Objetividad y punto de vista de clase en las Ciencias Sociales

“Solo la verdad es revolucionaria”
Antonio Gramsci

¿Es posible la objetividad en las ciencias sociales? ¿Se trata de una objetividad del mismo tipo que las ciencias naturales, tal como lo afirman los positivistas? ¿No está la Ciencia Social necesariamente “comprometida”, es decir, ligada al punto de vista de una clase social? ¿Cómo conciliar ese carácter “partidario” con el conocimiento objetivo de la verdad?

“Solo la verdad es revolucionaria”
Antonio Gramsci

¿Es posible la objetividad en las ciencias sociales? ¿Se trata de una objetividad del mismo tipo que las ciencias naturales, tal como lo afirman los positivistas? ¿No está la Ciencia Social necesariamente “comprometida”, es decir, ligada al punto de vista de una clase social? ¿Cómo conciliar ese carácter “partidario” con el conocimiento objetivo de la verdad?

Estas preguntas se encuentran en el centro del debate metodológico en la Sociología, la Historia, la Economía política, la Antropología, la Ciencia Política y la Epistemología desde hace más de un siglo. Nosotros trataremos de demostrar por qué únicamente el marxismo es capaz de aportar una solución radical y coherente a este problema (aun cuando es necesario reconocer que los textos de los autores marxistas sólo nos ofrecen los primeros elementos en este sentido), solución cuya primera condición de posibilidad es la ruptura epistemológica total con el positivismo.

I. EL POSITIVISMO

La idea central de la corriente positivista es la de una simplicidad evangélica: en las ciencias sociales, así como en las ciencias de la naturaleza, es necesario desprenderse de los prejuicios y las presunciones, separar los juicios de hecho de los juicios de valor, la ciencia de la ideología. El fin del sociólogo o del historiador debe ser alcanzar la neutralidad serena, imparcial y objetiva, propia del físico, del químico y del biólogo. Dejemos la palabra al “Gran Ancestro”, Auguste Comte:

“Entiendo por física social la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos sociales, considerados con el mismo espíritu que los fenómenos astronómicos, físicos, químicos y fisiológicos, es decir, sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el fin especial de sus investigaciones”[1] . “Sin admirar ni maldecir los hechos políticos, y viendo esencialmente en ellos, como en cualquier otra Ciencia, a simples sujetos de observación, la física social considera cada fenómeno bajo el punto de vista elemental de su armonía con los fenómenos coexistentes y encadenamiento con el estado anterior. . .”[2]

El positivismo Comtiano está fundado en dos premisas esenciales, estrechamente ligadas.

1. La sociedad puede ser epistemológicamente asimilada a la naturaleza (lo que llamaremos “naturalismo positivista”); en la vida social reina la armonía natural.

2. La sociedad está regida por leyes naturales, es decir, leyes invariables, independientes de la voluntad y de la acción humana.

De estas premisas se desprende que el método de las ciencias sociales puede y debe ser idéntico al de las ciencias de la naturaleza, que sus procedimientos de investigación deben ser igualmente “neutros”, objetivos y destacados de los fenómenos.
Las implicaciones ideológicas conservadoras, reaccionarias y contrarrevolucionarias de esta concepción son evidentes.

Comte, cuya franqueza no es uno de sus mejores méritos, las formula explícitamente: dado que las leyes sociales son leyes naturales, la sociedad no puede ser transformada; en contra de los sueños revolucionarios, utópicos y negativos, el positivismo predica la aceptación pasiva del Status Quo Social:

“Por su naturaleza (el positivismo) tiende poderosamente a consolidar el orden público, por medio del desarrollo de una prudente resignación. (. . . ). Evidentemente no puede existir una verdadera resignación, es decir, una disposición permanente para soportar con constancia y sin ninguna esperanza de compensación alguna, los males inevitables, si no es como resultado de un profundo sentimiento de las leyes invariables que gobiernan todos los diversos géneros de fenómenos naturales.
Así pues, tal disposición corresponde exclusivamente a la filosofía positivista, cualquiera que sea el objeto al que se aplique y, por lo tanto, también respecto de los males políticos”. [3]

Este pasaje, verdadera joya del naturalismo positivista, es uno de los raros momentos en los que el discurso sociológico burgués se manifiesta en toda su pureza, por decirlo así, en estado salvaje. Permite comprender mejor el verdadero sentido de la palabra “positivo” empleada por Comte para distinguir, o mejor dicho oponer su doctrina a las peligrosas teorías negativas, críticas, destructivas, disolventes, subversivas, en pocas palabras, revolucionarias, de la filosofía de la ilustración, de la revolución francesa y del socialismo.

Más que Comte, Durkheim será el verdadero guía del pensamiento de la sociología positiva moderna. Su naturalismo sociológico es de orden comtiano, tal como lo reconoce explícitamente en las reglas del método sociológico: “La primera regla y la más fundamental es el considerar los hechos sociales como cosas
(. . .). Comte, es verdad, proclamó que los fenómenos sociales son hechos naturales sometidos a leyes naturales. Con ello reconoció implícitamente su carácter de cosas, pues no hay más que cosas en la naturaleza”[4]

Durkheim, recurre muchas veces a los modelos naturalistas para “explicar” los fenómenos sociales, modelos cuyo cometido ideológico es siempre conservador. Por ejemplo, según Durkheim la sociedad es, como el animal, “un sistema de órganos diferentes, cada uno de los cuales cumple una función especial.

Ciertos órganos sociales tienen “una situación particular y, sí se quiere, privilegiada”; situación, según él, absolutamente natural, funcional e inevitable: “ella se debe a la naturaleza del papel que desempeña y no a alguna causa extraña a sus funciones”. Ese privilegio es pues un fenómeno absolutamente normal que se encuentra en todo organismo vivo: “ Es así como en el animal la preminencia del sistema nervioso sobre los demás sistemas se reduce al derecho, valga la expresión, de recibir una alimentación más escogida y de tomar sus parte antes que los demás”.[5]

En otras palabras de Durkheim, se confunden la analogía “organicista” y el modelo social – darvinista de la “supervivencia de los más aptos” en “la lucha por la vida”: “pues, sí nada obstaculiza ni favorece indebidamente a los competidores que se disputan las tareas, es inevitable que las realicen únicamente aquellos que son los más aptos para cada tipo de actividad (. . .). Se dirá que no siempre hay suficiente para contentar a los hombres; que hay algunos cuyos deseos superan siempre las facultades. Es verdad pero se trata de casos excepcionales, y puede decirse que mórbidos. (¡Sic!)

Normalmente, el hombre encuentra la felicidad al realizar su naturaleza; sus necesidades están en relación con los medios.

Es así que en el organismo cada órgano solamente reclama una cantidad de alimentos en proporción a su dignidad”[6]

Al igual que Comte, Durkheim era consciente del carácter fundamentalmente reaccionario de su naturalismo sociológico; lo proclamaba con orgullo un tanto ingenuo en el prefacio de las reglas del método: “nuestro método no tiene, pues, nada de revolucionario. (¡Es lo menos que se puede decir!, M. Lowy.).

