Afganistán: La resistencia ataca cuartel general de la OTAN y embajada yanqui en Kabul

Un ataque coordinado de insurgentes con misiles contra la Embajada norteamericana y el cuartel general de la OTAN en Kabul, ha vuelto a poner hoy de relieve los graves problemas del imperialismo para controlar la capital afgana, una zona considerada completamente dominada hace unos meses, pero donde la resistencia afgana ha incrementado notablemente sus acciones en los meses pasados.

Un ataque coordinado de insurgentes con misiles contra la Embajada norteamericana y el cuartel general de la OTAN en Kabul, ha vuelto a poner hoy de relieve los graves problemas del imperialismo para controlar la capital afgana, una zona considerada completamente dominada hace unos meses, pero donde la resistencia afgana ha incrementado notablemente sus acciones en los meses pasados.

El ataque se ha producido sobre la una de la tarde en la llamada Zona verde de Kabul, un complejo fortificado donde reside el personal diplomático internacional y donde tiene su sede central el mando de las tropas invasoras en este país. Se la considera la zona más segura para los invasores. Los insurgentes iniciaron su ataque abriendo fuego con rifles y culminaron con el lanzamiento de misiles.

Los insurgentes se han atrincherado en un edificio abandonado frente la Embajada norteamericana y han seguido atacando a las fuerzas armadas aliadas desde allí. El fuego cruzado duró dos horas. Soldados de las 11 bases de la Otan en Kabul se han desplazado hasta la zona verde. Los talibanes han emitido un comunicado en el que han asumido la responsabilidad del ataque. Ese grupo insurgente suele reaccionar de ese modo tras un ataque y suele exagerar el número de víctimas, según un portavoz de las fuerzas aliadas.

Tradicionalmente, el sur y el este de Afganistán han sido las zonas menos controladas por el imperialismo. Desde la primavera, sin embargo, los insurgentes han convertido a Kabul en su principal objetivo. En abril cuatro suicidas atacaron Camp Phoenix sin provocar víctimas. En junio, en otro ataque suicida, nueve insurgentes mataron a 11 civiles y policías afganos en el hotel Intercontinental, uno de los más lujosos de la zona. En agosto, otros ocho civiles murieron en un ataque coordinado a la oficina cultural de la embajada británica. El sábado, en víspera de la celebración para el aniversario de los atentados del 11-S, los talibanes atacaron con explosivos una base militar en la provincia de Wardak dejando un saldo de cinco trabajadores afganos muertos y 77 militares estadounidenses heridos.

En julio las tropas extranjeras comenzaron a retirarse del país y a transferir gradualmente la competencia de la seguridad a las fuerzas afganas, en un proceso que debe concluir según los plazos previstos en 2014. No obstante, la insurgencia parece encontrarse en un momento de fortaleza y el conflicto recrudeciéndose; 2010 fue el año más sangriento para las fuerzas internacionales y para la población civil desde el incio de la invasión yanqui hace casi una década.

Las tropas invasoras reconocen que no saben si el próximo repliegue, que comenzará en unas semanas, es en realidad una victoria o, simplemente, una retirada.

«El camino que trae a Camp Phoenix es un testimonio de lo que la guerra contra los talibanes ha supuesto para Afganistán: cementerio tras cementerio, con tumbas marcadas por piedras y banderas; vertederos y escombreras; residencias bombardeadas y nunca reconstruidas; poblados compuestos íntegramente por camiones abandonados y contenedores de metal. El lugar está a pocos kilómetros de Kabul, pero muy lejos de su zona segura y fortificada, donde viven los diplomáticos y la poca clase media que aquí queda. Afganistán, más allá del espejismo del centro de Kabul, sigue arrasado por la guerra cuando se cumplen diez años del terrible acontecimiento que la provocó, los ataques terroristas del 11 de Septiembre», escribe el corresponsal David Alandete.

El corresponsal explica que el conflicto no se desarrolla bajo un esquema convencional. «Esta no es ya una guerra convencional. No hay artillería. No hay cuerpo a cuerpo. Los soldados salen a la calle, en vehículos acorazados o a pie, siempre armados y protegidos por sus cascos y chalecos antibalas, cargando a diario como mínimo 30 kilos de peso, bajo un sol asfixiante y en unos caminos polvorientos y llenos de baches».

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