Entrevista a Alí Lameda

Alí y Nelly Lameda, 1975

Alí y Nelly Lameda, 1975
Alí y Nelly Lameda, 1975
Por:  Carlos Díaz Sosa
“Regreso como un marxista independiente a trabajar por la unidad de las fuerzas democráticas”

(Entrevista publicada originalmente el 20 de abril de 1975, en el diario El Nacional. Transcripción: Laclase.info)

Debido a inesperados quebrantos de salud, el escritor y poeta venezolano Alí Lameda no ha podido regresar a Venezuela, donde ha estado ausente durante diecisiete años, de los cuales siete transcurrieron en cárceles y campos de concentración de la llamada República Popular Democrática de Corea. Le espera la Gran Patria, a la que ha cantado en su memorial poética “El corazón de Venezuela”, cuya primera parte se publicó en Corea. Los 2 volúmenes restantes son parte de los 30.000 versos que significan 20 años de trabajos literarios suyos y que Lameda reclama insistentemente le sean devueltos por las autoridades coreanas.

Liberado el 27 de septiembre del año pasado, la misma fecha cuando siete años antes fue hecho prisionero, inmediatamente viajó a Bucarest, por invitación expresa del Presidente Nicolás Ceausescu. Después de permanecer durante casi dos meses bajo observación médica, Lameda viajó el 30 de diciembre a Londres y el 13 de febrero a Alemania. Según invitación que le habían hecho personeros de la República Democrática de Alemania, Lameda debería permanecer dos semanas bajo observación médica en un hospital de Berlín Oriental antes de ingresar a Venezuela. Allí debería ser tratado de una seria dolencia en la pierna izquierda, cuya razón no había sido clínicamente localizada.
Quien lo invitó para que fuera a Alemania le dijo que en la Embajada de la RDA en Londres se informarían de la fecha para ingresar al hospital. Esa fecha nunca la supo el pulcro y rígido funcionario con quien se habló personalmente y por teléfono. Aquejado por los malestares, Lameda se fue a Berlín y el 14 de febrero pidió ser atendido por el jefe de la sección latinoamericana, quien fijó la entrevista para el 17 de febrero. Ese día, Lameda supo por qué la Embajada de la RDA en Londres no había recibido ninguna información sobre su caso.

– Se me dijo que nadie sabía que yo hubiese sido invitado a ir a Alemania para ser tratado en un hospital. Y en cuanto a las cartas enviadas por el Comité Central del PCV, ciertamente fueron recibidas, pero en nada modificaban la situación.

Antes de viajar a Corea, Alí Lameda vivió varios años en Berlín Oriental, dedicado a actividades literarias. Recibido ahora como un simple desconocido, durante una conversación que mucho le ha hecho reflexionar y cambiar, respecto a compromisos políticos suyos de hace más de veinte años, terminaban por ofrecerle gestionar una cama, en algún hospital y a través de los sindicatos.

– Sí, como me lo dijo Makel, tratarían de conseguirme una cama en algún hospital y a través de los sindicatos, gestión que duraría entre dos y tres semanas, advirtiéndome que tampoco era seguro.

Exasperado por tan negativos resultados, y por el tono áspero en que transcurrió la conversación, el escritor regresó a Berlín Occidental. Su enfermedad hizo crisis, y el 24 de febrero tuvo que ser llevado en brazos de amigos a una clínica particular. Luego de una serie de exámenes, y precisada la urgencia de ser intervenido quirúrgicamente en la columna, fue recomendado su traslado a la Klinikum Steglitz der Freien Universitat Berlin, después de ser sometido a nuevos exámenes, el poeta fue operado el catorce de marzo, con resultados satisfactorios. Ese mismo día y hora de la operación, Alí debería estar en el sitio señalado en un cable que firmaba Makel, el jefe de la sección latinoamericana de la RDA, “para el primer exámen médico”, comunicación que irónicamente fue recibida por la tarde. Parece que 26 días más tarde, la cama al fin fue encontrada para el camarada enfermo. Lástima que la solidaridad revolucionaria opere con tan peligrosos retardos.

Mientras tanto, a sus manos llegaron tres comunicaciones cablegráficas desde Venezuela, firmadas por el Canciller Escovar Salom, preguntando por su salud, a nombre del Presidente de la República.

– Tan pronto me restablezca, regresaré a Venezuela, ahora como un marxista independiente, a trabajar por la unificación de las fuerzas democráticas, a continuar mi labor literaria, a reencontrarme con una patria generosa que me ha dado la savia para escribir toda mi obra poética. Venezuela vive ahora una etapa muy interesante, que me recuerda lo que decía Lenin de que el capitalismo de Estado es la antesala del socialismo…

Primero en Londres y ahora en Berlín, conversamos sobre todo esto que ahora tan esquemáticamente se transcribe, un momento antes del regreso. Un gran homenaje nacional le organiza la AEV, en la oportunidad de publicarse en Caracas dos libros suyos, escritos en la cárcel.