En un sentido, incluso es esencialmente conservador, ya que considera a los hechos sociales como cosas cuya naturaleza, por flexible y maleable que sea, no es sin embargo, modificable a voluntad.”[7]

El discurso Dukheniano, ya lo hemos visto, pasa con toda naturalidad de la ley de la selva a las leyes naturales de la sociedad, y de estas a los organismos vivos. Este sorprendente vagabundeo de la evolución está fundado en una presuposición metodológica esencial: la homogeneidad epistemológica de los diferentes dominios y, en consecuencia, de las ciencias que los toman por objeto. Presuposición que funda esta exigencia central decisiva de todas las corrientes positivistas: “Que el sociólogo adopte la disposición mental de los físicos, químicos y fisiólogos, cuando abordan una región todavía inexplorada de su campo científico”.[8]

¿Cómo puede el investigador en ciencias sociales adoptar la disposición mental del químico sí el sujeto de su estudio, la sociedad, es también objeto de un combate político encarnizado, donde se enfrentan concepciones del mundo radicalmente opuestas? La respuesta de Durkheim es una ingenuidad anonadante, impregnada de una “buena voluntad” positivista:

“Así entendida, la sociología no será ni individualista ni comunista, ni socialista, en el sentido que vulgarmente se da a estas palabras. Por principio, ignorará estas teorías a las cuales no podría reconocer valor científico, ya que entienden directamente, no a expresar los hechos, sino a reformarlos”
En otras palabras: el sociólogo debe “ignorar” los conflictos ideológicos, “acallarlas pasiones y los prejuicios” y “descartar sistemáticamente todas las premoniciones”[9]
Durkheim, como buen positivista, cree que los “prejuicios” y las premoniciones pueden ser ““descartados”, como se descarta un par de lentes oscuros para ver más claro. No comprende que esas “premoniciones” (es decir, ideologías) son como el estrabismo y el daltonismo, parte integrante de la mirada, elemento constitutivo del punto de vista. El mismo Durkheim es por otra parte la prueba viva de que la “buena voluntad” y el ardiente deseo de ser objetivo de ninguna manera bastan para acallar los “prejuicios” (conservadores y contrarrevolucionarios en su caso).

El positivismo de ninguna manera es un fenómeno propio del siglo XIX. Todavía hoy, corrientes manifiestamente neopositivistas ejercen una influencia decisiva, si no hegemónica, en las Ciencias Sociales universitarias, académicas, “Oficiales” e institucionalizadas, particularmente en los Estados Unidos. Evidentemente sus formas han cambiado: conductismo y funcionalismo han remplazado a la vieja metafísica de Augusto Comte, y el modelo cibernético sustituye ventajosamente al organicismo biológico de Durkheim. Pero el principio fundamental sigue siendo el mismo: George A.
Lundberg, autor de un manual de sociología moderna muy apreciado en los Estados Unidos, no vacila en escribir estas líneas que parecen extraídas del discurso de la filosofía positiva: “ Considerando la Sociología como una Ciencia natural, estudiaremos el comportamiento social humano con el mismo espíritu objetivo con el que un biólogo estudia un nido de abejas, una colonia de termitas, la organización y el funcionamiento de un organismo vivo”[10]

Es preciso agregar que la tesis positivista según la cual la objetividad tendrá por condición la separación entre juicios de hecho y juicios de valor, y la eliminación voluntaria de las “premoniciones”, ha influenciado en la Sociología mucho más allá de los límites de la corriente positivista en sentido estricto.

En especial Max Weber, que difícilmente puede ser considerado
como un positivista, subraya la especificidad de las “ciencias de la cultura” en relación con las ciencias naturales; sin embargo, creía que la ciencia social podía y debía ser “sin presuposición” y “no valorativa”. Según Weber, los conceptos de las Ciencias Sociales no deben ser “espadas para atacar adversarios”, sino solamente “rejas de arado para surcar el inmenso campo del pensamiento contemplativo”, porque “cada vez que un hombre de ciencia hace intervenir su propio juicio de valor, ya no hay comprensión integral de los hechos”[11] . Sin embargo, en ciertos escritos metodológicos Weber reconoce que, en lo que se refiere a las ciencias sociales, los valores del observador desempeñan cierto papel en la selección del objeto de investigación científica, la determinación de la problemática y de las cuestiones a plantear. Pero subraya que las respuestas aportadas, la investigación misma el trabajo empírico del sabio, deben estar libres de toda valorización, y sus resultados deben ser aceptados para todos”[12]

¡Como sí la elección de las preguntas no impusiera en gran parte las respuestas mismas!. Lucien Goldmann subraya acertadamente el carácter contradictorio de la posición de Weber, a medio camino entre el desconocimiento del determinismo social del pensamiento sociológico que caracteriza a los positivistas, y su aceptación integral por los marxistas: “Los elementos escogidos determinan de antemano, desde luego, el resultado del estudio. Siendo los valores (. . .) los de tal o cual clase social, lo que una perspectiva eliminará como no esencial puede ser, por lo contrario, muy importante en otra. ( . . .). En este punto el pensamiento de Weber resulta insostenible. “[13]

El error fundamental del positivismo es pues la incomprensión de la especificidad metodológica de las Ciencias Sociales en relación con las Ciencias Naturales, especificidad cuyas causas principales son:

1. El carácter histórico de los fenómenos sociales, transitorios, perecederos, susceptibles de ser transformados por la acción de los hombres.

2. La identidad parcial entre sujeto y el objeto del conocimiento.

3. El hecho de que los problemas sociales están en las miras antagónicas de las diferentes clases sociales.

4. Las implicaciones políticas – ideológicas de la teoría social: el conocimiento de la verdad puede tener consecuencias directas sobre la lucha de clases.

Estas razones (estrechamente ligadas entre sí) hacen que el método de las Ciencias Sociales se distinga del método de las Ciencias Naturales, no solamente al nivel de los modelos teóricos, técnicas de investigación y procedimientos de análisis sino también y sobre todo al nivel de la relación con las clases sociales. Las visiones del mundo, “las ideologías” (en sentido amplio de sistemas coherentes de ideas y valores) de las clases sociales, modelan de manera decisiva (directa o indirecta, consciente o inconsciente) a las ciencias sociales, planteando así el problema de su objetividad en términos completamente distintos de las ciencias de la naturaleza.

La realidad social, como toda realidad, es infinita. Toda ciencia implica una elección, y en las ciencias históricas esta elección no es producto del azar, sino que está íntimamente ligada a una perspectiva global determinada. Las visiones del mundo de las clases sociales condicionan entonces no sólo la última fase de la investigación científica social, la interpretación de los hechos, la formulación de teorías, sino la elección del objeto de estudio, la definición de lo que es esencial y de lo que es accesorio, las preguntas que se plantean a la realidad; en pocas palabras, condicionan la problemática de investigación.

