Israel: Historia de una colonización*

Prólogo de Roberto Ramírez a la reedición de julio de 2006

Este ensayo fue escrito hace más de tres décadas, poco después de la llamada «Guerra de Yom Kippur», de octubre de 1973. [1] Fue editado en Revista de América, una publicación internacional del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) de Argentina.

Hoy el mundo es muy diferente. Y también en Medio Oriente han cambiando muchas cosas. Sin embargo, el tema central del texto que reeditamos, no era la situación política de ese momento sino una cuestión que sigue más que nunca vigente: «el carácter del Estado de Israel, desde los orígenes del movimiento sionista».

Prólogo de Roberto Ramírez a la reedición de julio de 2006

Este ensayo fue escrito hace más de tres décadas, poco después de la llamada «Guerra de Yom Kippur», de octubre de 1973. [1] Fue editado en Revista de América, una publicación internacional del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) de Argentina.

Hoy el mundo es muy diferente. Y también en Medio Oriente han cambiando muchas cosas. Sin embargo, el tema central del texto que reeditamos, no era la situación política de ese momento sino una cuestión que sigue más que nunca vigente: «el carácter del Estado de Israel, desde los orígenes del movimiento sionista».

Si ahora lo rescribiésemos, reelaboraríamos ciertos puntos. Por ejemplo, en la esfera histórica, las concepciones de Abraham León sobre los judíos como un «pueblo-clase». Asimismo, el texto está demasiado volcado a la polémica con el sionismo «de izquierda», que aún se presentaba entonces como «sionismo socialista», con la mitología de los kibutz al frente. Este debate hoy es de menor importancia.

Estas corrientes sionistas que aparecían con ropaje «progresista» y hasta «socialista», eran en cierta medida una adaptación necesaria al ascenso mundial de las luchas sociales y revolucionarias que caracterizó las décadas del 60 y 70 del siglo pasado. Pero tiempo después, en los años 80 y 90, cuando la contrarrevolución capitalista e imperialista obtuvo importantes triunfos, el rostro público del sionismo y del Estado de Israel pasó a ser finalmente el de Sharon, el carnicero de Sabra y Chatila. [2] Asimismo, en estas tres décadas se ha desarrollado cualitativamente la «simbiosis» entre Israel y el imperialismo yanqui, que es un elemento fundamental de la presente situación mundial.

La relación con EEUU, como historiamos en este texto, estaba en los cimientos de la fundación de Israel en 1947/48. Sin embargo, hoy esta relación ha alcanzado características peculiares y más profundas, que no son exactamente las mismas de la posguerra. Se ha desarrollado lo que se podría llamar una «simbiosis» (o la constitución, de hecho, de Israel como el estado Nº 51 de EEUU).

Esto ha desencadenado un debate –tanto en la izquierda como en la derecha– acerca del papel (y el poder) del llamado «lobby israelí» en la determinación de la política exterior estadounidense. ¿Quién manda a quién? ¿EEUU a Israel, o Israel a EEUU? [3]

Como dijimos, en los 33 años desde la primera edición de este ensayo, no sólo han sucedido muchas cosas, sino que también la situación económica y política mundial (y la del Medio Oriente) ha experimentado cambios trascendentales. La ola reaccionaria iniciada en los 80 por la dupla Reagan-Thatcher, alcanzó triunfos significativos: desde la restauración del capitalismo en la ex URSS, el Este y China, hasta las derrotas infligidas a la clase trabajadora en EEUU, Europa y otros continentes, que abrieron paso a la configuración neoliberal del capitalismo.

En relación a Palestina, estos retrocesos se expresaron en los llamados «Acuerdos de Oslo» firmados en 1993, bajo la batuta de EEUU, entre Israel y la OLP (Organización para la Liberación de Palestina). Oslo fue un ejemplo clásico del método de las «concesiones-trampa», de dar algo para quedarse finalmente con todo.

Israel concedió el establecimiento en Cisjordania y Gaza –los Territorios Ocupados en la guerra de 1967– de una «Autoridad Nacional Palestina» presidida por Yasser Arafat, que carecía de poder real. A cambio de eso, Arafat, Fatah y la OLP renunciaron al programa histórico del movimiento nacional palestino: el establecimiento en el territorio de la Palestina histórica de un solo estado laico, democrático y no racista, donde árabes y judíos puedan vivir en paz, con igualdad de derechos. En su reemplazo, Arafat y Fatah, [4] aceptaron el principio de «dos estados», el Estado de Israel y un estado palestino en el resto del territorio.

Trece años después, el balance de Oslo es claro. No hay ningún estado palestino. Por el contrario, Israel, en permanentes operaciones de «limpieza étnica», fue expulsando a la población autóctona hasta encerrarla en tres o cuatro guetos rodeados de un muro de 8 metros de altura, donde vive en condiciones atroces (ver mapa). Esos guetos, como el de Gaza, han sido bien bautizados como «la mayor prisión a cielo abierto del mundo». [5] En el nuevo territorio robado, los sionistas fueron estableciendo colonias, además de apoderarse del 100% del suministro de agua potable de toda Palestina.

Pero a finales de los 90 y en los primeros años del siglo XXI, el péndulo comenzó a moverse mundialmente en sentido opuesto. Las aventuras de Bush para convertir a EEUU en un «super-imperialismo» que tuviese una absoluta hegemonía mundial, fueron fracasando. Por el contrario se ha abierto una «crisis de dominación» del imperialismo yanqui que es notoria, por ejemplo, en América Latina, considerada por EEUU como su patio trasero.

El equipo «neoconservador» de intelectuales, políticos y administradores que llevó a Bush a la presidencia, había formulado el «Proyecto para el nuevo siglo norteamericano» un programa global para hacer de EEUU lo que podríamos llamar un «super–imperialismo», que dominaría al mundo sin rivales durante todo el nuevo siglo, como mínimo. Este plan de acción «hegemonista» viene fracasando. Éste es el hecho que tiñe la presente situación mundial.

Sin embargo, hay que distinguir cuidadosamente entre este fracaso de la administración Bush y el poderío «estructural», económico y militar, que aún conserva el imperialismo yanqui. El desastre de Bush ha abierto una situación política mundial de «crisis de dominación» de EEUU, pero no todavía una debacle «orgánica», de este imperialismo.

Este plan hegemonista mundial tiene como centro geopolítico una «remodelación» neocolonial de Medio Oriente –lo que Condolezza Rice llama el «nuevo Medio Oriente»–. La gran apuesta de esta aventura fue Iraq. No necesitamos recordar cómo les ha ido. Sin embargó, todavía Irak no ha finalizado en un derrumbe como el de Vietnam en 1974/75.

Es en este marco mundial y regional que hay que ubicar el redoblado salvajismo de Israel, tanto contra los palestinos como ahora contra sus vecinos libaneses. [6]

Hay, entonces, un contexto que hace muy inestable la situación mundial y en particular la del Oriente Medio. Allí Bush quiso poner los cimientos del «nuevo siglo norteamericano». Su fracaso puede derivar en coyunturas explosivas y muy peligrosas, sobre todo si el gobierno de Bush o alguno de sus socios criminales, como Israel, opta por salir del paso «huyendo hacia adelante», desatando nuevas guerras y genocidios.

Es que EEUU (y el enclave imperialista llamado «Israel») pueden tratar de revertir esta coyuntura de crisis motivada por el fracaso de Irak, llevando las cosas al terreno militar (que es donde se sienten y son más fuertes). Ganar una guerra en Líbano, para «compensar» el desastre de Irak: ¿es ésa la última movida para lograr el «nuevo Medio Oriente»?

Introducción de la primera edición de 1973

El tema central de este trabajo es el carácter del Estado de Israel, desde los orígenes del movimiento sionista hasta el papel que cumple hoy día en el escenario político y social de Medio Oriente. Nos hemos entonces, circunscrito casi exclusivamente a la trayectoria del sionismo en Palestina.

Con respecto a la actual situación de Medio Oriente, no se puede tomar una posición correcta, sin antes haber precisado el carácter del Estado de Israel y de su rolu. Dada la monumental acumulación de fábulas, verdades a medias o mentiras completas que sobre este tema nos sirven diariamente desde la prensa imperialista, nos pareció necesario remontamos hasta los orígenes de la corriente colonizadora que trajo como consecuencia la fundación de Israel y ha motivado más de treinta años de luchas sangrientas en esa zona vital del planeta.

Antes de entrar a considerar la trayectoria del sionismo, en especial del sionismo en Palestina, es necesario decir algunas palabras sobre la situación particular por la que atravesaban los judíos en Europa desde mediados del siglo pasado, ya que en ese marco histórico nace el movimiento sionista.

No hay quizás un tema histórico sobre el que se haya fabulado tanto como el de la «supervivencia» de los judíos a través de los siglos. Se ha tratado de explicar este fenómeno apelando a diversos mitos: desde las características de la religión hebrea, hasta las fábulas de carácter racista (es decir, que los judíos constituirían una «raza» con características especiales que los mantendrían inmutables en cualquier circunstancia histórica).

El marxismo ha despejado estas marañas mitológicas. Marx, primero, y luego investigadores como Abraham León [7] han analizaron las causas materiales e históricas de esta «originalidad» del pueblo judío. Estas causas son terrenales y no tienen nada que ver ni con Jehová, ni con una supuesta «esencia» racial inmutable a través de las edades, como suponen tanto los antisemitas como los sionistas.

En las sociedades precapitalistas, los judíos constituyeron una clase social; o mejor dicho, un pueblo-clase. No son el único ejemplo en la historia: los gitanos, por ejemplo, constituyeron también un pueblo-clase.

En esas sociedades, los judíos representaban las formas «prehistóricas» del capital. En la sociedad feudal, por ejemplo, las dos clases principales (clases de carácter «estamentario») son los señores feudales (nobles o curas) y los siervos de la gleba. Los siervos trabajaban la tierra y debían entregar parte del producto al señor feudal, así también dedicar una parte de su tiempo a laborar en las tierras del señor. La mayor parte de lo producido era directamente consumido o usado, ya sea por el señor y los curas o por los siervos. No era para vender o cambiar el producto en el mercado y obtener una ganancia.

Se trataba fundamentalmente de una sociedad productora de valores de uso y no de valores de cambio (como es la sociedad capitalista). El cambio y el dinero, sin embargo, existían, y tenían su importancia. Pero el cambio era la excepción, no la regla. La compra-venta y el préstamo de dinero se desarrollaban relativamente al margen del modo de producción de esas sociedades productoras de valores de uso. Por eso eran ejercidos por «extranjeros», por pueblos-comerciantes (judíos, lombardos, etc.). Pueblos-clase que, como decía Marx de los judíos, existían «en los poros» de la sociedad productora de valores de uso. Los judíos, para Abraham León, serían la supervivencia de una vieja clase mercantil y financiera pre-capitalista.

Con esas relaciones materiales se entrelazaban las relaciones institucionales y las ideologías (imprescindibles para garantizar su reproducción): autoridades comunitarias, una religión» especial», el mito de considerarse descendientes del primitivo pueblo hebreo que habitaba en Palestina al principio de nuestra era, etc. Estas «superestructuras» ayudaba a mantener la cohesión del pueblo-clase y la reproducción de sus relaciones sociales, pero, al mismo tiempo, como toda ideología, falseaba la verdadera naturaleza de su existencia.

La función de los judíos como pueblo-clase no sólo explicaría su supervivencia, sino también su asimilación. Abraham León prueba con enormidad de datos que, en los lugares y las épocas donde los judíos perdían ese carácter de pueblo-clase, tarde o temprano su superestructura ideológica e institucional se derrumbaba y terminaban asimilándose.

También esto explica por qué no hay unidad «racial» entre los judíos: fueron numerosos los casos de conversión, a veces masiva, al judaísmo. Eso explica que haya habido judíos de «raza» mongólica en el Daghestán, judíos negros (los falasha) en Etiopía, judíos árabes en el Islam y judíos de origen eslavo y hasta turco (como los khazars del sur de Rusia y el norte del Caúcaso que ante las presiones del Imperio Bizantino y de los estados islámicos, decidieron masivamente convertirse al judaísmo). El mito de la descendencia común de Abraham o de los habitantes de Palestina a principio de nuestra Era, no resiste al menor examen.

Al desarrollarse el capitalismo, la vieja clase comercial pre-capitalista judía se le fueron disolviendo las bases materiales de su existencia como pueblo-clase. En Europa Occidental, especialmente en Inglaterra, donde más tempranamente se desarrolla el modo de producción capitalista, los judíos comienzan en forma natural a asimilarse. Este proceso hubiera sido general –con el retardo lógico que imponen las rémoras religiosas, familiares, etc.– si el capitalismo europeo en su conjunto hubiese seguido tras los pasos de sus regiones más avanzadas. Pero este proceso «natural» de asimilación se «atasca» en el resto del continente y en especial en la atrasada Europa Oriental.

En el siglo XIX, nace el moderno imperialismo, y en el siglo XX se abre una era de guerras y revoluciones. El capitalismo, al entrar en su edad senil, no puede resolver los problemas que no alcanzó a solucionar en su juventud… entre ellos el «problema judío» en Europa.

Así, en Europa Oriental, las masas judías comenzaron a enfrentar en la segunda mitad del siglo XIX situaciones difíciles. Por un lado, el desarrollo capitalista –como hemos señalado– destruía sus viejas formas de existencia como pueblo-clase. Pero, por otro lado, el capitalismo europeo ya era incapaz de asimilar a los judíos a la burguesía y las clases medias, en forma «natural», como había sucedido en Inglaterra, por ejemplo.

El desarrollo del moderno antisemitismo europeo, que culminaría con el régimen nazi, tiene que ver en parte con este problema. Sale fuera de los marcos de este estudio, analizar esta monstruosa erupción de racismo. Señalemos únicamente que el antisemitismo moderno –aunque retomaba ideologías medievales– tenía un contenido real muy distinto. Se manifestaba en el contexto de crisis sociales y políticas del moderno capitalismo, incapaz de resolver «pacíficamente» el atraso y el desarrollo desigual de amplias regiones de Europa y conciliar las rivalidades interimperialistas que iban a llevar finalmente a las guerras mundiales de 1914-18 y 1939-45. El antisemitismo era también parte de la política de algunos regímenes imperialistas, a los que convenía usar a los judíos como blanco para desviar el descontento de las clases medias e incluso de sectores atrasados de la clase obrera.

Frente a su dramática situación, las masas judías en Europa, en especial en Europa oriental, tenían diversas opciones políticas. El marxismo que ejercía una gran atracción sobre ellas, planteaba la solución del problema judío en los términos de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo.

El socialismo planteaba a las masas judías oprimidas del este de Europa fusionarse con la clase trabajadora y sus luchas. Para las masas judías miserables de Polonia, Ucrania o Rusia ya estaba cerrado el camino que habían seguido sus correligionarios más afortunados de Inglaterra o Francia: el camino de su asimilación como burgueses o pequeñoburgueses en los marcos del capitalismo. Pero sí podían y debían asimilarse a los trabajadores en la lucha por el socialismo.

Mientras el Imperio Zarista estimulaba los choques de rusos contra polacos o ucranios, y de todos contra los judíos, mientras el Imperio Austro-Húngaro hacía lo mismo en el mosaico de pueblos que dominaba, los marxistas revolucionarios llamaban a la unidad de todos los trabajadores (de cualquier lengua, nacionalidad o «raza») para luchar contra esos regímenes y contra toda la burguesía imperialista europea. El fin del capitalismo en Europa y la instauración del socialismo, no solamente habrían de terminar con la explotación de una clase por otra, sino también con toda forma de opresión: sea nacional, de sexo, racista, etc. El socialismo terminaría con la «cuestión judía» que el capitalismo se mostraba incapaz de solucionar. [8] (2)

Fueron así numerosos los obreros, estudiantes e intelectuales de origen judío que ingresaron a las filas socialistas y se asimilaron a los trabajadores de sus países. Trotsky, Rosa Luxemburgo, Kamenev, Zinoviev, Radek, Leo Jogiches, son sólo unos pocos nombres entre cientos de miles.

Pero el viejo pueblo-clase -como ya hemos señalado- bajo las condiciones del moderno capitalismo era cada vez menos homogéneo. Si, por un lado, muchos judíos proletarizados, estudiantes e intelectuales y sectores de clase medida pobre se fusionaron con el movimiento socialista y revolucionario, por la otra punta se hallaban señores como los Rothschild, el Barón Hirsh, y otros multimillonarios hermanados a la burguesía imperialista de los diversos países europeos. De una punta a la otra, se escalonaban las distintas capas burguesas, pequeñoburguesas, semiproletarias, etc. Esto daba la base social para otras opciones políticas que, por supuesto, nada tenían que ver con el socialismo revolucionario. Más bien serían sus enemigas. Entre las salidas burguesas o pequeñoburguesas a la «cuestión judía», las más importantes serían el sionismo y el bundismo.

Los bundistas [9] surgieron en Rusia y otros países del Este europeo como una rama de la socialdemocracia. El Bund, supuestamente socialista y teóricamente revolucionario, era en verdad un reflejo del nacionalismo burgués en el seno del proletariado judío.

Con diversos argumentos, entre ellos el de mantener la «cultura nacional», sostenía que los obreros judíos debían organizarse aparte de los obreros rusos, polacos, etc. El Bund le hacía el juego a la burguesía al dividir a los trabajadores de cada fábrica o ciudad según su origen nacional o «racial».

La base social del Bund la constituían los sectores artesanales, semiproletarios u obreros de pequeños talleres, especialmente de la industria del vestido y la peletería. Era un vasto sector con un pie en el viejo gueto y otro en el proletariado industrial moderno. Esto se reflejaba en la ideología del Bund, que por un lado se reivindicaba marxista, y por el otro negaba el internacionalismo al levantar barreras entre los obreros de distinto origen.

Este carácter contradictorio (relacionado con una contradicción real de su base social) determinaba que, a pesar de su capitulación al nacionalismo burgués, el Bund no planteara que los trabajadores judíos debían apartarse de la lucha de clases y ponerse a las órdenes de Rothschild para marchar a colonizar Palestina u otro territorio. Esta tarea le estaba reservado al sionismo.

Surge el movimiento sionista

En el mismo año (1897) en que era fundado el Bund, se realizaba en Basilea (Suiza) el Congreso de fundación de la Organización Sionista. Esta tenía su prehistoria:

«La rápida capitalización de la economía rusa –dice Abraham León– luego de la reforma de 1863, hace insostenible la situación de las masas judías en las pequeñas ciudades. En Occidente, las clases medias, desmenuzadas por la concentración capitalista, comienzan a volverse contra el elemento judío cuya competencia agrava la situación. En Rusia, se funda la asociación de los «Amantes de Sión». Leo Pinsker escribe «Autoemancipación», libro en el que preconiza el retorno a Palestina, como única solución posible a la cuestión judía.

«En París, el barón Rothschild, que como todos los magnates judíos ve con poca simpatía la llegada a Occidente de los inmigrantes judíos de Europa oriental, comienza a interesarse en la colonización judía de Palestina. Ayudar a esos «hermanos infortunados» a volver al país de sus «antepasados», es decir, a que se fueran lo más lejos posible, no tenía nada de desagradable para la burguesía judía occidental que con razón temía el ascenso del antisemitismo. Poco después de la aparición del libro de Leo Pinsker, un periodista judío de Budapest, Teodoro Herzl, asiste en París a las manifestaciones antisemitas provocadas por el proceso Dreyfus. Escribirá «El Estado Judío» que hasta hoy sigue siendo la Biblia del movimiento sionista.» [10]

Aunque la Organización Sionista iba a disputar los mismos sectores sociales que el Bund e incluso que el socialismo revolucionario, su carácter de clase era marcadamente distinto: aparecía como el programa de un sector de la gran burguesía judía, sector que terminaría siendo dominante dentro de ella.