Mi enjuiciamiento en Corea fue el enjuiciamiento del PCV

¿Cuáles son tus razones para decir que el juicio que te hicieron en Corea fue un juicio al Partido Comunista de Venezuela? A veinte años de cárcel y reclusión en campos de concentración fue condenado Alí Lameda, por el gobierno de la República Popular Democrática de Corea. El escritor y poeta caroreño da sus razones:

– Cuando en 1967 fui detenido en Corea, la dirección del Partido Comunista de Cuba, por boca de su Primer Secretario, había condenado y estigmatizado a la dirección del PCV, acusándola de traidora, reformista y pusilánime, y de haber vendido suciamente a la revolución venezolana… Con esto se inició una soez y gigantesca balumba de insultos y anatemas contra los dirigentes comunistas de Venezuela, a quienes se les acusó, incluso, de haberse apropiado de no sé cuántos millones de dólares –obtenidos como ganga y limosna en varios países socialistas, entre ellos Cuba- y de haberse convertido en agentes a sueldo del imperialismo yanqui. Para algunos dirigentes de Cuba, Venezuela era una especie de provincia cubana donde había que repetir (a toda costa) la revolución que ya triunfara en la isla. Todo esto fue producto de un mal momento hoy completamente superado, por fortuna, donde no dejaron de jugar su espontáneo papel, la intemperancia, el eufórico verbalismo, el fácil apasionamiento y nuestra alma latinoamericana, dispuesta a inflamarse por cualquier cosa.

– ¿Sabes cuál era entonces el punto crucial de la disputa?

– El punto crucial del asunto giraba en torno a la vía armada o a la vía pacífica. Los compañeros coreanos –cuyo país para entonces contaba con una sola representación diplomática en América Latina: la República de Cuba, y mantenía excelentes relaciones con el gobierno y el Partido Comunista de ese país- se hizo eco de esa campaña, fruto como dije ya, de un mal momento, y a cuyas exageraciones verbales, muy explicables para nosotros, retoños del mismo clan, los asiáticos por temperamento llegarían a dar crédito, sin ver allí lo que no era sino pura y fogosa palabrería.

Desde 1962, Alí Lameda vivía en Corea, contratado por el gobierno de ese país, para trabajar en las Ediciones en Lenguas Extranjeras, que edita libros y revistas en castellano. A Corea llegó también para ejercer la representación de su partido. Por esa circunstancia, al cambiar las relaciones entre el gobierno coreano y el Partido Comunista de Venezuela, la situación incidiría directamente en su destino futuro.

– Siendo yo miembro del Partido Comunista de Venezuela -explica Lameda ahora- venía a ser también la víctima de aquella confusión, hoy ya superada por la lógica, el buen sentido y la natural compresión de las cosas. El hecho de que todas las diligencias que hiciera el PCV ante el partido de gobierno de Corea, pidiendo que le diesen (al menos) alguna información sobre mí, y otras manifestaciones por el estilo, no tuvieron éxito alguno. Prueba esta actitud que la dirección del Partido del Trabajo de Corea se sumaba a la posición de los dirigentes comunistas de Cuba, condenando también lo que en aquel entonces, a los ojos de éstos, era una traición del Comité Central del PCV a la revolución venezolana e internacional.

Esa situación fue mencionada a lo largo de todo el juicio, razones definitivas que asisten a Lameda para sostener que “en ese sentido, el juicio contra mí, vino a ser también un juicio al PCV y su posición política de aquella lamentable época…”.

Mi encarcelamiento fue una aberración

– ¿Fue simplemente una “contradicción” el encarcelamiento tuyo –antes y ahora escritor y poeta militante del comunismo- precisamente por un régimen comunista?

– Fue una contradicción y una aberración, dijo Lameda terminante.

– ¿Por qué motivo?

– Lo primero, porque como bien lo dice tu pregunta, yo he sido y soy un “escritor y poeta militante del comunismo”, y en este caso resulta paradójico que yo fuese condenado y metido en una cárcel –donde estuve siete años sin la menor relación con el mundo exterior y mi familia y en circunstancias que no son para ser descritas aquí- por mis posiciones doctrinarias y mis ideas comunistas. Ante eso algunos podrían decir que tal forma de hacer justicia y poner en claro diferencias ideológicas –aun las más agudas y las que se expresan en un lenguaje más violento- tal vez pudiera hallar un mejor sitio dentro de un régimen autocrático y absolutista y no dentro de un sistema proletario y socialista, ya bien establecido y triunfante. Para solucionar tales diferencias, las cárceles, los castigos físicos, los campos de trabajo forzado que victimen al hombre sólo por expresar sus ideas en una u otra forma, no tienen razón de ser. Y lo segundo, porque los métodos coercitivos –incluso los más feroces y dramáticos- pueden justificarse en un momento histórico dado. Pero concluido ya ese momento, se convierten en una aberración.

Stalin calcinó la libertad de pensamiento

Cuando se trata de escritores y de artistas en general ubicados políticamente dentro del comunismo, siempre resulta difícil y definitivamente polémico deslindar lo que está primero, si la obra o esa militancia partidista. A un escritor y poeta venezolano, con más de veinte años de militancia comunista, que regresa a la libertad con las marcas de las llagas que le cubrieron el cuerpo, y una incurable lesión moral, le pregunté por la libertad de creación dentro del mundo socialista. El tema de la necesaria libertad para la creación artística, parece ser la contradicción más evidente del socialismo planteado el problema en sus aspectos generales.

– Después de tu dolorosa experiencia, ¿qué recomendación podrías hacer al respecto?