Un ejemplo: la pregunta que constantemente plantea Durkheim en La división del trabajo social: ¿Cuáles son los factores que obstaculizan la libre competencia de los individuos en la lucha por la vida?, lejos de ser “inocente”, lleva la huella de la visión del mundo social – darvinista de la burguesía en la época del capitalismo competitivo. Independientemente de la “respuesta” dada por Durkheim, esta “pregunta” orienta su teoría sociológica en cierta dirección, confiriéndole un carácter necesariamente “tendencioso”.

Ahora bien, es verdad que la distinción entre ciencias naturales y ciencias sociales no debe ser absolutizada: es histórica y relativa.

Histórica porque, durante todo un periodo, también las ciencias de la naturaleza fueron el terreno de un combate ideológico. Del siglo XV al XIX, las clases dominantes clérigo – feudales resistieron a las ciencias de la naturaleza, que constituían un desafío a su sistema ideológico. Durante siglos, la astronomía fue el campo de una lucha de clases encarnizada, ideológica e incluso a veces política, y los hombres de ciencia frecuentemente fueron victimas de la represión de los aparatos del Estado. (Giordano Bruno, Galileo Galilei, Miguel Servet etc.). Gracias únicamente a la liquidación del modo de producción feudal y a la desaparición (o “modernización”) de su ideología, las ciencias naturales se volvieron progresivamente un terreno “ neutro” desde el punto de vista ideológico. Sin embargo, incluso en el siglo XVI, la relación epistemológica entre ciencia astronómica y las clases sociales no era del mismo tipo que la que se encuentra en las ciencias sociales.

Relativa, porque el grado de “compromiso ideológico” no es el mismo en todas las ciencias sociales (ni el de “neutralidad ideológica” en todas las ciencias naturales), y porque por otra parte, en el interior de una misma ciencia ciertos problemas son más “sensibles” que en otros: la historia de la Revolución Francesa evidentemente despierta más antagonismos de clase que la de las guerras del Peloponeso.

EN CONCLUSIÓN: los positivistas insisten mucho en la heterogeneidad de los juicios de hecho y los juicios de valor, y en la necesidad lógica de su separación. Subrayan, con razón por otra parte, que nunca se puede deducir un juicio valorativo de un factico. Según la celebre expresión de Poncairé: las premisas en indicativo no tienen conclusión lógica en imperativo. Weber señala con ironía que nunca se podrá demostrar científicamente la justeza del error del Sermón de la Montaña. Eso no se puede discutir; pero lo que olvidan tanto Weber como los positivistas, es la relación inversa entre la ciencia y lo normativo: los valores que orientan, influencian y condicionan los juicios de hecho. Relación que por su parte no es lógica sino sociológica: es el punto de vista de clase (que implica elementos normativos) el que en gran parte define el campo de visibilidad de una teoría social, lo que ella” ve” y lo que no ve, sus “aciertos” y sus “desaciertos” su luz y su ceguera, su miopía y su hipermetropía.

II. LA TENTATIVA ECLECTICA DE MANNHEIM

Bajo el impacto del marxismo, el mito positivista de una ciencia social neutra asexuada, como ángeles de la teología medieval, fue severamente combatido. El problema de la determinación social del conocimiento ya no podía ser tan fácilmente ignorado. Una nueva tentativa para resolver el problema, distinta del positivismo tanto como del marxismo fue realizada por un tránsfuga del marxismo, Karl Mannheim, en su brillante obra Ideología y utopía ( 1929); esta obra formó una nueva rama de la ciencia social Universitaria: la sociología del conocimiento.

Al igual que los marxistas, Mannheim reconoce que la posición social del sabio, del observador, determina su perspectiva, es decir, la manera de contemplar su objeto, lo que percibe en ese objeto, y cómo lo interpreta. Esta perspectiva es entonces función de la concepción del mundo, de las diferentes clases y grupos sociales en conflicto en el seno de la sociedad. Estas diversas visiones particulares no descubren más que un aspecto del objeto, más que una parte de la realidad social; son necesariamente unilaterales y fragmentarias. Según Mannheim, esto implica la posibilidad de una integración de los diferentes puntos de vista mutuamente complementarios en un todo comprensivo”. , es decir, la posibilidad de una síntesis de las perspectivas. Evidentemente, la pregunta central es: ¿Quién va a hacer esta síntesis?¿Cuál es la base o grupo social que puede servir a esta “ mediación dinámica” de los puntos de vista antagónicos? Según Mannheim, existe un grupo que, en razón de sus características específicas, es capaz de llevar a cabo esta delicada tarea, y de alcanzar así un conocimiento completo y objetivo de la realidad: “La inteligencia sin ligas” que se encuentra sobre todo en las universidades e instituciones de enseñanza superior.

Ahora bien, los intelectuales que creen carecer de “ligas” (y que no se han adherido a ninguna de las principales clases en conflicto: la burguesía y el proletariado), ¿no están precisamente ligados a la clase de la cual son originarios en su mayoría, y que es la más próxima de su situación social, es decir, la pequeña burguesía? ¿Puede su “síntesis dinámica” ser otra cosa que un justo medio ecléctico entre las grandes concepciones del mundo en conflicto, justo medio estructuralmente homologo a la posición “intermediaria” de su capa social?

El tipo de “síntesis” que el mismo Mannheim nos presenta constituye una respuesta muy esclarecedora a estas preguntas: en su libro Libertad, Poder y Planificación democrática, predica una tercera “ vía” , un sistema de reformas pacificas y graduales en la “ planificación social”, sistema gracias a la cual “ la sociedad capitalista contemporánea puede todavía ser equilibrada” por ¡ “ la concesión suficiente de servicios y mejoras sociales a las clases inferiores, para que estas últimas también se interesen en que el orden social sea mantenido”!. No hay necesidad de insistir en el carácter muy poco “dinámico” de la “mediación”.

