¡A derribar estatuas!

Nos vemos precisados a insistir en el tema relacionado con la destrucción de íconos conmemorativos del hecho colonizador, dado que nuestro amigo el profesor Luis Fuenmayor Toro, en un segundo artículo suyo titulado “La historia no es una lucha entre buenos y malos” (La Razón, 29/07/2012) expone criterios que reclaman nuestra respuesta.

Isabel La Catolica gorgal

Por: Irma Barreto

Nos vemos precisados a insistir en el tema relacionado con la destrucción de íconos conmemorativos del hecho colonizador, dado que nuestro amigo el profesor Luis Fuenmayor Toro, en un segundo artículo suyo titulado “La historia no es una lucha entre buenos y malos” (La Razón, 29/07/2012) expone criterios que reclaman nuestra respuesta.

Valga recordar que en su anterior artículo (respondido con el nuestro titulado “Condenar el colonialismo no es maniqueísmo”), el Dr. Fuenmayor atribuye el derrumbe de estatuas en Caracas a “una interpretación errada de intelectuales de izquierda, en su afán de conquistar mayores respaldos o de mantener los muchos obtenidos por el Presidente Chávez”. Aclaramos entonces –sin pretender ubicarnos en la categoría de intelectuales– que desde hace más de tres décadas hemos venido participando del llamado a desechar toda expresión de culto al colonialismo, sea ésta en monumentos o en textos de enseñanza.

Casi dos décadas antes de que el actual Presidente de Venezuela accediera a la primera magistratura, los integrantes del grupo “Vuelvan Caras” desplegamos una campaña contra el culto a toda forma de colonialismo. Queda así desvirtuado cualquier propósito –ajeno al objetivo expuesto- que pretenda atribuirse a la cristalización de aquella propuesta.

En el primer artículo del Dr. Fuenmayor está ausente la idea de que “una cosa es denunciar y enfrentar al colonialismo existente y a quienes le rinden culto y otra, muy distinta, analizar la historia con criterios morales actuales”, idea que en su segundo artículo trata de aclarar. Inicialmente el autor se limitó a señalar el error (cometido –suponemos- por los destructores de estatuas) “consistente –dice- en analizar y calificar los hechos históricos con los valores morales de las sociedades del presente”. Es este punto el que nos mueve a nuevas consideraciones.

Por otra parte, al hacer un símil con la insensatez que significaría la destrucción de los monumentos egipcios, afirma el Prof. Fuenmayor: “Algo parecido a lo que algunos hicieron con la estatua de Colón, que se encontraba a la entrada del parque Los Caobos, y que se explica por esa forma tan elemental y tan primitiva de analizar la vida y sus circunstancias, que uno entiende en fanáticos ignorantes, pero que no comprende en personas con conocimiento y formación”.

Es, pues, de su autoría la calificación de “elemental y primitiva”, al aludir a la motivación que pudo guiar la acción de derribar estatuas en Caracas. Sin embargo, parece atribuírnosla cuando en su segundo artículo dice: “No se trata como afirma Barreto de una visión maniquea, elmental y primitiva. Es simplemente una verdad evidenciada históricamente”.

Sobre la verdad histórica nos detendremos luego. Antes debemos ratificar que carece de sentido la comparación entre la demolición de estatuas de los colonizadores y una hipotética destrucción de monumentos de antiguas civilizaciones. Precisemos:

Culturas enraizadas en los pueblos

Señala el Prof. Fuenmayor que si las obras artísticas de la antigüedad –alude a las estatuas de Ramsés II- se hicieron con mano esclava, deberían ser destruidas según la visión de quienes hoy en Venezuela incitan a estos actos.

Partir de tal hipótesis significa dejar de lado el mundo en el cual se cimentó no sólo la civilización egipcia sino la de muchos otros pueblos para quienes el culto a los muertos, a la vida del más allá, a la magia entrelazada con religión y poesía, hacían del alter ego de los difuntos un universo fantástico. Tales creencias unían a faraones, reyes y emperadores, a artesanos y artistas, a sacerdotes, magos y esclavos. Todos con su labor o su fe en la eternidad contribuían a retar a la muerte. Apenas en época tardía de los imperios la muerte impuesta a siervos o esclavos para sepultarlos con sus amos fue sustituida por una forma más piadosa de perpetuar el culto: la elaboración de figurillas que acompañasen al difunto.

