Una nueva situación histórica mundial

1. Todo el escenario histórico mundial ha cambiado. La exacerbación en septiembre/octubre de 2008 de la crisis capitalista mundial que estalló el último año toma dimensiones sin precedentes que llevan al colapso a las bolsas del mundo, al sistema bancario internacional, a industrias gigantescas y ponen a un número creciente de Estados al borde del default.

1. Todo el escenario histórico mundial ha cambiado. La exacerbación en septiembre/octubre de 2008 de la crisis capitalista mundial que estalló el último año toma dimensiones sin precedentes que llevan al colapso a las bolsas del mundo, al sistema bancario internacional, a industrias gigantescas y ponen a un número creciente de Estados al borde del default.

El estallido global ya tuvo lugar. La capitalización de las bolsas del mundo se ha reducido a la mitad; las pérdidas en instrumentos de deuda alcanzan ahora una cantidad cercana a los 3 billones de dólares, y la destrucción de la deuda continúa inexorablemente; hay una «casi desintegración del sistema bancario del mundo occidental» (Financial Times, 28/10/08) a pesar de una intervención sin precedentes de los Estados.

La economía mundial se contrae. El FMI predice para 2009 una recesión generalizada en todo el mundo desarrollado y más de 20 millones de nuevas pérdidas de puestos de trabajo. Las condiciones de hambre ya producen disturbios en los países llamados del «Tercer Mundo», y la caída de los precios de las materias primas acelerará la bancarrota de los países exportadores. Ya nada será lo mismo.

Hace cerca de dos décadas, la desintegración de la URSS fue celebrada por el capitalismo como «el final
del comunismo» y de la propia historia; ahora el propio capitalismo enfrenta su propia implosión en sus centros metropolitanos, en Estados Unidos, en Europa y en Japón. El mito post 1989/91 de un aparentemente triunfante sistema capitalista liberal, incluida la fantasía de un «mundo unipolar» con centro en el «indisputado» imperio norteamericano, ha colapsado.

La superpotencia capitalista más fuerte del planeta, el Estados Unidos capitalista en su conjunto, y no sólo el evaporado «mercado de hipotecas sub-prime», se ha transformado en el «mayor activo tóxico» del sistema mundial. Trotsky predijo que, al ascender hacia la hegemonía mundial, Estados Unidos acumulaba todas las contradicciones mundiales, como dinamita en sus cimientos. Esta dinamita, acumulada durante un siglo de expansiones y crisis, de guerras y revoluciones, explota ahora cambiando la forma del mundo en el siglo XXI.

La crisis actual es la culminación y la superación de todas las grandes crisis sistémicas previas, desde la desintegración en 1971 del marco de Bretton Woods, que intentó evitar una recaída en la Gran Depresión de los años de pre-guerra, hasta los shocks financieros de los años ’80 y ’90 (el «tequilazo» latinoamericano de 1984; el derrumbe de 1987 y de 1997, centrado en Asia y seguido por el default de Rusia en 1998; la explosión de la «burbuja tecnológica» en 2000; la recesión de 2000/01, la bancarrota de Enron, el default de Argentina, etc.) a lo largo de décadas de globalización financiera.

En el periodo 2002/06, la espiral de la crisis fue desviada y los dos motores interconectados de la expansión del crédito en Estados Unidos y del crecimiento industrial de China condujeron a un relativo crecimiento de la economía mundial. Pero ahora los dos motores están parándose. La contracción de la economía mundial trata de eliminar la enorme masa de capital excedente, tanto ficticio como productivo, que obstruye el proceso de acumulación capitalista.

El capital no es una cosa: es una relación social. La explosión de los cimientos del sistema está moviendo las placas tectónicas de la sociedad, cambiando todas las relaciones sociales e internacionales. Una salida de la impasse sólo puede encontrarse a través de una serie de confrontaciones históricas entre las fuerzas sociales en conflicto, ante todo entre el capital y el trabajo. En otras palabras: la solución de la crisis depende, en última instancia, de la confrontación entre la revolución social y la contrarrevolución en una escala internacional. La tarea central de la clase obrera internacional y de su vanguardia es la urgente preparación política, programática y organizativa por todos los medios teóricos y prácticos para esta confrontación.

La nueva situación histórica a fines de la primera década del siglo XXI exige la movilización de las masas oprimidas y explotadas bajo la bandera de una Internacional revolucionaria del siglo XXI, la IV Internacional refundada.

De la crisis al estallido y la depresión

2. Estados Unidos, el punto históricamente más alto de desarrollo del mundo capitalista, se ha transformado en el centro del mundo capitalista que se ha convertido en el centro de su crisis que se profundiza.

El colapso del mercado sub-prime en Estados Unidos en 2007desató una avalancha financiera internacional de quiebras y una contracción global del crédito, seguidos por una suba sideral y luego por una dramática caída en los precios del petróleo y de las materias primas, pero, sobre todo, por un deslizamiento imparable hacia un bajón y una recesión sincronizados de la economía mundial.

Las tres largas décadas de globalización del capital financiero, después de una serie de shocks (en 1984, 1987 y 1997) terminó en una catástrofe.

El rotundo fracaso del llamado «neoliberalismo», el dogma económico que siguieron casi todos los gobiernos capitalistas, fue tipificado por las dramáticas acciones tomadas urgentemente por los campeones de las privatizaciones, de la política económica de los Reagan y las Thatcher en los propios Estados Unidos y en Gran Bretaña.

El proceso de crecientes operaciones de rescate comenzó con la nacionalización del Northern Bank y en Gran Bretaña, en septiembre de 2007; del Bearn Sterns, uno de los «cuatro grandes» bancos de inversión en los Estados Unidos en marzo del 2008, y luego alcanzó un decisivo punto de inflexión que precipitó la vorágine de septiembre/octubre: la nacionalización de los gemelos gigantes Fanny Mae y Freddie Mac que controlan las cuatro quintas partes del colapsado mercado hipotecario norteamericano, en septiembre de 2008.

El gobierno norteamericano, naturalmente, no tenía otra alternativa que transgredir sus propios principios fundacionales de fundamentalismo capitalista. No podía permitir que dos empresas patrocinadas por el gobierno, con una deuda igual al 40% del PBI, simplemente colapsara bajo los golpes de la «mano invisible». Tal colapso significaba el caos en el sistema financiero internacional, una corrida contra el dólar y una declaración de default por parte de los Estados Unidos.

No hay duda de que este gigantesco rescate puso una lápida no sólo a lo que de manera equívoca fue llamado «neoliberalismo», sino a toda una era enteramente dominada por la ilusión central capitalista de una economía de mercado autorregulada por una «mano invisible». Esto demuestra que la ley del valor está agotada como un principio regulador de la economía; el trabajo abstracto también está restringido como medida de la riqueza social material; así, el capitalismo mundial, en su etapa imperialista avanzada, ha entrado hace ya tiempo, en una época histórica de declinación.

Aunque el gobierno norteamericano no tenía otra alternativa que nacionalizar Fannie y Freddie, esta operación de rescate produjo nuevos problemas. Los fondos gastados para esa operación (alrededor de 200/300 mil millones) impidieron su repetición con otras instituciones financieras en problemas. La primera gran víctima tenía 158 años de antigüedad: el gigantesco banco de inversión Lehman Brothers, al que se dejó
colapsar.

La quiebra de Lehman Brothers se transformó en el catalizador de una avalancha de quiebras, una intensificación de la contracción del crédito global, y del pánico en todo el mundo. En coincidencia con la venta forzada de Merrill Lynch, en el fin de semana del 13/14 de septiembre de 2008, seguido por el rescate de último minuto de la enorme compañía de seguros AIG por parte de la FED, demostró claramente que la catástrofe financiera global encabezada por Estados Unidos no había finalizado.

En seis meses, fue desmantelado todo el cuadro de los bancos de inversión de Wall Street: Bearn Stern está destrozado, Lehman Brothers está quebrado, Goldman Sachs y Morgan Stanley tuvieron que ser recategorizados y puestos bajo la autoridad de la FED.

Siguió una serie de dramáticas intervenciones del Estado, tanto en Estados Unidos como en Europa, que superaron todo lo que sucediera después del estallido de la crisis en 2007.

Durante los años 2007/08, el mundo se ha convertido en testigo de intervenciones continuas, sin precedentes en escala y naturaleza pero finalmente fallidas, por parte de las autoridades estatales y los bancos centrales de las economías capitalistas y los países imperialistas más poderosos en el mundo, en Estados Unidos, Europa y Asia, para frenar la crisis abierta y sus peligros sistémicos. Cientos de miles de millones de dólares, euros y yenes fueron inyectados en el sistema bancario. La FED norteamericana y otros bancos centrales siguieron una política monetaria expansiva de reducción de las tasas de interés; fueron introducidos estímulos fiscales, por ejemplo recortes impositivos que favorecían a los ricos en problemas, pero la espiral de la crisis mundial continuó profundizándose, amenazando a todo el sistema.

Después del descalabro de Lehman Brothers, el plan Paulson de 700 mil millones fue urgentemente introducido para comprar los «activos tóxicos» y aliviar al sistema financiero de su carga destructiva. Fue finalmente votado en el Congreso, sin evitar una crisis política y sin convencer de que el plan sería efectivo en última instancia. Incluso, de esta suma, 250 mil millones han sido urgentemente redirigidos para recapitalizar y nacionalizar parcialmente los nueve bancos más fuertes de Estados Unidos. El plan Paulson ataca como principal problema a la iliquidez, cuando el verdadero núcleo del problema es la insolvencia. La «securitización» diseminó globalmente los riesgos y opacó los peligros de quiebra, destruyendo cualquier calificación crediticia y congelando las líneas de crédito. La cartera de préstamos de los bancos estaba sobreextendida, a veces 60 veces más que sus activos, convirtiéndolos ahora en candidatos a la quiebra. El plan Paulson otorga algún alivio temporario a los magnates de Wall Street mientras el contribuyente debe pagar la cuenta. Transfiere otra parte de la enorme deuda privada a la deuda pública de un ya sobreendeudado Estados Unidos.

Mientras que, con el crecimiento de los déficit de Estados Unidos, crecía la necesidad de inversores extranjeros para financiarlos, la calificación crediticia de Estados Unidos se está deteriorando rápidamente. La
relación de la deuda total de Estados Unidos con el PBI va del 163% en 1980 al 240% en 1990 y salta al 346% en 2007. Se agravó enormemente con los dramáticos acontecimientos de 2007/08, incluyendo la suma de 6 billones de pasivos de Fannie y Freddie y los 700 mil millones del plan Paulson. Estados Unidos se ha transformado en una super-Argentina, en un default no declarado. El problema del sobreendeudamiento de Estados Unidos se transfiere al próximo gobierno.

La victoria electoral de Barack Obama expresa la necesidad, tanto de los gobernantes como de los gobernados, de superar una situación insoportable, heredada de los años del gobierno de Bush: deterioro de las condiciones de vida, crecimiento del desempleo, deuda pública, corporativa y de los consumidores que crece imparablemente, déficit gigantescos, recesión y catástrofe financiera junto con una impasse, igualmente catastrófica, en la internacional «guerra contra el terrorismo» en Medio Oriente y Asia Central y del Sur.