III. EL DEBATE EN EL SENO DEL MARXISMO

Según Mannheim, el marxismo nunca se ha aplicado a si mismo los procedimientos de “desenmascaramiento ideológico” empleados contra sus adversarios, y nunca ha planteado el problema de la determinación social de su propia posición; tal” autodesenmascaramiento” mostraría que el marxismo constituye, en su calidad de ideología del proletariado, un punto de vista tan “partidario” como el de las ideologías de las demás clases”[14]

En realidad, contrariamente a lo que pretende Mannheim (y también en otro contexto Althusser), Marx nunca ocultó la perspectiva de clase que orienta su pensamiento. No solamente “desenmascaró” el carácter burgués de la obra de adversarios (economía política clásica y vulgar), sino que también proclamó el carácter proletario de su propio punto de vista. En una de las primeras obras económicas, escribía ya: “Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria. ( . . . ). La ciencia producida por el movimiento histórico y que se asocia a él con pleno conocimiento de causa, ha dejado de ser doctrinaria y se ha vuelto revolucionaria”[15]

¿Se trata de una obra de juventud (1847), de una posición de Marx “antes de su madures”? En realidad, en el posfacio a la segunda edición de El Capital Marx va a reafirmar explícitamente el carácter “comprometido” de su crítica de la economía política y su inserción en un punto de vista de clase: “ En la medida en que esta crítica representa a una clase, no puede representar más que la clase cuya misión histórica es el desquiciamiento del modo de producción capitalista y la abolición final de las clases: el proletariado”[16]

En consecuencia, el método de Marx no es “neutro”, “positivo” o naturalista; este método, que él intitula dialéctica racional, es “un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios porque, en la comprensión positiva de las cosas existentes, incluye al mismo tiempo la inteligencia de su negación, de su necesaria decadencia, (. . .) es esencialmente critica y revolucionaria”[17]

En pocas palabras: Marx consideraba su ciencia como revolucionaria y proletaria y, como tal opuesta (y superior) a la ciencia conservadora y burguesa de los economistas clásicos. La “ruptura” entre Marx y sus predecesores es para él una ruptura de clase en el seno de la historia de la ciencia económica.

Este punto de vista era compartido por Lenin, quién en su celebre texto sobre las Fuentes del marxismo subraya: “En una sociedad fundada en la lucha de clases, no puede haber una ciencia social “imparcial”. Toda la ciencia oficial y liberal defiende, de una manera u otra, la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable contra esa esclavitud”[18] (Según Lenin, “pedir una ciencia imparcial en una sociedad fundada en la esclavitud asalariada es de una ingenuidad tan pueril, como pedir a los fabricantes mostrarse imparciales en la cuestión de saber si conviene disminuir las ganancias del capital, para aumentar el salario de los obreros”.)

Al rechazar explícitamente toda separación entre ciencia e ideología revolucionaria, “juicio de hecho” y juicio de valor” objetividad y punto de vista de clase, Lenin capta el marxismo en su unidad dialéctica, en tanto que ciencia revolucionaria del proletariado” , en tanto doctrina que “ asocia el espíritu revolucionario a un carácter altamente científico ( siendo la última palabra de las ciencias sociales), y de ninguna manera realiza esta asociación al azar, ni únicamente porque el propio fundador de esta doctrina reunía las cualidades del sabio y del revolucionario: los asocia, íntima e indisoluble mente, en la teoría misma”[19]

La tesis del carácter proletario del marxismo también fue sostenida por Rosa Luxemburgo en su polémica contra Bernstein. (“Como la verdadera sociedad se compone de clases que tienen intereses, aspiraciones, concepciones diametralmente opuestas, una ciencia general humana en las cuestiones sociales, un liberalismo abstracto, una moral abstracta son por el momento una ilusión, una utopía”)[20], así como por Lukács, Korsch y Gramsci, es decir, por la corriente a la que impropiamente se ha llamado “ izquierdismo teórico”, pero que en realidad constituye, con Lenin y Trotski, la gran corriente dialéctica revolucionaria del marxismo moderno. La aportación de Lukács es particularmente importante, porque precisa el sentido del concepto “punto de vista del proletariado”: no se trata de lo inmediatamente vivido, de la conciencia empírica de la clase obrera, sino del punto de vista que corresponde racionalmente a sus intereses históricos objetivos.

La relación epistemológica entre el marxismo y el proletariado será en cambio negada, bajo dos formas diferentes, igualmente marcadas con el sello del positivismo, por los portavoces del revisionismo y de “la ortodoxia” en el seno de la Internacional: los “hermanos enemigos” Bernstein y Kautski.
Bernstein exige la separación rigurosa, hermética y absoluta entre “los hechos” y “los valores”, entre la ciencia pura (a lo Comte) y la moral pura (a lo Kant). Una de las críticas que dirige a Marx es precisamente el haber confundido a ambas, lo cual explica a su juicio el carácter “tendencioso” de sus obras económicas, su “utopismo” y sus “a priori”.

Según Bernstein, la ciencia económica debe ser empírica, no partidaria, libre de presuposiciones; en pocas palabras, debe ser positiva: “Mi manera de pensar más bien me habría predispuesto a la filosofía y la sociología positivista”, confiesa en su ensayo autobiográfico”[21]

En principio, Kautski era el defensor del “Marxismo ortodoxo” contra Bernstein. En realidad, su posición acerca del problema de la objetividad (entre otros) no estaba tan alejado de la de Bernstein: según él es preciso distinguir cuidadosamente entre el “ideal socialista” y “el estudio científico de las leyes de la evolución del organismo social”. Tal como lo revela su terminología, la biología evolucionista de Darwin era para Kautski el modelo de la ciencia marxista, cuyo fin sería “el descubrimiento de las leyes de la evolución común a las plantas, a los animales y a los hombres”[22]. En realidad, Kautski hará suyas las premisas metodológicas positivistas de Bernstein e incluso, en cierta medida, las críticas revisionistas en relación con el carácter “tendencioso” de los escritos de Marx: “incluso en Marx, en su investigación científica, a veces se transparenta la acción de un ideal moral. Pero él siempre se esforzó, con toda razón, en expulsarlo de ella, tanto como le fue posible. Pues en la ciencia el ideal moral se convierte en una fuente de errores, sí se permite que le prescriba sus fines”[23]

El problema está relativamente embrollado en Bernstein y en Kautski, porque sólo abordan la discusión acerca del punto de vista de clase por la vía de la ética y del ideal moral. Pero se trata de la misma cuestión: la ética no es más que un aspecto de la visión del mundo que constituye el punto de vista particular, la perspectiva de una clase social, perspectiva que condiciona ( en diversos grados), a través de complejas mediaciones, la “tendencia “ de toda ciencia social.

En su último gran escrito teórico, La concepción materialista de la historia (1927), Kautski, más claro y más coherente, explica que el materialismo histórico es “una teoría puramente científica que, en tanto que tal, de ninguna manera está ligada al proletariado”.

Un nuevo aspecto va a ser introducido en la problemática de relación entre ciencia e ideología por el Stalisnismo, caricatura del punto de vista del proletariado, y que en realidad, es el punto de vista de otra capa social: la burocracia. Esta desviación, esta distorsión van a crear para el Stalinismo la necesidad de un ocultamiento ideológico: la burocracia debe absolutamente ocultar a las masas (y a veces así misma, por un proceso de auto mistificación) el desajuste entre su perspectiva y la del proletariado. De allí resulta una instrumentalización extrema de la ciencia, directamente sometida a las necesidades político – ideológicas de la burocracia, instrumentalización cuyo ejemplo más clásico y más impresionante es la celebre Historia del Partido Comunista de la URSS, cuyas numerosas rediciones “revisadas y corregidas” en función de los cambios de línea de la dirección del partido, se caracterizan todas por la deformación más burda y desvergonzada de los hechos históricos.