Esta es una cuestión fundamental, desde cualquier punto que se la juzgue, -y así lo entiende Lameda- y constituye uno de los problemas que afectan de modo decisivo la existencia y la estructura toda del campo socialista. Puede decirse que en este punto, no bien el comunismo llegó al Poder, entró en contradicción consigo mismo, metiéndose en un círculo vicioso, donde todavía se halla enmarañado. ¿Por qué sucede esto, cuando el comunismo se presentó siempre como el sumo abanderado de la libertad? Las causas de ese curioso fenómeno son complejas. Se sabe ya que el comunismo, tal y como lo concibieron y expusieron Marx y Engels, es una doctrina de doble faz. De una parte nos ofrece su sistema económico, que explica en detalle el mecanismo de la sociedad capitalista por la existencia de dos clases antagónicas: el proletariado, la clase explotada, y la burguesía, la clase explotadora. Esto origina una lucha feroz, entre una y otra, en que a la larga el proletariado se impondrá sobre la burguesía, destruyéndola económicamente y liberando así de toda explotación a los demás sectores populares. Al concluirse este proceso –que aquí se expone en una forma muy simplificada-, empezaría para los pueblos donde ha triunfado el comunismo, el verdadero reino de la libertad con un mundo sin explotados ni explotadores, y desde ahora en pleno y libre desborde de sus fuerzas. Pero a este cuerpo de la doctrina de Marx y Engels se le atornilla un complemento inseparable: el materialismo dialéctico, nervio filosófico del marxismo, engendrado en una matriz fabulosa: la vieja filosofía idealista alemana, con Hegel como supremo exponente. El materialismo dialéctico viene a ser así un flexible método de interpretación de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad humana, que ha despejado muchas dudas, confusiones y tenebrosos interrogantes en la búsqueda y el camino de la verdad. Fue ese el papel que le fijaron Marx y Engels. Pero no bien se afianzó en el Poder, cubriéndose con el rojo nimbo de un dios de la revolución, Stalin -y tal vez aquí algún psicoanalista, buceador de complejos, pueda relacionar este hecho con la formación religiosa que recibió Stalin en el Seminario de Tilis-, convirtió el materialismo dialéctico en el brasero teológico del comunismo. Y la primera víctima que se calcinó allí fue la libertad de pensamiento. Desde esa hora fatal para la causa revolucionaria, todas las expresiones de la cultura –novela, poesía, teatro, pintura, etc.- debieron someterse al siniestro cartabón que les impuso Stalin. Quien tratara de violar tan rígido control, se tornaba en un réprobo de la sociedad, temiendo como destino seguro el calabozo, el campo de concentración, o un tiro en la nuca. Fue éste el signo más sombrío y dañoso de la llamada “era de Stalin”, y la principal contradicción de ese funesto período, cuyas secuelas se dejan todavía sentir, como un peso agravante y negativo, en varios países socialistas.
Esta autocrítica interpretación produce peligrosas desviaciones, y es así como convertido en teología del comunismo, el materialismo dialéctico, de método interpretativo de los fenómenos sociales y naturales, no viene a ser otra cosa que un método vulgar y feroz para llevar a la cárcel a cualquiera que trate de exponer libremente lo que piensa. Por eso, el problema de la libertad, el dominio de las ideas, constituye hoy un problema de esencial importancia para el campo socialista. Si el comunismo no resuelve ese problema, jamás podrá alcanzar un triunfo verdadero y definitivo en el mundo, no obstante sus magníficas realizaciones económicas…

– A partir de tu dolorosa experiencia, ¿cuál es tu recomendación?

– Respecto a la “recomendación” que yo pudiera sacar sobre ese asunto, después de “mi dolorosa experiencia”, la resumiría en esto: que en los países donde ha triunfado el comunismo el prometido “reino de la libertad” se convierte en algo concreto, vivo, efectivo y real, y no en un simple artilugio demagógico, en una cobertura deslumbrante y engañosa para encandilar a los “mansos de espíritu” y a las “almas de buena fe”, como se dice. En este sentido, la clase obrera –que es el soporte supremo y el factor más dinámico de las sociedades socialistas-, debe ir convirtiéndose cada vez más en una clase que no sólo tenga el poder estatal en sus manos, sino que también lo controle, para impedir así que a veces grupos anquilosados y burocratizados, hagan o deshagan, en nombre de ella, lo que ella misma debe hacer. Es eso lo que exige la doctrina de Marx y Engels, y por lo cual luchó Lenin hasta su muerte. Y junto con ello, el sector intelectual, surgido de las clases trabajadoras, cuando se trata de defender la libertad de expresión, en cualquier dominio de la ciencia, la literatura y el arte, debería asumir una actitud más decidida y audaz, como la que asumieron antes, en circunstancias mucho más difíciles y riesgosas, admirables paladines del pensamiento libre, desde Campanella hasta Máximo Gorki.

Sigo siendo comunista por convicción y no por fanatismo

– ¿Continúas siendo tú comunista? ¿Por qué lo sigues siendo? ¿Convicción o fanatismo?

– Sigo siendo un comunista, con mi propia manera de pensar y juzgar las cosas, desde luego. No podría esclavizar mi conciencia a los dictámenes de nadie –situación que dijo Lameda tener clara-. Soy comunista por convicción y no por fanatismo. Yo veo y siento el comunismo a través de mi propio juicio y sentimiento, y no a través del cristal de una ortodoxia ritualizada. Marx y Engels, dos cumbres del pensamiento europeo occidental, crearon su doctrina, luego de un gigantesco esfuerzo en todos los órdenes de la cultura y la ciencia, con un sentido práctico innegable. Luego de construir este grandioso cuerpo de las ideas se lo legaron a la clase obrera y al mundo, como legó Esquilo su obra, al tiempo y la esperanza. Por eso, la doctrina marxista no es una pertenencia de nadie, y cada quien puede beber en sus fuentes sin servirse de manos ajenas, y sentirla y comprenderla como mejor pueda asimilarla. Desgraciadamente, luego de triunfar el comunismo en Rusia –y algún tiempo después de la muerte de Lenin- se impuso la costumbre de que los revolucionarios debían interpretar las ideas de Marx y Engels, no ateniéndose a su propio albedrío, sino a lo que opinaron al respecto algunos exegetas pontificados, dependientes de un patrón único: Stalin. Yo abracé el comunismo desde muy joven, porque vi en esa doctrina y esa causa el mejor medio para cambiar nuestra mísera y lamentable realidad social, convirtiéndola en una sociedad como la que acabo de señalar hace poco. Me sedujo del marxismo su rigor científico, su amplitud dialéctica, su múltiple y estupenda riqueza ideológica, y su espíritu humano y humanitario, profundamente compadecido del dolor, la indigencia, el hambre, el abandono y el infortunio de los pobres.