El nuevo gobierno de Obama es un instrumento en manos del imperialismo norteamericano para manejar su crisis; en un cierto punto, su política entrará ineludiblemente en conflicto con las grandes esperanzas que creó en las masas de trabajadores y en las minorías oprimidas, movilizadas para su victoria.

El gobierno británico introdujo el plan Gordon Brown el 8 de octubre para casi nacionalizar ocho grandes bancos. Juntos, Gran Bretaña, Alemania y Francia anunciaron el 13 de octubre más de 222 mil millones de nueva liquidez para los bancos y cerca de 1 billón en garantías de préstamos interbancarios.

Pero estas medidas sin precedentes no disiparon la crisis. La recesión se expande en Estados Unidos, Gran Bretaña, la Eurozona y Japón. Las Bolsas, los mercados monetarios, bancos e industrias están en una continua agitación bajo la amenaza de una depresión o de una stangflación (estancamiento más deflación) que
está en curso. (Véase www.rgemonitor.com, 25 de octubre, 2008).

Las recortes de tasas de interés por parte de la FED, dos veces en octubre de 2008, al nivel más bajo desde el 11 de septiembre (y movimientos similares seguidos del Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y otros bancos centrales de Asia) podrían tener un efecto efímero en los volátiles mercados accionarios, pero son totalmente incapaces de revertir la contracción de la economía mundial. Como han señalado muchos analistas, estos recortes son sólo un signo de desesperación.

El Estado entra en escena

3. Cualquier intervención estatal es totalmente inadecuada para enfrentar la magnitud del problema generado por la sobre-acumulación de capital ficticio.

¡El mercado de derivados se expandió de 100 a 516 billones de dólares entre 2002 y 2007, según la estimación del BIS, e incluso hasta 585 billones según otras estimaciones! En comparación, todos los bienes y servicios reales producidos anualmente por todas las economías del mundo, el producto bruto global anual, es menor a 50 billones de dólares, y el PBI anual de los Estados Unidos es de aproximadamente 13 billones. Es claro como el agua que no hay intervención del Estado, de un banco central o de todos los bancos centrales del mundo juntos, que pueda capear la tempestad en este océano de derivados.

Mientras el Estado es presentado por los ‘expertos’ –de derecha, progresistas o de izquierda– como el recurso último para salvar el sistema, un Estado tras otro se suman a la lista de países en default: Islandia, Hungría, Ucrania, Bielorrusia, Kazajstan, Rumania, Bulgaria, Pakistán, Indonesia, Filipinas, entre otros. Un Estado tras otro lanzan, una vez más, llamados desesperados al FMI. El FMI ya ha respondido a los llamados de Hungría y Ucrania, y probablemente intervendrá en otros casos. Pero la munición de esta institución es muy limitada: aproximadamente 250 mil millones de dólares. No puede jugar el rol de salvador, lo que hará es exacerbar los problemas sociales y políticos al imponer sus conocidas condiciones draconianas a los países que reciben su «ayuda».

El estado-nación capitalista es totalmente incapaz de enfrentar una crisis globalizada, hecha posible por una globalización capitalista que, en las últimas décadas, ha interconectado las partes nacionales de la economía mundial de manera mucho más profunda que nunca antes en la época imperialista.

Después del crac de 1929, fue el vínculo con el sistema monetario del patrón oro lo que internacionalizó la crisis; por esa razón, pasó cierto tiempo –1932/1933– para que la Gran Depresión mostrara todo su poder destructivo. Hoy, por el contrario, gracias a la globalización de las finanzas, la crisis financiera llevó inmediatamente a una crisis bancaria y precipitó una recesión y bancarrotas estatales, comenzando por la de Islandia.

El estado-nación no es el custodio del último resorte económico que salvará al sistema capitalista. Por el contrario, debido a la crisis del sistema capitalista global, sucumbe ante el peso del sobreendeudamiento, la ruina de las finanzas públicas y la incapacidad de pagar la deuda, que lo lleva al default.

La crisis capitalista mundial actualmente en desarrollo demostró no solamente el total fracaso del neoliberalismo anti-keynesiano, sino también de cualquier intervencionismo estatal neo-keynesiano.

Sin embargo, aunque el Estado no pueda convertirse en el último recurso económico, sigue siendo el último recurso político de la burguesía, el centro de su poder político con el monopolio de la fuerza. Su rol creciente entre los intereses capitalistas en conflicto y entre el capital en su conjunto y los trabajadores refuerza la tendencia a obtener poderes de excepción y gobernar a través de medidas de emergencia, que ya se ha observado en la crisis de la globalización capitalista de principios de este siglo y en el frenesí de la «guerra contra el terrorismo».

En cuanto el Estado interviene entre intereses en conflicto se convierte en el foco de todas las tensiones sociales, en un mediador que transforma la crisis económica en una crisis social que afecta a todas las clases y extiende la miseria entre las grandes masas, profundizando una crisis política en torno a la cuestión del propio poder político.

Las dos estrategias socio-económicas usadas por el capital en el último siglo para enfrentar su decadencia histórica y la amenaza de la clase obrera -el intervencionismo estatal y el neoliberalismo- han fracasado en el largo plazo, provocando una crisis de gobierno: los de arriba no pueden seguir gobernando como antes, los de abajo no aceptan ser gobernados y viven un presente miserable y sin futuro. De este modo se van estableciendo las condiciones para la emergencia de situaciones revolucionarias.