Este aspecto del Stalinismo es muy conocido, y no hay necesidad de insistir en él. Únicamente agregaremos que la “falsificación” no es un elemento accidental, arbitrario, o contingente del Stalinismo, sino una dimensión orgánica y esencial, que se desprende del carácter de su punto de vista: punto de vista de la burocracia, que sin embargo, debe presentarse el del proletariado.

Pero lo más interesante al nivel epistemológico es que la instrumentalización de la ciencia no haya perdonado a las ciencias de la naturaleza, que fueron sometidas a un proceso de “ideologización”, sobre todo durante el periodo 1948 – 1953. De manera esquemática, brutal y tajante, se opuso ciencia proletaria y ciencia burguesa, en el estudio de la naturaleza en general, y de la biología en particular. Se intentó (en vano) demostrar la superioridad de la ciencia soviética, de la biología pretendidamente “proletaria” de Lyssenko, sobre la ciencia occidental, representada por la biología “reaccionaria y burguesa” de Mendel – Wasserman; Y esto no solamente en la URSS, sino en todo el movimiento comunista mundial. En Francia La Nouvelle Critique, revista de los intelectuales del PCF, organizó en 1950 un gran coloquio consagrado al tema “ciencia burguesa y ciencia proletaria” y publicó una serie de artículos en honor a Lyssenko, de los cuales el mas notorio y sabroso es el articulo de Francis Cohen. Lyssenko había escrito en Izvestia del 15 de diciembre de 1949 que los descubrimientos de los biólogos Soviéticos sólo habían sido posibles gracias a “la enseñanza de Stalin sobre las transformaciones cuantitativas graduales ocultas, invisibles, que conducen a una rápida modificación cualitativa fundamental”. Francis Cohen cita ese texto del ilustre “biólogo proletario” y lo analiza desde el punto de vista de la epistemología Stalinista de las ciencias:

“Esta cita requiere algunos comentarios. En primer lugar nos muestra el proceso mismo de elaboración de la ciencia proletaria: el hecho experimental en la base, luego la interpretación, ayudada por la teoría marxista leninista, aquí muy precisamente por el capitulo IV de la historia del PC (b).

“[24] Se ve pues cómo la Historia del PC (b), suma teológica Stalinista, se convierte no solamente en la matriz de toda ciencia pública, sino también en la fuente del progreso de las ciencias naturales. Dirigiéndose a quienes podrían osar poner en duda la pertinencia de los escritos de Stalin en relación a la ciencia biológica, con el pretexto de que se trataría de un “argumento de autoridad”, Francis Cohen proclamaba con indignación:

“Para un comunista, y por las razones que Desanti ha expuesto aquí, Stalin es la más alta autoridad científica del mundo. ( . . . ). Esto aclara singularmente la cuestión de los argumentos de autoridad. Poner en duda una afirmación hecha en tales circunstancias, es poner en duda, contra lo evidente, la eficacia, la exactitud, la unidad del Stalinismo. Es asimilar un sabio proletario comprometido en la construcción del comunismo, a un sabio burgués aislado, privado de teoría directriz, irresponsable.

El extraordinario articulo de Francis Cohen, maravilloso espécimen de la concepción stalinista del mundo, termina con el apostrofe siguiente, que eufóricamente borra toda distinción epistemológica entre ideología política y ciencias naturales:
“Ya no pueden haber más compromiso ideológico en matera de lucha sindical o de lucha por la paz. El combate de la clase obrera se realiza así en los laboratorios, y en todos los terenos la vía de la victoria es mostrada por los países de la clase obrera en el poder, su partido bolchevique y José Stalin, el guía de los trabajadores y el mas grande hombre de ciencia de nuestro tiempo” (p.70)

En un informe de la conferencia de La Nouvelle Critique sobre “Ciencias burguesa y la ciencia proletaria” , la redacción de la revista explicita algunas de las presuposiciones de esta burda sociología de las ciencias de la naturaleza:
-la ciencia es “una ideología históricamente relativa”;
-“la practica burguesa y la practica proletaria” se enfrentan y definen dos ciencias fundamentales contradictorias: la ciencia burguesa y la ciencia proletaria”.

¿Se trata de las ciencias sociales, de la economía política, de la historia? No, aunque parezca imposible se trata de la biología.

“Los descubrimientos michurinianos, los trabajos de Lyssenko, son muestra de tal ciencia socialista. Situarse en sus posiciones, haciendo suyos sus criterios, es la condición de la objetividad en la discusión científica, en la discusión sobre el detalle científico”.

En cierto sentido se trata de un positivismo en sentido invertido. Al igual que el positivismo, no se reconoce ninguna distinción metodológica fundamental entre ciencias sociales y ciencias naturales. Mientras que el positivismo quiere “naturalizar” las ciencias de históricas, el stalinismo-lissenkismo intenta “ideologizar” las ciencias de la naturaleza. Así desemboca en el absurdo de una biología “proletaria” y crea los fundamentos de una química, de una física y de una astronomía “proletaria”.

El problema de la objetividad es resuelto por la proclamación canoníca y dogmática de la infalibilidad papal del Guía de los Pueblos y Mas Grande Hombre de Ciencia de Nuestros Tiempos, guía del pensamiento de los historiadores, economistas, biólogos y genetistas, solución que presenta evidentemente la doble ventaja de la simplicidad y de la coherencia.

Louis Althusser tomo parte activa en el gran festival de la ciencia proletaria de los años de 1950. A principio de los años de 1960, después de la muestre de Stalin, del XX Congreso y de la confesión, por parte de los soviéticos, de la impostura de Lyssenko, se traumatizó: escribe que recibió un verdadero “shock”. Sinceramente arrepentido de sus pecados de juventud, en busca del camino de la verdad objetiva, Althusser será presa de un santo horro ante el concepto de “ciencia proletaria”, al que va a anatematizar (lo cual estaría plenamente justificado), sino es todas las ciencias, incluido el marxismo:

“En nuestra memoria filosófica, ese tiempo permanece como el tiempo de los intelectuales armados (…) que dividían el mundo (artes, literaturas, filosofías y ciencias), utilizando un solo corte: el despiadado corte de las clases. Tiempo cuya caricatura puede resumirse en una frase: bandera izada que flamea en el vacío: “ciencia burguesa”, “ciencia proletaria”.
“Algunos dirigentes, para defender, contra el furor de los ataques burgueses, un marxismo entonces aventurado en el bilogía” de Lyssenko, habían vuelto a lanzar la vieja formula izquierdista que había sido anteriormente la consigna de Bogdanov y del Proletkult. Una vez proclamada, lo domino todo.

(…) Se nos hacia tratar la ciencia, cuyo rubrica cubría las obras mismas de Marx, como una ideología cualquiera”

La posición de Althusser va a asumir es el reverso simétrico del lyssenkismo, compartiendo con él el mismo error capital. El desconocimiento de la diferencia (relativa, pero esencial) entre historia y naturaleza, o entre ciencia histórica y ciencia natural, diferencia que explica por qué no pueden existir una genética “proletaria”, ni una historia “por encima de las clases” (o “no partidaria”) de la Revolución Rusa.