Es cristiana la ética de los comunistas occidentales

En muchos aspectos el comunismo arranca del cristianismo, según la apreciación crítica de Alí. Lo expresaba ahora después de padecer en cárceles y campos de concentración de Corea, durante una larga noche que duró siete años. Recobraba la libertad, doliéndole todavía la carne, y atormentado su corazón por tan trágico recuerdo.

– Pensé –y lo sigo pensando aún-, que sólo a través de una revolución comunista y marxista es posible poner en práctica algunos de los grandes y generosos principios de la ética cristiana, fraguados en un crisol milenario de muchos dolores y sacrificios. Digo esto, porque casi toda nuestra ética, la ética de los comunistas occidentales, es cristiana, aunque no creamos en el más allá. Y eso no tiene nada de asombroso, ya que el comunismo, en no pocos aspectos, nace y arranca del cristianismo. Es su negación, y al mismo tiempo su afirmación en la tierra, como doctrina de los pobres y explotados –al igual que el cristianismo, de los que no “tienen otra cosa que perder que sus cadenas”-. Me atrajo además, del marxismo, su carácter y su aspiración católicos, en el sentido etimológico de universal. Como el cristianismo, el marxismo se fundió en un amoroso llamado a la unión de todos los oprimidos del mundo, al hombre de carne y hueso, por encima de todos esos nefastos y prejuicios atributos de raza, origen social, patria, en el sentido patriotero, etc., que hasta hoy han separado sucia y mezquinamente a los pueblos, para fundar luego, sobre los escombros del viejo orden social destruido, una sola gran Patria y república universal, de todos los seres humanos. En tal sentido, esta concepción tenía también un glorioso antecedente en la vida y obra de Bolívar, nuestro gran Libertador, quien renunció a su patria, y gastó de modo tan generoso cuanto tenía, por el logro de una Patria mucho mayor –que al final iría a abarcar todo un continente-, y fiel a esta magna idea, prefirió morir en un villorrio de Colombia, consumido por la tisis, sin dinero, sin camisa, sin mujer y sin patria, antes que mendigar asilo a los que en su propio país traicionaron sus ideas y su obra, y de haber podido lo hubieran colgado de una soga.

– Tú has vivido largas temporadas en diversos países socialistas de Europa, y has escrito muchos poemas, artículos y ensayos sobre casi todos ellos. Estando en la cárcel, ¿no llegaste a pensar que si hacían algunas gestiones en estos países ante las altas autoridades partidistas, podías ser puesto en libertad, o al menos lograr que se mejorase un poco tu difícil situación material? Sobre todo Cuba, pues entiendo que entre Corea del Norte y esa República existían y existen muy buenas relaciones. Además tú eres un poeta premiado por la Casa de las Américas, institución de gran peso cultural en el campo socialista. Ya libre, ¿sabes tú si en efecto se realizaron esas gestiones, y si se realizaron, cuáles fueron los resultados obtenidos?

– Realmente yo he vivido casi diez años en países socialistas europeos –recordaba el poeta – y he trabajado bastante en cuestiones culturales con los cubanos. También he escrito mucho sobre esos países. Fuera de esto, el Partido Comunista de Venezuela siempre mantuvo relaciones excelentes con todos ellos. Cuando estaba en la cárcel coreana, al parecer abandonado de Dios, del diablo y de los hombres, llegué a pensar que, efectivamente, si se hacían ciertas gestiones con los jefes de los Partidos del campo socialista europeo, hubiera yo podido, si no recuperar la libertad, siquiera obtener algunas mejoras elementales para un ser humano, en el presidio donde estaba. Dichas gestiones, es lógico, para que tuviesen efectividad, debía hacerlas, primero que nadie, el Partido Comunista de Venezuela. Pensé con frecuencia en esa posibilidad, durante los tres primeros años de mi reclusión. Pero a partir de ahí, y viendo que mi situación seguía inalterable, ya no me hice más ilusiones al respecto. Cuando salí de la cárcel, y vine a Europa, me enteré de que, en efecto, se habían hecho diligencias de ese tipo, y en diversas ocasiones, pero sin ningún resultado. Esas gestiones las hicieron algunos miembros de la dirección del PCV, mis familiares más próximos, y también amigos que piadosamente se interesaban por mi suerte, entre los cuales varios diplomáticos venezolanos, a quienes guardo especial gratitud por gesto tan generoso y humano. La verdad es que cada vez que se acudió a dirigentes políticos, diplomáticos y otras personalidades, e incluso organismos, de varios países socialistas, con el ruego de que se averiguase lo que pasaba conmigo, en qué condiciones me hallaba, y si era posible que se me enviasen –y los recibiera-, cartas, medicinas o alimentos al sitio de mi reclusión, aquellos funcionarios y organismos de esos países socialistas siempre mantuvieron una actitud cerrada y francamente negativa, o esquivaron el asunto, con excusas de todo tipo, dando así a entender que la suerte de un escritor comunista, prisionero en un país socialista de Asia, no les importaba en los más mínimo, y que esto no era cosa que les competiese a ellos, ni a sus partidos y gobiernos. Incluso se dio el caso de que un familiar muy íntimo y cercano a mí, como tratase de hablar con los miembros de la delegación de un gran país socialista de visita en Caracas, a fin de plantearles mi caso, y ver si se podía hacer algo por mí, fue rechazado por aquellos en una forma descortés y poco menos que grosera, haciéndose imposible la menor conversación. En cambio, algunos organismos internacionales, que no tienen nada de socialistas, no bien se acudió a ellos, en relación a mi asunto, planteándoles si podían hacer algo por mí, respondieron enseguida en la forma más generosa y amplia, y estuvieron haciendo toda clase de gestiones ante las autoridades norcoreanas, hasta los mismos días en que yo quedé libre, ya con el ruego de que se me pusiese en libertad, o se mejorasen las condiciones carcelarias que yo vivía, o se me permitiese mantener correspondencia con mi familia y recibir algunas cosas que ésta me enviase, ofreciéndose aquellas a servir de intermediarias, o incluso enviarlas ellas mismas por su cuenta.

Pero esta frialdad desaparece, y los mecanismos se agilizan, dice Lameda, “cuando algún comunista, u otro revolucionario cae preso en un país capitalista. Entonces el campo socialista inicia (prontamente) una múltiple campaña de reclamos, protestas, denuncias y diligencias de toda clase, valiéndose de todos los medios y utilizando sus amplios recursos”.

¿Dónde se escondió la solidaridad revolucionaria latinoamericana?

Cuando sectores democráticos emprendieron en Venezuela la campaña de “un millón de firmas por la libertad de Angela Davis” yo me hice solidario con el gesto, pero también escribí preguntando cuándo íbamos a comenzar a reunir las firmas necesarias para obtener la libertad de Alí Lameda, escritor venezolano, comunista venezolano.

– ¿Por qué funcionó (solamente a medias) esa solidaridad latinoamericana revolucionaria, y particularmente del lado cubano, a quienes tantas veces recurrimos sin obtener respuesta? Entonces no respondieron ni el Gobierno, ni los escritores, llámense Alejo Carpentier, Nicolás Guillén o Haydée Santamaría.

– En cuanto a Cuba es claro que si, por ejemplo el primer ministro Fidel Castro –cuyo espíritu generoso, justiciero y humanitario le reconocen incluso muchos de sus enemigos políticos- hubiese hecho alguna intervención por mí, ante las autoridades partidistas de Corea del Norte –donde su influencia era muy grande-, mi situación, en una u otra forma habría mejorado enseguida. Pero aquí yo tal vez no tuve suerte. La dirección del Partido Comunista de Cuba había roto en 1967 con la dirección del Partido Comunista de Venezuela, y una campaña furibunda se desató en Cuba desde marzo de aquel año contra los dirigentes comunistas venezolanos, por todos los medios disponibles. En esta febril, muérgana, venenosa y virulenta campaña se afirmaba muchos dirigentes marxistas de la revolución venezolana, como Jesús Faría, Pompeyo Márquez, Eduardo Gallegos Mancera, Guillermo García Ponce, Eloy Torres, Teodoro Petkoff, Argelia Laya, etc., habían traicionado la revolución, convirtiéndose en muy bien retribuidos agentes imperialistas de la CIA, y era necesario ajustar cuentas con ellos y destruirlos. Esta sucia y fangosa ola de calumnias también me alcanzó a mí, en la ergástula donde me consumía.

Alejo Carpentier y una solicitud que no comprometía ni a sus tabacos ni a sus polveras

En junio de 1968 visité la embajada de Cuba en París, para hablar sobre la situación de Lameda con el escritor Alejo Carpentier. Su fría actitud y desconcertante respuesta, la conoce Lameda y muy bien.

– Todas las diligencias que se hicieron con escritores, dirigentes políticos y diversos organismos de Cuba –en relación a mi caso-, se estrellaron contra un muro. Tal, por ejemplo, la gestión que se trató de hacer con Alejo Carpentier. Tú mismo, Carlos, conoces muy bien la manera estúpida y despótica como reaccionó ese figurón gálico, tras una vistosa mesa Luis XV, y desde el rojo chaleco de su nuevo, mejor pagado y más elegante oportunismo, cuando se logró finalmente hablar con él, a objeto de que hiciese una discreta intervención que se limitaba a un simple y humanísimo ruego: que él escribiese al Embajador de Cuba en Corea preguntándole si yo estaba o no preso. La ruda, breve y seca explicación que dio Carpentier, como negativa a realizar tan fácil diligencia fue la de que, siete u ocho años atrás el Gobierno de Venezuela había roto sus relaciones con el Gobierno de Cuba, y él, como Ministro Consejero de su país en Francia, no tenía nada que hacer ni por qué ocuparse de la suerte de un venezolano preso en un país socialista. Alejo Carpentier me conocía lo suficiente para saber que yo no tenía ninguna relación con el Gobierno venezolano de entonces, como no la he tenido con ningún gobierno de mi país. En mi caso concreto se trataba de un escritor comunista, preso por varios años en un país socialista, y del cual no se sabía nada. La política y la nacionalidad, en principio, no eran aquí lo determinante, y esto lo debía saber mejor que nadie Carpentier, que hasta el triunfo de la revolución cubana, se mantuvo por completo al margen de la política, y quien como lo oyera yo decir alguna vez, al igual que Martí, se consideraba un hijo de Venezuela.
Fuera yo venezolano o de cualquier otro país –piensa Lameda-, lo que importaba aquí era poner en claro la situación material de un escritor comunista metido en la cárcel de un país socialista, y a nadie más que al representante de otro país socialista le debía interesar esto. Lo que se le pedía a Carpentier no iba a comprometer ni sus tabacos, ni sus polveras, ni sus cubitas, instrumento de percusión y adulación. Es muy posible que, de hacer algo por lo muy poco que se le rogara, a favor mío, él temiese perder su puesto. Lo que contrasta en esa lastimosa actitud es que Alejo Carpentier venía reclamando ahora una posición más comprometida y responsable de los escritores latinoamericanos, exigiendo así de los intelectuales nuestros que no se aislasen dentro de una torre de marfil, a nombre de la cultura y el arte, y asumieran una posición más resuelta y firme, cuando se trataba de defender los derechos humanos, y entre éstos el derecho del escritor a expresar libremente sus opiniones. Como bien se sabe, fue también Alejo Carpentier el que encabezó la lista de firmantes cubanos que condenaban a Pablo Neruda –eximio poeta y luchador antiimperialista-, por haber hecho un viaje a Estados Unidos; en un documento público, tristemente célebre por su indecencia, su baba epiléptica, vulgaridad y cursilería.
Árbitro de la literatura y ahora de la política, prefería excusarse. ¿Sí? Negándome y condenándome como venezolano –pese a estar yo medio proscrito por el Gobierno de mi país, y ser en aquel entonces un hombre de oposición al régimen existente en Venezuela-; Alejo Carpentier olvidaba lo que fuera mi buena y dadivosa patria venezolana para él. Olvidaba que allí encontró generosa y permanente acogida. Que Venezuela le dio buen y fácil trabajo de qué vivir, comer, beber, y vestir bien, y gozar de respeto, cariño, mesa y cama holgadas, alabanzas y otros deleites, mientras los guerrilleros cubanos, a punta de sacrificio, hacían triunfar esa revolución de la cual –sin haber sufrido en ella ni siquiera una nigua- Alejo Carpentier se exhibe hoy como un riguroso, inquisitivo y venerable corifeo.