Los «centros de estudio» de la clase dominante reconocen esta amenaza. En el Financial Times (28/10/08), Martin Wolf habla de los peligros políticos que surgen de una depresión global y menciona «la xenofobia, el nacionalismo y la revolución» (subrayado nuestro). Es esta última la que llevó a los líderes capitalistas mundiales a una temprana cumbre del G20 luego de las elecciones norteamericanas y la que hace que Sarkozy y otros líderes europeos hablen de un «Bretton Woods II».

En Bretton Woods, en 1944, fueron los Estados Unidos, como nuevo poder hegemónico mundial, con dos tercios de las reservas mundiales de oro en su Tesorería y su poderosa moneda nacional ocupando el lugar de reserva monetaria mundial, en paridad fija con el oro, los que fueron capaces de sostener un New Deal keynesiano a nivel internacional, reconstruir una Europa arruinada y rechazar la amenaza revolucionaria con el apoyo político crucial del stalinismo.

Ahora la situación mundial ha cambiado por completo. Estados Unidos no es solamente incapaz de restablecer el equilibrio en Europa y en el resto del mundo, sino que arrastra a todos ellos hacia el abismo. No hay lugar para ningún tipo de concesión histórica a la clase obrera, como sucedió después de la Segunda Guerra Mundial; por el contrario, la «generosidad» hacia los banqueros y financistas es compensada con la destrucción de los servicios sociales que quedan (educación, salud, pensiones, etc.) y de las condiciones de vida de la población empobrecida. Es un mal momento para los colaboradores de clase: la socialdemocracia está desacreditada y el stalinismo, con sus poderosos aparatos burocráticos, ya no está allí para ayudar a disciplinar a los trabajadores.

Un «Bretton Woods II» es un sueño imposible de Sarkozy y otros líderes europeos atemorizados por las explosiones sociales que se vienen, una ilusión compartida por los «neo-keynesianos» de la izquierda y de la llamada «extrema» izquierda.

Europa en zona de tormentas

4. La actual crisis mundial capitalista puso de manifiesto la vulnerabilidad del sistema en su lugar de nacimiento, el Viejo Continente, así como la fragilidad de la Unión Europea ante todas las fuerzas centrífugas que la desgarran.

Cuando la crisis se agravó en septiembre/octubre de 2008, un gobierno europeo tras otro debieron intervenir con medidas sin precedentes, para evitar el colapso de los principales bancos y compañías y detener el derrumbe financiero. El 28 de septiembre, los gobiernos de Bélgica, Holanda y Luxemburgo nacionalizaron el banco Fortis, el mayor empleador privado de Bélgica. El 29 de septiembre fue nacionalizada la británica Bradford & Bingley, que tenía la mayor porción del mercado de hipotecas inmobiliarias. El 5 de octubre, el gobierno alemán rescató al gigante de los préstamos comerciales Hypo Real Estate, y anunció que garantizaría los depósitos de todos los ahorristas (el día anterior había criticado al gobierno irlandés por hacer exactamente lo mismo). El 8 de octubre, el gobierno británico nacionalizó y recapitalizó los ocho mayores bancos del país por la vía de la compra de acciones preferenciales.

Se puso de manifiesto que, a pesar de todos los planteos acerca de la unidad europea, los capitalistas de Europa reaccionaron ante la crisis sobre líneas nacionales. Se hizo evidente la ausencia, en la UE, de un equivalente a la Reserva Federal norteamericana, capaz de imponer un plan en todo el ámbito de la Eurozona. A pesar de los críticos o los apologistas que definieron a la UE como un «super Estado», esta unión de imperialistas europeos tiene una moneda común entre 15 de sus 27 miembros pero carece de un sistema de impuestos o un presupuesto a nivel europeo. El Banco Central Europeo tiene la tarea exclusiva de mantener la inflación por debajo de la tasa estipulada el tratado de Maastricht (2%), aunque la inflación actual es superior al 3,6%. Otro límite establecido por el mismo tratado, el de mantener el déficit público por debajo del 2%, también ha sido abandonado por el momento, debido a la recesión que se profundiza. ¡Los líderes capitalistas europeos reclaman la imposición de nuevas regulaciones internacionales -un nuevo «Bretton Woods»- al mismo tiempo que ignoran completamente sus propias regulaciones europeas!

En la reunión de los líderes de la Eurozona más Gran Bretaña del 12 y 13 de octubre de 2008, se acordó adoptar una serie de medidas generales para inyectar liquidez directamente a los bancos y/o establecer garantías para los préstamos interbancarios. En conjunto, Alemania, Francia y Gran Bretaña anunciaron más de 163 mil millones de euros (222 mil millones de dólares) de nueva liquidez bancaria y 700 mil millones de euros (casi un billón de dólares) en garantías para los préstamos interbancarios. Pero las medidas propuestas eran simples guías de acción y cada Estado miembro tiene que desarrollar su propia «solución» independiente, nacional. En el momento de la verdad de una crisis mundial, la UE demuestra su debilidad estructural y la continua fragmentación de Europa sobre líneas nacionales. El gobierno alemán, por ejemplo, se niega a entregar un solo euro para rescatar a bancos o empresas europeas (pero no alemanas), como pide el presidente francés Sarkozy.

Las fuerzas centrífugas se ven fortalecidas por las diferencias que existen en tres cuestiones clave: la participación del gobierno en la economía, el déficit del presupuesto gubernamental y el nivel de endeudamiento nacional. Los países europeos más seriamente amenazados son Francia, Italia, Grecia y Hungría.

La declaración de default de Hungría fue pospuesta gracias un paquete de rescate de urgencia del FMI, el Banco Central Europeo y el Banco Mundial, por 25 mil millones de dólares.