De igual manera, la aceptación del “espíritu del partido” stalinista, ayer, y el rechazo de la ciencia proletaria (en el campo de las ciencias históricas), ahora están fundados en el mismo “desacuerdo”: la confusión entre el punto de vista del proletariado y su pobre caricatura burocrática, adorados juntos ayer, quemados juntos hoy.

En consecuencia, en cierto aspecto Althusser va a situarse en una posición próxima al positivismo. Por otra parte, no oculta su admiración por A. Comte, “el único espíritu interesante” que la filosofía francesa produjo “en los cientos treinta años que siguieron a la revolución de 1989”.

Por el contrario, critica severamente el “izquierdismo teórico de Lukács y Korsch por haber proclamado que el marxismo es una ciencia proletaria y por haberlo opuesto a la ciencia burguesa: “Las interpretaciones históricas-humanista (…) proclamaba un retorno radical a Hegel (el joven Lukács, Korsch), y elaboraba una teoría que ponía a la doctrina de Marx en relación de expresión directa con la clase obrera. De esa fecha data la famosa oposición entre “ciencia burguesa” y ciencia Proletaria”, en la triunfaba una interpretación idealista y voluntarista del marxismo como expresión y producto exclusivo de la práctica proletaria”

Althusser critica igualmente a Gramsci y a sus discípulos italianos porque “define como historia las condiciones de todo conocimiento acerca de un objetivo histórico”. Por lo contrario, para él la ciencia (social o natural) tiene una historia propia, independiente y separada de la historia social y política, es decir, que no es afectada por la lucha de clases y no forma parte del “bloque histórico”. Tesis que está en oposición no solo con Gramsci, el izquierdista teórico incorregible, sino también con el Lenin ortodoxo y científico de Materialismo y empiriocriticismo (del que Althusser a menudo se dice seguidor) que escribió: “La dialéctica materialista de Marx y Engels comprende ciertamente el relativismo, pero no se reduce a él, es decir, reconoce la relatividad de todos nuestros conocimientos, no en el sentido de la negación de la verdad objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los limites de la aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad”.

La irresistible propensión de Althusser por el positivismo se manifiesta también en su insistencia sobre la heterogeneidad racial, la ruptura total (la celebre “ruptura epistemológica”) entre ciencia e ideología. Según él, la ideología está “gobernada por intereses exteriores a la sola necesidad del conocimiento”. De ello se deriva implícitamente que por su parte la ciencia únicamente está gobernada por la voluntad de conocer. En consecuencia, para Althusser es posible una ciencia social y política haciendo abstracción de intereses “exteriores”, al igual que Durkheim y los positivistas, supone que esos intereses pueden ser dejados “en el exterior” de la investigación científica, como se dejan los puñales en el vestidor en el momento de entrara en un salón de billar honesto. También supone que la ciencia del mismo Marx no estaba influenciada por ninguno de esos intereses “exteriores” (equivalentes althusserianos de los “juicios de valor” de los positivistas). Para él, Marx introdujo una nueva ciencia, la ciencia de la historia partiendo de una “ruptura” con una ideología burguesa de la economía clásica. Pero en ninguna parte explica las condiciones sociales, políticas e históricas que permitieron esa ruptura. En virtud de que niega todo lazo epistemológico entre la ciencia marxista y el proletariado, solo puede presentar la escisión entre Marx y sus predecesores como un fenómeno puramente intelectual, enteramente imputable al genio de Marx.

Dado que ignora el carácter socialmente condicionado de las ciencias sociales, Althusser no distingue metodológicamente entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la historia, la cual le permite comparar constantemente a Marx con Galileo y Lavoisier, subrayando la similitud, mejor dicho la identidad epistemológica de sus descubrimientos.

“Para comprender a Marx, debemos tratarlo como a un sabio entre otros, y aplicar a su obra científica los mismos conceptos epistemológicos e históricos que aplicamos a otros: en este caso, a Lavoisier. Marx aparece así como un fundador de ciencia, comparable a Galileo y a Lavoisier.

Ahora bien, ¿se puede tratar como “un sabio entre tantos otros” al Marx que en 1845 escribía: “Los filósofos no han hecho mas que interpretar el mundo, cuando se trata de transformarlo”? A menos que se considere esta Tesis XI sobre Feuerbach como el grito exaltado de un joven “izquierdista teórico” que todavía no había alcanzado su plena madurez….

Sin embargo a veces Althusser parece acercarse al problema que nos ocupa. “La ciencia económica está particularmente expuesta a las presiones de la ideología. Las ciencias de la sociedad no tiene la serenidad de las ciencias matemáticas. Ya Hobbes lo decía: la geometría une a los hombres, la ciencia social los divide. La “ciencia económica” es la arena donde se ventilan los grandes combates políticos de la historia”.

Desgraciadamente, según el contexto en que se encuentra este párrafo parece que la “presión ideológica” solo afecta a los economistas burgueses: en cuanto a Marx, representa una ciencia liberada de las “presiones”, asépticas, serene, que no hace mas que retomar, en un nuevo terreno, las experiencias metodológicas “que desde hace mucho se han impuesto a la practica de las ciencias que han logrado su autonomía”, es decir, de las ciencias exactas y de las ciencias de la naturaleza. Lo cual nos lleva a la resbaladiza pendiente del neopositivismo.

Althusser tiene razón al subrayar la especificidad de prácticas científicas, su autonomía en la relación a la estructura social, a las condiciones históricas. Su error está en absolutizar esa autonomía transformándola en una independencia, una separación, una ruptura caso total. Para él, la historia de la ciencia económica, con la historia de La química, está marcada por un descubrimiento genial que instaura la “ruptura epistemológica” entre ciencia e ideología, sin ninguna relación con una clase social y su punto de vista. Althusser no parece sospechar que el lazo entre Marx y el proletariado revolucionario no es la misma naturaleza que el que existía entre Lavoisier y la burguesía revolucionaria de 1789….No porque ésta hizo guillotinar al ilustre sabio, sino porque el descubrimiento del oxigeno no tenia ninguna relación epistemológica con las luchas, aspiraciones e intereses del tercer Estado.

En conclusión:

1.- Las tesis de Althusser están en contradicción explicita con Marx, quien proclamaba que su crítica de la economía política representa el punto de vista del proletariado, así como con Lenin, cuando subraya el carácter “de clase” de toda ciencia social.

2.- Althusser solo dos posibilidades:
-la ciencia social como practica independiente en relación a las luchas sociales, liberada de todo compromiso de clase (tesis que defiende)
-la ciencia social como expresión inmediata y exclusiva del proletariado (tesis injustamente atribuida a los “izquierdistas teóricos”)
Olvida una tercera variante, la única correcta en nuestra opinión. La ciencia histórica se sitúa necesariamente desde el punto de vista de una clase, pero es relativamente autónoma en su esfera de actividad propia.