– La otra cara de la moneda cubana, le recordé a Alí Lameda, fue la actitud cordial, humana y como corresponde a un escritor revolucionario, y de América Latina, fue la de Juan Marinello, siendo embajador de Cuba ante la UNESCO, y sin olvidar su condición de miembro del Comité Central del PCC.

– Marinello fue la excepción cubana, amigo y compañero de todo mi respeto, cariño y admiración. Juan Marinello es un escritor comunista de altísimo rango, y hombre de un decoro y magnificencia espiritual admirable.

Y en el rango latinoamericano, Lameda recordó a Pablo Neruda.

– Para quienes honran la memoria de Pablo Neruda y lo que ella representa como precioso símbolo artístico y humano, me place decir aquí que, en cuanto se le informó de mi situación, el gran cantor de Chile y el mundo envió enseguida un cablegrama al general Kim Il Sung, diciendo con su gangoso y típico sonsonete, algo de telúrica quejumbre vegetal, que sin duda “el pobre poeta y hermano de Venezuela se estaría muriendo de hambre y frío en algún horrible calabozo de Corea del Norte. Hay que hacer algo para sacarlo de allí…”.

Y del mundo socalista, Lameda señala la actitud del Gobierno rumano.

– Hubo sin embargo un país socialista que sí se hizo eco de mi serio problema personal y respondió en la mejor forma, viniendo generosamente en mi ayuda: la República Socialista de Rumania. Y ello por conducto mismo de su máximo y más valioso conductor: el presidente Nicolás Ceausescu, verdadero gran líder de su país y del movimiento comunista internacional. A su generosa intervención debo yo, en gran parte mi libertad. Y fue el doctor Rafael Caldera –ilustre personalidad de mi país y como tal de América Latina- quien siendo Presidente de la República y con motivo de la visita que en 1973 hiciera el compañero Ceausescu a nuestro país, pidió a éste gestionase ante el Gobierno de Corea del Norte el asunto de mi libertad, como exigencia especial del Gobierno venezolano, atendiendo así al reclamo de la misma, que cundiera por todo el país.

Confrontada la actitud del Presidente Caldera con la indiferencia de la generalidad de los países socialistas, nos llama la atención. Lameda tomó la situación con calma y comentó “que un líder socialcristiano, jefe de Estado, se hubiera tomado la molestia de pedir al jefe de un Estado socialista, que solicitase la libertad de un escritor comunista, preso en un Estado socialista –cosa que hasta entonces no fue posible lograr de ningún otro jefe de Estado de otro país socialista- sin duda que es algo contrastante… Pero así es el corazón de nuestra Venezuela. A esta doble petición del doctor Caldera, a la que daba un mayor peso la autoridad que él encarnaba, siguió luego la que hizo Pompeyo Márquez, en conversación habida con el Presidente Ceausescu, informándole más detalladamente quién era yo. Y no bien regresó aquél a Rumania, gestionó ante el Gobierno de Corea del Norte mi libertad, pidiendo le informasen con amplitud cuáles eran las condiciones en que yo vivía hasta entonces. Esto se tradujo en un inmediato mejoramiento de mi situación, pues a partir de ahí pude llevar, hasta cierto punto, una vida de preso un tanto distinta. Con posterioridad el Presidente Ceausescu hizo dos gestiones más, a fin de que mi problema se solucionase en la mejor forma. Por último, ya libre, me invitó a venir a Rumania, donde pasé tres meses, atendido en forma espléndida por los compañeros rumanos.