Italia, la cuarta economía de Europa, carga con el peso de la tercera mayor deuda pública del mundo, que llega a 1 billón de dólares y sobrepasa a la de Francia. Una enorme deuda pública, un gran déficit fiscal y gastos gubernamentales que llegan a casi el 50% del PBI, uno de los ingresos por impuestos más altos del mundo (43% del PBI), hacen imposible que el gobierno italiano pueda proporcionar algún rescate significativo a los gigantes italianos Intesa y Unicredit, que están muy expuestos en Europa central y en los Balcanes. «Italia puede ser el primero de los países importantes de la Eurozona en caer bajo el impacto de la crisis financiera global… Las opciones de Italia se reducirán a enfrentar la crisis con ayuda externa (y enfrentar posiblemente una recesión prolongada) o reconsiderar su condición de miembro de la Eurozona» (Stratfor, 28/10/08). Están surgiendo presiones sobre la Unión Monetaria Europea desde cada rincón de la sobre-expandida UE, amenazando su integridad y el futuro del euro.

Grecia, con una economía mucho más débil, un déficit público de aproximadamente el 3,5% del PBI, un déficit de pagos que supera el 15% del PBI y una deuda total, pública y privada, de medio billón de dólares, tiene su sistema bancario sobre expuesto en los Balcanes, particularmente en Bulgaria y en Rumania. Continúa la liquidación masiva de bonos del Estado griego (más de 3 mil millones de dólares en los últimos diez días de octubre de 2008). En su último reporte europeo, Merrill Lynch bajó la calificación de varios de los mayores bancos griegos (Alpha Bank, Eurobank y Bank of Piraeus) por los peligros que enfrentan en los Balcanes.

Bulgaria y Rumania están virtualmente en bancarrota, y amenazan con provocar un efecto dominó en los bancos de Grecia, Italia y Francia. Peligros similares enfrentan los bancos austriacos en Europa Central e incluso los suecos en los países del Báltico. Todos estos bancos se dedicaron a pedir préstamos con bajo interés en yenes y en francos suizos, para luego invertirlos en el Este en monedas locales, con altas tasas de interés. A medida que los déficits de los países del Este fueron aumentando y las débiles monedas nacionales comenzaron a caer, los bancos de la UE se encontraron parados sobre arenas movedizas.

El colapso de los regímenes stalinistas en Europa oriental fue visto inicialmente como la gran oportunidad histórica para el imperialismo europeo, en primer lugar para el motor de su integración: el eje franco-alemán. El tratado de Maastricht, de 1992, como base de la Unión Europea y del lanzamiento del euro y, luego, de la expansión de la UE hasta las fronteras de Rusia, se vio acompañado por un auge del crédito y por la relocalización de industrias de Europa occidental en Europa central y en los Balcanes, reforzando los sueños de un ascenso del imperialismo europeo en las condiciones de la posguerra fría. La actual crisis mundial liquida todo este edificio: las restricciones del tratado de Maastricht no son respetadas, el euro sufre enormes presiones y la bonanza en los países del Este bajo los regímenes restauracionistas se ha convertido en una pesadilla para los bancos europeos y sus respectivos países. El Este se transformó en un agujero negro que amenaza con absorber al Oeste en su vacío, para usar la metáfora de George Soros.

Un nuevo panorama social se abre en todo el continente: una nueva arena para la lucha de clases, que está surgiendo en nuevas oleadas y de nuevas maneras. Las actuales huelgas de masas, huelgas generales o movilizaciones masivas de la juventud en Bélgica, Grecia, Francia, Italia y Alemania son sólo el comienzo.

Crisis capitalista y restauración

5. Desde la guerra de intervención imperialista luego de la Revolución de Octubre hasta la Operación Barbarroja de los nazis contra la URSS y la guerra fría, el capitalismo mundial tuvo siempre el claro objetivo y la expectativa de superar su declinación a través de la reconquista de los vastos espacios en los cuales el capital había sido expropiado después de 1917 y de la Segunda Guerra Mundial.

Treinta años después del giro hacia las políticas de mercado en China, bajo Deng Xiaoping y, sobre todo, casi veinte años después del colapso del stalinismo en Europa oriental, la implosión de la Unión Soviética y el giro hacia la restauración capitalista, es más que obvio que el capitalismo mundial no sólo no encontró una nueva juventud sino que enfrenta, particularmente hoy, su peor crisis.

A pesar de una avalancha de créditos hacia el Este -y una guerra devastadora de la OTAN que destruyó la ex Yugoslavia- la restauración capitalista en Europa central y en los Balcanes muestra hoy su fragilidad, y pone de manifiesto que depende fundamentalmente del ingreso de capital extranjero más que de estructuras capitalistas enraizadas localmente.

Las expectativas de que el crecimiento de China podría ofrecer una salida a la actual tendencia a la recesión mundial son totalmente ilusorias. Por el contrario, el paso de la crisis financiera internacional y el colapso del crédito a la recesión o la depresión exacerbará todas las contradicciones acumuladas en la economía y en la sociedad chinas, con consecuencias mundiales incalculables.

El crecimiento de China se basa en las exportaciones. No puede impulsar el desarrollo en todas partes; a medida que el crecimiento global se hace más lento, la demanda de mercancías chinas tenderá a estancarse o caer. El principal destino de las exportaciones chinas es el consumidor norteamericano, cuyo consumo está colapsando por primera vez en dos décadas.

