A 200 años del nacimiento de Darwin

El naturalista inglés Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809. Su teoría de la selección natural sentó las bases para la comprensión científica de los mecanismos de la evolución de las especies sobre la Tierra, incluyendo a la humanidad. Su libro, hace 150 años, desterró la necesidad de recurrir a un ser sobrenatural para explicar el origen del mundo y sus habitantes animales y vegetales.

El naturalista inglés Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809. Su teoría de la selección natural sentó las bases para la comprensión científica de los mecanismos de la evolución de las especies sobre la Tierra, incluyendo a la humanidad. Su libro, hace 150 años, desterró la necesidad de recurrir a un ser sobrenatural para explicar el origen del mundo y sus habitantes animales y vegetales.

Darwin era un joven de familia rica. Comenzó a estudiar medicina en 1825. Abandonó luego, decidido a formarse como ministro de la Iglesia Anglicana en Cambridge. Tenía una gran afición por el estudio de la naturaleza. Casi sin proponérselo se incorporó a una travesía que duró cinco años (1831-36) a bordo del Beagle. Acompañaba al capitán, y fue observando y tomando notas minuciosas de lo que encontraba a su paso en especies animales y vegetales. Recorrió varias regiones de Argentina, viajó a Chile, las islas Galápagos y otros lugares.

El origen de las especies

Darwin tardó 20 años en publicar su investigación. En 1859 apareció El origen de las especies por medio de la selección natural, “el libro que sacudió al mundo”.

Por primera vez se formulaba una teoría científica de los mecanismos de la evolución, ampliamente documentada, que acabó para siempre con el mito de las especies inmutables. También cuestionó definitivamente las concepciones religiosas del origen del universo (la del Cristianismo, y también del judaísmo y el Islam), que dicen que el hombre fue hecho a imagen y semejanza del Dios creador, como culminación de la creación y con un lugar privilegiado en el mundo.

Esta nueva “visión de la vida” -en palabras de Darwin- tiene tres aspectos básicos, que explican un lento proceso de cambio a lo largo de millones de años: 1. Los organismos varían, y estas variaciones son heredadas (al menos en parte) por su descendencia; 2. Los organismos producen más descendencia de la que puede concebiblemente sobrevivir; 3. En término medio, la descendencia que varíe más intensamente en las direcciones más favorecidas por el medio ambiente sobrevivirá y se propagará. Por lo tanto, las variaciones favorables se acumularán en las poblaciones por selección natural*. No hay una supervivencia del “más fuerte”, sino del mejor adaptado. Y ese proceso de cambio es azaroso, no tiene ni objetivos ni dirección (no hay una “búsqueda” de organismos inferiores hacia superiores, ni fines de ningún tipo).

Con el desarrollo de sus investigaciones en las ciencias naturales, Darwin también se había convertido en un materialista cabal. Diversos autores interpretan que los 20 años que tardó en publicar su obra tienen que ver con la tremenda “herejía” que sabía que iba a cometer. Sus conclusiones específicas sobre la evolución del hombre las publicó apenas en 1871, doce años después y cuando ya era muy famoso.

¡Gracias, Darwin!

La comunidad científica de su época se conmovió y le abrió sus brazos. También los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, se entusiasmaron e incorporaron a sus elaboraciones los nuevos descubrimientos de Darwin. Estos revolucionarios rápidamente percibieron las bases comunes de su enfoque materialista histórico de la sociedad humana con el de Darwin en la historia natural. Marx se declaraba “sincero admirador de Darwin” y ofreció dedicarle el segundo tomo de El Capital. Darwin rechazó amablemente su oferta. En su célebre texto Anti-Duhring, Engels en 1878 polemizó contra la definición de Duhring del darwinismo: “pieza de brutalidad dirigida contra la humanidad”. Y ante la tumba de Marx, en 1884, lo recordó también al naturalista, fallecido dos años antes: «Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza, y Marx la ley del desarrollo de la historia de la humanidad».

Las distintas ciencias han avanzando en manera impensable en el siglo y medio transcurrido desde la publicación de la teoría de Darwin. Los fundamentalistas religiosos lo siguen combatiendo. Agreguemos que en las provincias de Salta, Jujuy, Catamarca, Tucumán y Corrientes no se lo enseña en la escuela pública, aunque está en los programas (, 11/2/08).

Al cumplirse los 200 años de su nacimiento, se han reunido más de 3.000 científicos en Chicago (EE.UU.), para celebrar su obra. El presidente de la Asociación para el Avance de la Ciencia señaló en su homenaje: “La evolución es un hecho. Las especies actuales descienden de otras”. Nuevos descubrimientos enriquecen o superan los aportes de Darwin, y abren nuevos debates, pero no cuestionan el lugar que ganó entre los grandes científicos de la humanidad. Sus restos pueden descansar en paz, en la Abadía de Westminster, en Londres, muy cerca de otro grande, el físico Isaac Newton.