Cuando en septiembre del año pasado fui a Bucarest a reencontrar al hermano que regresaba de la muerte, lo visité en el hospital donde estaba recluido, por urgente recomendación médica. Pero el intento de matarlo por la vía del sufrimiento diario, que ya llevaba siete años, no había borrado de él la gracia venezolana de su lenguaje, ni la fibra poética o la emoción por Venezuela. Mientras los médicos hacían los exámenes, Alí Lameda se encargaba de transcribir todos los poemas que primero escribió en su memoria durante el cautiverio. Dos de esos libros aparecerán en breve en Venezuela. Le pregunté después por sus proyectos, por la continuación del trabajo literario.

– Primero que todo me he preocupado por mi salud, que quedó en la carraplana, como dicen, después de un encierro de siete años como el que me tocó vivir. Y luego, de recuperar a toda costa el tiempo perdido y consumido, pues durante esos siete años yo no pude leer ni una sola línea en español, ni en ninguna otra lengua. Mi vida intelectual, en todo sentido, se paralizó por espacio de siete años, en los cuales perdí un vasto cúmulo de conocimientos, adquiridos antes en muchos años de estudio y lecturas continuos. Esta pérdida no puede recuperarse en unas cuantas semanas, lo sé muy bien. Tengo una ignorancia poco menos que total de muchas cosas que, en literatura, arte y cultura general, ustedes, los que no han vivido como yo, tienen al día. Pero para mí la cosa es muy problemática. Incluso he perdido mucho de mi propia lengua, en el vocabulario, las formas de expresión y la sintaxis, y de otras lenguas perdí todo lo que sabía. Esto, es quizás, el mayor daño que me ocasionó la cárcel. Para otras personas la cárcel ha servido de buena oportunidad para leer u estudiar, y así, pese a lo terrible de vivir como un animal en una jaula, adquirieron muchos conocimiento. Pero yo no tuve esa oportunidad. La cárcel mía fue distinta. Respecto a mis proyectos, estoy escribiendo ahora un largo estudio sobre la poesía de Andrés Eloy Blanco. En cuanto a mi creación poética, el mayor trabajo que ahora tengo no es el de escribir, sino el de recordar una serie de poemas que produje de memoria en la cárcel, pero que no pude escribir, porque no tenía cómo. A la caza de esos versos extraviados, y muchos de ellos perdidos, corre ahora mi cerebro.

¿Cuándo los coreanos me devolverán mis papeles?

– Con respecto a ti mismo, ¿qué es lo último que esperas del Gobierno de Corea del Norte?

– Que me devuelvan mis manuscritos. Cuando yo salí de Corea del Norte, todos mis papeles se quedaron allá. No fue posible traerlos conmigo. Esos papeles contienen una labor de veinte años, totalmente inédita, en prosa y verso, muy extensa. Daría para un buen número de libros. Junto con eso, hay allí muchos apuntes y materiales de estudio. Y también no pocas cartas de familiares, amigos, y diversos documentos personales. Y toda mi biblioteca. Yo confío en que las autoridades norcoreanas me devuelvan esos manuscritos, que para ellos, como se comprenderá, no tienen ningún valor y, fuera de esto, son de mi total pertenencia. En nombre del PCV se han hecho algunas gestiones al respecto, donde se ha explicado bien a los representantes del partido y el gobierno de la RPDC, el valor que tienen esos papeles. En ellos está el resto de mi obra poética a Venezuela. Un poco más de treinta mil versos. El no poder recuperar esos manuscritos sería para mí una pérdida muy seria, que se sumaría negativamente a todos los daños que me ha causado mi prisión en un país socialista.

Fue la actitud del gobierno venezolano lo que decidió su libertad

Sigilosamente, representantes del Gobierno de la República Popular Democrática de Corea solicitaron entrevistas con el Gobierno de Venezuela. Primero durante la presidencia del Dr. Rafael Caldera, e inmediatamente al inaugurar su período de gobierno el Presidente Carlos Andrés Pérez. En ambas oportunidades manifestaron su interés por el establecimiento de las relaciones diplomáticas. Cuantas veces a esos funcionarios se les mencionó el caso de Alí Lameda, incluyendo al Viceministro de Relaciones Exteriores, dijeron que no sabían nada sobre el particular. El Presidente Carlos Andrés Pérez puso como condición expresa, obtener informaciones sobre la situación de Lameda, y su libertad inmediata, para considerar el establecimiento de relaciones. Alí Lameda fue puesto en libertad el 27 de septiembre de 1974, y las relaciones fueron establecidas en el mes de noviembre. Un triunfo importante de la política internacional venezolana, durante el período del Presidente Pérez.

– ¿Qué opinión te merece la decidida actitud del Presidente Pérez?

– No es para menos, comienza diciendo el poeta Lameda, recostado ahora de su menguada salud.
Que el Presidente Carlos Andrés Pérez se esforzase y pusiese tan especial y humanitario empeño en lograr mi libertad –pagando por ello un precio, si así puede decirse, que excedía en mucho a lo que valen mi persona y mi obra- como lo fuera el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Venezuela y la República Popular Democrática de Corea, constituye algo muy ejemplar y admirable. Y ello si se tiene en cuenta, ante todo, que yo soy un escritor ubicado en orbe político muy distinto del suyo, y que en principio no era lógico esperar que un hombre como él (caudillo de primer plano de un partido y una militancia a la que nunca me unió ningún lazo) lograra rescatar definitivamente a un comunista, de la cárcel de un país comunista. Pero Venezuela tiene una lógica –quizás por tanto infortunio, desgarrón histórico y azarosos vaivenes que nos ha tocado soportar- que le fijan coordenadas humanas muy especiales.

Alí Lameda sabe que, además de estas gestiones a nivel de Jefes de Estado, instituciones y personas de Venezuela, América y el mundo, estuvieron pendientes de este problema. Podría citar el caso del pintor Mateo Manaure, quien financió y diagramó su libro “Los juntos resplandecidos”, originales salidos clandestinamente de Corea, en momentos cuando nadie quería ocuparse públicamente del problema.