Los apologistas del sionismo tratan de oscurecer este hecho argumentando que, en sus inicios, la mayor parte de la gran burguesía judía era asimilacionista y no apoyaba al sionismo. Eso es verdad, pero únicamente prueba que, como sucede siempre con toda idea nueva de cualquier clase social, al principio sólo es patrimonio de una minoría. Lo que hay que preguntarse es si históricamente –es decir, a largo plazo– el sionismo terminó siendo la ideología y la política del conjunto de la gran burguesía judía, especialmente de las más poderosa, la que forma parte de la burguesía imperialista de Estados Unidos.

Se aduce que los pioneros de la colonización palestina eran artesanos, pequeños comerciantes pobres, gentes en fin de las que se puede decir cualquier cosa menos que tenían una abultada cuenta bancaria. De esa forma tratan de dar una imagen «plebeya» y hasta «obrera» y «socialista» de los orígenes del sionismo. Se nos presentan las figuras de Pinsker, un humilde soñador, de Herzl, un simple periodista que se convierte en el segundo Moisés, de Borojov, «socialista» y «marxista», etc.

Por supuesto que no entraba en los planes del Barón Edmund de Rothschild y de otros caballeros como él, trasladarse personalmente a trabajar la tierra en Palestina. Pero eso no significa nada en cuanto a la caracterización de clase del sionismo. La clave era ¿a quiénes le convenía que los humildes y desesperados sastres, buhoneros y desocupados de Varsovia o Lublin fueran fletados a Tierra Santa? Eso es lo que Abraham León señala.

Si hay alguna duda de lo que significaba esto en relación a la situación europea, es el propio Herzl quien se encarga de despejarla: uno de sus temas obsesivos es que la emigración de judíos a Palestina es la única garantía de que no serán captados por los «partidos subversivos».

Herzl se entrevista con Guillermo II, Emperador de Alemania. ¿De qué hablan?: «Herzl expuso su proyecto en líneas generales. Conversaron luego sobre el problema judío, el caso Dreyfus, la influencia de Alemania en el Oriente y el provecho que podía sacar de la solución del problema judío, el cual, si no fuera solucionado, empujaría –como Herzl no dejó de recalcar– a los judíos a los partidos subversivos. El Kaiser pareció estar convencido.» [11]

Herzl habla ante el primer Congreso Sionista: «Si, finalmente, el gobierno de Rusia permanece neutral, los judíos se ven sin protección en el régimen existente y se pasan a los partidos subversivos… El sionismo es, sencillamente, el pacificador.» [12]

El Imperio Zarista era ferozmente antisemita. Una de sus costumbres, cuando había perturbaciones sociales o políticas, era la organización de «pogroms», grandes cacerías de judíos. Pero la preocupación de Herzl es impedir que los judíos se unan a los partidos que quieren derribar ese régimen sanguinario.

Esta función del sionismo como «pacificador» y obstáculo para que los judíos «se pasen a los partidos subversivos» es lo que permite a Herzl llegar a acuerdos con los personajes más siniestros del Imperio de los Zares, tales como Plevhe, el conde Whitte o Ivan von Simonyi, todos ellos antisemitas notorios y organizadores de pogroms.

««Hasta ahora, mi partidario más ardiente es el antisemita de Presburgo, Ivan V. Simonyi…», escribe Herzl el día 4 de marzo de 1896″. [13]

Posteriormente, en vísperas de la primera revolución rusa, Herzl llega a Petrogrado y hace un acuerdo con Plevhe, ministro del Zar… y declarado antisemita: «Celebré mucho la oportunidad que se me ofreció –informa luego Herzl al VI Congreso Sionista– para entrar en contacto con el gobierno de aquel país [Rusia], y puedo decir que encontré comprensión para las aspiraciones sionistas, escuchando también las manifestaciones de buena voluntad de hacer algo decisivo para nosotros… . En cuanto al movimiento sionista, se me hicieron mayores promesas. Puedo decirles a ustedes que el gobierno ruso no tiene la intención de poner trabas al sionismo, con tal que éste conserve su carácter tranquilo y legal. Además, el gobierno ruso está dispuesto a contribuir a los gastos de una emigración dirigida por nosotros los sionistas.» [14]

¿Qué intereses podía representar un movimiento como el sionista que, a las puertas de la revolución, lograba el milagro de que el gobierno zarista –antisemita feroz y que reprimía incluso a los partidos burgueses democráticos– le permitiera no sólo funcionar sin «trabas», sino que además «contribuía a sus gastos»? Y esto lo conseguía el sionismo de un régimen mundialmente famoso por organizar pogroms contra los judíos.

Esto permite ubicar al naciente sionismo en el espectro de la política europea. Si se hubiera reducido a eso, habría pasado a la historia como uno de los tantos partidos reaccionarios que pululaban en el Centro y el Este del viejo continente. Pocos sabrían hoy de su existencia. Pero el programa sionista no se reducía únicamente a apartar a las masas judías de la lucha de clases en Europa (y por consiguiente de los «partidos subversivos»); su otra cara era trasladar a esas masas fuera de Europa para constituir un Estado Judío.

La historia del sionismo según los sionistas (de izquierda)

Los defensores del sionismo, especialmente sus apologistas de «izquierda», reivindican precisamente esta otra cara. Aceptan que Herzl y el movimiento sionista no eran precisamente un factor progresivo en la política europea, pero argumentan que eso es secundario frente a un hecho esencial: el sionismo sería el movimiento de liberación nacional del pueblo judío. Un movimiento nacional similar, en última instancia, al que logró la independencia de Argelia o de la India, de los países de África negra o de Indonesia, etc.

Esos «movimientos nacionales» generalmente no están dirigidos por el proletariado ni sus organizaciones políticas son marxistas revolucionarias, pero los socialistas consideramos que esas luchas por la independencia, la «autodeterminación nacional», deben en general ser apoyadas.

Así, Lenin y Trotsky sostuvieron, por ejemplo, la lucha por la independencia nacional de Turquía, a pesar de estar dirigida por la burguesía y con anticomunistas como Kemal Ataturk a su frente. De la misma manera, apoyaron la lucha del Afganistán contra el imperialismo inglés, a pesar de que su dirección ni siquiera era burguesa sino «feudal». ¿Era acaso más progresivo el Emir «feudal» de Afganistán que el burgués Teodoro Herzl?

Por otra parte, continúa la argumentación sionista, después de Herzl, la dirección del movimiento sionista fue tomada en Palestina por los pioneros, los ex artesanos y pequeño burgueses del gueto, convertidos en obreros y campesinos en su propia tierra.

«El sionismo, sociológicamente hablando –dice Dov Barnir, dirigente del MAPAM, partido sionista de «izquierda»– fue un movimiento de la pequeña burguesía pauperizada, que, por su propia esencia y sus actividades, de hecho, tuvo dos objetivos: la proletarización de las masas judías y la organización de su productividad. Venid a Israel y mirad: Veréis un millón de trabajadores judíos –con sus familias, un millón y medio de personas– que abandonaron el negocio, descendieron a las minas, manejan el martillo y trabajan la tierra. ¿Es esto «burgués»?

«Cuando el movimiento sionista, ampliamente democrático, crea una coalición de partidos (que nada tienen que ver con las coaliciones gubernamentales israelitas), ¿será eso una «connivencia» con la burguesía, en un momento que en que los «frentes únicos» del Tercer Mundo no reconocen… diferenciación social?… No olvidemos que, desde los años treinta, el movimiento sionista mundial se encuentra bajo una hegemonía obrera…» [15] (se refiere a que está dirigido por partido laborista MAPAI).

Y añade más adelante: «El propio Mao Tse Tung no desdeñó ni rechazó, en la hora de la liberación nacional, la ayuda de partidos normalmente llamados burgueses… En el caso particular de las naciones modernas, discriminadas u oprimidas, el proceso parece ser el siguiente: quien dice opresión, dice movimiento nacional de liberación; quien dice movimiento nacional, dice coalición nacional; y quien dice coalición nacional, progresista y no reaccionaria, dice hegemonía indispensable para la clase obrera y campesina. Fue ésta, en sus grandes líneas, la historia del sionismo.» [16]

Veamos más en detalle cómo habría sido –siempre de acuerdo a los sionistas– la historia de este «movimiento de liberación nacional»: el pueblo judío, dispersado por la ocupación romana de Palestina, habría deseado constantemente volver a esa tierra, a la cual tiene más derecho que nadie, según fundamentan los textos bíblicos. [17]

No se explica por qué durante dos mil años no intentó regresar, a pesar de que tenía muy posibilidades para hacerlo, especialmente durante la Edad Media, en que los judíos gozaban de una posición privilegiada en el mundo árabe y se llevaban muy bien con el Islam.

Sea lo que fuere, en la segunda mitad del siglo XIX, motivado por el crecimiento del antisemitismo en Europa, se concreta el sionismo como «movimiento de liberación nacional». Comienza a organizarse la emigración a Palestina. Este país, según los sionistas, se hallaba en un estado deplorable, vacío o casi vacío:

«Vastas regiones del país permanecían inexploradas y pertenecían a señores feudales ausentes. Estaban infestadas de malaria y, aparte de algunas tiendas dispersas de beduinos, estaban deshabitadas y, por consecuencia, disponibles.» [18]

«Se codeaban en Tierra Santa núcleos heterogéneos, musulmanes (shiitas y sunnitas), cherquizes, maronitas, cristianos, griegos ortodoxos. De hecho, algunas familias de campesinos judíos nunca habían abandonado el país después de la destrucción del Segundo Templo y mantenían en Galilea dos aldeas tradicionales. Fue para una tierra sin pueblo que lentamente, a fin del siglo pasado, se comenzó a encaminar un pueblo sin tierra.» [19]

Según los sionistas, este pueblo regresaba a su tierra para trabajarla y de ninguna manera pensaba explotar –como hacen los colonialistas– la mano de obra de los árabes: «En una colonia, el indígena trabaja y no posee, mientras que el colono posee y no producen. En el Estado de Israel, los judíos poseen la tierra y la cultivan ellos mismos, al mismo tiempo que los árabes poseen también sus tierras y las cultivan igualmente ellos mismos.» [20]

En 1917, el gobierno inglés, en retribución a los servicios científicos prestados por el gran químico sionista, el Dr. Weizmann, emitió la «Declaración de Balfour», donde se reconocía el derecho a establecer en Palestina un «Hogar Nacional» para el pueblo judío. Según el Dr. Weizmann, fue «un acto único de conciencia mundial». [21]

Sin embargo, el imperialismo inglés, muy pronto se arrepintió de este «acto de conciencia», poco frecuente en él, y, bajo el «Mandato» de la Sociedad de Naciones, convirtió a Palestina en una colonia. El sionismo desarrolló, entonces, una lucha antiimperialista que culminó en una «guerra de liberación antibritánica»: «el Estado de Israel surgió… de una colonia británica y no de un Estado árabe». [22] «La lucha de los judíos contra el colonialismo británico fue una lucha antiimperialista, asistida por la Unión Soviética.» [23] En esa lucha –según los sionistas– se forjó un «ejército de liberación nacional» o «milicia popular»: la Haganá.

Lamentablemente los árabes fueron lanzados contra los israelíes y hubo que luchar también con ellos. ¿Por qué sucedió esto, según los sionistas?: El pueblo árabe estaba bajo la influencia de sus señores «feudales» [24] y gobiernos reaccionarios que eran movilizados por el imperialismo británico y también por el nazismo: «La sociedad árabe era semifeudal, gobernada por propietarios y jefes religiosos. La población judía representaba un factor de modernización, introducía estructuras económicas y sociales capitalistas y, al mismo tiempo, elementos de tenor socialista.» [25] Además, traía el sindicalismo, bajo la forma de la gran central obrera Histadrut.

Según los sionistas, al comprar sus tierras a los grandes señores árabes, estaban produciendo una verdadera revolución agraria: «¿Vamos a tomar partido por el antiguo feudalismo árabe, y deplorar que no haya sido una revolución árabe sino una revolución judía la que pacíficamente destruyó al feudalismo?» [26]

El hecho desgraciado es que, soliviantados por la propaganda reaccionaria de los feudales sostenidos por el imperialismo inglés, los árabes se opusieron a la resolución de las Naciones Unidas que impuso en 1947, la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, por un lado, y de un Estado Palestino árabe, por el otro. Se desató la guerra civil y además Israel fue invadida por cinco Estados árabes. Pudo vencerlos, entre otras cosas, por la ayuda de la Unión Soviética y demás países socialistas que habían apoyado la partición. Ellos abastecieron de armas a Israel. «La guerra de 1948 fue emprendida por los regímenes árabes feudales y reaccionarios para evitar el progreso social en la región.» [27]

Israel venció a los feudales, pero, lamentablemente, se creó el problema de los refugiados, Muchos palestinos, enceguecidos por la propaganda de los gobiernos árabes, dejaron el país esperando volver detrás de los ejércitos árabes victoriosos. Al ser estos derrotados, no pudieron regresar. Por otra parte, los Estados árabes se apoderaron de la mayor parte del territorio que le hubiera correspondido al Estado Palestino, el cual, por culpa de ellos, no pudo ser creado. Desde entonces, los refugiados viven en campamentos miserables en Jordania, Líbano, etc.

«Es cierto que los campamentos de refugiados árabes son un escándalo y una vergüenza, estigma de la violencia utilizada contra las poblaciones civiles: pero son una vergüenza para los árabes, no para los judíos. Son una violencia injusta que se arrastra desde hace veinte años, pero es impuesta a los árabes por los árabes, no por los judíos.» [28]

¿Cómo es que son tan malos los árabes con sus paisanos? Porque –contesta Misrahi– «precisan mártires» [29] «¿En realidad, a los árabes les falta territorio? ¿Les faltan tierras que les permitan integrar a los refugiados?» [30] Concluyen los sionistas que, si no lo hacen, es porque no quieren.

Así, de acuerdo a estos sionistas, desde 1948, Israel va construyendo una sociedad casi socialista; de un socialismo muy singular, si se quiere, pero socialismo al fin. «El socialismo es un proyecto en los países árabes, y una realidad en Israel.» [31] Los Kibbutzim (granjas colectivas) son el más grande ejemplo de esa marcha al socialismo. «Los Kibutzim nunca utilizan ningún asalariado exterior al Kibutz, para no explotar a ningún trabajador.» [32] El rol fundamental que juega la poderosa central obrera (la Histadrut) también daría fe de lo que dicen los sionistas.

Desgraciadamente este peculiar socialismo no puede construirse en paz. Los árabes se obstinan en mantener un estado de guerra permanente: «Las revoluciones antifeudales «progresistas» de los países árabes, en lugar de reconocer su común interés con Israel en el desarrollo progresista, siguieron y endurecieron los procedimientos chauvinistas de los regímenes feudales.» [33]

Así, en 1956, las incursiones de los guerrilleros palestinos obligaron a Israel a invadir el Sinaí, en momentos en que Nasser acababa de nacionalizar el Canal de Suez. Israel debió aliarse en ese momento a Inglaterra y Francia para atacar Egipto, pero no por motivos imperialistas (como ser que el Canal volviera a manos de la Compañía anglo-francesa que Nasser nacionalizaba), sino para destruir los nidos de guerrilleros.

En 1967 sucedió algo parecido: 100 millones de árabes se aprestaban a caer sobre 2,5 millones de israelíes y «arrojarlos al mar»… ¡y se repito el milagro de David venciendo a Goliath!

Según los sionistas, todas las acciones del Ejército de Israel han tenido siempre el mismo carácter: son defensivas o «preventivas». Las incursiones a los campamentos palestinos tienen la misma razón, aunque «Al-Fatha no comprenda más que unos centenares de temerarios» . [34] Ellos dicen representar a un «pueblo palestino». ¿Pero, se puede hablar realmente de «pueblo palestino»? : «Desde el punto de vista jurídico, no existe el pueblo palestino. Desde el punto de vista sociológico, no soy un especialista, pero no estoy seguro que así sea… y o no concibo seriamente el concepto de «pueblo palestino».» [35]

Finalmente, digamos que para los sionistas, es falso que Israel sea la cabeza de puente de los EEUU en Medio Oriente. Israel nació fundamentalmente apoyada por la URSS, y no por EEUU. Si ha tenido después que sostenerse en Norteamérica, ello se debe –según los sionistas– a que la URSS comenzó a coquetear con los regímenes árabes después de 1950.

Los extraños comienzos de un «movimiento de liberación nacional»

Hasta aquí hemos visto la historia de Israel, narrada por el sionismo; o, más bien, por la «izquierda» sionista, ya que el ala derecha, un Gral. Dayan, por ejemplo, no se toma el trabajo de pasar por «antiimperialista» ni «socialista». Pero estas «historias» sionistas sólo prueban una cosa: que la capacidad de mentir es infinita.

Regresemos a los inicios del movimiento sionista. Es decir, a finales del siglo XIX, en que comienza la emigración a Palestina y se plasman la ideología, la política y la organización del sionismo.

Es totalmente mitológico hablar de «sionismo» antes de esa fecha, aunque algunos digan que el sionismo habría sido fundado -¡crease o no!– por Moisés en persona cuando salió de Egipto. [36] Por supuesto que esto no se puede tomar en serio. Se trata de uno de los tantos mitos nacionalistas, como el de Rómulo y Remo en Italia, por ejemplo. Sin embargo, lo hemos citado no para reírnos sino por una razón más seria: detrás de leyendas como éstas se quiere esconder el verdadero marco histórico en que se inicia el sionismo: este marco es el de la expansión colonial de Europa en Asia y África.

«Hemos visto –dice Lenin– que el período de desarrollo máximo del capital premonopolista, el capitalismo en el que predomina la libre competencia, abarca de 1860. a 1880. Ahora vemos que es justamente después de este período cuando comienza el enorme «auge» de las conquistas coloniales, se exacerba hasta un grado extraordinario la lucha por el reparto territorial del mundo. Es indudable, por consiguiente, que el paso del capitalismo a la fase de capitalismo monopolista, de capital financiero [es decir, a la fase imperialista, N. de la R], se halla relacionado con la exacerbación de la lucha por el reparto del mundo. [37]

¿Qué tiene que ver esto con el sionismo? ¿Cómo es posible relacionar la expansión colonial del imperialismo europeo con las esperanzas del humilde artesano, o el estudiante pobre, que en los guetos de Europa Oriental comenzaban a soñar con tener un país en que no fueran humillados y perseguidos?

Cuando hablamos de la expansión colonial europea, las imágenes que nos hacemos son las de la poderosa flota inglesa «dueña de los mares», los cañones de los ejércitos del Kaiser, la Legión Extranjera de la «libre Francia» dedicada a la caza de árabes en el norte de Africa, o los cosacos del Zar expandiéndose por el Asia. Es difícil, en principio, incluir en esto al pequeño comerciante de Kishinev que vivía temblando ante la posibilidad de un pogrom. Pero había un hecho objetivo, –como dice Rodinson– «un pequeño detalle, aparentemente sin importancia: Palestina estaba ocupada por otro pueblo.» [38]

Leyendo la Biblia del sionismo –»El Estado Judío» de Teodoro Herzl– se puede apreciar muy bien el «pequeño detalle» de que señala Rodinson. Herzl habla allí de todo, establece desde el horario y los turnos de trabajo, hasta cómo serán las viviendas, el color de la bandera, etc. Pero hay una sola palabra que no figura en el libro de Herzl; es la palabra: «árabe».