La tasa de crecimiento estimada para 2009 ya ha sido revisada hacia abajo, de un 11% a un 9%, a un 7% o incluso menos. Se anunciaron recortes en la producción de aluminio y níquel luego de la escalada de la crisis mundial. El 31 de octubre, el Banco Popular de China predijo que durante los próximos dos años los precios de las casas bajarán entre un 10% y un 30%, pinchando así la burbuja inmobiliaria; aun más importante, el banco reveló sus preocupaciones ante una posible crisis de liquidez que afectaría severamente no sólo a las compañías inmobiliarias sino también a los bancos comerciales que dedicaron entre un 20% y un
40% de sus préstamos totales al sector inmobiliario. Los recortes en las tasas de interés bancarias son también un indicador de un enfriamiento más bien rápido del crecimiento chino bajo las nuevas condiciones mundiales. Analistas occidentales como N. Roubini plantean que son altas las probabilidades de un ‘aterrizaje forzoso’ de la economía china el año próximo.

El crecimiento chino, que en los últimos años convirtió al país en el «taller del mundo», se basa en la canibalización de los sectores en los cuales la revolución china había expropiado al capital (empresas estatales, sistema bancario estatal) para impulsar una economía liderada por las exportaciones al mercado mundial y no por la demanda local ni por las ganancias en el mercado doméstico. Un fuerte desarrollo capitalista es impulsado sobre premisas no capitalistas (por ejemplo, los préstamos son otorgados por bancos estatales sin seguir criterios capitalistas) y, en última instancia, en la sobre-explotación de una fuerza de trabajo vasta y barata, disciplinada por un régimen stalinista, al servicio del capital mundial.

Las desigualdades sociales entre las zonas industriales costeras, abiertas al mercado mundial, y las zonas rurales del interior, alimentan oleadas imparables de migrantes internos hacia las ciudades, agitación rural y continuas rebeliones campesinas y huelgas obreras salvajes.

China necesita una tasa de crecimiento anual del 9 o 10% para absorber a las aproximadamente 24 millones de personas que se incorporan cada año a la fuerza de trabajo, y los 12/14 millones de campesinos pobres que migran al sector urbano industrial. Cualquier disminución de la tasa de crecimiento por debajo de esta marca crea millones de nuevos desempleados y más material explosivo para nuevas rebeliones. Un aterrizaje forzoso de la economía china, del 12% a un crítico 6% (muy posible en las actuales condiciones de crisis mundial), significa un golpe mortal para la legitimidad y la estabilidad del régimen burocrático restauracionista del PCCh.

La dirección del PCCh está dividida por un doble límite: o bien trata de mantener una alta tasa de crecimiento, concentrando sus esfuerzos en las zonas costeras y enfrentando las consecuencias externas, por la contracción norteamericana y del mercado mundial, e internas, por la desintegración del interior agrario; o bien cortar los lazos que unen a China con el mercado mundial y construir hacia adentro un mercado interno (capitalista). Ambos procesos no pueden sino exacerbar las contradicciones hasta un punto explosivo.

La Rusia de Putin se ve severamente afectada por la profundización de la crisis mundial, la contracción del crédito y la caída de los precios del petróleo y otras materias primas. Rusia enfrenta su peor crisis desde el
default de agosto de 1998.

Mientras que en agosto de 1998, durante la crisis internacional que siguió al crac asiático, el Estado ruso posterior al «robo del siglo» de la propiedad pública por parte de los oligarcas bajo Yeltsin, fue incapaz de enfrentar sus obligaciones y declaró el default. Ahora la situación es la opuesta: mientras que las reservas de capital del Estado son bastante fuertes -las terceras en el mundo (básicamente debido al aumento imparable de los precios del petróleo en los siete años previos a julio de 2008)- la contracción internacional del crédito le infligió golpes devastadores a los oligarcas y al sector privado, que se vieron súbitamente incapaces de afrontar los créditos obtenidos para proyectos ambiciosos, particularmente en energía y materias primas.

En septiembre/octubre de 2008, las dos bolsas rusas perdieron más del 75% de su capitalización desde su techo en mayo, y se han decretado repetidos feriados bursátiles por dos o tres días. La fuga de capitales extranjeros, que había comenzado antes de la guerra en Georgia, se ha acelerado desde entonces.

El Estado ha debido efectuar enormes inyecciones de liquidez (de la magnitud de los 90 mil millones de dólares) luego de los colapsos de las bolsas rusas del 16 de septiembre y el 6 de octubre, y en respuesta a los temores sobre la estabilidad de los bancos rusos.

El Kremlin se volvió, en primer término, sobre los oligarcas, para forzarlos a repatriar e inyectar entre el 10% y el 30% su riqueza total en los mercados y en los bancos para reflotar el sistema financiero. El Estado consolidó todavía más su control sobre los activos de los oligarcas, pero esto no fue suficiente para detener la crisis. Los oligarcas, que aún son muy ricos en activos, son muy pobres en efectivo; algunos de los más poderosos entre ellos, como Oleg Deripaska, el hombre más rico de Rusia, tuvo que liquidar parte de sus imperios para conservar liquidez.

La película de los 90 se vuelve a proyectar, pero en reversa: ahora es el Estado el que extiende y consolida su control sobre los oligarcas y sobre el sector privado, mientras una clase media creada en las últimas décadas, y absolutamente necesaria para la restauración del capitalismo, va rápidamente a la ruina.

Pero el hipertrofiado Estado construido bajo el bonapartismo de Putin encuentra sus bases materiales sacudidas. Luego de forzar a los oligarcas a pagar por la crisis, ahora debe meter mano en sus propios recursos, es decir, sus reservas, que ya han bajado de 600/650 mil millones de dólares en agosto a 515 mil millones el 17 de octubre de 2008. La fuga de capitales está en pleno desarrollo, a un ritmo de 12/16 mil millones de dólares por semana.

