Todo el poder a las milicias populares en Libia, fuera la intervención imperialista

Desde que el pueblo tunecino se alzó contra la dictadura proimperialista de Ben Alí, un poderoso proceso revolucionario se puso en marcha en todo el Mahgreb y el Oriente Medio, colocando en jaque a las dictaduras y monarquías de la región. Con la caída del dictador Mubarak en Egipto, la revolución da un salto importante, y se tambalea aún más el maltrecho poder del imperialismo, en pleno proceso de repliegue en Irak y Afganistán. Protestas masivas e insurrecciones populares estallan en Bahrein, Yemen, Jordania, Siria y Libia. La mayoría de las organizaciones obreras y de izquierda árabes se colocan del lado de los pueblos en lucha y defienden sus demandas. En todo este proceso, sólo el chavismo y una parte del estalinismo se atreven a colocarse del lado de las dictaduras. Por esa razón, el debate sobre las revoluciones árabes, y particularmente sobre la revolución libia, adquiere mucha importancia en Venezuela.

Desde que el pueblo tunecino se alzó contra la dictadura proimperialista de Ben Alí, un poderoso proceso revolucionario se puso en marcha en todo el Mahgreb y el Oriente Medio, colocando en jaque a las dictaduras y monarquías de la región. Con la caída del dictador Mubarak en Egipto, la revolución da un salto importante, y se tambalea aún más el maltrecho poder del imperialismo, en pleno proceso de repliegue en Irak y Afganistán. Protestas masivas e insurrecciones populares estallan en Bahrein, Yemen, Jordania, Siria y Libia. La mayoría de las organizaciones obreras y de izquierda árabes se colocan del lado de los pueblos en lucha y defienden sus demandas. En todo este proceso, sólo el chavismo y una parte del estalinismo se atreven a colocarse del lado de las dictaduras. Por esa razón, el debate sobre las revoluciones árabes, y particularmente sobre la revolución libia, adquiere mucha importancia en Venezuela.

Kadafi, un lacayo del imperialismo

Recordemos que la primera reacción de Chávez ante el estallido revolucionario fue consultar a los dictadores de Libia y Siria sobre la situación regional. En el caso de Egipto incluso hizo un llamado a canalizar los reclamos populares por la vía de la institucionalidad de la dictadura. Una posición reaccionaria en toda la línea. Al igual que Chávez, el dictador libio Muammar El Kadafi, condenó los levantamientos populares en Túnez y Egipto, diciendo que el pueblo debió esperar por la realización de elecciones en esos países, para resolver sus exigencias. Evidentemente, los jefes de Estado burgueses son alérgicos a la revolución. No tardó en estallar la revolución en Libia, y las manifestaciones populares fueron reprimidas con salvajismo por la dictadura. Hubo un resquebrajamiento del aparato represivo y administrativo del Estado libio, lo cual dio paso a una guerra civil. Este es el origen del conflicto que esta semana alcanza su punto culminante en las calles de Trípoli y Sirte.

Hay que aclarar una vez más que Kadafi no es el «Simón Bolívar del África», como lo bautizara Chávez al condecorarlo con una réplica de la espada de El Libertador, en Caracas. Más bien es «el Calígula de Libia», un dictador enloquecido que abandonó sus posiciones independientes de los años 70 y 80 para dar un giro en la última década y entregar su país a las transnacionales imperialistas. Además de desnacionalizar el petróleo y el gas, dio la espalda a la lucha palestina, cooperó con la «lucha contra el terrorismo» de los yanquis, y convirtió a su país en un campo de concentración de inmigrantes africanos detenidos en su ruta hacia Europa. Tantos méritos contrarrevolucionarios acumuló, que en pocos años se convirtió en socio de connotados derechistas europeos como Berlusconi, Blair, Zapatero y Sarkozy. Hasta Condolezza Rice, la asesina de los pueblos afgano e irakí, lo visitó en Trípoli.

¿Revolución popular o «invasión»?

La continuidad que guarda la revolución libia con el conjunto del proceso revolucionario árabe es inocultable. La movilización popular en ese país africano estalla al mismo tiempo que en casi todo el mundo árabe, estimulado por el triunfo popular en Túnez, y además con las mismas consignas sociales y políticas que en el resto de los países de la región que son sacudidos por la llamada «primavera árabe». Desde reivindicaciones políticas de carácter democrático como la liberación de los presos políticos, la libertad para organizar sindicatos, gremios independientes y partidos políticos, hasta reivindicaciones sociales como mayor igualdad en la distribución del ingreso, contra el desempleo, contra el alto costo de los alimentos. Ciertamente un cuadro que no corresponde en nada a la caricatura dibujada por el gobierno venezolano, el cual sostiene que la revuelta libia no sería una genuina insurrección popular sino la obra de «mercenarios al servicio del imperialismo», cuyo propósito sería «entregar el petróleo libio a las transnacionales».