Este intelectual europeo de fines del siglo XIX, resolvía minuciosamente en su libro todos los problemas que preveía para la fundación del nuevo Estado y su funcionamiento. ¿Es casual que se haya olvidado de tratar el problema de que Palestina ya estaba habitada (y no por judíos) y que esos habitantes podían tener algo que opinar al respecto?

Si Palestina hubiera sido, en esos momentos, el territorio de una gran potencia, ¿Herzl se hubiera planteado o no la cuestión de sus habitantes como el problema principal a encarar? Si el Estado que pensaba fundar, en vez de establecerse a orillas del Jordán, debía estar en el Támesis o en el Sena, ¿no hubiera planteado Herzl, como cuestión central, la presencia de los ingleses o los franceses?

La ideología de una sociedad, es la ideología de su clase dominante. Las burguesías imperialistas europeas, había contagiado la ideología de la expansión colonial a toda la sociedad y aun a gran parte de la clase trabajadora. Salvo para un sector minoritario, revolucionario, del movimiento obrero y el socialismo, para el resto de los europeos (incluso para muchos de los más pobres y oprimidos) el mapa del mundo estaba «en blanco» fuera de las zonas «civilizadas» de Europa y América.

Así, cuando Herzl ni menciona siquiera a los árabes o cuando luego Zangwill lanza su famoso lema (»un pueblo sin tierra, para una tierra sin pueblo»), sabían, por supuesto, de la existencia de los árabes. No se trataba de un «error de información». Lo que ellos venían a decir simplemente, es que Palestina era una tierra sin pueblos… europeos! O sea, poblada por subhumanos. [39] Y en esto, el sionismo no inventaba nada: se ubicaba en la ideología que presidía la expansión colonial de Europa.

Dentro de esta concepción general, se ve ahora más claro el papel que les estaba reservado a los desesperados judíos de Europa Oriental. Es que en el colonialismo europeo de fin de siglo, también las masas más miserables tenían asignada una función a cumplir.

Lenin llama la atención sobre este aspecto, a veces olvidado, del colonialismo europeo. Lenin cita a Rhodes, el creador de la colonia africana de Rhodesia y uno de los ejecutores de la etapa colonialista del imperialismo: «Cecil Rhodes, según cuenta un íntimo amigo suyo, el periodista Stead, le decía a éste a propósito de sus ideas imperialistas: «Ayer estuve en el Est-End londinense (barriada obrera) y asistí a una asamblea de desocupados. Al oír allí discursos exaltados cuya nota dominante era ¡pan! ¡pan!, y al reflexionar, de vuelta a casa, sobre lo que había oído, me convencí más que nunca de la importancia del imperialismo… La idea que yo acaricio representa la solución del problema social: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una guerra civil funesta, nosotros, los políticos coloniales, debemos posesionamos de nuevos territorios; a ellos enviaremos el exceso de población»…» [40]

¿En qué difiere esto del planteamiento de Herzl? Reemplacemos las palabras «problema social» por «problema judío», «guerra civil funesta» por «pasarse a los partidos subversivos» y notemos que el Rhodes tampoco se molesta en mencionar a los habitantes nativos de esos «nuevos territorios» –¡también eran «tierras sin pueblo»!–. Hagamos eso y tendremos casi completa la concepción de Herzl. Casi completa, decimos, porque a Herzl le faltaba un factor fundamental que veremos más adelante.

La expansión colonial exhibía así su máscara filantrópica: ¿Quiénes podían estar en contra de que los hambrientos del West End –que gritaban ¡pan! ¡pan! y amenazaban con una guerra civil– salieran de sus tugurios para hacerse una vida mejor en las praderas de Sud Africa? Y realmente ganaban con el cambio… lástima que a costa de los africanos.

¿Y quiénes podían oponerse que los pobres judíos de Europa Oriental salieran de la oscuridad de sus guetos para tostarse bajo el sol de Palestina? Y también ganaban en el cambio, lástima que a costa de los árabes. Y esto, en cualquier idioma, se llama colonialismo.

El sionismo en busca de un buen partido

Por motivos didácticos, hemos comenzado el análisis de la colonización sionista de Palestina por sus concepciones generales y su ideología. Vayamos ahora a su política.

Renglones atrás, decíamos que a Herzl le faltaba un factor fundamental que Rhodes, más afortunado, poseía: un imperialismo propio; en el caso de Rhodes, el imperialismo inglés.

Es por eso que la política de Herzl (y de sus sucesores) va a tener como eje ese problema; es decir, empalmar o «casarse» con alguna potencia imperialista.

Esto explica que la actividad principal de Herzl sean sus gestiones ante las distintas potencias imperialistas europeas, buscando insertar el sionismo como parte de su política colonial.

Se dirige con ese propósito al Kaiser Guillermo II (Emperador de Alemania), a su socio menor, el Sultán del Imperio Turco, y finalmente al Imperio Británico. Palestina, en ese momento se hallaba en manos de Turquía.

«Si Su Majestad el Sultán –le escribe Herzl– nos diera Palestina, nos comprometeríamos a estabilizar completamente las finanzas de Turquía. Para Europa, constituiríamos allí un bastión contra el Asia, seriamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie. Como estado neutral, nos mantendríamos en permanente contacto con Europa, la que garantizaría nuestra existencia.» [41].

Comentando esto, acota Rodinson: «sería difícil ubicar con más claridad al sionismo dentro la estructura de la política imperialista europea». [42]

Luego Herzl le propone al Kaiser «una Chartered Company bajo el protectorado alemán». [43] ¿Qué era una «Chartered Company»? El clásico del sionismo, N. Sokolow, lo explica: «Todas las grandes victorias de Gran Bretaña en sus conquistas pacíficas [sic], que comenzaban por la institución de un fondo o un trust, inspiraban a los sionistas. Cecil Rhodes [¡otra vez el Sr. Rodhes!], que empezó con sólo un millón de libras esterlinas, creó Rhodesia, que tiene una superficie de 750.000 millas cuadradas. La Compañía Británica del Norte de Borneo poseía un capital de 800.000 libras esterlinas y ahora domina un territorio de 31.000 millas cuadradas. La Compañía Británica de África Oriental, que posee 200.000 millas cuadradas, dio comienzo a sus actividades con un capital inicial de 250.000 libras esterlinas, es decir, el mismo que tiene el Trust Colonial Judío» [44] (fundado por Herzl para esos fines).

Sencillamente, Herzl proponía al Kaiser establecer en Palestina una colonia bajo protectorado alemán y le solicitaba que para eso presionara al Sultán.

El Kaiser no prestó ayuda a Herzl y en cuanto al Sultán de Turquía –estado que era imperialista en relación a los pueblos árabes que dominaba, pero simultáneamente muy atrasado y dependiente del imperialismo germano– contestó así: «El Imperio Turco no me pertenece, pero sí al pueblo turco. No puedo distribuir ningún pedazo de él. ¡Que los judíos se queden con sus millones! Cuando mi Imperio sea dividido, podrán obtener Palestina gratis. Pero habrá de ser sólo nuestro cadáver el que será dividido. No aceptaremos nunca una vivisección.» [45] Esta respuesta del Sultán resultaría profética.

Frente al rechazo del Gran Turco, es significativa la reacción de Herzl: espera obtener la «Chartered Company», es decir la colonia, «después de la repartición de Turquía.» [46]

¿Quién era el candidato a operar la «vivisección» o reparto del cadáver turco?: el Imperio Británico. Hacia él se dirige Herzl, pero aún era demasiado pronto. El nuevo reparto del mundo colonial se realizaría recién en la guerra de 1914, la Primera Guerra Mundial imperialista. Herzl fallece en 1904.

Primera boda del sionismo: la Declaración Balfour

«La Divina Providencia ha situado a Siria y Egipto en la vía entre Inglaterra y las más importantes regiones de su comercio exterior colonial, India, China, el Archipiélago Índico y Australia… Por ello, la Divina Providencia llama a Inglaterra a ocuparse enérgicamente de crear condiciones favorables en esas dos provincias… Inglaterra debe poner manos a la obra de la renovación de Siria por mediación del único pueblo cuya energía puede ser utilizada constante y eficientemente, por mediación de los verdaderos hijos de esa tierra, los hijos de Israel.» [47] Estas palabras, por boca del Cnel. George Gauler, ex-gobernador de Australia, fueron pronunciadas en el Parlamento británico en la temprana fecha del 25 de enero de 1853. Y no son únicas.

Es que desde mediados de siglo, el Imperio se expandía a todo vapor. Por eso, sus estadistas barajaban cualquier clase de artimañas para poner pie en todos los continentes. Una de las más ingeniosas y frecuentes era la de utilizar, importar o inventar conflictos en los países atrasados, en los que Gran Bretaña intervenía para «pacificar» o «defender los derechos» de alguna de las partes.

La idea de cumplir los mandatos de la «Divina Providencia», es decir, de usar a los judíos de carne de cañón para colonizar «Tierra Santa», siempre estuvo flotando en Londres, desde mucho antes que existiera el sionismo. Lord Shaftesbury en carta a Palmerston, Ministro de Relaciones Exteriores, le sugiere que ese método «sería el modo más barato [sic] y seguro de proporcionar a estas despobladas regiones [otra vez Palestina es la «tierra sin pueblo»] de todo lo que necesitan». [48] Similares proyectos también flotaban en París.

Las condiciones subjetivas para el primer «casamiento» del sionismo estaban dadas, pues, hace tiempo. Las gestiones de Herzl en Londres fueron bien acogidas, pero, como ya hemos señalado, había un «inconveniente»: Palestina se hallaba en manos de Turquía. A Herzl le ofrecieron momentáneamente colonizar Uganda o el Sinaí egipcio. Esto no cuajó.

Había, además, otra problema más grave: el sionismo no era fuerte entre las masas judías. Quienes querían emigrar, lo hacían masivamente a América, poquísimos a Palestina. Y una buena parte de los que quedaban se hallaban influidos por los malditos «partidos subversivos» que desvelaban a Herzl. Eran judíos, pero decididamente antisionistas. Esto cambiaría luego por varios motivos, el crecimiento del antisemitismo en Europa que llega a su máxima expresión en el genocidio hitlerista y la crisis del socialismo que significó el triunfo del stalinismo en la Unión Soviética.

El noviazgo entre el imperialismo inglés y el sionismo terminaría en boda en 1917. Con la Primera Guerra Mundial había sonado la hora de la «repartición de Turquía», prevista por Herzl.

Para efectuar esa «vivisección» del Imperio Turco, Inglaterra se sirve del movimiento nacional de los pueblos árabes que había comenzado desde años antes a despertar. Les hace vagas promesas de independencia para conseguir que luchen contra el Sultán y realiza acuerdos con algunos jefes árabes, como Houssein, Chérif de La Meca y su hijo Faisal.

A Gran Bretaña no le disgustaba utilizar sangre árabe para derrotar al Imperio Turco. Pero no tenía la menor intención de permitir que los pueblos árabes conquistaran la independencia nacional. Así, al mismo tiempo que hacía esas promesas, firmaba con Francia un acuerdo secreto de reparto de la zona (el tratado Sykes-Picot) y emitía la llamada «Declaración Balfour» (2/11/1917), calificada muy justamente como el «anillo de bodas» entre el sionismo y el imperialismo inglés. La «Declaración» decía así:

«Estimado Lord Rothschild: Tengo mucho placer en hacerle llegar, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, que ha sido presentada a, y aprobada por, el Gabinete.

«El Gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de ese objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías, o los derechos y el status político de los judíos que residan en cualquier otro país.» [49]

Con la «Declaración Balfour» comenzaba la segunda etapa del sionismo, que culminaría con la creación del Estado de Israel. Se cumplía el sueño de Herzl: ¡al fin el sionismo se acoplaba a la política colonial de una gran potencia!

El camino hacia la creación del Estado de Israel se abría así con las siguientes características:

* Por una declaración unilateral de una gran potencia imperialista.

* Esa declaración imponía el destino de una región de Asia que jamás había pertenecido, ni pertenecía, a Inglaterra. Gran Bretaña regalaba generosamente a Lord Rothschild un territorio ajeno.

* No tomaba para nada en cuenta los deseos o la voluntad del pueblo palestino, el cual el 93% era árabe en 1917.

* Este 93% de árabes, eran reducidos a la condición de «no-judíos» en un «hogar nacional judío», es decir, de extranjeros o casi-extranjeros en su propia tierra. Para salvar las apariencias, se hablaba de sus «derechos civiles y religiosos» al mismo tiempo que se les negaba el derecho número uno de todo pueblo colonizado: el de la autodeterminación nacional, el de decidir por sí mismo y democráticamente los destinos de su país, sin interferencia de nadie y menos de una potencia imperialista.

Si quedan dudas de que lo que hacía el sionismo era simplemente injertarse en la política global del imperialismo inglés, damos la palabra al Dr. Weizmann, cabeza de la Organización Sionista y gestor de la Declaración: «al presentar a ustedes [se dirige al Gabinete inglés] nuestra resolución confiamos nuestro destino sionista al Foreing Office y al Gabinete de Guerra Imperial, en la esperanza de que serán considerados a la luz de los intereses imperiales. . . .» [50]. Es imposible hablar más claro.

Por su parte, el dirigente sionista británico Herbert Samuel comentaría en su «Memorias»: «Será de ese modo que edificaremos en la proximidad de Egipto y el Canal de Suez un Estado Judío de obediencia británica.» [51] ¿Es necesario agregar algo más?

La «Declaración Balfour» y el casamiento con el sionismo –además de que daba a los ingleses un valioso auxiliar para establecer un «protectorado» sobre Palestina y un arma decisiva, como ya veremos, para aplastar al movimiento nacional árabe– tenía otros motivos inmediatas: la política de guerra del imperialismo británico y la lucha contra la Revolución Rusa. [52]

Palestina, bajo la ocupación y el Mandato británico (1918-1948)

Finalizada la Primera Guerra Mundial, los Aliados (Inglaterra, Francia, Italia, EEUU, etc.) demostraron que era exacta la caracterización de Lenin: se trataba de un grupo de bandidos imperialistas que peleaba contra otro grupo de bandidos imperialistas (Alemania, Austria, etc.) por el reparto de las colonias y de las «esferas de influencia» de sus monopolios.

Al terminar la guerra, fueron olvidadas todas las promesas de «paz con justicia» o «paz sin anexiones» y los vencedores se repartieron el botín, no sin riñas propias de toda banda de gansters.

La pandilla vencedora había decidido institucionalizarse bajo la forma de la «Sociedad de Naciones», digna antecesora de las actual «Organización de las Naciones Unidas». Se trataba de «legitimar» el reparto. Y, en la forma previamente convenida en el tratado secreto Sykes-Picot, Inglaterra recibió Palestina bajo «mandato de la Sociedad de Naciones», porque ya no sonaba bien decir que la obtenía en calidad de colonia. Las promesas hechas a los árabes resultaron así burladas.

Pero los árabes no estaban para bromas. en todo el mundo colonial o semicolonial, desde México hasta China y la India, desde Turquía hasta el África negra, comenzaba una potente oleada de luchas antiimperialistas. Los millones de esclavos coloniales iniciaban su marcha. Y el mundo árabe no era una excepción..

Además, la guerra del 14 no sólo había generado un grupo de imperialismos vencedores. En 1917 se había producido una revolución socialista en el antiguo Imperio Ruso, que luego había repercutido en toda Europa. Por primera vez en la historia, surgía un poder de los trabajadores, que repudiaba las conquistas coloniales y que llamaba a esos pueblos a expulsar a los colonizadores

En el Medio Oriente se van a desarrollar, entonces, importantes luchas contra los imperialismos inglés y francés que se habían repartido la región. Entre las dos guerras mundiales, se produjeron numerosas insurrecciones de masas. Palestina fue el eje de esta lucha antiimperialista, especialmente durante la colosal insurrección de 1936/39, que, para ser sofocada, demandó la mitad de los efectivos de todo el ejército británico, que en esos momentos era uno de los más poderosos del mundo. [53] Esta revuelta comenzó con una huelga general que duró seis meses. [54]

Miles de palestinos fueron muertos, detenidos y condenados a la horca o a largas penas de prisión. En 1939, el heroico pueblo palestino se hallaba derrotado después de ese terrible baño de sangre. Esta es la clave principal de la relativa facilidad con que en 1947/48 podría instalarse allí el Estado de Israel. [55] Asimismo, esta derrota se explica por la combinación con otros factores:

* Una relación de fuerzas sumamente desfavorable con el imperialismo, que refleja la situación mundial de esos años. La década del 30 es una etapa de graves derrotas no sólo para el movimiento obrero europeo, sino también para las masas de los pueblos coloniales y semicoloniales. Es la época del triunfo del nazismo en Alemania, del aplastamiento de la revolución en España y de la consolidación del stalinismo en la URSS, que culmina con la masacre de los viejos bolcheviques en los «juicios de Moscú». Es la época de la «década infame» en Argentina, del Estado Novo en Brasil, de la guerra de Abisinia, de la anexión de Manchuria por el Japón, del descalabro de las guerrillas en China que obliga a Mao Tse-Tung a emprender la «larga marcha», etc.

Por otro lado, Gran Bretaña era aún el imperio colonial más fuerte del mundo y el imperialismo que más se había recuperado de la crisis de 1929/30. Tampoco tenía grandes problemas en su «frente interno» que le impidieran volcarse a la represión de las masas coloniales.

* Las direcciones del movimiento nacional árabe fueron otro componente fundamental del desastre. El historiador árabe Fawwaz Trabulsi lo explica así: «La poco lógica elección que siguió fue entre el clan pro-británico de Nashashibi y el de Housseinis, comandado por el notorio Muftí –en otro tiempo títere británico– que se volvió hacia las potencias del Eje a mediados de la década del 30. Este es el liderazgo que traicionó el levantamiento de 1936, cuando bajo la presión de los gobernantes de Irak, Transjordania y Arabia Saudita levantó la huelga general para negociar con Gran Bretaña. La numerosa clase de campesinos sin tierra y desplazados hizo sentir su presencia por la continuación de una violenta guerra de guerrillas que fue aniquilada poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939. Después de eso, los palestinos, derrotados, desmoralizados y traicionados por sus líderes, aguardaron el resultado del conflicto entre los colonos sionistas y los ingleses.» [56]

Este desastre de dirección que sufría el movimiento nacional palestino, no sólo tenía que ver con las clásicas vacilaciones o traiciones de los jefes burgueses o pequeño burgueses de los movimientos nacionales del Tercer Mundo. En Palestina había además un elemento agravante que –según Trabulsi y otros autores– jugó un papel decisivo: el proceso de disgregación y marginalización de la sociedad árabe en bloque, proceso en el que el sionismo –como habremos de ver– sería el causante. Faltó, o fue extremadamente débil, la burguesía o pequeña burguesía radicalizada que habría de ser en otros países árabes el soporte del nasserismo, del baasismo, y de otras corrientes nacionalistas. La burguesía palestina era una sombra de burguesía en comparación con la de otras regiones del mundo árabe.

También con el naciente proletariado y el campesinado habría de suceder un fenómeno de marginalización parecido. Pero aquí el problema de dirección sufría un nuevo agravante: la bancarrota de la Internacional Comunista, única tendencia que tenía –a escala mundial– fuerza suficiente como para penetrar y disputar la dirección.

Lamentablemente, la Internacional Comunista, que comenzó (en la época de Lenin y Trotsky) denunciando al sionismo como ejemplo mundial de colonialismo, [57] terminaría, con Stalin, apoyando al sionismo. Esa trayectoria de degradación, pasa por las búsqueda de alianzas con los imperialismos «democráticos» en la década del 30, justamente cuando las masas palestinas hacían su máximo esfuerzo para acabar con el imperialismo «democrático» que las oprimía. De esa forma, el Partido Comunista Palestino se aísla de las masas árabes, va de tumbo en tumbo y de crisis en crisis, hasta que, en 1948, termina apoyando la partición del país y la creación del Estado de Israel.