3.- Como reacción contra el zhdano-lyssenkismo de los años de 1950, Althusser lanza al foso del “izquierdismo” al bebe marxista, con el agua sucia stalinista para colocarse en un campo teórico minado por el positivismo.
Probablemente una “sociología del althusserianismo” descubriría detrás de sus tesis la resistencia (muy comprensible) de ciertas capas de intelectuales del PCF contra su sumisión a los cambiantes imperativos políticos del partido, y por el reconocimiento de la independencia y de la dignidad del trabajo científico. Sin embargo, incapaces de distinguir la perspectiva histórica del proletariado de su caricatura burocrática stalinista, transforman su deseo de emancipación respecto del aparato del partido en teoría de la liberación de la ciencia marxista respecto del proletariado.

IV. CONCLUSIÓN: EL PUNTO DE VISTA DEL PROLETARIADO

Si se admite la tesis del marxismo revolucionario según la cual toda ciencia social es, conscientemente o no, directa o indirectamente, una ciencia “comprometida”, orientada, “tendenciosa”, “partidaria”, ligada a la concepción del mundo, al punto de vista de una clase social, es preciso encontrar una salida para evitar la vía muerta del relativismo. Para el relativismo consecuente no existe verdad objetiva: hay muchas verdades, la del proletariado, la de la burguesía, la de los conservadores, la de los revolucionarios, cada una de ellas igualmente verdadera o falsa. Se cae así en la celebre noche relativista donde todos los gatos son pardos, y se termina por negar la posibilidad de un conocimiento objetivo. Por ejemplo: no habría una historia verdadera y objetiva de la Revolución Francesa, sino diferentes historias que todas vienen a ser lo mismo. Historia contrarrevolucionaria, historia liberal, historia jacobina, historia socialista, la de Joseph de Maistre que explica 1789 por castigo divino de los franceses culpables de pecados abominables, sería tan buena (o tan mala) como la de Jaures, que interpreta los acontecimientos en términos de lucha de clases.

Dado que tal posición agnóstica es estéril y manifiestamente absurda, es forzoso reconocer que ciertos puntos de vistas son relativamente más verdaderos que otros, o para ser más precisos, que ciertas perspectivas permiten una aproximación relativamente mayor a la verdad objetiva. Ahora bien, ¿Cuál es la visión del mundo epistemológicamente privilegiada, cual es el punto de vista más favorable para el conocimiento de lo real?

La primera respuesta posible –respuesta correcta, aunque insuficiente- es la siguiente: en cada periodo histórico, el punto de vista de la clase revolucionaria es superior al de las clases conservadoras, por que es el único capaz de reconocer y capaz de proclamar el proceso de cambio social: la burguesía revolucionaria hasta el siglo XVIII, el proletariado a partir del siglo XIX.

En efecto, solamente a partir del punto de vista del proletariado, en tanto que clase revolucionaria, se vuelve visible la historicidad del capitalismo y de sus leyes económicas. Como lo subrayo Rosa Luxemburgo: “Única y exclusivamente porque Marx consideraba la economía capitalista en primer lugar en tanto que socialista, es decir, desde el punto de vista histórico pudo descifrar sus jeroglíficos….” 37 Para los economistas burgueses las leyes capitalistas son las leyes “naturales” de la producción en general, de la producción en tanto que tal. Por lo contrario, el método Marx –“escandalo y abominación para la burguesía”- capta cada forma “bajo su aspecto transitorio”, histórico perecedero, porque se sitúa en la perspectiva de la clase portadora del proyecto revolucionario. (No es por azar si Althusser, que niega que la ciencia marxista se sitúa en el punto de vista del proletariado, también quiera negar que el historicismo sea la distinción metodológica capital entre Marx y la economía política burguesa).

En un pasaje muy conocido de la Miseria de la filosofía, Marx hace constar que la burguesía había proclamado con razón que las instituciones del feudalismo eran históricas, superadas, arcaicas; mientras que esta misma burguesía se obstina en presentar las instituciones del orden capitalista como naturales y eternas. “Así, ha habido historia, pero ya no la hay”, agrega irónicamente Marx. La burguesía revolucionaria había percibido y denunciado el carácter histórico y transitorio del sistema feudal; solo el proletariado es capaz de percibir y de denunciar la historicidad del sistema burgués.
Resumiendo la tesis adelantada por la mayoría de los autores marxistas que han examinado el problema de las condiciones de posibilidad de la superioridad epistemológica de la “ciencia proletaria”, se puede entonces concluir con Adam Schaff:

“Los miembros y los partidarios de la clase colocada objetivamente en situación revolucionaria, cuyos interese colectivos e individuales coinciden con las tendencias del desarrollo de la sociedad, escapan a la acción de los frenos psíquicos que intervienen en la aprehensión cognoscitiva de la realidad social; al contrario, sus intereses permiten una percepción mas aguda de los procesos de desarrollo, de los síntomas de descomposición del viejo orden y de los signos precursores del nuevo orden, cuyo advenimiento esperan. ¨¨ (….)

Con esto no afirmamos de ninguna manera que esta vía lleve a la verdad absoluta; únicamente pretendemos que las mencionadas posiciones son un mejor punto de partida y una mejor perspectiva en la búsqueda de la verdad objetiva, ciertamente relativa pero óptimamente integral, óptimamente completa en relación al nivel dado de desarrollo del saber humano.” 38.
Esta tesis, que afirma la superioridad general del punto de vista de toda clase revolucionaria, nos parece parcialmente correcta, pero plantea un cierto número de dificultades. Se sabe que en el pasado la clase conservadora tenía a veces intuiciones parciales mas “verdaderas” o mas “realistas” que la clase ascendente: ¿Cómo negar, por ejemplo, la verdad relativa del contrarrevolucionario ingles Burke en su crítica del carácter abstracto, a histórico y arbitrario de la ideología burguesa revolucionaria de los “derechos naturales”?

Por esta razón Mannheim aboga por la “síntesis de las perspectivas” de las diferentes clases, teniendo cada una su verdad relativa o parcial. Schaff, en la medida en que habla de las clases revolucionarias en general, y no del proletariado en particular, se ve obligado a hacer concesiones a Mannheim y a aceptar, con reservas, la tesis de la “multiplicación de las perspectivas” para “obtener una visión del objeto más completa, mas global”. Lo cual, en nuestra opinión, se acerca peligrosamente al eclecticismo y no resuelve nada: ¿Cuál es el criterio que permitiría realizar tal “síntesis”?
La tesis difundida por Schaff subestima la especialidad del punto de vista proletario en relación al de las clases revolucionarias del pasado (esencialmente la burguesía ascendente):

1.- La burguesía revolucionaria tenía interés particulares que defender, diferentes del interés general de las masas populares: luchaba a la vez contra el feudalismo y por la instauración de una nueva dominación de clase; lo cual implicaba el ocultamiento ideológico (consciente o no) de sus verdaderos fines y del verdadero sentido del proceso histórico.
Por lo contrario, el proletariado, clase universal cuyo interés coincide con el de la gran mayoría y cuyo fin es la abolición de toda dominación de clase, no está obligado a ocultar el contenido histórico de su lucha; en consecuencia es la primera clase revolucionaria cuya ideología tiene la posibilidad objetiva de ser transparente.