El templo rupestre de Ramsés II, los solemnes monumentos en honor de faraones, las pirámides y tantas obras artísticas cuyas raíces nacían de la cultura propia de aquellos pueblos, eran su creación y su esperanza en la inmortalidad. No habían sido impuestas por ningún invasor.

Acá, en nuestras tierras, otra fue la suerte de sus incipientes o avanzadas culturas. En alianza, la espada y la cruz impondrían el credo y cultura del invasor a quienes denominaron salvajes. Hallazgos arqueológicos arrojarían luz sobre tantas obras cercenadas. Fiel exponente es la ciudadela de Machu Picchu, en el Perú, con miles de años de antigüedad, salvada de la barbarie invasora. Construida piedra sobre piedra por mano esclava del imperio incaico, esta maravilla arquitectónica está enraizada en la cultura autóctona. La lucha de clases vendría después por otros medios, no mediante la destrucción de originarios monumentos.

Y en China, en los años 80, pudimos contemplar en la provincia de Xian el mausoleo de Qin Shi´Huang, primer emperador (221 a.n.e.), En este monumento, declarado por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad, siete mil soldados de terracota esperan las órdenes del emperador desde el más allá. Aunque Qin unificó el país, terrible fue su tiranía. Pero la tradición y el valor artístico de aquella obra obligan a su custodia. Sólo a un desquiciado se le ocurriría preguntar en China por alguna estatua o símbolo conmemorativo de la ocupación extranjera consumada por Japón y otras seis potencias a fines del siglo XIX.

Verdad histórica

No importa cuán viejos o nuevos sean los colonizadores. En nada se diferencian unos de otros, cualesquiera hayan sido o sean sus motivaciones. El hecho colonizador es condenable desde todos los ángulos y en todas las épocas, salvo desde la óptica de quien lo practica invocando diferentes “necesidades”. La contienda desplegada por las monarquías europeas para repartirse el mundo es una verdad manifiesta, aunque sujeta a diversas interpretaciones según la óptica de cada historiador.

Sabido es que la verdad del acontecer histórico continúa siendo disputada por los historiadores según sus propias tendencias filosóficas, políticas, religiosas. El conocimiento en tal forma transmitido no nos obliga a justificar determinados hechos alegando –en el caso de las potencias colonizadoras- que obedecían a “una necesidad vital de su existencia”. Es como si hoy tratásemos de justificar las agresiones, las maniobras, los actos intervencionistas y de sojuzgamiento ejercidos por la superpotencia hegemónica y sus aliados, encaminados a utilizar determinados territorios y sus recursos con fines estratégicos y de dominación.

Cuando nuestro amigo Fuenmayor señala que “las monarquías feudales europeas estaban obligadas a ello (al hecho colonizador) o a desaparecer y pasar a la condición de dominados”, no vamos en modo alguno a interpretar que cae en la justificación del colonialismo, pues de una lectura atenta de su segundo artículo se desprende su referencia a la relatividad de la moral que ha servido de sustento a actores históricos para cometer los más oprobiosos actos.

En síntesis, la moral es un término ambiguo, utilizado en las diversas épocas según la conveniencia de cada quien. En el tema que nos ocupa, el término “valor moral” sólo lo emplearíamos como antítesis de colonialismo, sea éste de ayer o de hoy. Los actos de colonización y sus nuevas formas no pueden ser medidos con vara absolutoria por ninguna sociedad en nombre de “valores morales”, pues en tal caso se trataría de antivalores.

Obviamente, la historia no es una lucha entre buenos y malos. Una acertada interpretación de la misma sólo puede partir de un análisis metodológico e imparcial de las contradicciones existentes en el momento y en las circunstancias en que ocurrieron los hechos.

En el tema que discutimos, más que interpretaciones erróneas se trata de diversidad de criterios. Lamentamos que nuestras décadas de combate para derribar los íconos del colonialismo hayan dejado impasible al amigo Luis Fuenmayor hasta el punto de afirmar que desconoce las motivaciones. Sin embargo, acogemos su mensaje: si aún se mantiene rezagada la estatua de Isabel la Católica en La Castellana, gustosamente participaríamos de su derrumbe y desde ya le invitamos a acompañarnos, a fin de que formule sus críticas in situs.

irbami@cantv.net

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *