La incorrección

Estamos demasiado domesticados. Una vez escuché decir a Luis Alberto García que a esta ciudad –y a este país- le hacía falta un poco de escándalo.

Tengo que admitir que la corrección no es mi fuerte. Siempre he tenido problemas para decir esas cosas –buenos días, cómo sigue de la espalda, felicidades- que hacen felices a suegros y vecinos. Y, desde luego, para caerle simpático a la autoridad.

Estamos demasiado domesticados. Una vez escuché decir a Luis Alberto García que a esta ciudad –y a este país- le hacía falta un poco de escándalo.

Tengo que admitir que la corrección no es mi fuerte. Siempre he tenido problemas para decir esas cosas –buenos días, cómo sigue de la espalda, felicidades- que hacen felices a suegros y vecinos. Y, desde luego, para caerle simpático a la autoridad.

Escoger siempre las palabras, no lanzar opiniones por temor a que sean malinterpretadas, tiene que ver en principio con el respeto y la delicadeza. Genial, pero la línea que separa delicadeza y respeto del apocamiento y la hipocresía no es fija ni clara. No digo que tengamos que ser anarquistas o delincuentes, brutales o maleducados, pero necesitamos la transgresión. Quien transgrede cree en algo; todo uniforme es un camuflaje, y el que dice que no se resuelve nada con alzar la voz o ser diferente opta por la pasividad y la fuga.

A mucha gente la rebeldía y la fe en que hay que enfrentar la injusticia le duran lo que dura su adolescencia. En Cuba, la convicción de que este país no tiene arreglo lleva a que la gente mire la protesta como un suicidio y prefigure con cierto gozo el escarmiento del atrevido. Si alguien se queja, lo mismo en una cola que en una oficina estatal o en plena calle, es muy raro que otro levante la voz para secundarlo. A mi modo de ver, se trata menos de miedo que de nihilismo: no creer en nada es la nueva corrección, el nuevo deber ser. El sucedáneo de la rebeldía es, entonces, el enfrentamiento horizontal; de ahí la hostilidad e incluso la violencia que se sienten en la calle, que marcan en estos años nuestro nicho ecológico.

En el mundo de hoy el café, las carnes rojas y las revoluciones son incorrectas. Para el buen ciudadano, transgredir los modelos de belleza o el estilo de vida al uso cae en el mismo saco que los crímenes más abominables. Dicho de otra manera, es tan inapropiado asesinar como no hacer ejercicios, ser racista como ser gordo. No importa tanto lo que piensas si encuentras una manera inocua de decirlo; más o menos como en ese libro, Cuentos infantiles políticamente correctos, de James Finn: no se puede hablar de enanos, princesas o caldereros pobres, sino de hombrecillos verticalmente limitados y ciudadanos económicamente desfavorecidos.

Me gusta una ciudad con personajes, con gente pintoresca. Me gusta la provocación.

* Cineasta cubano

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