Entonces, de ninguna manera es casual que el proletariado -al contrario de la burguesía revolucionaria- asigne abiertamente como objetivo a su revolución, no la defensa de pretendidos “derechos naturales”, de pretendidos “principios eternos de Libertad y la Justicia”, sino la realización de sus intereses de clase. Una comparación entre el Manifiesto comunista y la Declaración de los derechos del hombre, de 1789, es altamente instructiva al respecto.

2.- La burguesía pudo llegar al poder sin una comprensión clara del proceso histórico, sin una conciencia precisa de los acontecimientos, llevada por la “astucia de la razón” del desarrollo económico-social. El conocimiento científico del movimiento de liberación no era de ninguna manera una condición de su victoria, y la auto mistificación ideológica caracterizó en general su comportamiento en tanto que clase revolucionaria. Por lo contrario, el proletariado no puede tomar el poder y transformar la sociedad más que por un acto deliberado y consciente. El conocimiento objetivo de la realidad, de la estructura social, de la coyuntura política, es en consecuencia una condición necesaria de su practica política, es en consecuencia una condición necesaria de su practica revolucionaria; corresponde, pues, a su interés de clase. El socialismo será científico o no será.

En consecuencia, la superioridad epistemológico de la perspectiva proletaria no es solamente la delas clases revolucionarias en general, sino que tiene un carácter particular cualitativamente diferente de las otras clases, especifico del proletariado en tanto que ultima clase revolucionaria y en tanto que clase cuya revolución inaugura el “reino de la libertad”, es decir, el dominio consciente y racional de los hombres sobre su vida social. En este sentido la ciencia proletaria es una forma de transición hacia la ciencia comunista, la ciencia de la sociedad sin clases, que podrá alcanzar un grado mayor de objetividad, ya que el conocimiento de la sociedad dejará de ser el territorio de una lucha política y social. Las limitaciones que existen en el punto de vista del proletariado, en el marxismo, solo se harán visibles en ese momento; todas las tentativas emprendidas para “superarlo” antes de ese período, antes del advenimiento de la sociedad comunista mundial, solo podrán desembocar en recaídas, en vueltas atrás, hacia el punto de vista de otras clases mas limitadas que el proletariado. En este sentido, efectivamente el marxismo es el horizonte científico de nuestra época (Sartre dixit).

¿Es preciso deducir de ello que es imposible el error para cualquiera que se sitúa en la perspectiva proletaria? El principio epistemológico según el cual el punto de vista del proletariado es el que ofrece la mejor posibilidad objetiva de un conocimiento de la verdad, de ninguna manera significa que basta situarse en ese punto de vista para conocer la verdad.

Una gran montaña permite una mejor vista del paisaje que una pequeña colina, pero un miope encaramado en la cima de la montaña no vera mucho. Por otra parte, el punto de vista de las otras clases, incluso inferior, no solo produce mentiras, contra verdades y errores.

En pocas palabras: existe una autonomía relativa de la ciencia social, una continuidad relativa en el interior de la historia de esa ciencia (Marx continúa, critica y supera a Ricardo), una lógica interna de la investigación científica, una especialidad de la ciencia en tanto que práctica que tiende hacia el descubrimiento de la verdad. Esta “autonomía” –en el sentido etimológico griego: “gobernada por sus propias leyes”- es relativa pero real. Ella es la que explica no solamente los errores que han podido cometer los pensadores marxistas, e incluso Marx y Engels (por ejemplo la previsión de la inminencia de una revolución proletaria en Alemania en 1848-50), sino también los verdaderos conocimientos que puede producir en el interior de sus limitaciones una ciencia histórica que se sitúa en un punto de vista burgués (por ejemplo los análisis de Hobbes sobre la violencia como base del Estado moderno).

La ciencia del proletariado demuestra su superioridad precisamente por su capacidad de incorporar esas verdades parciales producidas por las ciencias “burguesas”, superándolas dialécticamente (Aufhebung), criticando y negando sus limitaciones de clase. La actitud contraria, que proclama la infalibilidad “a priori” de toda ciencia situada en la perspectiva proletaria, y el error absoluto y necesario de toda investigación fundada sobre otro punto de vista, es en realidad dogmática y reduccionista, porque ignora la autonomía relativa de la producción científica respecto de las clases sociales.

En conclusión: el punto de vista del proletariado no es una garantía suficiente del conocimiento de la verdad objetiva, pero es el que ofrece la mayor posibilidad de acceso a esa verdad. Y ello se debe a que la verdad es para el proletariado un medio de lucha, un arma indispensable para la revolución. Las clases dominantes, la burguesía (y también los burócratas, en otro contexto), tienen necesidad de mentir para mantener su poder. El proletariado revolucionario necesita la verdad.

Sobre el Método Marxista. Teoría y Práctica.
Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales.
Por: Michel Lowy. EL MÉTODO MARXISTA

Bibliografía:
[1] A. Comte. “Consideraciones filosóficas sobre la ciencia y la política. P. 71.
[2] Augusto Comte. Curso de filosofía positiva. Schnneider Freres ed., Paris, 1908, t. IV., P. 214.
[3] Ibid. P. 100.
[4] Durkheim. Las reglas del método sociológico. P. 15 – 19.
[5] Durkheim. La división social del trabajo. P. 157 – 158.
[6] Ibid. 158 – 159.
[7] Durkheim. Las reglas del método. . . . prefacio, p. VIII.
[8] Ibid. P. 31
[9] Ibdid. P. 144
[10] G. A. Lungberg, G. Scharag. Socilogía NY. P. 5.
[11] Max Weber. Le savant et la politique. P. 80 – 82.
[12] Ibid.
[13] Lucien Glodmann. Ciencias humanas y filosofía. P. 43.
[14] Karl Mannheim. Ideología y utopía. P. 213.
[15] Carl Marx. La miseria de la filosofía. P. 100.
[16] El capital tomo I. p. 22.
[17] Ibid. P. 28
[18] Lenin, “tres fuentes y tres partes del marxismo. En obras escogidas.
[19] Lenin. “Quienes son los amigos del pueblo”. P. 347.
[20] Editorial Grijalbo. Reforma o revolución p. 75
[21] Ángel, E. Bernstein. La evolución del socialismo. P. 134
[22] Kautski. El materialismo dialéctico. P. 631.
[23] Lucien Goldmann citado por Kautski en ética de la concepción materialista. P.284
[24] Francis Cohen, “Mendel, Lyssenko “el rol de la ciencia” en La Novelle Critique, N° 13, febrero de 1950, p. 61.

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