* El tercer y último factor –pero no el menos importante– fue la acción de los colonizadores sionistas. No necesitamos aclarar que en todas las luchas entre las masas palestinas y el imperialismo inglés, los sionistas se alinearon siempre con el imperialismo. Pero su acción no fue meramente política y militar: fue la de disgregar y marginar a toda una sociedad y a todo un pueblo, a ese 93% de árabes palestinos que había en 1917, de modo tal que en 1949 (un año después de crear el Estado) se hallaban reducidos al 16% [58] dentro de Israel. Y el resto, viviendo en la miseria de los campamentos de refugiados, fuera de su tierra. Veamos cómo se dio este proceso de expulsión en masa de un pueblo.

La liquidación económica de la población árabe

«Cuando ocupemos la tierra… expropiaremos poco a poco la propiedad privada en los Estados que se nos asignen. Trataremos de desanimar a la población pobre alejándola más allá de la frontera, procurando empleo para ella en los países intermedios y negándole cualquier empleo en nuestro país… Tanto el proceso de expropiación como de eliminación [¡sic!] de los pobres deberá ser llevado adelante discretamente y con circunspección.» [59]

Esta anotación de Teodoro Herzl en sus «Diarios», además de probar que no ignoraba la existencia de nativos en la tierra donde quería crear el Estado Sionista, constituye de por sí todo un programa.

Décadas después, este programa fue vestido con algunas frases «socialistas», tales como que se niega empleo a los árabes para «no explotarlos», que sacarle la tierra a los árabes se hace para «terminar con el feudalismo», etc., etc.

Pero hubo una pequeña diferencia: la «expropiación… [y] eliminación de los pobres» no pudo ser consumada «discretamente y con circunspección», sino mediante la fuerza bruta, ya que tuvieron la mala ocurrencia de oponerse.

«El gradual fortalecimiento de este colonialismo marginante [de los árabes] –dice Jon Rothschild– se realizó bajo tres consignas, que fueron los pilares del movimiento sionista en Palestina desde el comienzo de la colonización hasta el establecimiento del Estado de Israel y aún después.

«Estas consignas fueron: kibush hakarka (conquista de la tierra), kibush haavoda (conquista del trabajo), y t’ozteret haaretz (producto de la tierra).

«Detrás de estas sonoras palabras, había una negra realidad. Conquista de la tierra significaba que toda la tierra posible fuera adquirida (legalmente o de otras maneras) a los árabes, y que ninguna tierra poseída por judíos fuera vendida o de alguna manera retornara a los árabes. Conquista del trabajo significaba que, en las fábricas y tierras poseídas por los judíos, fueran empleados exclusivamente trabajadores judíos… El trabajador árabe era boicoteado. De hecho, la Histadrut, que hoy finge ser la «central obrera» de Israel, fue creada para… imponer el boicot a los trabajadores árabes… Producto de la tierra significaba practicar el boicot a la producción árabe por parte de los colonizadores judíos, y sostener solamente la compra de productos de las tierras o negocios judíos.» [60]

El efecto de esta política sobre el pueblo palestino era catastrófico. Los sionistas eran minoría, pero una minoría en constante crecimiento. Por otra parte, aunque minoritarios, poseían un poder económico –que era lo decisivo– mucho mayor que el de los árabes. Y esto sin tener en cuenta su estrecha ligazón con el imperialismo, de que luego hablaremos.

Naturalmente, las primeras víctimas de esta extraña política «socialista» del sionismo eran los trabajadores y campesinos árabes, reducidos a la condición de obreros sin trabajo y de campesinos sin tierra, hundidos en la miseria y la desesperación.

La otra cara del kibutz «socialista»

La situación del campesino palestino, del fellah, ya era mala. El sionismo fue el encargado de llevarla al extremo.

«Según el Informe del Comité de Estudio de las Condiciones Económicas de los Agricultores en Palestina –escribe Tony Cliff en 1946– comúnmente llamado «Informe Johnson-Crosbie», solamente el 23,9% de lo que produce el fellah queda en sus manos, mientras que el 48,8% lo consumen los impuestos gubernamentales, la renta de los propietarios de las tierras y el interés del usurero. [61]

«Para comprender hasta qué punto es bajo el standard de vida de un campesino árabe, en razón de la forma atrasada de su economía y de su explotación por diversos parásitos (que constituyen la principal barrera para el desarrollo de su economía) haré la comparación entre el régimen de un fellah y aquel que el gobierno acuerda a los presos… [para calcular los gastos en libras esterlinas] hago la suposición de que un fellah, su mujer y sus cuatro hijos se hallan presos:

Productos consumidos

Familia fellah en prisión

Familia fellah
en libertad

Trigo y mijo

15.1 £

10 £

Aceitunas y aceite de oliva

3.8 £

3 £

Legumbres, lentejas y lácteos

12.9 £

4 £

Otros productos comprados por el fellah

4.7 £

1 £

Carne

6.7 £

Total

43.2 £

18 £

«Estos cálculos –concluye Cliff– nos dan una idea de las terribles condiciones que soportan las masas de campesinos de Palestina.» [62]

Y, por si esto fuera poco, vinieron los colonizadores sionistas. Compraban el suelo al propietario-usurero y aldeas enteras eran arrojadas a los caminos. Claro, el árabe era demasiado «bárbaro» e «ignorante» como para entender este «progreso». Que en la tierra que habían trabajado los abuelos de sus abuelos, se iba a instalar un avanzado kibutz «socialista», con colonos venidos de Europa. Entonces, perdía los estribos y provocaba rebeliones como las 1936/39. Y aquí intervenían las tropas de Su Majestad Británica y de la Haganá (ejército extraoficial del sionismo) para hacerlo entrar en razón. Así el sionismo iba «conquistando la tierra» desde mucho antes de la proclamación del Estado de Israel.

No necesitamos aclarar que esto no tiene nada que ver con una reforma agraria «antifeudal». Los sionistas se oponían con uñas y dientes a cualquier iniciativa en ese sentido, incluso a los tímidos proyectos que a veces enunciaba la administración británica. Es que una auténtica reforma agraria –es decir, darle la tierra al fellah y librarlo de terratenientes y usureros– hubiera sido mortal para el sionismo.

La otra cara de la Histradut «socialista»

Este árabe desalojado de la tierra se encaminaba a la ciudad. Allí la cosa no era muy distinta en comercios y fábricas. Los árabes eran expulsados o se les negaba trabajo en las empresas de propiedad sionista o de capital extranjero (concesiones), las que generalmente se hallaban administradas por gerentes sionistas. Para comprender lo que significa esto, veamos la siguiente estadística de acuerdo al «empadronamiento industrial de 1939» [63]:

Inversiones

Fuerza motriz

Industrias propiedad de árabes

6.5%

2.2%

Industrias propiedad de sionistas

40.3%

22.0%

Concesiones

53.2%

74.9%

¿Entonces, dónde podía encontrar trabajo un árabe? Ya vimos la «otra cara» del kibutz «socialista». Ahora conocemos la otra cara de la Histadrut «socialista», porque este presunto «sindicato» no fue creado para la lucha de todos los obreros (cualquiera sea su nacionalidad, lengua o supuesta «raza») contra los patrones, sino para la «conquista del trabajo», para expulsar a los obreros árabes de sus empleos. El Ku-Klux-Klan y los «sindicatos de blancos» hacían lo mismo en EEUU sin manchar la palabra «socialismo».

«¡Trabajadores del mundo: uníos!»: con esa consigna nació y vive el verdadero socialismo. «¡Obrero judío: lucha contra el trabajador árabe, únete al patrón sionista o inglés para echarlo del empleo, ingresa a la Histradrut para hacer eso!»: esa fue la política del «socialismo» y el «laborismo» sionistas.

Cuando la Histadrut «laborista» no podía impedir que en algún lugar trabajaran juntos árabes y judíos, tuvieran relaciones fraternales y lucharan unidos contra la patronal, entonces intervenían las organizaciones armadas sionistas, como el Irgún y el grupo Stern.

Un caso famoso fue el de la Refinería de Petróleo de Haifa, ocurrido el 31 de diciembre de 1947, donde se venían dando luchas conjuntas de obreros árabes y judíos contra la patronal imperialista. Esto, por supuesto, no agradaba ni a los sionistas, ni a los árabes reaccionarios, y menos a la empresa y al gobierno británico. En esa fecha, un comando del Irgún arrojó bombas y ametralló una cola de obreros árabes que estaba en la puerta por trabajo. Seis resultaron muertos y decenas, heridos. Aprovechando esto, agentes provocadores entre los árabes incitaron a los trabajadores palestinos a atacar a sus compañeros judíos. Se desencadenó entonces una lucha fratricida dentro de la refinería con centenares de muertos y heridos. [64]

La otra cara del «producto de la tierra»

La tercera consigna, (t’ozteret haaretz) «producto de la tierra», cerraba el circuito. El sionismo imponía el boicot por la fuerza de todo producto árabe. ¡Hay del fellah que se atrevía a llevar su carrito de verduras a algún barrio dominado por los sionistas! ¡Pobre del ama de casa judía a quien alguna banda de matones de la Histadrut descubría comprando media docena de huevos a un árabe! [65] (58).

Aunque los sionistas eran minoría (al proclamarse el Estado de Israel constituían sólo un tercio de la población) su capacidad de compra era mayor. Estas medidas –ligadas como veremos más adelante a la acción del imperialismo inglés– eran un ataque arrasador a la sociedad palestina en su conjunto, ya que el objetivo final era disgregarla para expulsarla de su propia tierra.

Dado que entre los sionistas y el imperialismo inglés se manejaban las palancas claves de la economía, dado que el imperialismo sumado al sionismo superaba abrumadoramente a los árabes en todas las etapas del circuito económico, desde la producción al consumo, y en casi todas las ramas de la producción, este triple boicot a los árabes (en el campo, en el trabajo, y en la producción y el comercio) tendía a convertir al conjunto de los palestinos en una masa marginada y desarraigada de toda actividad económica. El paso final sería empujarla fuera de Palestina.

Ese ataque en bloque y esa disgregación «molecular» de la sociedad palestina dificultaba –como dijimos- la organización de la resistencia de las masas y el surgimiento de una dirección árabe que estuviera a la altura de la situación. Aunque quienes más sufrían eran los trabajadores de la ciudad y del campo, al aparecer esta agresión colonial como dirigida contra el conjunto de los palestinos, se hacía muy difícil una diferenciación de clases que desplazara de la dirección del movimiento nacionalista palestino a las viejas (y muchas veces traidoras) familias tradicionales. Y fuera de Palestina la cosa no era todavía peor. Como «voceros del mundo árabe» aparecerían personajes de la calaña del Rey Faruk de Egipto o del Rey Abdullah de Jordania, títeres del imperialismo inglés, que habrían de consumar la traición al pueblo palestino.

La otra cara del sionismo como «movimiento de liberación nacional»

«No podemos desconocer los grandes intereses que Inglaterra tiene en el Mediterráneo. Afortunadamente para nosotros, los intereses de Inglaterra en el mundo tienen como base esencial la preservación de la paz y, por lo tanto, no somos los únicos que vemos en el fortalecimiento del Imperio Británico una importante garantía para el fortalecimiento de la paz internacional. Inglaterra contará con bases defensivas marítimas y terrestres en el Estado Judío y en el corredor británico. Durante muchos años, el Estado Judío necesitará de la protección militar británica, y ser protegido implica un cierto grado de dependencia.» [66]

Estas palabras de Ben Gurión, patriarca del Estado de Israel, vertidas en su informe al 19° Congreso Sionista de 1935, reflejaban bastante bien el «casamiento» entre el sionismo y el imperialismo británico durante los años de su «Mandato» en Palestina. Sin embargo, en esta encendida declaración de amor, se hallaba la futura causa de divorcio y nuevo casamiento del sionismo, esta vez con el imperialismo yanqui. Veamos qué pasó.

El sionismo se enganchado a la colonización inglesa de Palestina desde la Declaración Balfour. Pero, hay que precisarlo, se enganchaba como socio menor: «Aquí en Palestina –señalaba Tony Cliff– el imperialismo se sirve de un arma que ha utilizado desde hace más de veinte años para someter a la población árabe: el sionismo. El sionismo ocupa un lugar especial en las defensas imperialistas. Juega un doble rol: en primer lugar, directamente, como un pilar importante del imperialismo, dándole su apoyo activo y oponiéndose a la lucha liberadora de la nación árabe. Pero, además, juega el papel de sirviente detrás del cual el imperialismo puede esconderse y contra el cual puede orientar la cólera de las masas árabes.» [67]

Cliff ejemplos de este doble rol: «Una compañía inglesa de electricidad monta una empresa en Palestina y nombra a un sionista como gerente general. El resultado es que ahora cuando en las colonias la lucha antiimperialista se caracteriza por huelgas, manifestaciones y boicots contra las filiales de empresas extranjeras, en Palestina el boicot contra la Compañía de electricidad toma otro aspecto: aparece como una manifestación «antisemita»… Otro ejemplo aclara aun más las cosas –añade Cliff–. En Siria y el Líbano se han producido grandes manifestaciones, algunas de ellas violentas, contra el establecimiento de la Compañía de Camiones Steel Bros; aquí en Palestina, los sionistas «socialistas» y la Histadrut, a cambio de una miserable recompensa, se ponen al servicio de la Steel BROS, y le permiten instalarse firmemente en el país… Si el Ejército Británico, en el período de 1936/39, mató a miles de guerrilleros árabes (de la misma manera que los italianos mataron a los abisinios, o los japoneses, los holandeses y los ingleses matan hoy a los indonesios) esto no lo hace para mantener su dominio –iDios libre y guarde!– sino para «proteger a los judíos»… El sionismo descarga así al imperialismo de responsabilidad por los actos de expoliación y opresión.» [68]

En esta política jugó un gran papel la Haganá, el ejército «extraoficial» que formó el sionismo en Palestina durante el Mandato Británico y con el cual expulsaría en 1948 a la mayoría de sus habitantes árabes. Dentro de la mitología del sionismo como «movimiento de liberación nacional», la Haganá suele ser comparada con las guerrillas que en los países coloniales han luchado por la independencia nacional. La Haganá habría desarrollado una lucha heroica contra el ejército de ocupación británico.

Pero los apologistas de «izquierda» del sionismo se vean desmentidos por los mismos historiadores sionistas. Tomemos, por ejemplo, el libro «Antología Israel», editado en Buenos Aires por la AMIA, y veamos qué era y qué hacía este «ejército de liberación nacional».

Allí, Moshe Pearlman comienza su «Historia de la Haganá» con las siguientes palabras: «Resulta evidente que las autoridades militares británicas reconocieron siempre la existencia de la Haganá. Conocían su finalidad [sic]. Tenían amplia experiencia en lo relacionado con su empleo como fuerza defensiva en los asuntos palestinos internos… En el transcurso de este período [es decir, el período de entre guerras] las autoridades militares británicas trabajaron abiertamente con la Haganá, sin escatimar jamás elogios por las tareas bien realizadas.» [69] ¡Qué extraño «ejército de liberación nacional» era éste!

¿Pero, cuáles eran estos «asuntos palestinos internos» y estas «tareas bien realizadas» con tantos «elogios» del Imperio Británico? El Sr. Pearlman lo dice más adelante: «Podía haberse esperado que la Administración [británica] tuviese el coraje de legalizar la situación de la Haganá, después de su foja de servicios durante los años 1936/39 en los disturbios árabes.» [70] Esa era la «tarea bien realizada» por la Haganá: masacrar la sublevación antiimperialista de las masas árabes.

En 1939, el Ejército Británico y su socio menor, la Haganá, obtienen una victoria aplastante sobre las guerrillas palestinas. Pero, por esa fecha, comienzan los roces entre el sionismo y los británicos. Ya con anterioridad se había escindido una minoría sionista, la «revisionista», dirigidos por Jabotinsky, [71] que habría de constituir luego las organizaciones terroristas Irgun y Stern que atacaban a los árabes y a los británicos.

La pelea que terminaría en divorcio tenía por eje las restricciones que en su «Libro Blanco» de 1939 impone a la compra de tierras y a la emigración sionista a Palestina el gobierno inglés. [72] ¿Por qué hace esto el imperialismo británico?

«El sionismo quiere construir un Estado capitalista judío fuerte. El imperialismo [inglés] está interesado en la existencia de una sociedad capitalista judía que lo cubra del odio de las masas coloniales, pero no que el sionismo devenga un factor demasiado poderoso. En lo que concierne a este último punto, está dispuesto a probar su «justicia» frente a los árabes y está dispuesto a conceder parte de sus justas reivindicaciones… a expensas del sionismo. Para asegurarse los servicios del sionismo, en tanto que sostén directo contra toda insurrección antiimperialista…, el imperialismo no tiene obligatoriamente la necesidad de dejar florecer al sionismo. Una población sionista de 600.000 personas son suficientes para cumplir ese rol.»

Asimismo, en 1939, el Imperio Británico se hallaba ante una nueva guerra mundial. Debía darse una política global para el conjunto del mundo árabe y colonial que dominaba, a fin de mantenerlo en «paz» mientras luchaba con el imperialismo alemán. Para eso, Inglaterra, contaba con la colaboración de Abdullah y demás títeres árabes y con la ventaja de haber aplastado la más seria amenaza: la rebelión palestina. Había que dar algunas concesiones que hicieran aparecer a los carniceros ingleses de Palestina como «protectores de los pueblos árabes». Y el socio menor –el sionismo– pagaba los gastos de la operación.

Pero la lucha que se entablaría luego entre el sionismo y la administración británica sería cualquier cosa, menos una lucha antiimperialista. [73] Se trató de la contradicción clásica entre los intereses globales y generales de un imperialismo y los intereses particulares de un sector de colonizadores. Es la misma contradicción que hubo entre los colonos franceses de Argelia y el gobierno de De Gaulle o entre los colonos blancos de Rhodesia y el imperialismo inglés, por el otro (contradicción que llevó a la «independencia» de esa colonia británica. ¿Pero alguien se atreve a sostener que éstas fueron «luchas antiimperialistas»?

Aparece el «nuevo Moisés»

«Presiento que el presidente [de EEUU] será el nuevo Moisés que hará nacer el niño de Israel en el desierto.» [74] Estas declaraciones «proféticas» de un congresal norteamericano al salir de una reunión con el presidente yanqui, eran consignadas con satisfacción por el «Jerusalem Post» del 6 de marzo de 1944. La «Divina Providencia», esta vez encarnada en los EEUU, se aprestaba a desencadenar un nuevo «milagro», de los que tanto abundan en la historia del sionismo. Y, como siempre, a costa de los árabes.

¿Qué había pasado? Escuchemos nuevamente a Ben Gurión: «Nuestra mayor preocupación [al comenzar la II Guerra Mundial] era la suerte que le sería reservada a Palestina después de la guerra… Ya era manifiesto que los ingleses no conservarían su Mandato. Si se tenían todas las razones para creer que Hitler sería vencido, era del todo evidente que Gran Bretaña, incluso victoriosa, saldría muy debilitada del conflicto… Por mi parte, yo no dudaba que el centro de gravedad de nuestras fuerzas debía pasar del Reino Unido a EEUU, que estaba en camino de asegurarse el primer lugar en el mundo.» [75]

Ya vimos cómo, en 1917, el sionismo «confiaba su destino» al Foreing Office y al Gabinete de Guerra Imperial inglés. En 1939, ante el nuevo reparto imperialista del mundo, el sionismo cambiaba al Foreing Office por el Departamento de Estado yanqui. La presunta lucha «antiimperialista» del sionismo era simplemente el cambio de un socio por otro.