* Stephen Jay Gould (1941-2002): Desde Darwin. Hermann Blume, Madrid, 1983

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La Iglesia contra Darwin

Los jefes del cristianismo llevan 150 años de lucha contra Darwin. Protestantes y católicos se unieron en su cruzada en defensa del “creacionismo” y la lectura de la Biblia como el definitivo libro de historia: al mundo y al hombre los habría creado Dios, en seis días, hace un poco más de 4.000 años, y punto. Todo lo demás es herejía, materialismo satánico y un largo etcétera. Afortunadamente para nuestro científico, en el siglo XIX la iglesia ya no quemaba viva a la gente en Inglaterra.

Estados Unidos es uno de los países donde el darwinismo ha sido más combatido. Es célebre un hecho ocurrido hace más de 80 años. A principios de 1925, los parlamentarios de Tennessee sancionaron una ley que prohibía la enseñanza de las ideas de Charles Darwin. En otras palabras, era delito decir que el hombre (varón y mujer) evolucionó de ancestros comunes y que el chimpancé era su pariente más cercano en la escala zoológica. Esto, se decía, podía llevar a «perversiones morales». La enseñanza oficial debía ser que el hombre fue creado por Dios, como dice la Biblia. En el pueblo de Dayton, el joven John Thomas Scopes, de 24 años, enseñaba biología en el secundario. En julio de 1925, mientras daba clase, fue apresado por el delito de enseñar a Darwin. Su juicio juntó una multitud, con periodistas venidos de todo el mundo, que lo bautizaron “el juicio del mono”. El final fue transmitido por radio a todo el país. En ocho minutos, el jurado declaró a Scopes culpable, lo multó con 100 dólares y quedó libre*. La ley no se volvió a aplicar y fue revocada en 1967.

En 1981, el gobernador de Arkansas aprobó un decreto obligando a los profesores a enseñar con igual dedicación y tiempo la evolución y el creacionismo. En 1987, la Suprema Corte Federal falló contra el creacionismo, considerándolo un tema de religión, mientras que las escuelas públicas son laicas. De todos modos, las presiones de los sectores religiosos se mantienen. Desde 1989 vienen apelando al “diseño inteligente”, un creacionismo más aggiornado que admite que el mundo no fue creado en siete días como dice la Biblia, pero implica que la evolución esta guiada por una inteligencia superior (Dios) .

Hay movimientos antievolucionistas que presionan en Kansas, Pennsylvania, Ohio, Minnesota, Nuevo México y otros estados. George W. Bush, como presidente, defendía que en las escuelas públicas se enseñaran “ambos conceptos”. La derrotada candidata republicana a la vicepresidencia, Sara Palin, también.

En Italia, el ultraderechista y agente del Vaticano Silvio Berlusconi, en 2005 hizo un intento fallido de suprimir la teoría de la evolución de la enseñanza media. No podía faltar la palabra de Benedicto XVI. Cuando en 2006 hizo una gira por su tierra natal, Alemania, ante 250.000 fieles condenó la teoría de Darwin por “irracional” y por presentar una explicación del mundo en la cual es superfluo Dios (Clarín, 13/9/ 06). No sorprende el enfoque en este personaje que, por ejemplo, es fiel defensor de los exorcistas, demonólogos especializados en el combate cuerpo a cuerpo con Satanás. Justo un año antes, se había reunido con 180 de ellos en su audiencia general en el Vaticano.

* Dos excelentes películas lo recuerdan en forma de ficción, con el título Heredarás el viento. La de 1960, con Spencer Tracy y de Stanley Kramer, y otra posterior protagonizada por Jack Lemmon.

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“Somos una especie única al igual que la lombriz”

La Revista Ñ (14/2/09) entrevistó al biólogo y etólogo argentino Alejandro Kacelnik, del Departamento de Zoología de Oxford (Inglaterra), quien participó del evento de Chicago. Comentando alguno de los debates que se dan actualmente, señala que sus protagonistas “son también darwinistas”. Para Kacelnik, “la biología sin Darwin es como la física sin Newton. […] Me parece que no da lugar lógico a una guía sobrenatural. El darwinismo no solamente elimina la guía de una mano divina organizando todo, sino que elimina la noción del ser humano como un ente único y especial en el contexto del universo. Somos una especie única, pero también lo es la lombriz.”

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