La deuda externa rusa total, en junio, ascendía a 527 mil millones de dólares, de los cuales 228 mil millones pertenecen a los bancos, privados o gubernamentales. Los bancos rusos dependen del acceso al capital extranjero para financiar todo, desde préstamos para autos hasta los gastos de las empresas de energía y minerales. Mientras el rublo se devalúa frente al dólar, las deudas externas en dólares comienzan a incrementar su valor. Desde septiembre, el valor del rublo ha caído en un cuarto, aumentando el costo del servicio de la deuda denominada en dólares en una proporción equivalente. Por esta razón el Kremlin debe intervenir rápidamente.

Pero la re-estabilización de la economía rusa bajo el régimen de Putin se sostiene, en su conjunto, sobre un solo pilar: la energía. Con la caída de los precios del petróleo y de las materias primas, ese pilar se está derrumbando. Con los precios del crudo en torno a 65 dólares por barril, el presupuesto ruso para 2009 apenas se sostiene. Y lo peor, con una depresión mundial, aún está por venir.

La inflación creciente alimenta el descontento de las masas. La popularidad del régimen establecido en los años 2000/2008 está cuestionada. Está sobre el tapete la cuestión de una movilización independiente de la clase obrera. Particularmente los sectores modernizados y abiertos al capital extranjero están fuertemente afectados; las huelgas, como las de Ford y otras fábricas en la zona de Leningrado, el año pasado, son sólo las precursoras de nuevos conflictos en el próximo periodo, que alcanzarán a sectores más amplios.

La cuestión clave es la independencia política y la dirección política del movimiento obrero. El stalinismo ha desacreditado al socialismo y llevó su construcción a un callejón sin salida y al colapso. Los trabajadores deben superar la atomización del pasado, incluido el período posterior a 1991, y construir nuevas organizaciones. La mayor parte de la izquierda actual, stalinista o no, se adapta al régimen de Putin/Medvedev y a su «patriotismo del Estado fuerte» o a los liberales. El liberalismo está en bancarrota desde los ’90 y la actual crisis mundial destruirá incluso sus despojos. La misma crisis le da el beso de la muerte a la era de Putin. Un camino nuevo, independiente, hacia una salida socialista a la crisis, la expropiación de los oligarcas y sus protectores en el Kremlin, un programa nacional de medidas socialistas para el renacimiento de la URSS
sobre nuevas bases, debe ser planteado por la vanguardia de los trabajadores, particularmente por una nueva generación de luchadores que sale al ruedo, aunque de manera reducida y dispersa, bajo la bandera de un comunismo antiburocrático e internacionalista.

Crisis y radicalización de masas

6. Los acontecimientos actuales han propinado un golpe ideológico devastador a todos los apologistas y escépticos, particularmente en la izquierda, que siempre han sobrevalorado la estabilidad del sistema y su capacidad para sobreponerse a las crisis. Ahora, como no pueden negar la realidad de la crisis mundial, rechazan sus implicancias revolucionarias.

La relación entre la crisis económica y la movilización revolucionaria de las masas, por supuesto, no es lineal sino dialéctica, a través de contradicciones. Sin embargo, Marx y el marxismo han demostrado cómo las contradicciones internas del capital estallan en crisis recurrentes y cada vez más catastróficas, creando las condiciones para su derrocamiento: «Estas contradicciones llevan a explosiones, cataclismos, crisis en las cuales la momentánea suspensión del trabajo y la aniquilación de una gran porción de capital, éste se ve violentamente reducido, al punto que puede emplear todas sus fuerzas productivas sin cometer suicidio. Pero estas catástrofes regulares y recurrentes se repiten en una escala mayor, y finalmente llevan a su derrocamiento violento» (Grundrisse, en Marx-Engels Collected Works, Progress-Moscow 1987, vol. 29 p. 134).

La «aniquilación de una gran porción del capital» continúa, con una tremenda destrucción de montañas de deudas y bancarrotas de bancos, empresas y Estados; «la suspensión del trabajo» ya genera nuevas legiones de desocupados en la medida en que se desarrolla una violenta contracción de la economía mundial y, finalmente –pero en absoluto por último–, el fantasma de un «violento derrocamiento» del capitalismo está acechando todas las ciudadelas del capital. Incluso el editorialista del Financial Times, Martin Wolf (28/10/08), en su listado de las consecuencias políticas de la profundización de la recesión mundial, junto a la xenofobia y al nacionalismo, puso a la revolución.

La xenofobia está presente hace décadas e, indudablemente, será aún más bárbara, particularmente en la Europa «poscolonial». El ascenso del nacionalismo económico exacerba todo tipo de odios raciales, étnicos y nacionales. Nadie puede subestimar el peligro del barbarismo derivado de una crisis sistémica de magnitudes históricas. Pero la perspectiva de la revolución social también ha regresado poderosamente.

El impacto de la crisis no es independiente del conjunto de la situación política, de los acontecimientos que la precedieron o la acompañan, y del real movimiento de masas con anterioridad y en el momento de la erupción de la crisis.

En las últimas décadas, hubo efectivamente un reflujo del movimiento obrero y de la conciencia de clase, un fortalecimiento de la dominación ideológica de la burguesía, especialmente después del colapso de la Unión Soviética. Pero no ha acontecido una derrota histórica de la magnitud de la ocurrida en los años ’20 y ’30, con el triunfo del fascismo en países imperialistas como Italia y Alemania. Por el contrario, lo que se manifiesta es la creciente incapacidad de la clase dirigente para gobernar en medio de sus irresolubles contradicciones políticas y económicas, mientras que la capacidad de combate, el potencial revolucionario del proletariado, no han sido destruidos. Ya a partir de la segunda mitad de los ’90, una nueva y creciente radicalización comenzó a manifestarse: desde las huelgas de masas en 1995 en Francia, hasta las revueltas antiglobalización que se extendieron de Seattle a Génova, la segunda Intifada palestina, el Argentinazo, las manifestaciones de masas contra la guerra imperialista en Irak en 2003, el fracaso de la imperialista «guerra contra el terrorismo» en Irak y Afganistán, la derrota de la invasión sionista a El Líbano en 2006.