Enlazado con su nuevo «centro de gravedad» –Estados Unidos–, el sionismo marchaba así a paso firme hacia la creación del Estado de Israel. Ya durante el Mandato, los ingleses habían hecho una propuesta de partición de Palestina que Ben Gurión aceptó de inmediato (Propuesta de la Comisión Peel de 1937). Aunque sólo se les daba la cuarta parte de Palestina, Ben Gurión estaba dispuesto a tomarla como base de la futura expansión: «El Estado judío que se nos propone –dice en ese momento Ben Gurión– no corresponde a los objetivos sionistas, pero eso será una etapa decisiva para la realización de nuestros grandes designios… Romperemos las fronteras que nos impusieron.» [76]

Finalizada la Segunda Guerra Mundial en 1945, la cuestión de Palestina comenzó a ser tratada por la flamante Organización de las Naciones Unidas. Se repetía la farsa de la Sociedad de Naciones. Nuevamente sin la menor consulta al pueblo palestino, nuevamente violando de la forma más grosera su derecho a la autodeterminación y a disponer de su país y de sí mismo, las grandes potencias se aprestaban a dar «status» legal a la situación colonial creada en el curso de la dominación británica. Así, el 29 de noviembre de 1947, se vota la partición de Palestina en dos estados: uno sionista y otro árabe.

Resumiendo el significado de esta votación y explicando la justificada cólera que levantó en las masas del mundo árabe, dice Rodinson: «Para las masas árabes, aceptar la decisión de las Naciones Unidas tenía el significado de una capitulación incondicional a un diktat, el mismo tipo de capitulación de los reyes negros o amarillos del siglo XIX delante de los cañones apuntados hacia sus palacios. Europa había enviado colectivamente colonos cuyo objetivo era apoderarse de una parte del territorio nacional. Durante el período en que una reacción indígena habría sido suficiente para expulsar fácilmente a esos colonos, tal reacción había sido impedida por la policía y las tropas británicas representantes de la colectividad de naciones euroamericanas. Esa reacción había sido desarmada moralmente por la garantía falaz de que sólo se trataba de la implantación pacífica de algunos grupos desgraciados e inofensivos, destinados a permanecer minoritarios. Y después, cuando se revelaba la real intención de esos grupos, el mundo euroamericano, unido a pesar de sus divergencias internacionales, desde la URSS socialista hasta los Estados Unidos ultracapitalistas, querían imponer a los árabes la aceptación del hecho consumado. Con respecto a los árabes, la liquidación de la Segunda Guerra Mundial repetía amargamente los embustes de la Primera.» [77]

Stalin: padrino del segundo casamiento del sionismo

«La delegación de la Unión Soviética no puede dejar de expresar su espanto por la posición que los países árabes adoptaron en la cuestión Palestina; todos nos quedamos sorprendidos [sic] de ver a esos estados, o por lo menos a algunos de ellos, recurrir a las armas y entregarse a operaciones militares con el fin de reprimir al movimiento de liberación nacional que nace en Palestina.» [78] Así hablaba Andrei Gromyko, embajador de Stalin, en la sesión del 12 de mayo de 1948 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

La URSS no sólo se había unido a Estados Unidos para legalizar la situación colonial en Palestina. También habría de enviar armas y aviones a los sionistas por intermedio de Checoslovaquia. Además, la URSS fue la primera potencia que reconoció a Israel. Lo hizo incluso antes que los EEUU.

Claro que este «certificado de movimiento de liberación nacional» que le firmaba Stalin al sionismo, lo único que «certificaba» era la completa degradación de la burocracia soviética. Era una traición más en larga lista del stalinismo.

Ya hemos señalado la opinión de Lenin y Trotsky en los comienzos de la aventura sionista en Palestina. Veinticinco años después, los hechos habían confirmado plenamente el carácter colonialista y proimperialista del sionismo. Pero esto era lo de menos para la burocracia soviética. Lo único que le importaba era la partida de ajedrez diplomático que se jugaba a tres puntas entre los EEUU, la URSS y el Imperio Británico.

Sobre la burocracia soviética recae igual responsabilidad que sobre EEUU en lo que respecta a la creación del Estado colonial y racista de Israel, igual responsabilidad en la negación de los derechos democráticos y nacionales del pueblo palestino.

El apoyo de la URSS al colonialismo sionista trajo consecuencias mucho más graves que las armas y los aviones que le enviara en 1948 para masacrar a los árabes. Significó, por un lado, el aislamiento de los árabes de las masas populares del resto del mundo. Los stalinistas, unidos a los socialdemócratas, hicieron creer mundialmente la mentira de un Israel «progresista» combatiendo contra las «hordas feudales».

Si esta mentira hubiera quedado a cargo exclusivo de Ben Gurión y de su nuevo consorte, el gobierno yanqui, no hubiera convencido a tantos. Pero los partidos comunistas y socialdemócratas la tomaron a su cargo, volcaron toda su autoridad y el peso de sus aparatos para hacérsela tragar a millones de trabajadores, estudiantes e intelectuales de izquierda. Igual que los sionistas, se aprovecharon del horror del mundo ante la barbarie nazi y la matanza de millones de judíos, para ocultar que los sionistas en Palestina venían practicando el mismo racismo contra los nativos y con métodos similares.

Por otro lado, la traición estalinista, enlodaba al socialismo y al marxismo ante los ojos de las masas árabes. De ese modo, las hacía presa fácil de las manipulaciones de los elementos más reaccionarios, o las abandonaba en manos de los Faruk y los Adbullah.

La IV Internacional fue la única tendencia de izquierda antisionista

Mientras el stalinismo y la socialdemocracia apoyaban fervorosamente al sionismo y la creación de Israel, los trotskistas hacían lo contrario: «¡Abajo la partición de Palestina!, ¡Por una Palestina árabe, unida e independiente, con plenos derechos de minoría nacional para la comunidad judía!, ¡Abajo la intervención imperialista en Palestina!, ¡Fuera del país todas las tropas extranjeras, los «mediadores» y «observadores» de las Naciones Unidas!, ¡Por el derecho de las masas árabes a disponer de ellas mismas!, ¡Por la elección de una Asamblea Constituyente con sufragio universal y secreto!, ¡Por la revolución agraria!» Este fue el programa levantado por el Grupo Trotskista Palestino, que además denuncia: «el imperialismo yanqui ha ganado un agente directo –la burguesía sionista– quien, por este hecho, se ha tornado completamente dependiente del capital norteamericano y de la política de EEUU. De aquí en más, el imperialismo yanqui tendrá una justificación para intervenir militarmente en Medio Oriente cada vez que lo crea conveniente… la consecuencia inevitable de esta guerra será la dependencia total del sionismo al imperialismo norteamericano.» [79]

La guerra de 1948 comenzó en 1947

El rechazo árabe a la partición condujo a una lucha que llevaría en 1948 a la intervención de varios estados árabes, principalmente Transjordania (hoy Jordania) y Egipto, y que terminaría en su derrota.

Aquí vamos tener que desmentir a otro mito del sionismo: el del «puñado de israelíes luchando contra el gigante de 100 millones de árabes», «David contra Goliat», etc., etc. En todos los enfrentamientos armados desde 1948 –a excepción quizás de la guerra de Yom Kippur en 1973 en que la cosa fue un poco más pareja– los sionistas han tenido siempre una neta superioridad militar, no sólo en hombres sino también en material bélico.

En 1947/48, mientras los palestinos se hallaban destrozados por la derrota de la insurrección de 1936/39, el sionismo contaba no sólo con la Haganá (organizada, armada y tolerada por los ingleses aun en los momentos de mayor roce con los sionistas), sino que también disponían de las unidades «irregulares» como el Irgún y otras, y con varios miles de combatientes entrenados en las brigadas judías del ejército inglés. El Gral. Dayan sale de esa escuela, por ejemplo.

En el libro oficial sionista «Antología Israel», antes citado, se dan cifras elocuentes. [80] Hagamos la suma:

Policía Rural Judía ……………………………………. 2.000
Haganá ………………………………………………… 45.000
Palmaj (comandos entrenados por los ingleses) ….. 3.000
Irgún y otros grupos terroristas …………………….. 3.000

A estos hay que sumar varios miles de «voluntarios» venidos de Europa y EEUU, veteranos de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos pilotos de caza, que se sumaron a la contienda. Con ellos, llegamos a una cifra entre 60.000 a 70.000 combatientes sionistas, la mayoría de ellos de alta calificación técnica y/o militar.

¿ Qué oponían contra ellos, las «hordas de cien millones de árabes»? Hasta la intervención de los Estados árabes limítrofes, prácticamente la mayor fuerza organizada de los palestinos fue el Ejército de Liberación de Fawzi el-Kawakji, que entró a Palestina en enero del 48. Apenas alcanzaba la cifra de 5.000 hombres. [81]

Había naturalmente muchos otros miles de resistentes en las aldeas y ciudades árabes. Pero la resistencia era desconectada y desorganizada militar y políticamente. Para poder imponer la superioridad de su número contra los colonizadores, los palestinos necesitaban un arma de la que carecían: una política y una organización revolucionarias, capaces de movilizar al conjunto de las masas palestinas y de los países árabes limítrofes. No necesitamos decir que ése no era el objetivo de Abdullah, Faruk y demás personajes que aparecían como «representantes de la nación árabe». Por el contrario, estaban incubando una traición monumental.

La extraña guerra de 1948 y la traición del rey Abdullah de Jordania

Mientras la resistencia palestina era exterminada, mientras se sucedían matanzas de las que luego hablaremos, los gobiernos árabes se pasaban de conferencia en conferencia. El 14 de mayo de 1948 era proclamado el Estado de Israel. Al día siguiente, recién después de meses de lucha, intervienen, primero Transjordania, luego Egipto y en menor medida otros países árabes. Todos los ejércitos de los estados árabes que operan no pasan de 25.000 hombres, [82] sin unidad de comando, por otra parte. Aun en esos momentos, las fuerzas sionistas tuvieron una indiscutible superioridad militar.

La única fuerza capaz de medirse militarmente con la Haganá era la Legión Árabe de Transjordania, dirigida por oficiales ingleses. Y decir esto, ya es decir que iba a la derrota. Inglaterra, a quien le convenía aparecer ahora como «protectora» de los árabes, desarrollaba en verdad un doble juego. Mientras en las Naciones Unidas se había opuesto a la partición de Palestina, terminó acatando el bloqueo y embargo de armas y municiones a los beligerantes. Este «embargo», como sucedió en la guerra de Abisinia o en la de España, sólo afectaba a una de las partes en lucha, en este caso a los árabes.

Pero el golpe final sobre los palestinos habría de ser el pacto secreto entre Abdullah, rey de Transjordania y Golda Meir, representante en esos momentos del gobierno israelí. Este pacto consistía, sencillamente, en repartirse Palestina. [83] Así, el Estado de Israel extendió su superficie más allá de las fronteras señaladas en el mapa de partición de las Naciones Unidas y el Rey de Transjordania, abuelo del actual Hussein, se apropió de Cisjordania. Al rey Faruk solamente le tocó un hueso: la franja de Gaza.

Pocos años después, Abdullah sería ejecutado por un palestino. Pero ese acto de justicia y desesperación no habría de cambiar la suerte de su pueblo. Comenzaba la tragedia del pueblo palestino, despojado de su tierra y su derecho a la autodeterminación.

Terror para lograr una «tierra sin pueblo»

Los colonizadores sionistas habían tenido tiempo de comprobar que la consigna de «tierra sin pueblo» no se correspondía con la realidad de Palestina. Pero, si la «tierra sin pueblo» no existía, se podía en cambio fabricarla. Vimos cómo al principio de su colonización, las medidas económicas y políticas del sionismo tendían a una lenta pero firme marginación de la población árabe. Ahora este proceso daría un salto: la expulsión de la mayoría de los palestinos y la expropiación de sus bienes.

El líder sionista Weitz, director durante muchos años del departamento de colonización de la Agencia Judía, anotaba en su «Diario» en 1940: «La única solución es una Palestina, o al menos una Palestina Occidental [al oeste del río Jordán] sin árabes… y no hay otro camino que transferir todos los árabes desde aquí a los países vecinos, transferirlos a todos: ni una aldea, ni una tribu deben quedar.» [84] Para realizar estos planes dignos de Hitler, sólo había un método: el que usaba Hitler. Y se usó.

Apenas votada la partición en las Naciones Unidas, comenzó una campaña de terror que obligó a la huida de las poblaciones árabes. Como principales ejecutores de las carnicerías se distinguieron los miembros del Irgún, organización terrorista que tenía la ventaja de ser «extra oficial». Es decir, que cuando efectuaba alguna masacre, Ben Gurión podía lavarse las manos y decir que no era responsable. El dirigente de esta organización fascista era el famoso Menajen Begin, hoy líder del partido Herut, miembro de la Knesset (parlamento de Israel) y ministro en multitud de gabinetes.

Sería imposible hacer el recuento de todas las matanzas de los sionistas en ese período. Ya relatamos la hazaña del Irgún en la Refinería de Haifa el 31 de diciembre de 1947. Vamos a hablar ahora de Deir Yassin.

El exterminio de la aldea árabe de Deir Yassin ha sido calificado con razón como el My Lai del sionismo, comparándola con la célebre masacre perpetrada en esa aldea de Vietnam por las tropas yanquis.

Los testimonios básicos de la matanza de Deir Yassin fueron dados por el delegado de la Cruz Roja Internacional en Palestina, M. De Reynier, quien descubrió los cadáveres y alcanzó a salvar a tres víctimas gravemente heridas. Su informe fue publicado en 1950. [85] En abril del año pasado, el periódico israelí Yedioth Aharonot, publicó diversa documentación sobre la matanza, entre ella un informe secreto del soldado Meir Philipsky –que hoy es el general (r) Meir Pa’el– y que al producirse la masacre era «oficial de enlace– entre la Haganá y los grupos terroristas (Irgún Zvi Leumi (ETZEL) y el grupo Stern (LEHI). [86] Estos datos pueden resumirse así:

El día 9 de abril de 1948, unidades especiales de la Haganá tomaron la aldea de Deir Yassin, después de vencer una débil resistencia árabe. Finalizada la resistencia, la dejaron en manos de los carniceros de ETZEL y LEHI. Estos fueron casa por casa, exterminando a todos sus pobladores civiles, la mayoría eran mujeres, ancianos y niños, ya que los hombres se hallaban trabajando fuera de la aldea en esos momentos. Arrojando granadas de mano en las viviendas y luego ametrallando o degollando a los sobrevivientes, exterminaron alrededor de 250 palestinas y palestinos.

«Junto con un grupo de habitantes de Jerusalén –relata el mencionado Philipsky– rogamos a los comandantes que dieran orden de parar la matanza, pero nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. Entretanto, unos 25 hombres habían sido traídos fuera de las casas. Fueron subidos en camiones de carga y llevados en marcha triunfal –como un triunfo romano– por los barrios de Mahaneh Yahuda y Zakhron Yosef (en Jerusalén). Cuando finalizó la marcha, fueron llevados a una cantera de piedras que queda entre Giv’at Sha’ul y Deir Yassin y allí muertos a sangre fría.» [87] Los cadáveres de la aldea fueron arrojados a los pozos de agua. Allí los descubrió el delegado de la Cruz Roja, De Reynier.

El historiador israelí Arieh Yitzhaqui, comentando en Yediot Aharonot la documentación publicada, destaca que lo de Deir Yassin «siguió el esquema habitual de la ocupación de una aldea árabe en 1948. En los primeros meses de la guerra de la independencia, las tropas de la Haganá y el Palmach realizaron docenas de operaciones de este tipo…» [88]

El objetivo político de las matanzas de Deir Yassin, Lidda, Jaffa, etc. no puede ser más claro: fabricar la «tierra sin pueblo», «transferir –como decía Weitz– a todos los árabes desde aquí a los países vecinos…»

Si hay dudas, Menajen Begin, uno de los principales ejecutores de estos crímenes, las despeja: «Todas las fuerzas judías –dice Begín– avanzaban a través de Haifa como un cuchillo en la manteca. Los árabes huían llenos de pánico gritando: «¡Deir Yassin!»… Este éxodo masivo pronto devino en una enloquecida e incontrolable huída.» [89] De esa forma, al firmarse el armisticio a principios de 1949, aproximadamente un millón de palestinos habían sido expulsados de su tierra.

El estado colonial y racista

El Estado de Israel es la institucionalización del hecho colonial. Como en sus iguales, los estados de Sudáfrica y de Rhodesia, la población nativa fue despojada de sus tierras y bienes, y de sus derechos nacionales y democráticos, parte de ella obligada a emigrar y la restante sometida a las normas clásicas de los estados donde una supuesta «raza superior» domina a una «raza inferior». El Estado de Israel es el instrumento (armado hasta los dientes por el imperialismo) que tiene como fin el mantener esa situación colonial. Retribuye servicios al imperialismo actuando como gendarme contra los movimientos revolucionarios o simplemente nacionalistas del mundo árabe.

Iremos finalizando este estudio con algunos ejemplos del carácter colonial, racista y contrarrevolucionario del actual Estado de Israel.

Uno de los más escandalosos –después del obligado éxodo de un millón de palestinos por el terror de las matanzas sionistas– es el despojo en masa de sus bienes. Ya hemos visto con qué métodos fueron obligados a huir. Después de la guerra del 48, al mismo tiempo que no los dejaba volver a sus hogares, el Estado de Israel aplicó una ley denominada de «propiedad de las personas ausentes» [90], según la cual, el árabe que se hallara «ausente» perdía todos sus bienes al estar estos «abandonados». De esa forma, tierras, casas, comercios, industrias, cuentas bancarias, etc. de ese millón de palestinos pasaron al bolsillo de los colonizadores. Fue la «acumulación originaria» del sionismo.

La «Ley de ausencia» es una «ley» de robo en masa hasta desde el punto de vista de las normas jurídicas burguesas. Es lo mismo que si una pandilla de asaltantes penetra en casa de una familia, asesina a una parte y produce, en consecuencia, la huida del resto. Cuando se les va a pedir cuentas, estos caballeros argumentan que, por haberse «ausentado» los sobrevivientes y «abandonado» sus bienes, han perdido todo derecho sobre ellos. Han pasado ahora a manos de los gangsters. Al mismo tiempo, a punta de pistola, impiden el regreso de los sobrevivientes y, cada vez que estos tratan de entrar a su casa, los gangsters claman ante el mundo que son «agredidos».

La llamada «Ley del retorno», es otro ejemplo de racismo. Cualquier judío de cualquier país del mundo, aunque sus antecesores jamás hayan tenido que ver con Palestina, tienen derecho a «regresar» (?) a Israel y ser ciudadano con plenos derechos. En cambio, un palestino (que hace 25 años fue echado por la fuerza) o su hijo no tienen derecho al «retorno» ni a la ciudadanía.

Durante la ocupación británica fueron promulgadas, en 1945, unas «leyes de emergencia» que fueron calificadas por el dirigente sionista Jacob Shapira de la siguiente forma: «Estas leyes no tienen equivalente en cualquier país civilizado, ni siquiera en la propia Alemania nazi. Son leyes que sólo se aplican a un país ocupado… ninguna autoridad se puede permitir la promulgación de leyes tan inhumanas.» [91] Pues bien, estas leyes siguieron en vigencia en el Estado de Israel y, para completar la burla, el Sr. Shapira se convertía poco después en Ministro de Justicia, es decir, ¡en el encargado de aplicadas! Las modificaciones hechas años después a estas leyes han sido puramente formales y destinadas a acallar las protestas que se levantaran tanto dentro como fuera de Israel.

