan los israelíes son tabú —es decir, la ocupación, el racismo colonial, la militarización de todos los aspectos de la vida y el sistema y el pensamiento agresivo y neoliberal dominante. Estas cuestiones están profundamente relacionadas con el proceso de construcción del Estado de Israel.

Las protestas sociales de Israel deberían contemplarse a la luz de dos acontecimientos fronterizos principales: los levantamientos de los pueblos árabes, un ejemplo de cómo cuando el pueblo se mueve, nada es imposible; y segundo, el crecimiento del movimiento social internacional y globalizado. Este último, día a día, está ganando un carácter popular que reta a las élites neoliberales del mundo en lo que conocemos como las naciones “ricas” y su actual crisis, que afecta al mundo entero.

Las recientes protestas son indicativas de la fuerza creciente del movimiento social israelí. Además, en parte desafían al sistema actual de división de poderes tratando de redefinirlo según nuevos principios que satisfagan la agenda de la clase media israelí de la que surgió el movimiento y que en la actualidad lo dirige. Pero las clases más pobres de Israel están excluidas por la dirección de este movimiento y por su discurso.

La clase media israelí pierde poder

La potente clase media israelí, por otra parte, se moviliza por la sensación de que está perdiendo su poder como resultado de la hegemonía neoliberal en Israel, representada no sólo por el primer ministro Netanyahu, sino también por las nuevas elites del país y por su reproducción de la nueva ideología del Estado. El neoliberalismo se ha convertido en la ideología común de quienes detentan el poder entre las autoridades ejecutivas y en el capital del Estado.

Durante los últimos años, la sociedad israelí se ha vuelto más consciente de la creciente brecha socioeconómica. Paralelamente, el Estado de Israel ha sido testigo de la expansión de los magnates. Muy limitados en número y gestionando un limitado número de negocios económicos y empresas bajo acuerdos explícitos e implícitos de cárteles, los magnates israelíes se han convertido en los verdaderos gobernantes de la economía y en quienes asignan los fondos públicos. En el ámbito del gobierno, por otro lado, el pensamiento neoliberal de los magnates da forma al proceso de toma de decisiones mediante la aplicación de políticas de privatización que incluyen también los recursos naturales, como los minerales del Mar Muerto y las recientemente descubiertas reservas de gas y petróleo de la zona oriental a orillas del Mediterráneo. Estos recursos naturales han sido concedidos a los magnates por el gobierno de Netanyahu, argumentando que aquellos son los verdaderos motores del crecimiento económico. La clase media de Israel, sin embargo, sostiene lo contrario: la clase media es la base de la prosperidad económica; los recursos deben servir, además de los ingresos del Estado, a la comunidad en su conjunto.

Además, la acogida de Israel en el seno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en mayo de 2010 tuvo el contradictorio resultado de contribuir a las protestas sociales. Israel tomó mayor conciencia de las brechas de ingresos existentes en el Estado.

El “milagro” de la economía de Israel en cuestión

Como ocurre a menudo, la política neoliberal legaliza la corrupción de manera estructural en el Estado. La transferencia de recursos naturales y públicos a los magnates se lleva a cabo sin problemas mediante nuevas regulaciones y nuevas leyes, y el Poder Judicial es cómplice con los intereses de los magnates. Mientras tanto, el gobierno de Netanyahu se siente orgulloso de contarle al mundo el “milagro” de la economía israelí, que ha superado la crisis financiera internacional.

Sobre el terreno, y como consecuencia directa de la magia del discurso de Netanyahu, en Israel va en aumento el número de personas que viven en la pobreza. Aunque según las mágicas estadísticas de Netanyahu el paro se está reduciendo, el número de personas que trabajan en empleos indignos crece. Las protestas sociales en curso, por lo tanto, vienen a plantear la pregunta de quién está pagando el precio del aparente florecimiento económico israelí. Por lo tanto, el vértice de este movimiento radica en la clase media y no en las clases más pobres de Israel. Además, la voz de la clase media se reproduce fácilmente en los medios de comunicación, ya que es de donde procede la mayor parte de la elite israelí.

La pregunta es, ¿puede un movimiento así proporcionar a todo el mundo igualdad de oportunidades para entrar en su espacio y tomar parte en él? La respuesta es simplemente no, porque libertad de expresión no significa simplemente igualdad de oportunidades para impactar y ejercer influencia.

A pesar de que este movimiento está formando una nueva fuerza social al desafiar a las vacas sagradas de la clase dirigente israelí, tales como la “seguridad israelí”, está cuestionando asimismo a la oposición tradicional y al sindicato más antiguo, Histadrut. Tal cuestionamiento de la elite dominante en su conjunto sólo puede darse cuando la gente comparte la sensación de que puede provocar un cambio.

¿Una protesta apolítica?