Toda América Latina se encuentra en una situación prerrevolucionaria, marcada por una serie de rebeliones, desde el Caracazo de 1989 hasta el Argentinazo de 2001, las insurrecciones en Bolivia y Ecuador en 2000/2003, y la derrota del golpe de Estado motorizado por Estados Unidos y el lock out patronal en Venezuela, en 2002. La naciente revolución no se limita a las fronteras del continente sino que se convierte un factor histórico fundamental de la actual crisis mundial. Los procesos de autonomía nacional contra el imperialismo no tienen un protagonista destacado ni en la burguesía nacional ni en los estratos superiores –civiles o militares– de la pequeño burguesía; tampoco han encontrado una expresión política adecuada para el movimiento histórico que representan. América Latina se ha convertido en el escenario de una experiencia política, única en su historia, que combina gobiernos nacionalistas militares o indigenistas, como el de Venezuela con Hugo Chávez, el de Bolivia con Evo Morales y, hasta cierto punto, el de Ecuador con Correa, y, por el otro lado, gobiernos centroizquierdistas como el de Lula en Brasil y el del Frente Amplio en Uruguay. Mientras toda clase de oportunistas se han adaptado al actual régimen chavista e incluso a los gobiernos proimperialistas de centroizquierda, los sectarios se amontonaron para condenar abstractamente ambas categorías de gobiernos, aunque manteniendo una perspectiva nacionalista (por ejemplo, el PSTU morenista de Brasil). Nuestra orientación revolucionaria, por el contrario, es la lucha contra el imperialismo yanqui y por la unidad de América Latina sobre la base del socialismo revolucionario, contrapuesto a los planteos del nacionalismo burgués y pequeñoburgués.

En Europa, particularmente en Francia, la crisis social, la creciente deslegitimación del sistema parlamentario burgués y de la izquierda burocrática oficial asociada a los gobiernos de centroizquierda, y la radicalización de las masas, han puesto en el orden del día la fundación y construcción de un nuevo partido que combata al capitalismo. En Francia, el agotamiento de la experiencia de una serie de gobiernos social-liberales del Partido Socialista (PS) y de la «izquierda plural», la crisis del desacreditado e internamente fracturado PS, el virtual colapso del Partido Comunista, han planteado a los nuevos estratos radicalizados la cuestión y la necesidad del Partido para enfrentar los nuevos desafíos. Lutte Ouvrière (LO) y la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), las organizaciones históricas provenientes de la tradición trotskista, han llegado al punto de cerrar su círculo. La LCR abandonó sus referencias históricas al trotskismo y a la IV Internacional y lanzó una campaña por un Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Aunque existe una necesidad real y una demanda de un nuevo partido de combate por parte de los luchadores anticapitalistas que se vuelven hacia el NPA, el programa y las perspectivas planteadas no son una genuina alternativa revolucionaria sino un nuevo envoltorio de viejo contenido reformista, que ya ha fracasado.

La clase obrera, la juventud y todos los oprimidos en rebelión, en Francia y en todos lados, necesitan un partido de combate de nuevo tipo, capaz de abrir a las masas combativas el camino por una salida socialista a la crisis capitalista mundial.

La victoria no está predeterminada por la evolución automática de los acontecimientos; es una tarea estratégica, como Trotsky enfatizó acertadamente. La responsabilidad de la dirección revolucionaria en estas condiciones es inmensa.

La cuestión del programa de reivindicaciones transitorias, que movilice y una sistemáticamente a las masas en una lucha revolucionaria por la toma del poder es hoy más crucial que nunca. Las reivindicaciones centrales que pueden articular internacionalmente las luchas son:

• Por la expropiación de los bancos sin indemnización y bajo control obrero.

• Prohibición de despidos y de destrucción de puestos de trabajo; ocupación de todos los lugares de trabajo que cierren; apertura de los libros bajo control obrero; por la expropiación de las grandes empresas sin indemnización y bajo control obrero.

• Por inmediato aumento de salarios, por una escala móvil de salarios y horas de trabajo. ¡Menos trabajo, trabajo para todos! ¡Salario completo para los desocupados! ¡Absoluta igualdad para trabajadores inmigrantes y nativos!

• ¡Abajo los gobiernos capitalistas! No a la colaboración de clases ni a la participación en la gestión de la
crisis con los representantes del capital. ¡Por el poder de los trabajadores -la dictadura del proletariado- y una salida socialista a la crisis!!

• ¡Abajo el imperialismo, sus guerras y ocupaciones! ¡Fuera las tropas imperialistas de Irak y Afganistán! ¡Desmantelamiento de la OTAN y de todas las bases imperialistas! ¡Abajo la Unión Europea imperialista, por los Estados Unidos Socialistas de Europa! ¡Por la unidad socialista de América latina! ¡Por la República Socialista Mundial!

La IV Internacional, fundada en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, anticipó las líneas fundamentales de este programa, incorporando todas las experiencias históricas de la Revolución de Octubre y posteriores. Es la indispensable mediación entre todas las experiencias de confrontación entre la revolución y la contrarrevolución en el siglo XX y la nueva etapa de alzamientos revolucionarios del siglo XXI. Su refundación y la construcción de partidos revolucionarios como sus secciones son la más urgente tarea que tenemos por delante.

Milán, 8/11/08

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