De acuerdo a estas «leyes» vigentes actualmente en Israel, y aplicadas en los territorios usurpados después de la guerra de 1967, los palestinos se hallan bajo «gobierno militar». Las autoridades militares tienen derecho a «transferir y expulsar a los habitantes de las zonas, tomar y conservar en su poder cualquier bien, artículo u objeto, practicar pesquisas y allanamientos en todo momento, limitar el desplazamiento de personas, imponer restricciones en el ámbito del empleo y los negocios, decretar deportaciones, poner cualquier persona bajo vigilancia de la policía o imponerle residencia forzosa. . . confiscar cualquier terreno en interés de la seguridad pública, usar libremente de la requisa, imponer la ocupación militar a expensas de los habitantes, establecer el toque de queda, suspender los servicios postales y cualquier otro servicio público». [92]

Existen pocos estados con legislación semejante y que se aplique exclusivamente a un sector de la población, siendo este sector determinado por su supesta «raza». La Alemania de Hitler fue un ejemplo de este tipo de estado. Rhodesia y Sudáfrica lo son hoy en día. Es impresionante la similitud, hasta en la forma, de la legislación antinegra en Sudáfrica y la legislación antiárabe en Israel. Ambas reconocen, por otra parte, un origen común: la legislación colonial británica.

La maraña de leyes y disposiciones racistas y coloniales se apoyan unas a otras y se combinan en un mismo resultado: la opresión, el robo y la explotación de la población árabe. Un ejemplo frecuente es el siguiente: una autoridad militar declara «zona de seguridad» a tal o cual región. Ningún árabe, por consiguiente, puede entrar o vivir en ella. Si en la zona existía alguna aldea, sus pobladores son expulsados; si había tierras pertenecientes a árabes, no se los deja pasar para cultivadas. Acto seguido comienza a actuar la «Ley de ausencia»: las tierras y aldeas se hallan «abandonadas», sus cultivadores y moradores se han «ausentado», por lo cual pasan a ser propiedad de Israel. Es que la «ley de ausencia» se aplica también a los palestinos que se hayan trasladado a otro lugar, aunque estos palestinos permanezcan dentro de Israel y aunque su traslado haya sido forzado por una autoridad israelí.

Una pálida idea del régimen fascista al que está sometida la población palestina lo da el «Informe del Comité Especial de las Naciones Unidas encargado de investigar las prácticas israelíes que afecten los derechos humanos de la población de los territorios ocupados». [93] Es un catálogo de horrores: «torturas y malos tratos», «detención administrativa» (es decir, la prisión de miles de palestinos en cárceles y campos de concentración por disposición de las autoridades militares, sin juicio alguno y por tiempo indeterminado), «expulsión de personas de los territorios ocupados en virtud de las llamadas órdenes de deportación», «traslado de varios miles de personas de sus hogares a otras partes del territorio ocupado», «expropiación de sus bienes, incluso bienes pertenecientes a personas trasladadas de sus hogares», «demolición de casas» (aproximadamente 10.000 desde 1967), «negación del derecho a regresar a sus hogares a las personas que huyeron del territorio ocupado a causa de las hostilidades de junio de 1967 y a las que fueron deportadas o expulsadas de cualquier otra forma». Tales son los items del Informe del Comité Especial de las Naciones Unidas.

El «Informe» llega a la conclusión de que no se trata de una política «empleada en circunstancias excepcionales» sino que, por el contrario, se «ha convertido arbitrariamente en una norma de conducta o política definitiva». [94] Y agregamos nosotros: esta «norma de conducta o política definitiva» es la consecuencia lógica, fatal e inevitable de toda situación colonial.

Nunca, en ninguna época y en ningún continente, un grupo de colonizadores ha podido establecer y mantener su dominio sobre la población nativa sin apelar a métodos por el estilo. Rhodesia, Sudáfrica, la Argelia «francesa», las colonias portuguesas africanas e Israel están allí para probarlo.

Desde 1948, el desarrollo del Estado colonial y racista de Israel ha acentuado cada vez más su similitud con las mencionadas experiencias de colonización. Y ahora queda clara toda la falsedad del argumento sionista de que no son colonizadores porque no explotan mano de obra nativa. Ya vimos que, al principio de la colonización, esto de «no explotar mano de obra nativa», era el manto «socialista» que cubría la expulsión de los obreros y campesinos árabes de sus empleos y sus tierras. Pero, una vez operado el desplazamiento de la población nativa y la expropiación en masa de sus bienes, los sionistas no han tenido ningún escrúpulo en explotar a los palestinos despojados.

El hambre y sed de superganancias que domina a la burguesía sionista, extiende también la explotación, la discriminación racial y la miseria sobre amplios sectores de la población judía, especialmente la de origen oriental (sefarditas, yemenitas, etc.). Hoy el Estado de Israel es una pirámide racista, donde la cúspide es ocupada por dos mil millonarios (en dólares) de origen azkenaze (judíos europeos) e íntimamente ligados a las inversiones imperialistas. Más abajo, una burguesía media y una burocracia privilegiada del Estado y de la Histadrut, también de origen askenaze. Estas clases y capas privilegiadas, se asientan sobre las masas de judíos orientales y, ya en el último escalón de la pirámide, sobre los palestinos. [95] Israel es la Sudáfrica de Medio Oriente.

El gendarme del imperialismo en Medio Oriente

Pero lo dicho hasta aquí es sólo la mitad del Estado de Israel. Su otra mitad es su papel de gendarme contrarrevolucionario del imperialismo en el mundo árabe. En esto, continúa y amplía la «foja de servicios» prestada al imperialismo inglés antes de la creación del Estado.

Si hubiese sido verdad la fábula que presidió la constitución del Estado –Israel «progresista» (y hasta «socialista») versus los regímenes árabes «feudales»–, sería inexplicable que desde entonces Israel viene realizando continuos actos de agresión contra todos los movimientos «antifeudales» y antiimperialistas árabes.

Este papel de gendarme contrarrevolucionario se combina con la pretensión de los sectores sionistas más patrioteros de construir «el Gran Israel desde el Nilo al Eufrates», [96] Una de sus primeras acciones como gendarme fue el ataque a Egipto por haber expropiado el Canal de Suez a los colonialistas franceses y británicos .

En 1956, el gobierno egipcio presidido por Gamal Abdel Nasser nacionalizó la Compañía anglo-francesa del Canal del Suez. Fue un hecho histórico. Constituye una de las medidas antiimperialistas más importantes, no sólo para el pueblo egipcio, sino para todos los pueblos del mundo colonial y semicolonial. Frente a eso, Israel, unido a los ejércitos de Francia e Inglaterra, atacó Egipto y participó en la matanza de miles de árabes que se habían atrevido a desafiar a sus antiguos amos imperialistas.

La trayectoria negra de Israel prosiguió con su apoyo a Francia contra los revolucionarios argelinos que luchaban por la independencia. Luego, cuando los colonos franceses rompen con el gobierno metropolitano de De Gaulle que quería llegar a un arreglo con los argelinos, Israel pasa a ayudar a los fascistas de la OAS.

Con el régimen sudafricano, con el que coincide en las bases colonial-racistas del estado, inició una estrecha y pública colaboración económica, política y militar. [97]

La Guerra de los Seis Días, en 1967, repitió con pocas variantes la aventura de 1956. La diferencia fue que, por haber emprendido esta guerra en colusión con el imperialismo yanqui, Israel dispuso de un formidable aparato propagandístico para presentarse ante el mundo como «víctima». Como un pequeño y débil país amenazado de exterminio por vecinos cien veces más poderosos que se proponían «echar a todos los judíos al mar». Este tema central de la propaganda yanqui-sionista fue alimentado por sectores árabes de derecha. Estos sectores, como lo prueban los hechos, son los que menos luchan contra el imperialismo y su socio sionista. Sus capitulaciones las disimulan planteando la cuestión de Israel en términos racistas o religiosos y no en los términos sociales y políticos de una lucha antiimperialista. No sólo tratan así de confundir a las masas árabes, sino que, de esa forma, le hacen el juego al sionismo, alimentando su propaganda exterior, y también consolidando su frente interno.

Para entender la guerra de 1967, hay que comenzar por fijarse en qué marco internacional se produjo.

«La coyuntura específica que condujo a esta guerra –señala el historiador Fawwas Trabulsi– es la convergencia de dos tendencias:

«1) El imperialismo de los EE.UU. desató una ofensiva contra los regímenes nacionalistas del Tercer Mundo y los países subdesarrollados de Europa; 2) La necesidad que el colonialismo territorial sionista tenía de los regímenes árabes débiles, subdesarrollados y subordinados al imperialismo, fue desbaratada por el régimen nasserista en Egipto y el Baas en Siria.

«La ofensiva de 1960 del imperialismo norteamericano contra Vietnam, Cuba, Ghana e Indonesia alcanzó al Mediterráneo Oriental en 1967. El 21 de abril de ese año, el ejército se apoderó del poder en Grecia en un golpe maestro dirigido por la CIA. Se volvió demasiado claro que Siria y Egipto serían los próximos blancos. La cuestión era saber si el ataque vendría desde dentro o desde fuera. El 11 de mayo, un oficial israelí de alto rango pareció proporcionar la respuesta cuando amenazó con la ocupación militar de Damasco para poner fin a las incursiones de Al-Fatah sobre territorio israelí. Fue seguido, al día siguiente, por el general Rabin quien declaró que mientras el régimen del Baas no fuera depuesto en Siria ningún gobierno en el Medio Oriente podía sentirse a salvo.

«Israel pensaba en sus intereses: la división de los Estados árabes en un campo «progresista» y un campo pro imperialista, oligárquico, neutralizaba sus designios de imponer sus hechos consumados a través de la mediación de las potencias imperialistas o preservar el statu quo en el cual ella tenía la delantera. No obstante, desde 1965 la organización palestina Al-Fatah había comenzado sus incursiones dentro de Israel. Negándose a admitir la existencia del pueblo palestino, Israel consideraba esos actos como perpetrados por «terroristas árabes» que operaban desde Siria. Las incursiones israelíes en noviembre de 1966 contra la ciudad jordana de Samu, y en abril de 1967 contra Siria fueron consideradas por los portavoces oficiales israelíes como «incursiones de represalia» contra las actividades de los comandos palestinos.

«El régimen nasserista de Egipto –prosigue Trabulsi– había estado sujeto al fuerte chantaje de la reacción árabe, especialmente de Arabia Saudita y Jordania, por la pasividad de su posición respecto de Palestina desde 1957. Las gestiones que hizo Nasser para exigir la retirada de Egipto de las tropas de la UN, (93) la concentración de tropas sobre la frontera de Israel y, finalmente, para cerrar el Golfo de Aqaba a la flota israelí (15-23 de mayo) sólo puede ser entendida dentro de este contexto. De un golpe, Nasser hizo un movimiento de solidaridad activa con la amenazada Siria y destruyó la última secuela de la agresión tripartita de 1956. Así, se anotó una doble victoria y probó que Egipto, entre los países árabes, aun llevaba la voz cantante en el asunto Palestina.

«Nasser –analiza Trabulsi– había desbaratado el statu quo, impuesto por Israel, en 1956. La tarea era convertir su victoria en derrota. Sobre ambas cosas los israelíes y los norteamericanos estaban de acuerdo. El presidente Johnson le dijo al Ministro de Relaciones Exteriores israelí el 26 de mayo: «Si podemos derrotar a Nasser en la cuestión de los estrechos, el bloqueo será levantado, toda la maniobra estará arruinada y, aún, la posición de Nasser a la cabeza de Egipto se verá comprometida». Dos medios para infligir esta derrota estaban abiertos: forzar el bloqueo por medio de una armada de las potencias marítimas, incluyendo a Gran Bretaña y los EE.UU., o una invasión israelí.

«El gobierno y el ejército de los EE.UU. no tenía duda ninguna con respecto al resultado de esa invasión. Durante la crisis, Johnson había requerido dos veces al Pentágono que se le informara sobre el equilibrio del poder militar entre el Estado árabe e Israel y dos veces recibió la misma enfática respuesta: si la guerra comenzaba, Israel conseguiría una victoria decisiva en unos pocos días por medios de una acometida de acorazados e incursiones aéreas contra Egipto; aún cuando Israel no iniciara el primer ataque ganaría, de todos modos, la guerra.

«El 2 de junio, una importante personalidad israelita retornó de una misión secreta en Washington. Al día siguiente, Eshkol recibió un telegrama de Johnson con una omisión significativa: la solemne exhortación a Israel para renunciar a cualquier acción militar unilateral fue dejada de lado; el presidente norteamericano solamente mencionó sus esfuerzos diplomáticos. Fue después de recibir un segundo mensaje de Johnson que el Gabinete de Guerra israelí sesionó y decidió emprender la guerra. El imperialismo de los EE.UU. había decidido iniciar la guerra contra los pueblos árabes por poder. Israel había abierto el paso a la «actuación independiente».»

Y añade Trabulsi: «La guerra de junio, una combinación de la política por otros medios, fue la derrota de la política árabe predominante tanto en el antisionismo como en el antiimperialismo. Fue la derrota de los países de una región subdesarrollada, con regímenes igualmente subdesarrollados, infligida por un estado menor, numéricamente inferior, pero representante de una potencia colonizadora técnicamente avanzada, europeizada y militarista que contaba con el firme respaldo del campo imperialista.

«La estrategia israelí es el sionismo aplicado al dominio militar: una desconcertante Blitzkrieg dirigida a la imposición de hechos, más hechos y siempre nuevos hechos. Durante toda la guerra, el ejército israelí comandó una superioridad numérica sobre los ejércitos árabes participantes, y la superioridad estratégica sobre todos los frentes. Nunca perdió la iniciativa, entonces. La estrategia árabe, o mejor su ausencia, revela hasta más no poder todas las contradicciones y limitaciones de los regímenes árabes…» [98]

Pero donde más se prueba el carácter de gendarme contrarrevolucionario del Estado sionista, es en sus agresiones constantes a los campamentos de refugiados palestinos y a su movimiento de liberación nacional. Para eso Israel se alía con los gobiernos árabes más reaccionarios, como el de Líbano o el carnicero Hussein, rey de Jordania.

Así, en septiembre de 1970, cuando Hussein desencadenó la represión sobre los palestinos, masacrando a 20.000 refugiados, Dayan le prestó ayuda bombardeando los campamentos. Recordemos cómo se movilizó la flota yanqui, cómo Israel apostó su ejército sobre el Jordán y anunció que estaba presto a invadir si la lucha era desfavorable al genocida Hussein y era derribado por la movilización popular. ¡Recordemos que hubo un Chile en Medio Oriente y que Israel intervino para socorrer a su Pinochet!

Algunas conclusiones

Sólo una grosera falsificación de los hechos puede ocultar que Israel es un enclave colonial, de características similares a los estados «blancos» de África, erigido en base al desalojo y/o masacre de la población originaria, la discriminación racial, la explotación y negación de sus derechos democráticos y de autodeterminación nacional. En la región, este enclave colonial actúa como gendarme del imperialismo para reprimir las luchas nacionales y sociales de los pueblos árabes.

La fábula del Israel «progresista» (y hasta «socialista») ya se está eclipsando. Sin embargo, todavía algunos creen en ella. ¿Por qué? Esto tiene que ver con algunas características históricas originales de la colonización sionista.

Hemos visto cómo los imperialismos europeos se aprovecharon de la tragedia de las masas sin pan y sin trabajo de Europa para utilizarlas en sus aventuras coloniales. Con esto también bajaban la presión de la caldera social en las metrópolis. Pero el sionismo se aprovechó de algo más para legitimarse, de una de las mayores tragedias y crímenes de la etapa de agonía del imperialismo: del antisemitismo y las matanzas de los nazis en Europa. Tras este recuerdo, el sionismo trata de justificar y legitimar que en Palestina aplica los mismos criterios racistas y los mismos métodos de la Alemania de Hitler.

Otro factor de confusión han sido las justificaciones ideológicas de la colonización sionista, a la que en cierto momento el stalinismo también contribuyó en la posguerra, al fundarse el Estado de Israel, cuando la URSS se unió a EEUU para disponer la partición de Palestina. En esos momentos, las corrientes mayoritarias del sionismo se presentaban como «laboristas», socialdemócratas, laicas y hasta «marxistas»… Las fabulaciones sobre los kibutz eran parte de este pintura que se exhibían ante el mundo, en contraste con los árabes «feudales», «barbaros» y «atrasados». Las corrientes sionistas que hablaban claro y que decían la verdad sobre sus propósitos (como la «revisionista», iniciada por Jabotinsky y que tenía como modelo explícito al fascismo de Mussolini, o las corrientes religiosas fanáticas) eran aún minoría.

El sionismo, expresión tardía y marginal del colonialismo europeo del siglo XIX, aparece cuando las ideas socialistas se habían hecho carne en las masas judías de trabajadores y pobres de Europa Oriental. Para disputar esas masas influidas por marxistas y bundistas (y que rechazaban el sionismo), estaba obligado a adoptar un barniz «socialista».

El clima político mundial al finalizar la Segunda Guerra y plantearse la creación del Estado de Israel, era similar en cuanto a una renovada popularidad de las ideas socialistas. A esa situación debieron adaptar su camuflage.

La juventud judía debe repudiar al sionismo, recordando que «un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre»

Esto deben meditarlo especialmente los jóvenes judíos, sometidos a un colosal chantaje ideológico por todo el aparato sionista.

El sionismo habla, por ejemplo, de no perder las tradiciones. ¿Pero cuál tradición? El joven judío tiene dos «tradiciones» para elegir: una es la de Marx, Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rosa Luxemburgo, Abraham León, etc. Otra es la de Teodoro Herzl, la familia Rothschild, o la de los rabinos. A la primera tradición responden, Rami Livne, Meli Lerman, Levenbraum y demás jóvenes judíos detenidos, torturados y condenados hace poco a largos años de cárcel en Israel por luchar con sus hermanos, los árabes palestinos. A esa misma tradición responden los compañeros judíos que en Israel militan en las filas de Matzpen, sección de la IV Internacional. O aquí en la Argentina, los que militan en nuestro partido y otras organizaciones de izquierda antisionistas. En la otra tradición, en cambio, se ubican Dayan, Begin, Golda Meir y Cia. Hay que elegir.

Al joven judío, tironeado entre la realidad colonialista de Israel y las presiones sentimentales de su familia, del ambiente y de los aparatos sionistas, le decimos que no se confunda: no hay término medio, no hay un sionismo «progresista» que permita quedar bien con Dios y con el diablo. Esto es así por una razón muy simple: el sionismo en Israel es un nacionalismo de opresores, no de oprimidos.

El nacionalismo de los pueblos oprimidos tiene sus grandes vetas progresivas; allí es legítimo hablar realmente de «alas izquierdas». Pero no sucede lo mismo con los nacionalismos de los opresores; por ejemplo, el nacionalismo estadounidense, el de los colonos blancos de Sudáfrica o el de los colonos sionistas de Palestina.