Sin embargo, la naturaleza contradictoria de la “justicia social” tal y como se entiende este valor universal en el Bulevar Rothschild de Tel Aviv, silencia todas las cuestiones de injusticia que tienen que ver con el pueblo palestino. No sólo estoy hablando de los palestinos de Cisjordania, de la Franja de Gaza y del exilio, sino también de aquellos que son ciudadanos israelíes y que padecen a diario confiscación de tierras, una legislación racista, el no reconocimiento de sus pueblos por el Estado y la judeización del Naqab (Negev) y de Galilea.

Según el discurso de este movimiento, estos son temas “políticos” y no “sociales”, y por ello no se incluyen en la comprensión que tiene el movimiento de la justicia social. Al considerarse así mismos apolíticos, los manifestantes ignoran la ocupación, el bloqueo de Gaza y el sistema racista del Estado contra los ciudadanos palestinos. (O en todo caso, los manifestantes consideran el racismo únicamente en relación con los casos de los judíos etíopes y de los trabajadores extranjeros del este asiático, pero incluso en estos casos, sobre una base individual.)

De acuerdo con la terminología israelí, ser apolítico permite incluir a grupos de asentamientos de colonos de Cisjordania, Jerusalén y el Golán, a quienes se invita a participar en las protestas. Ello crea una contradicción ética, y por supuesto, política. Los valores del movimiento social israelí, en otras palabras, se limitan únicamente a los israelíes.

Los palestinos, por el contrario, están excluidos de cualquier justicia. Según el movimiento social israelí, los 7.000 presos políticos palestinos no merecen justicia social. Por otro lado, tampoco la merecen los refugiados palestinos ni los desplazados internos. El muro de Israel en Cisjordania y el bloqueo de Gaza tampoco son cuestiones dignas de ser tratadas por un movimiento que pretende ofrecer un espacio abierto.

Se da la bienvenida a los colonos de los asentamientos pero no a las familias palestinas que son víctimas del muro erigido por la ley israelí, ni a los movimientos de solidaridad por una paz justa, ni a los pueblos de alrededor que son víctimas de regímenes militares sangrientos en estrecha colaboración militar y de inteligencia con el Estado de Israel.

Hacia un sistema de injusticia más amable

Los movimientos sociales de Israel, cumpliendo con el consenso nacional israelí, ignoran los derechos de los “otros” a la justicia social. Al no abordar las causas fundamentales del injusto sistema de Israel, el movimiento social israelí quiere que las cosas sean menos injustas en vez de cambiar el sistema y el régimen.

Al no hacer frente a la ideología sionista —colonial y racista—, ni a la naturaleza del Estado de Israel, algunos optan por considerar al movimiento social de Israel como “post-sionista”. Sin embargo, como muy bien sabemos, post-sionismo no significa ni anti-sionismo, ni des-sionización de Israel. Pero todavía creo que este movimiento puede conducir a cambios en la dirección de restablecer el estado capitalista de bienestar social que existía en Israel. Tal estado puede satisfacer los intereses de una mayoría más amplia de ciudadanos israelíes, incluidos los de los ciudadanos palestinos de Israel. Sin embargo, el movimiento social israelí no puede hacer justicia histórica a los palestinos de Israel. Aunque algunas organizaciones palestinas están participando en la movilización social, son plenamente conscientes de que sus reivindicaciones no cubren por completo la agenda social y política de los palestinos.

Entre los grupos palestinos que están participando en las protestas sociales se encuentran los palestino beduinos de al-Araqib, un pueblo del Naqab [cuya existencia] el Estado de Israel no reconoce y que ha sido derribado 28 veces por los buldóceres del gobierno. Sin embargo, a pesar de su participación, las injusticias causadas por el Estado contra los beduinos no se incluyeron en la lista de demandas de los líderes de la protesta social.

Aunque el discurso de los movimientos sociales no sea racista, no plantea cuestiones relativas al racismo. La justicia no se refiere únicamente a aquellos que hablan de ella sino también a otros. Un movimiento social no es un cuerpo estructural, por el contrario, se basa en valores, normas y en la creencia en la igualdad para todos. Sobre esta cuestión, el movimiento social israelí no pasa el examen.

A modo de conclusión, les pido que tengan en consideración que me encuentro todavía tras las rejas de una cárcel israelí. Únicamente puedo saber acerca de los últimos acontecimientos a través de la televisión, la radio o los periódicos que dejan entrar. Sin embargo, hablo como activista, aunque es difícil tener una idea de lo que sucede en el terreno. Soy uno de los 7.000 presos políticos que creen que la injusticia caerá, mientras que la liberación, la libertad y la dignidad humana se harán realidad.

* Director general de la Unión de Asociaciones Comunitarias Árabes con sede en Israel (Ittijah) y responsable del Comité Popular para la Protección de las Libertades Políticas, fue detenido en 2010 por las autoridades israelíes (http://www.webislam.com/?idt=15911). Preso político, está encarcelado en la prisión israelí de Gilboa.
Autor/a: Amir Majul Frantz Fanon Foundation

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

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