No todo lo rojo es socialista

A estas alturas ya no se justifica encajonar todo lo que ocurre políticamente en Venezuela en un esquema tan grueso que sólo distingue dos renglones: chavismo y escualidismo.

A estas alturas ya no se justifica encajonar todo lo que ocurre políticamente en Venezuela en un esquema tan grueso que sólo distingue dos renglones: chavismo y escualidismo.

Si la división entre chavistas y escuálidos tuvo algo de validez fue durante los años 2002-2004, cuando aquella división guardaba alguna relación con la división en clases sociales de nuestra sociedad, pues la burguesía se había alineado con el golpismo, prácticamente en bloque. Esta división en clases es el verdadero fundamento de la organización social en una sociedad capitalista. En todo caso se trataba de una descripción, y nunca una explicación de las causas detrás de la polarización y la arremetida fascista contra el gobierno de Chávez.
Pero hoy en día, cuando los capitalistas no están dando golpes ni saboteando, sino que se enriquecen tranquilamente, y hasta se reúnen en un infame acto por el «reimpulso productivo» con el presidente; cuando de paso el presidente justifica esa política diciendo que es necesaria una «alianza estratégica con la burguesía nacional»; todo esto nos dice que esa división entre escuálidos y chavistas ya no nos sirve si quiera para describir lo que ocurre políticamente en Venezuela, ni mucho menos para medir si avanzamos hacia el socialismo.
James Petras, repitiendo la propaganda oficial, ha dicho en artículos y entrevistas que la victoria de los candidatos chavistas supone un avance hacia el socialismo. Lamentablemente esto no es cierto. Un avance electoral del PSUV, o del chavismo, no significa que nos acerquemos al fin de la economía de mercado, y a la construcción de un Estado de los trabajadores y el pueblo, que termine con el Estado burgués. Ni uno sólo de los candidatos electos ha planteado esta perspectiva.
El avance del chavismo también ha cruzado las permeables fronteras de clase que definían a ese movimiento con bases fundamentalmente populares. Una década de gobierno, de roce de la burocracia con las instancias de representación burguesas, de afianzamiento del rol de los políticos profesionales del chavismo como mediadores entre el Estado y el capital; todo esto ha supuesto un cambio en la misma composición de clase del chavismo. Las alianzas con sectores de la burguesía se han tornado tan estrechas que han significado la asimilación de un grupo importante de empresarios al chavismo y al propio Partido Socialista Unido de Venezuela, así como el desarrollo de la llamada “boliburguesía”: nuevos ricos engordados al amparo de los negocios con el Estado y con funcionarios gubernamentales. Todo esto aleja al gobierno del socialismo como proyecto.
El criterio de Petras es que basta con que se voten candidatos con afiches socialistas para que avancemos hacia el socialismo.
Marx decía en la introducción a La Ideología Alemana: «Un hombre listo dio una vez en pensar que los hombres se hundían en el agua y se ahogaban simplemente porque se dejaban llevar por la idea de la gravedad. Tan pronto como se quitasen esta idea de la cabeza, considerándola por ejemplo como una idea nacida de la superstición, como una idea religiosa, quedarían sustraídos al peligro de ahogarse. Ese hombre se pasó toda la vida luchando contra la ilusión de la gravedad, de cuyas nocivas consecuencias le aportaban nuevas y abundantes pruebas todas las estadísticas…»
En el siglo XXI tenemos este tipo de pensadores, apegados a la noción de que basta con luchar contra la idea del capitalismo para superarlo. Pero, al cuidarse de no combatir la materialidad del capitalismo, su existencia concreta en términos de relaciones económicas y sociales, terminan cambiándole los nombres a las cosas, pero dejando su orden intacto. De paso le hacen un gran favor a los políticos reformistas. Estos ponen la práctica, y aquellos intelectuales ponen la ideología del reformismo del siglo XXI.

El caricaturista mexicano Rius escribió: lo peor del capitalismo no es creer en él, sino vivir en él.
¿Por el hecho de proclamar que estamos en transición al socialismo deja de sacar ganancias descomunales el capital financiero en Venezuela? Para nada, esas ganancias han crecido descomunalmente en los últimos años. ¿Por el hecho de que un grupo de empresarios se hagan llamar socialistas y se inscriban en el PSUV, dejan de extraer plusvalía, de ser explotadores? Ya lo querrían aquellos que justifican un socialismo con los burgueses. Como vemos, es más fácil redefinir el socialismo que luchar por construirlo.

No hay nada revolucionario en cantar victoria y sumarse a la fiesta triunfalista del gobierno. Miguel Pérez Abad, presidente de Fedeindustria, uno de estos capitalistas rojos, declaró en Últimas Noticias esta semana que las elecciones habían sido un gran triunfo del socialismo.
Hay una burocracia roja que está muy contenta tal y como están las cosas, y que no quiere ir al socialismo. No quiere expropiar a la burguesía, ni quiere acabar con el principio del libre mercado y la propiedad privada de los medios de producción. Lo terrible de su reformismo no es que represente un camino más largo y lento hacia el socialismo, sino que se traduce en un viaje de retorno de la derecha al poder. Esta es la lección que debemos extraer al ver el horrible espectáculo de un Antonio Ledezma en la Alcaldía Mayor, o un Capriles Radonski en la gobernación de Miranda.

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