Si partimos de rechazar toda forma de opresión nacional o «racial», hay que hacer también esto en Palestina. El problema con la «izquierda» sionista es que dice estar contra toda forma de opresión en cualquier lugar del planeta… menos en Palestina…

Aquí conviene recordar la reflexión del historiador francés Maxime Rodinson: «Sigo pensando que el hecho de ser judío, no me obliga a emplear dos pesos y dos medidas diferentes. O, entonces, mejor seamos francos y declaremos que, sean cual fueren las circunstancias, un grupo determinado de hombres tiene siempre razón; en este caso, el grupo al que pertenecemos según los criterios antisemitas y sionistas; es decir, al grupo de los judíos. Tal convicción de impecabilidad de nuestro propio grupo «étnico» es un fenómeno frecuente en la historia de los grupos humanos. Ese fenómeno se llama racismo.» [99]

Asimismo, viene bien recordar una máxima que siempre se ha cumplido: que «un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre». El sionismo es un grave peligro, no sólo para las masas árabes, sino también para los judíos que fueron a Palestina creyendo honestamente en las promesas sionistas de seguridad, paz… y hasta de «socialismo». Pero es imposible ejercer en forma «pacífica» y «segura» el papel de colonizador. El programa real del sionismo es la «guerra por mil años» de la que habla frecuentemente el fascista paranoico Dayan. [100]

Frente a esta perspectiva, los compañeros judíos deben saber que la Resistencia Palestina les ofrece otra opción: «ninguna seguridad en un estado racista, pero total seguridad en una nueva Palestina democrática». [101]

¡Abajo el estado racista y colonial!!
¡Por un estado palestino laico, no racista y con amplios derechos democráticos para todos sus habitantes, árabes o judíos!

Nuestro partido apoya esta consigna democrática levantada por las organizaciones más representativas del pueblo palestino. El apoyo a esta consigna democrática, cuyo contenido es similar a la consigna de Asamblea Constituyente sostenida por la IV Internacional en 1948, no significa, por supuesto, que demos un aval respecto a la dirección palestina. En Avanzada Socialista (24/10/73) explicamos así esta consigna:

«Entendemos que lo más correcto es apoyar la creación –en el territorio que hoy ocupa el Estado sionista– de un único Estado Palestino, laico, no racista y con amplios derechos democráticos para todos sus habitantes.

«Estado laico significa que no estará basado ni sostendrá ninguna religión oficial, ni islámica, ni judía, ni cristiana. Un Estado Palestina laico no se basará ni en el «Antiguo Testamento y los profetas de Israel» (como es el caso del actual estado sionista), ni tampoco en el Corán (libro sagrado de la religión islámica y que regla la Constitución y las leyes de varios estados árabes). Al mismo tiempo, garantizará a cada uno de sus habitantes, total libertad de practicar el culto que desee o de no tener ninguna religión si así lo prefieren.

«Este Estado Palestino laico, suprimirá los privilegios, discriminaciones y persecuciones raciales que existen hoy en el Estado sionista y garantizará a todos sus ciudadanos –sean de origen árabe o judío– iguales derechos democráticos: libertad de hablar y enseñar su lengua natal y de publicar en ella su prensa y sus libros, no discriminación en los empleos públicos o privados e igualdad de salarios, igualdad de elegir y ser elegidos en cargos públicos o sindicales, árabe y hebreo como lenguas oficiales, etc.

«Algunos lectores podrán planteamos la siguiente objeción: «Estamos de acuerdo que hay que terminar con Dayan, Golda Meir y Cía. ¿Pero por qué damos la consigna de un único Estado Palestino? Esto garantizaría, evidentemente el derecho a la autodeterminación de los árabes, ya que ellos podrían ser mayoría en ese estado. ¿Pero eso no lesionaría el derecho a la autodeterminación de los judíos, a los que no debemos meter en la misma bolsa que Dayan y su banda?

«La respuesta es muy simple: los marxistas revolucionarios defendemos el derecho a la autodeterminación de los oprimidos, no de los opresores.

«El derecho a la autodeterminación es un problema concreto, no es una cuestión aritmética de mayorías o minorías. Defendemos el derecho a la autodeterminación de la minoría «católica» irlandesa en el Ulster contra la mayoría «protestante» inglesa, porque la primera es oprimida por la segunda. Por la misma causa, apoyamos a la mayoría negra de Rhodesia, Sudáfrica y de las colonias portuguesas, contra la minoría blanca que la esclaviza en la forma más salvaje. ¿Qué plantearíamos, por ejemplo para Sudáfrica? ¿La autodeterminación de los negros… y también de los blancos que les niegan hasta la condición de seres humanos?

«El caso de Israel es parecido al de Rhodesia, Sudáfrica o al de Argelia antes de la revolución. Igual que en esos casos, el imperialismo «importó» a una minoría colonizadora que despojó a millones de nativos de sus tierras y sus derechos nacionales y humanos. Igual que en Sudáfrica, donde los negros son encerrados como ganado en «reservas indígenas» , millones de palestinos viven en la miseria de los «campamentos de refugiados» del Líbano, Siria y Jordania. Por añadidura, son víctimas de masacres perpetradas por los sionistas o sus cómplices árabes, los gobiernos reaccionarios del Líbano y Jordania. Los palestinos que quedaron en Israel son sometidos a un régimen de terror nazi…

«¿Quiénes son, entonces, los opresores y quiénes son los oprimidos? ¿Quiénes tienen derecho a la autodeterminación? Aquí la cosa es simple y concreta: lo primero e inmediato es restituir al pueblo oprimido su tierra y sus derechos nacionales y democráticos. Al mismo tiempo, garantizar a todos los judíos que quieran vivir en paz y fraternidad con los árabes y sin explotarlos, a todos los judíos que no quieran ser carne de cañón de Dayán y el imperialismo yanqui, la completa igualdad de derechos democráticos como ciudadanos de un Estado Palestino, democrático, laico y no racista.»

[1].- Guerra entre Israel vs. Egipto y Siria que duró del 6 al 26 de octubre de 1973.

[2].- La masacre de los campamentos palestinos de Sabra y Chatila en el Líbano –donde fueron asesinados 3.500 civiles indefensos, principalmente mujeres y niños– fue comandada por el ex primer ministro de Israel, Ariel Sharon. En septiembre de 1982, el Ejército israelí que había invadido Líbano, rodeó esos campamentos. Sharón envío entonces una fuerza mercenaria que estaba bajo órdenes de Israel –la milicia falangista «Fuerzas Libanesas»– para exterminar a los palestinos.

[3].- Probablemente la verdad esté en el medio de dos exageraciones opuestas: la que piensa que el lobby israelí tiene el poder de imponer a EEUU políticas totalmente contrarias a sus intereses, y la que subestima su rol con el argumento de que al fin de cuentas las acciones de Israel se inscriben dentro de la política y los intereses del imperialismo yanqui, en el marco de los cuales actúa como un simple agente de Washington. Sobre esta polémica, que ahora adquiere fuerza renovada, pueden consultarse las ediciones del 2 de julio, del 4 de junio y del 28 de mayo de este año en www.socialismo–o–barbarie.org .

[4].- Fatah: sigla del Harakat al-Tahrir al-Watani al-Filastini (Movimiento de Liberación Nacional Palestino), el principal partido laico de la OLP, fundado por Arafat en 1958/59.

[5].- «Gaza: La mayor prisión a cielo abierto», Ushani Agalawatta, Inter Press Service, 16/08/05, www.socialismo-o-barbarie.org/palestina_no_se_rinde/050821_d_mayorprisionacieloabierto.htm

[6].- Para un análisis más detallado de estas cuestiones, ver «Tendencias de la situación mundial», Socialismo o Barbarie, revista, Nº 19, diciembre 2005.

[7].- Abraham León fue uno de los dirigentes del sionismo de «izquierda» europeo hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Por esa época, León llega a la conclusión de que su partido sionista, el Hashomer Hatzair, se ha puesto al servicio del imperialismo inglés. Rompe, entoces, con el sionismo e ingresa a la IV Internacional. Producida la ocupación alemana, reorganiza la sección belga, edita periódicos clandestinos, impulsa la organización de resistencia en diversos sectores del movimiento obrero. Al dirigirse a Charleroi, con la misión de ayudar a la reorganización del cuerpo de delegados de los mineros que estaba siendo dirigida por los trotskistas, es detenido por la Gestapo. Muere en el campo de concentración de Auschwitz.

En condiciones increíblemente difíciles –bajo la ocupación alemana– León escribe «La Cuestión Judía», uno de los estudios marxistas más valiosos sobre el tema. Allí desarrolla la tesis del «pueblo-clase». Hace además una predicción: que en caso de crearse un Estado judío en Palestina, será «un Estado sometido a la completa dominación del imperialismo inglés o norteamericano» (Abraham León, «The Jewish Question», Pathfinder, New York, 1970, pág. 252).

[8].- Los sionistas argumentan hoy que esta salida era utópica, que la lucha revolucionaria no llegó a salvar a los seis millones de judíos europeos masacrados por los nazis y que, por otra parte, en la URSS y otros países que se dicen «socialistas» persisten rasgos de antisemitismo. De allí deducen que el antisemitismo es un fenómeno «eterno», común a todas las sociedades y los pueblos.

La conclusión sionista es falsa. El antisemitismo siguió vivo en Europa después de la Revolución Rusa precisamente porque el socialismo no pudo triunfar en todo el continente. La revolución fue derrotada en los principales países de Europa y, especialmente, en su país clave: Alemania. La supervivencia del capitalismo y el curso contrarrevolucionario que se abre desde 1923 conducirían finalmente, al triunfo del fascismo en Alemania y a la burocratización de la URSS, al estalinismo. La victoria de la revolución socialista en Alemania hubiese hecho imposible el genocidio perpetrado en la Segunda Guerra Mundial.

Por otro lado, en ese gigantesco enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución que se produjo en 1917-23 –una de cuyas consecuencias ulteriores serían la Segunda Guerra Mundial y las masacres nazis–, los sionistas no estuvieron del lado de la revolución socialista sino del otro lado de la barricada.

[9].- Bund: «Unión General de Obreros Judíos de Lituania, Polonia y Rusia», fundada en 1897. Inicialmente formó parte del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Al dividirse el POSDR, el Bund se alineó siempre contra los bolcheviques. En 1917 apoyó a Kerensky contra Lenin y Trotsky. El Bund conservó bastante fuerza en Polonia hasta la Segunda Guerra Mundial.

[10].- Abraham León, «The Jewish Question», Pathfinder, New York, 1970, pág. 244.

[11].- «Estudio preliminar» de Alex Bein al libro de Teodoro Herzl, «El Estado Judío y otros escritos», Ed. Israel, Bs. As., 1960, pág. 56, subrayados nuestros.

[12].- Teodoro Herzl, «El Estado Judío y otros escritos», cit., pág. 199, subrayados nuestros.

[13].- A. Chouraqui, «A Man Alone; The Life of Theodor Herzl», Jerusalem, Keter Books, 1970, pág. 106; cit. por Maxime Rodinson, «Israel, a Colonial-Settler State? «, Monad Press, New York, 1973, pág. 102.

[14].- Herzl, «El Estado Judío y otros escritos», ídem, pág. 213 (subrayados nuestros).

[15].- Dov Barnir, «Os Judeus, o sionismo e o progresso», en la recopilación realizada por Jean-Paul Sartre, «Dossier do Conflicto Israelo-Arabe», Inova, Portugal, 1968.

[16].- Dov Barnir, cit.

[17].- «No es el mandato británico, sino la Biblia lo que constituye nuestro derecho sobre esta tierra», R.J. Swi Werblowsky, «Israel y Eretz Israel», en «Dossier…», idem. pág. 402.

[18].- Dov Barnir, cit., pág. 486.

[19].- Ephraim Tari, «O Significado de Israel», «Dossier…», idem, pág. 560. La famosa consigna «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», fue levantada por uno de los líderes iniciales del movimiento sionista, el inglés Zangwill. Tómese nota que para el Sr. Tari, los musulmanes y otros que nombra no son «un pueblo» (para él Palestina se hallaba «sin pueblo») sino apenas «núcleos heterogéneos», casi al nivel de los mosquitos que infectaban de malaria los pantanos de esa «tierra sin pueblo».

[20].- Robert Misrahi, «Coexistencia o Guerra», «Dossier…», cit., pág, 584.

[21].- Maxime Rodinson, «Israel…», cit., pág. 46.

[22].- Robert Misrahi, cit., pág. 584.

[23].- Iosef Shatil, «Las ideologías en el conflicto árabe-israelí», en «Antología Israel, la liberación de un pueblo», AMIA, Bs. As. 1968, pág. 316.

[24].- Ponemos «feudales» entre comillas, porque en el mundo musulmán no existió un feudalismo en el sentido clásico europeo. Pero se hablaba de «feudales» árabes, refiriéndose a la viejas capas dirigentes (de raíces precapitalistas), que habían aprovechado sus situaciones privilegiadas (con sus múltiples «derechos» de administración y usufructo) para hacerse plenamente propietarias (en el sentido capitalista moderno de la palabra) de vastas extensiones de tierras. También, simultáneamente, tenían intereses en el comercio y la usura, que existía pese a la prohibición del Corán.

Las formas de posesión de la tierra y de extracción del producto excedente a los campesinos fueron en el Islam variadas y complejas según la región y el momento histórico, pero en general nada «feudales». Ha habido muchas discusiones entre los marxistas sobre cómo caracterizar los modos de producción y la formación económico-social del Islam antes de la penetración del capitalismo moderno. Si la caracterización de feudal (en el sentido clásico europeo) es inadecuada, también hay objeciones contra la etiqueta de «modo de producción asiático». Para más datos, es interesante ver Maxime Rodinson, «Islam y capitalismo», Siglo XXI, Bs. As., 1973, especialmente págs. 47 y sigs.

Pero, independientemente de esto, aquí se presentaron problemas políticos: la obsesión de meter el sello de «feudal» al mundo árabe, tiene que ver con dos teorías-justificación: la del colonialismo (y el sionismo) y la del stalinismo.

Para la mentalidad colonialista, hablar de «feudal» era aludir a la «barbarie» y el «atraso» a los que había que llevar las «luces» de la «civilización». Para «modernizar» y «civilizar» a esos pueblos era necesario, por supuesto, colonizarlos.

Hubo también versiones de «izquierda» de esas ideologías: ya en la II Internacional existieron fuertes corrientes que avalaban el colonialismo con los argumentos de llevar la «civilización», el «progreso» y «las luces» a los «bárbaros» no europeos… y así preparar las condiciones para que en el futuro se hicieran socialistas.

En cuanto al stalinismo, la cosa fue algo distinta. Para justificar sus alianzas con las burguesías del Tercer Mundo, el stalinismo negó la posibilidad de combinaciones y saltos de etapas históricas. Así, necesariamente, todo pueblo debía pasar –o haber pasado– por las etapas de comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo, capitalismo y socialismo. La historia no hacía caso de los decretos de Stalin, pero sí, en cambio, los historiadores soviéticos, obligados a encontrar «feudalismos» en el pasado o en el presente de todos los pueblos, especialmente del Tercer Mundo. No hacerlo, tenía el peligro de ser considerado «trotskista» y tratado como tal. Stalin llegó a proscribir los escritos de Marx sobre el «modo de producción asiático», ya que no sólo desbarataban ese esquema, sino que además pintaban un cuadro demasiado parecido a su régimen despótico.

Esas «teorizaciones» del stalinismo servían para justificar la subordinación de los trabajadores y la izquierda en los «frente populares» con los «burgueses progresistas», que luchaban contra los «feudales» agentes del imperialismo.

Hacemos esta digresión, porque en 1947/48, ambas corrientes, el sionismo y el stalinismo, coincidieron en esos argumentos para justificar el apoyo a Israel. Ambos pintaban un sionismo «progresista» y hasta «socialista», en lucha contra el atrasado «feudalismo» árabe. Así, en todo el mundo, los partidos comunistas defendieron el acuerdo EEUU-URSS para votar en la ONU la partición de Palestina y la fundación de Israel, con la argumentación de que era una buena forma de enfrentar a los «señores feudales árabes», patrocinados por el Imperio Británico.

[25].- Simha Flapan, «O Diálogo entre Socialistas Arabes e Israelitas é urna Necessidade Histórica», «Dossier…», cit., pág. 608.

[26].- Robert Misrahi, cit., pág. 585.

[27].- Iosef Shatil, cit., pág. 316.

[28].- Robert Misrahi, cit., pág. 583.

[29].- Cit., pág. 583.

[30].- Shimon Peres, «Dossier….», «Dias Proximos e Dias Longiquos», cit. pág. 558. Al escribir este artículo, el Sr. Peres era secretario general del Partido Rafi, fundado con Ben Gurión y el Gral. Dayan, como escisión del MAPAI.

[31].- Robert Misrahi, cit., pág. 590.

[32].- Cit., pág. 585.

[33].- Iosef Shatil, cit., pág. 316.

[34].- Simha Flapan, cit., pág. 641.

[35].- Prof. B. Aktzin, «Llegó el momento de tratar cuestiones concretas», en «Antología Israel…», cit., pág. 296.

[36].- «Subrayemos, en primer lugar, –dice Dov Barnir– que no ha habido un sionismo, sino muchos. Tres fueron «conseguidos»: la salida de Egipto, la salida de Babilonia y el éxodo a partir de la Diáspora.» (Dov Barnir, cit., pág. 447).

[37].- Lenin, «El imperialismo, fase superior del capitalismo», Obras Escogidas, Tomo 1, Cartago, Bs. As., 1960, pág. 449.

[38].- Maxime Rodinson, «Israel…» idem, pág. 38, subrayados nuestros.

[39].- Lenin señalaba que «a fines del siglo XIX los héroes del día eran en Inglaterra [y también en toda Europa, N. de la R.] Cecil Rhodes y Joseph Chamberlain, que predicaban abiertamente el imperialismo y mantenían una política imperialista con el mayor cinismo» (Cit., pág. 450). Imaginemos lo que sería esta mentalidad en los fundadores del movimiento sionista cuando (no el siglo XIX, sino hoy) todo un señor «socialista» dice que los palestinos no eran un pueblo, sino «núcleos heterogéneos» (ver nota 17) y que Palestina se hallaba «sin pueblo». O cuando una eminencia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el prof. Aktzin, «no está seguro de que exista el pueblo palestino» (ver nota 32).

[40].- Lenín, cit., pág. 451.

[41].- Maxime Rodinson, cit., pág. 42.

[42].- Cit., pág. 44.

[43].- Alex Bein, cit., pág. 57.

[44].- Sokolow, «History of Sionism», London, Vol. II, pág. XLVII, citado por Ivanov, «La burguesía sionista», Nuevas Masas, Bs. As., 1973, pág. 49.

[45].- Maxime Rodinson, cit., pág. 105.

[46].- Alex Bein, cit., pág. 65

[47].- Sokolow, cit., Vol. 1, pág. 13b.

[48].- Idem, Vol. 11, pág. 230. Lord Shaftesbury es el verdadero padre de la consigna de Zangwill. En 1854, Shaftesbury lanza el slogan: «territorio sin nación, nación sin territorio» (Cfr. Fawwas Trabulsi, «El problema palestino» en la recopilación «La Revolución Palestina y el conflicto Arabe-IsraeIí», Cuaderno de Pasado y Presente N° 14, Córdoba, 1970, pág. 60).

[49].- Reproducción facsímil de la «Declaración Balfour» en Ghazi Danial, «¿Por qué soy fedayín?», Bs. As., sin fecha, pág. 5.

[50].- Weizmann, «Trial and Error», Harpers, New York, cit. Rodinson, en «Israel…», cit. Pág. 47.

[51].- «Dossier…», cit., idem, pág. 247.