– Mi gratitud se extiende pues a todas esas personas y organismos, que en mi país se hicieron solidarios conmigo, y en forma tan resuelta y magnánima, durante mis siete años de dura prisión.

– Finalmente, ¿por qué las autoridades coreanas te privaron durante estos siete años, de todo tipo de comunicación con tus familiares?

– El por qué las autoridades coreanas no quisieron dar ninguna información sobre mi persona, ni tampoco fuera posible que yo recibiese las cartas que me enviaron mis familiares y amigos, o pudiera yo enviar alguna noticia al exterior, fue una orden rígida que duró todo el tiempo de mi encarcelamiento. Incluso, en alguna oportunidad un venezolano visitó Corea, y le fue imposible hablar conmigo o tener una referencia más o menos concreta sobre las condiciones materiales en que yo me encontraba. Fue Héctor Mujica, mi paisano e íntimo amigo y compañero de infancia, y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela. Héctor asistió como delegado de su país a un Congreso de Periodistas que se celebró en el año de 1970 en Pyongyang, capital de la RPDC. Llevaba, según creo, un mensaje especial de la Dirección del PCV para el Comité Central del Partido del Trabajo de Corea, en referencia a mi caso. Como es de suponer, pidió a las autoridades coreanas le permitieran visitarme, cosa que le fue negada. La única información que obtuvo sobre mí fue la de que yo estaba preso por haber violado las leyes del Estado coreano, y que según éstas, a ningún extranjero le estaba permitido tener ningún contacto conmigo. Esto se lo comunicaron a última hora, después de muchas insistencias al respecto, y de haber pasado muy malos ratos, pues, desde el comienzo lo aislaron por completo, dentro de una atmósfera poco menos que hostil.
Efectivamente, esa intransigencia de parte de las autoridades coreanas puso en evidencia la necesidad de cambiar de actitud, pasando a situar el reclamo en el plano de la denuncia pública. Y al mismo tiempo, utilizando las tácticas que se emplean cuando el problema se plantea fuera del campo socialista.
Al saberse esta noticia en Venezuela –tras el regreso de Héctor Mujica-, muchas personas quedaron sorprendidas por esa actitud del Gobierno de Corea, pareciéndoles muy inhumana y feroz. Sacaron entonces a relucir diversos casos de gobiernos dictatoriales de América Latina que, no obstante su obscurantismo, o su violencia, permitían el que los presos políticos fuesen visitados por familiares y amigos. E inclusive por extranjeros, como fue el caso –entre varios que podrían citarse- del cubano Blas Roca, que en 1944 pudo entrevistar a Luis Carlos Prestes en las mazmorras de Getulio Vargas, el dictador brasileño, y el de los periodistas de la Unión Soviética que lograron visitar a Jesús Faría, medio paralítico de un brazo, y recluso en una cárcel venezolana, y cuya libertad pedía por entonces a pleno clamor todo el campo socialista, incluyendo a Corea del Norte. En el caso mío –comunista extranjero preso en un país socialista, y pidiendo ser visitado por un compatriota, miembro del Comité Central de un Partido Comunista hermano-, esto hubiera podido parecer más razonable y fácil, desde el punto de vista político y humanitario. Y de ahí la sorpresa en cuestión.

De la ferocidad y totalitarismo coreano

– ¿Por qué el gobierno coreano asumiría tan impenetrable actitud?
Alí Lameda no alcanza a comprenderlo. Ni a justificarlo, desde luego.

– A las preguntas que, ya personalmente o por carta, se me han hecho sobre esa actitud mantenida por el gobierno de Corea del Norte, podía responder éste mucho mejor que yo. Después de todo, ese es un asunto suyo. No mío. En realidad, los Estados socialistas poseen una mecánica propia de comportamiento político y social, que responde a ciertas realidades intrínsecas, a veces un tanto sorprendentes para las personas habituadas a otros regímenes, que tienen como base la propiedad capitalista y la división de la sociedad en clases antagónicas. Y esto, con razón más valedera, por lo que respecta a los países socialistas de Asia, cuya psicología, sensibilidad y costumbres nos es muy difícil comprender a nosotros, vástagos decadentes de otro mundo y otra esfera de las relaciones sociales.
Por mi parte, yo no puedo menos que lamentar que ese aislamiento tan prolongado y total en que me mantuvo durante siete años el gobierno de Corea del Norte, haya provocado repulsa y condenas contra éste, exhibiéndolo a veces, ante personas que colocan el valor humano de las cosas por encima de la política, como una entidad, feroz y totalitaria. Y digo esto, porque yo sigo siendo un buen amigo del pueblo coreano –pueblo inteligente, laborioso y heroico, templado en mil dolores y sacrificios-, y admirador de sus grandes realizaciones económicas. Y así, yo doy por concluidas todas las explicaciones que tenía que dar sobre mi prisión de siete años en Corea del Norte, que me ha creado tantos problemas, y que deseara sepultar en un olvido absoluto.

El escritor y poeta venezolano, “marxista independiente”, como desde ahora en adelante ha preferido llamarse, regresará a la Patria después de permanecer siete años mirándole el rostro a la muerte. Sirvan estas y sus otras declaraciones, para meditar sobre las injusticias que se cometen también en el mundo socialista. La sacrificada lucha de millones de seres humanos, en todas partes del mundo, es para crear una sociedad donde estos atentados a la condición humana no ocurra nunca más.

* Título original: “Regreso como un marxista independiente a trabajar por la unidad de las fuerzas democráticas”.

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