La actual ministra venezolana de la Juventud, Mary Pili Hernández, entrevistó el primero de marzo de este año, a través de Unión Radio, al corresponsal de Reed Lindsay, de Telesur, quien dejó un contundente testimonio acerca del carácter popular y antiimperialista del levantamiento popular en Libia. Dijo Lindsay: «Hay evidencia abrumadora de que el gobierno de Kadafi ordenó a sus fuerzas de seguridad disparar a los manifestantes desarmados, y disparar a matar… Lo que nos preguntó alguien es por qué el presidente de Venezuela apoya a este gobierno de Muamar Kadafi. Es algo que nos han preguntado en varios lados, por qué el presidente venezolano y otros mandatarios de América Latina que están a favor de los procesos sociales estarían apoyando a un dictador que dispara contra su propio pueblo. (Los rebeldes) no quieren la intervención de EEUU, dicen que morirán luchando contra la dictadura de Gadafi o contra los EEUU… Los mismos protagonistas de la rebelión dicen que no tienen nada que ver con EEUU, no quieren nada con Europa. Es algo muy importante destacarlo, porque aquí se ve en la calle a gente de todas las clases sociales, trabajadores, profesionales, médicos, ingenieros, mujeres, niños, es sin lugar a dudas una rebelión popular».

Este testimonio retrata de manera impecable el sentimiento del pueblo insurrecto, que esperaba contar con el apoyo de los gobiernos latinoamericanos que dicen ser «antiimperialistas», pero que por el contrario se encontraron a un Chávez que apoyó y sigue apoyando de manera incondicional al dictador proimperialista Kadafi. No puede perderse de vista que las mismas masas que se levantaron en febrero y tomaron las armas, son las que siguen combatiendo hoy. Esta aclaratoria se hace necesaria en vista de que algunas organiozaciones de izquierda sostienen que el carácter de la rebelión libia cambió y desapareció todo elemento progresivo en ella, a partir de la intevención imperialista. ¿Acaso la intervención imperialista desapareció a los combatientes libios, o esfumó sus motivaciones originales? Por supuesto que no, pero tal es la versión sostenida por algunas organizaciones que incluso se reclaman marxistas, todo un lamentable ejemplo de sectarismo y esquematismo.

Los revolucionarios estamos obligados a ir más allá de una superficial y falsa identificación entre los movimientos de masas y sus direcciones. De esta manera, por ejemplo, respaldamos la lucha del pueblo hondureño contra el golpe de Estado y exigimos la restitución de las libertades democráticas en ese país, y acompañamos el reclamo de que fuera restituido en la presidencia Manuel Zelaya, a pesar de que sabemos que Zelaya es un terrateniente liberal a quien no apoyamos políticamente en lo absoluto. También luchamos en las calles el 13 de abril de 2002 para derrotar al golpe fascista, sin que nos lo impidiera hacerlo el programa nacionalista burgués de Chávez, que no compartimos. Análogamente, en Libia llamamos a apoyar la lucha del pueblo que se alzó contra la dictadura, sin confiar en la dirección del Consejo Nacional de Transición (CNT) y rechazando rotundamente la intervención imperialista de la Otan.

La intervención imperialista y el petróleo libio

Los socialistas revolucionarios rechazamos clara y contundentemente, desde el primero momento, la intervención imperialista en Libia, pues ésta tiene un propósito contrarrevolucionario. No podía ser de otra manera. Sin embargo, es importante desmontar las mentiras de aquellos que apoyan a Kadafi con el argumento de que el imperialismo quiere apoderarse del petróleo libio. En su columna de opinión, «Reflexiones», del 4 de marzo de este año, el propio Fidel Castro retrata a Kadafi como un aliado del imperialismo que se encargó de privatizar el petróleo y las más importantes empresas públicas:

«Es un hecho irrebatible que las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN con Libia en los últimos años eran excelentes, antes de que surgiera la rebelión en Egipto y en Túnez. En los encuentros de alto nivel entre Libia y los dirigentes de la OTAN ninguno de estos tenía problemas con Gaddafi. El país era una fuente segura de abastecimiento de petróleo de alta calidad, gas e incluso potasio. Los problemas surgidos entre ellos durante las primeras décadas habían sido superados. Se abrieron a la inversión extranjera sectores estratégicos como la producción y distribución del petróleo. La privatización alcanzó a muchas empresas públicas. El Fondo Monetario Internacional ejerció su beatífico papel en la instrumentación de dichas operaciones. Como es lógico, Aznar se deshizo en elogios a Gaddafi y tras él Blair, Berlusconi, Sarkozy, Zapatero, y hasta mi amigo el Rey de España, desfilaron ante la burlona mirada del líder libio. Estaban felices».

Lejos de permitir al imperialismo apoderarse de unos recursos que ya Kadafi había entregado, la rebelión libia supone grandes pérdidas para las transnacionales: la producción petrolera de las empresas imperialistas en Libia no volverá al nivel de 1,6 millones de barriles diarios, índice de producción previo a la rebelión, sino hasta dentro de dos o tres años, según los estimados más optimistas. Y eso en el caso de que el gobierno que suceda a Kadafi mantenga en pie los convenios suscritos por el dictador.