[52].- Rodinson hace el siguiente análisis, después de recordar que Inglaterra, en esos momentos, se encontraba embarcada en una guerra a muerte con los Imperios Centrales (Alemania, Austria y Turquía): «Los grandes motivos de la declaración descansaban en el deseo de un impacto propagandístico sobre los judíos de Europa Central y la esperanza de recoger los beneficios de la futura liquidación del Imperio Otomano. Los judíos de Alemania (donde estubo la sede central de la Organización Sionista hasta 1914) y de Austria-Hungría, habían sido conquistados para el esfuerzo de guerra en gran medida porque se combatía contra la Rusia Zarista, perseguidora de los judíos. En el territorio ruso conquistado, los alemanes se presentaban como protectores de los judíos oprimidos por el «yugo moscovita». (Aquí Rodinson cita proclamas pro judías del Estado Mayor AJemán). La Revolución Rusa reforzaba las tendencias derrotistas en Rusia. Se atribuía a los judíos rusos un papel importante en el movimiento revolucionario. Era fundamental darles motivos para que apoyaran a la causa aliada. No es mera coincidencia que la Declaración Balfour fuera emitida cinco días antes de la fecha fatídica del 7 de noviembre (25 de octubre del calendario ruso) en que los bolcheviques tomaron el poder. Uno de los objetivos de la Declaración era apoyar a Kerensky. Se pensaba también en la fuerza de los judíos norteamericanos, país que acababa de incorporarse a los Aliados. Era necesario obtener un esfuerzo máximo, cuando en ellos predominaba el pacifismo. Era necesario anticiparse a los sionistas alemanes y austríacos que negociaban una especie de «Declaración Balfour».»

Con respecto a Palestina, Rodinson señala la vinculación de la Declaración Balfour con los acuerdos con Houssein de La Meca y con Francia (tratado Sykes-Picot): «No era mala idea disponer en el Cercano Oriente de una población ligada a Inglaterra por el reconocimiento y la necesidad… Hacer de Palestina un problema especial, atribuir así a Inglaterra una responsabilidad particular, era obtener una base sólida para hacer exigencias durante la partición que seguiría a la guerra.» (Maxime Rodinson, «Israel…», idem. págs. 47 Y 48). Rodinson hace este análisis basándose principalmente en los documentos del Gabinete de Guerra inglés, publicados con posterioridad. Casi no es necesario aclarar que en las actas no hay rastros del supuesto «agradecimiento por los inventos del Dr. Weizmann». Se trata de otro mito histórico del sionismo.

[53].- Jon Rothschild, «How the Arabs Were Driven Out of Palestine», Intercontinentál Press, Vol. 11, N° 38, New York, 1973, pág. 1208.

[54].- Nathan Weinstock: «The Truth About Israel and Zionism», Pathfinder, 1970, pág. 5.

[55].- El Prof. Y. Baner de Jerusalén, en «La revuelta árabe de 1936», New Outlook, Jul-Agos-Sep. 1966, concluye: «…las condiciones para la victoria de 1948 fueron creadas durante la revuelta árabe» (citado por Nathan Weinstock, idem, pág. 5).

[56].- Fawaz Trabulsi, «El problema palestino», en la recopilación «La Revolución Palestina y el Conflicto Árabe-Israelí» , Pasado y Presente, Córdoba, 1970, pág. 77.

[57].- «Como hiriente ejemplo de los engaños perpetrados contra la clase trabajadora de los países sojuzgados por los esfuerzos combinados del imperialismo de los Aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas de Palestina, donde con el pretexto de crear un Estado Judío, en ese país donde los judíos forman una minoría insignificante, el sionismo ha entregado a la población marginada de los trabajadores árabes a la explotación de Inglaterra» («II Congreso de la Internacional Comunista» (1920), «Tesis y Adiciones sobre la Cuestión Nacional y Colonial», Editorial Pluma, Bs. As. 1973,Tomo 1, pág. 192).

[58].- Proporción estimada en base a la estadística de «Antología Israel», idem, pág. 344.

[59].- «The Complete Diaries of Theodor Herzl», Vol. 1, pág. 88, citado por Fawwas Trabulsi, cit, pág. 131 (subrayados nuestros).

[60].- Jon Rotschild, cit., pág. 1207.

[61].- Este mismo autor señala que la mitad de las tierras de Palestina se hallaban en manos de 250 familias que eran, al mismo tiempo, fuertes usureros.

[62].- T. Cliff, «Le Proche et le MoyenOrient á la croissé des chemins», Quatriéme Internationale, París, Ago/Sep, 1946. El autor residía en Palestina.

[63]. Cliff, cit.

[64].- Jon Rotschild, cit., pág. 1209.

[65].- Para demostrar que estas tres consignas reflejaban la práctica diaria del movimiento sionista en Palestina, citemos a David Hacohen, dirigente del partido de Golda Meir, que fue miembro del parlamento israelí durante muchos años y que cumplía las funciones de Presidente de su Comité de Defensa y Relaciones Exteriores. Mediante una carta publicada en el diario Haaretz del 15/11/69, se dirigió al secretariado del partido MAPAl en los siguientes términos:

«Tengo presente el hecho de que fui uno de los primeros entre nuestros camaradas en ir a Londres luego de la Primera Guerra Mundial… Allí me hice socialista… Cuando me uní a otros estudiantes socialistas –ingleses, irlandeses, judíos, chinos, indios, africanos– descubrimos que todos estábamos bajo la dominación británica o directamente bajo su gobierno. Y aun aquí, en este escenario íntimo, tuve que luchar contra mis amigos en torno a la cuestión del socialismo judío, para defender el hecho de que no iba a aceptar el ingreso de árabes en mi sindicato, la Histadrut; para defender la prédica entre las amas de casa de que no compraran en los negocios árabes; para defender el hecho de que hacíamos guardias en los huertos para impedir que los trabajadores árabes consiguieran empleo allí…; echar kerosene sobre los tomates árabes; atacar a las amas de casa judías en el mercado y destrozar los huevos árabes que habían comprado; dar loas al cielo porque el Keren Kayemet (Fondo Judío) enviaba a Hankin a Beirut a comprar tierras a los terratenientes ausentes y echar a los fellahim (campesinos) de sus tierras; que está permitido comprar docenas de dunams (unidad de medida de la tierra) a los árabes, pero vender una dunam judía, Dios no lo quiera, está prohibido; tomar a Rothschild, la encarnación del capitalismo, como un socialista y llamarlo el «benefactor»; hacer todo eso no fue fácil. Y pese al hecho de que lo hicimos –quizás no tuvimos más remedio– no me sentía feliz con ello». (Haaretz, diario israelí, 15/11/69, y citado por Arie Bober, «The Other Israel – The radical case against Zionism», ed. Garden City, New York, Doubleday, 1972 ).

[66].- Citado por Peter Buch, «La crisis de Medio Oriente», Elevé, Bs. As., 1971, pág. 12.

[67].- T. Cliff, «Le Proche-Orient au carrefour», Quatriéme Internationale, París, Oct/nov. 1946.

[68].- Cliff, «Le Proche-Orient au carrefour», cit.

[69].- Moshe Pearlman, «Historia de la Haganá» en «Antología Israel», idem, pág. 83.

[70].- Cit. pág. 84.

[71].- A fin de caracterizar la corriente «revisionista» de Jabotinsky, Rodinson recuerda el testimonio de L. Dennens, en su libro «Donde termina el ghetto» (Nueva York, King, 1934, pág. 233): «…la juventud aristocrática judía gritaba, desfilando con camisas marrones, al mismo tiempo que apedreaba los vidrios de los periódicos judíos de izquierda: «¡Alemania para Hitler!, ¡Italia para Mussolini! y ¡Palestina para nosotros!, ¡Viva Jabotinsky!».» (Rodinson, «Israel…», cit., pág. 108). Efectivamente Jabotinsky era en esos años un ferviente partidario del Duce. Hay que recordar que inicialmente el fascismo italiano no fue antisemita. En la fundación del Fascio participaron judíos. En los años 20, la amante oficial de Mussolini era la escritora judía Margherita Sarfati, autora de su biografía más difundida y que hasta 1934 redactó muchos de los artículos que aparecían en la prensa firmados por el Duce. De esta tendencia declaradamente fascista saldrían luego las organizaciones Irgún y Stern. Ariel Sharon y Olmert –el actual primer ministro de Israel– provienen de esa corriente. (Nota de la segunda edición).

[72].- En ese momento, un gran número de judíos europeos, temiendo las persecuciones nazis, deseaban irse de Europa. Pero el sionismo no admitía que emigraran a otro lugar que no fuese Palestina. De esa forma, cuando las «democracias» como EEUU y Gran Bretaña cometen el crimen de cerrar las puertas de sus territorios metropolitanos a los refugiados, el sionismo se negó a realizar la menor protesta. El Socialist Worker’s Party (SWP) de los EEUU, organizó, por ejemplo, campañas para exigir al presidente Roosevelt que acogiera a los refugiados. El sionismo se negó en redondo a hacer nada. ¿Por qué? Según el rabino Wise –líder del sionismo en los EEUU por ese entonces– se estaba negociando con Roosevelt el problema del Estado, y por lo tanto, trataban de molestarlo lo menos posible. (Cfr. Peter Seidman, «Socialist and The Fight Against Anti-Semitism – An Answer to the B’nai B’rith Anti-Defamation League», Pathfinder, NewYork,1973,pág. 19 y sigs.). Pero la razón de fondo la explica Ben Gurión en esa época: de lo que se trataba era de crear el Estado y no de salvar judíos de Europa: «Gran Bretaña está tratando de separar el problema de los refugiados del problema de Palestina… Si los judíos tuvieran que elegir entre los refugiados, salvando a los judíos de los campos de concentración, los dirigentes tendrían misericordia [de los refugiados] y la energía del pueblo sería canalizada para salvar a los judíos de varios países. El sionismo sería entonces no sólo quitado de la agenda de la opinión pública mundial, en Gran Bretaña y EEUU, sino también de la opinión pública judía. Si permitimos la separación entre el problema de los refugiados y el problema palestino, estamos arriesgando la existencia del sionismo». (Ben Gurión, carta del 17/12/38 al Ejecutivo Sionista, citada por Peter Seidman, cit, pág. 20, subrayados nuestros). Para Ben Gurión era preferible arriesgar la existencia de millones de judíos que pedían refugio y no la suerte del sionismo en Palestina. El sionismo no «tenía misericordia». Lo que le importaba era conseguir colonizadores para Palestina y no «canalizar la energía del pueblo para salvar a los judíos de varios países».

Para favorecer la colonización, hemos visto que el sionismo no tenía escrúpulos en admitir sin protestas el cierre de la emigración en EEUU e Inglaterra. Tampoco tuvo escrúpulos para emular el acuerdo Herzl-Plevhe, firmando pactos con Hitler, como el «Haavara», acuerdo suscripto entre el Reich hitlerista y la Agencia Judía.» (Ver Rodinson cit, pág. 103).

[73].- «Incluso en esos momentos –señala Cliff– hacen todo lo posible para probar que no son enemigos del imperialismo, sino sus aliados. Así, por ejemplo, en el proceso por portación de armas, realizado el 28 de noviembre de 1944 a Epstein, miembro del Hashomer Hatzair (el partido sionista «socialista revolucionario»), éste declaró a sus jueces: «Ustedes que vienen de Inglaterra, sabrán apreciar seguramente los peligros y las dificultades que implican las empresas de desarrollo y colonización de los países atrasados. En la historia de la humanidad, ninguna empresa de colonización ha tenido lugar sin chocar con el odio de los indígenas. Harán falta años, y quizás generaciones, para que esos hombres [los «indígenas»] se vuelven capaces de apreciar y comprender lo beneficioso que es esta empresa para su porvenir. Pero el pueblo ingles no ha retrocedido frente a la tarea de desarrollar los países atrasados, sabiendo que actuando así, ustedes cumplen una misión histórica y humanitaria. Ustedes han sacrificado sus mejores hijos en el altar del progreso», T. Cliff, «Le Proche-Orient au carrefour», cit., subrayados nuestros.

[74].- Citado por Maxime Rodinson, «Israel…» cit., pág. 109.

[75].- Michael Bar-Zohar, «The Armed Prophet: A Biography of Ben Gurion», Londres, 1967, pág. 67. Bar-Zohar es uno de los principales biógrafos israelíes de Ben Gurion.

[76].- Cit. pág. 61.

[77].- Rodinson, «Israel…», cit., pág. 69.

[78].- Citado por Moshe Sneh, «Sair do Círculo Vicioso do Odio», en «Dossier…», pág. 672.

[79].- Cit, págs. 31 y 32.

[80].- Shaul Ramatí, «La Haganá: las milicias populares de Israel», en «Antología Israel», cit., págs. 77 y 78.

[81].- Ion Rotschild, cit., pág. 1211.

[82].- Rodinson, cit., pág. 74.

[83].- Rodinson, cit., pág. 86 y Ian Rotschild, cit., pág. 1211.

[84].- Publicado en «Daavar» del 29/9/67 y citado por Rotschild, cit. pág. 1206 y Nathan Weinstock, cit., pág. 3.

[85].- M. De Reynier, «A Jerusalém un drapeau flottait», Neuchatel, 1950.

[86].- Parte de estos informes fueron traducidos al inglés y publicados en la revista «Middle East International», Londres, Abril, 1973. De allí los tomamos.

[87].- Cit.

[88].- Cit.

[89].- Menajem Begin, «The Revolt; Story of the Irgun», pág. 165, cítado, por Rodinson, cit., pág. 115 y Peter Buch, cit., pág. 18.

[90].- Al-Ard Co. Ltd., «Os Arabes em Israel», en «Dossier…», cit., pág. 843.

[91].- Cit., pág. 860.

[92].- «Coloquio de Juristas Árabes sobre Palestina», Argel, 1967, pág. 75.

[93].- Naciones Unidas, 27 período de sesiones, 9 de octubre de 1972, publicación A/8828, Español.

[94].- Cit., pág. 44.

[95].- Un estudio aparecido en Le Monde diplomatique, octubre de 1973, hace la siguiente radiografía social del Estado de Israel:

«El nivel de vida general de la población ha mejorado después de la guerra de junio de 1967, pero la diferencia entre los sectores favorecidos y desfavorecidos no hace más que crecer de año en año.

«Este fenómeno se refleja, entre otros, en las siguientes cifras: de 1970 a 1972, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional ha bajado de 80,5 % a 74%. Durante el mismo período la participación de los capitalistas aumentó de 19,5% a 26%. Pero la diferencia de ingresos se hace brutalmente evidente, cuando se compara el estilo de vida del 15% de israelíes que parten todos los años al exterior, y que tienen modernos autos y casas de lujo, con la situación del 20% que lucha en vano contra las alzas de los precios, viendo su nivel de vida precario empeorar cada mes. Una parte creciente de este sector se transforma en un lumpenproletariado miserable y sin esperanza.

«Ese lumpenproletariado israelí, o más bien judeo-israelí, tiene tendencia a crecer en los últimos años, y con él la criminalidad bajo todas sus formas. Ese fenómeno se debe, ante todo, a la transformación de la composición de la mano de obra. Israel, como todo país en vías de rápida industrialización (las exportaciones han aumentado un 25% en 1972) y las inversiones un 20%) y en situación de pleno empleo, usa el método de importar mano de obra extranjera no calificada para ocupar los empleos menos remunerados, mientras el trabajador israelí tiene profesiones más calificadas y mejor remuneradas.

«En Israel, es la población árabe la que juega el rol de reserva de mano de obra «extranjera» no calificada (es preciso sumar a esto los siete mil judíos georgianos emigrados recientemente de la URSS). El proceso de arabización del trabajo común y no calificado fue aun más acelerado en el período que va de 1968 a 1973, luego que cerca de setenta mil obreros palestinos de los territorios ocupados accedieron progresivamente a trabajar en Israel. La mano de obra árabe –más eficiente y disciplinada, sobre todo porque ella no dispone de las mismas facilidades para hacer valer sus derechos– ha sustituido poco a poco a la masa de los trabajadores judíos no calificados de las fábricas, restaurantes y aun de los campos.

«Una pequeña parte de estos obreros judíos eliminados, retornaron como supervisores, y algunas veces como capataces del proletariado árabe. Pero la mayoría se ha transformado en un lumpenproletariado, en sus formas potenciales y reales, la mayor parte del cual no quiere recuperar los empleos perdidos, considerados hoy «degradados» pues se hallan ocupados por los árabes.

«Este lumpenproletariado está compuesto en un 35% por judíos originarios de países árabes, para los cuales la posibilidad de empleos más calificados está más o menos cerrada: Tales ocupaciones requieren una instrucción que ellos en general no tienen. Crecidos en familias numerosas, pronto tuvieron que abandonar la escuela por el trabajo. Así, no hay menos de 20.000 jóvenes, en la edad de 14 a 18 años, que no estudian ni trabajan.

«Otra cifra reveladora: en el Israel de 1972, en que las proezas militares y científicas sorprenden el mundo, se encuentran 104 mil niños (más del 54% de los niños judíos) en familias en las cuales el padre no ha tenido más que enseñanza primaria. Es en las capas desfavorecidas que se observa el número más elevado (uno en cada cinco) de niños subalimentados, mal nutridos o crecidos en las condiciones denominadas de «desastre familiar». Es en estos sectores que se reclutan los delincuentes juveniles.

«El resentimiento creciente en estos miles de judíos orientales, que se preguntan qué se hace por ellos en el momento en que Israel se enorgullece de sus dos mil millonarios, viene a encontrar su expresión política en el voto a favor de los «Panteras Negras», que obtuvieron el 2% de los sufragios emitidos en la elección a la Histadrut».

[96].- «Debéis combatir con entusiasmo… Por la invasión o por la diplomacia, el imperio israelí será edificado. Deberá comprender todos los territorios situados entre el Nilo y el Eufrates.» (Ben Gurión, «Discurso en la Universidad Hebrea de Jerusalém», 1950; en «Dossier…», cit., pág. 248).

[97].- Despachos de IPS y Reuter (publicados en el diario Mayoría 18/11/73) informan lo siguiente: «Junto con los EE.UU., Africa del Sur fue el único país del mundo que durante la última guerra en el Oriente Medio ayudó a Israel sin disimulo alguno. Según Newsweek, Pretoria envió a Israel más de un millón de dólares y según el Daily Telegraph, envió pilotos. Ante todo gravitó la existencia de una comunidad judía importante en Sudáfrica. Esta comunidad, que cuenta con más de 115.000 personas, envió después de los EEUU las mayores contribuciones financieras a Israel. Los dirigentes sudafricanos tienen también sus razones para tal colaboración. Para el primer ministro Verwoed es la necesidad de que «se unan todos los blancos contra las hordas». Un dirigente de la comunidad judía en la Unión Sudafricana fue claro: Yakob Oppenheimer escribió en el Herald Tribune: «Nuestros dos países tienen la misión de mantener islotes de civilización occidental en medio del océano de la barbarie neolítica.» Los países árabes han aplicado, en consecuencia, total boicot a Sudáfrica.» (Subrayados nuestros)

[98].- Fawaz Trabulsi, cit.

[99].- Maxime Rodinson, «Israel…», cit., pág. 78.

[100].- «Somos una generación de colonizadores –dice Dayan–, y sin el casco de acero y el cañón, no sabemos plantar un árbol o construir una casa. No retrocedemos ante el odio de centenares de miles de árabes en torno a nosotros, no volvemos nuestras cabezas para que no tiemblen de miedo nuestras manos. Ese es el destino de nuestra generación… estar preparados y armados, fuertes y ásperos para que la espada no caiga de nuestras manos….», (cit., en Jon Rotschild, «How and Why the Zionist Expanded its Borders», I.P., Vol \l, NO 39, t. 973,- pág. 1237). En estos días, acaba de decir que la guerra contra los árabes «recién comienza». Cualquier parecido entre las arengas de Moshe Dayan y de Adolph Hitler no son casualidad.

[101].- Documento de Al-Fatha, «La revolución palestina y los judíos», Argel, 1970, pág- 16. Edición mimeográfica.

*Publicado originalmente en Revista de América, Nº 12, diciembre de 1973.

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