Va contra toda lógica el planteamiento de que la rebelión fue «fabricada» por el imperialismo para «apoderarse del petróleo». A este argumento falaz se suman otros, como la falacia de que Kadafi se convierte en antiimperialista debido a los bombardeos de la Otan, o que los mismos bombardeos convierten a las milicias rebeldes en «la infantería de la Otan».

Hemos visto que estamos ante una rebelión popular genuina, que objetivamente afecta los negocios imperialistas, que tiene un contenido subjetivo antiimperialista. A esto debemos añadir que en la agenda del pueblo rebelde se encuentra la nacionalización del petróleo.

Tal y como explicaba en febrero el periodista Robert Dreyfuss, del diario inglés The Nation: «Con Bahrein, la base de la presencia militar de los EEUU en el Golfo Pérsico, siendo sacudido, y las semillas de la rebelión sembradas en Kuwait, la rebelión en Libia podría provocar un resurgimiento del nacionalismo árabe que apunte al control de los recursos petroleros en el Oriente Medio. Con Trípoli, la capital libia, en llamas y Bengasi y la mayor parte del este libio ya en manos rebeldes, hay reportes de que las propiedades de ENI y otras empresas petroleras que operan en Libia podrían ser nacionalizadas por un nuevo gobierno».

Dichos reportes desde los territorios liberados por los rebeldes crearon un enorme nerviosismo en los gobiernos europeos y el yanqui. Además de descartar que la intervención fuera para «apoderarse del petróleo libio», también podemos desechar las excusas cínicas esgrimidas en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, acerca de la «protección a la población civil». El sentido de la intervención imperialista fue evitar dos escenarios catastróficos para los intereses de las transnacionales: el primero, una guerra prolongada que impidiera la normalización en el mediano plazo de los negocios que anteriormente garantizaba la dictadura de Kadafi; el segundo escenario, mucho peor, el de una revolución triunfante que bajo el avasallante impulso de las milicias populares nacionalizara el petróleo y terminara con la era de entreguismo abierta por Kadafi. En cuanto a la forma de la intervención, valiéndose de bombardeos y no de una invasión terrestre, esto tiene que ver con dos elementos muy importantes: el rechazo abierto en las filas rebeldes a la presencia invasora; y el debilitamiento político, económico y militar del imperialismo, que atraviesa una aguda crisis económica, inestabilidad social en sus propios países, y viene de derrotas importantes en Irak y Afganistán.

Alto a la injerencia imperialista, todo el poder a las milicias populares

La evolución de la guerra civil libia en la última semana indica que es inminente la destrucción de las fuerzas de la dictadura y el derrumbamiento del kadafismo. Sin embargo, la revolución no termina con la salida del dictador. Se profundizará la pugna a lo interno de las filas rebeldes por el destino que tendrá la revolución. La dirección del Consejo Nacional de Transición (CNT) está conformada por la oposición burguesa y por ex funcionarios del régimen de Kadafi, quienes buscan mantener las relaciones con el imperialismo en los mismos términos de entreguismo que caracterizaron a la dictadura. Esto lo tienen claro muchos combatientes, tal y como lo demuestra el siguiente testimonio de un corresponsal militante en las filas rebeldes, en el mes de junio: «En nuestro grupo tenemos claro que si la derecha llegase a tomar el control, junto a las tropas de la OTAN, cuando termine esta batalla, sería el comienzo de otra. Este sentimiento ésta muy arraigado en los compañeros, es que acá sabemos que en la línea de fuego no hay ni uno solo de esos ex funcionarios que salen en los medios. Ninguno de ellos está con su cuerpo, enfrentándose con las tropas kadafistas…»

(http://laclase.info/internacionales/libia-no-luchamos-para-defender-el-terreno-que-el-imperialismo-nos-ha-delimitado-ni-)

Ante el derrocamiento de la dictadura proimperialista por parte del pueblo, es necesario que los revolucionarios nos solidaricemos con el pueblo rebelde, denunciando sin ninguna ambigüedad que las intenciones del CNT serán la de secuestrar y congelar la revolución la revolución, pactar con el imperialismo, e impedir que se materialicen las reivindicaciones democráticas, sociales, económicas y antiimperialistas del pueblo combatiente que heroicamente terminó con la pesadilla kadafista. Planteamos con claridad que quienes deben gobernar son las milicias populares, que son necesarias las más amplias libertades de organización sindical y partidista para los trabajadores y el pueblo, disolución de la guardia pretoriana de la dictadura y desarrollar un juicio popular a sus jefes; control absoluto por parte del Estado los recursos petroleros y gasíferos entregados a las transnacionales imperialistas por la dictadura y colocar esa industria en manos de los trabajadores y técnicos; repatriar las reservas internacionales que Kadafi entregó a los países europeos y desconocer las deudas adquiridas por éste con la banca internacional.

Como dicen muchos combatientes libios, el fin de la batalla contra Kadafi es el comienzo de otra batalla, esta vez contra la injerencia imperialista y la política conciliadora y negociadora del CNT. El rol de los revolucionarios es seguir apoyando la justa lucha del pueblo libio, para que su ejemplo se extienda a Bahrein, Yemen, Marruecos, Siria, y el resto del mundo árabe.

* Secretario General del partido Unidad Socialista de Izquierda







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