La crisis y la unidad de los trabajadores

En los últimos meses, la crisis económica se agudiza por momentos en el Estado español, una cosa ya sabida por todos. Sin embargo, este breve escrito no pretende tanto analizar las causas y las consecuencias de la delicadísima situación en que nos encontramos, sino sobre todo tratar de clarificar las posibilidades y dificultades que este periodo abre para la organización y la unidad de la clase trabajadora.

En los últimos meses, la crisis económica se agudiza por momentos en el Estado español, una cosa ya sabida por todos. Sin embargo, este breve escrito no pretende tanto analizar las causas y las consecuencias de la delicadísima situación en que nos encontramos, sino sobre todo tratar de clarificar las posibilidades y dificultades que este periodo abre para la organización y la unidad de la clase trabajadora.

El empeño de todos los trabajadores que nos reivindicamos de una línea comunista, de los que en definitiva luchamos contra este sistema de explotación, ha de pasar necesariamente por el debate y el intercambio de posiciones entre las minorías revolucionarias. En este sentido, cualquier crítica será bienvenida.

Que viene, que viene…

La tan cacareada y pronosticada crisis del sistema capitalista en España es ya un hecho. Después de que los distintos portavoces del capital nos lo hayan ido anunciando a bombo y platillo, la espantosa situación –que algunos sabíamos de sobra que iba a llegar pronto- para la clase trabajadora se adueña de nuestra realidad a medida que pasan los días.

Aun así, nosotros hemos de dejar claro una vez más que esta crisis no se produce después de un “buen periodo” para los trabajadores; de hecho, la situación de la clase explotada no ha hecho más que empeorar día tras día desde hace muchos años. Lo que sí es verdad es que lo que nos espera ahora va a ser mucho más duro y preocupante que lo que hemos tenido que sufrir hasta ahora.

Como decíamos al principio, no es el objetivo prioritario de este escrito explicar y describir las condiciones del origen y desarrollo de esta nueva crisis del capitalismo español, pero aun así es conveniente analizar brevemente cuáles son y van a ser las manifestaciones más claras de dicha crisis con respecto a las condiciones de vida de la clase explotada.

1) Una de las cosas que más está siendo percibida por los trabajadores es una tasa de desempleo cada vez más alta, que ha situado al Estado español a la cabeza en cuanto a número de parados se refiere de toda la Unión Europea. Según el portal www.agendaempresa.com, España será el país de la OCDE con mayor tasa de desempleo en 2009: 10,7%, lo cual da una idea de hasta qué punto es grave la situación.

Este paro masivo y galopante que nos está tocando sufrir está motivado por factores estructurales del sistema capitalista, a los que ningún país capitalista se puede sustraer, pero lo verdaderamente dramático es que en España la pérdida creciente del ya debilitado tejido industrial y las consecuencias del pinchazo de la burbuja inmobiliaria están dibujando un panorama desolador para el proletariado. Cada día se destruye empleo, y no pasa un mes sin que decenas de empresas tengan que reducir su plantilla drásticamente o incluso presentar la suspensión de pagos (lo hemos visto hace muy poco con Martinsa-Fadesa y Spanair).

Esto va a obligarnos a desarrollar una estrategia (pareja a la de los trabajadores, que es fundamental) de propaganda y agitación en el medio proletario de los parados, ya que, junto con el colectivo de pensionistas, jubilados y amas de casa, es uno de los más numerosos del proletariado no asalariado, además de ser uno de los más vulnerables ante el nuevo escenario en el que estamos.

2) Inflación imparable: según el rotativo argentino La Nación, la inflación armonizada interanual continuó en junio de 2008 con su imparable ascenso en España, situándose hasta el 5,1%, la tasa más alta desde enero de 1997.

Esta inflación, motivada en gran medida por la brutal especulación empresarial, el aumento de los márgenes capitalistas y el encarecimiento mundial de los carburantes (llevando detrás a los cereales producidos por biocombustibles), está provocando una creciente desesperación entre los trabajadores, ante el empobrecimiento cada vez más constante, la imposibilidad de asumir pagos básicos (hipoteca o alquiler de vivienda, alimentos, coche, etc.) y las consecuencias que indirectamente tiene para la economía que los trabajadores cada vez tengan menos poder adquisitivo.

En cualquier caso no podemos olvidar que la escalada inflacionaria, al igual que la crisis, es un fenómeno de ámbito mundial, por lo que muchos de los factores desencadenantes de la actual inflación provienen de la crisis económica internacional. Las cuestiones energética y alimenticia son hoy dos gravísimos problemas que dan más argumentos a los que decimos que la revolución ha de ser internacional para que pueda triunfar. Hoy más que nunca el imperialismo sienta las bases para que los proletarios de todos los países podamos unirnos.

3) El aumento del ritmo de explotación en los centros de trabajo es ya otra de las realidades que podemos percibir los obreros. Y es que el capital sabe que conseguir beneficios en periodo de crisis sólo es posible aumentando aún más la explotación de la fuerza de trabajo.

A pesar de la baja productividad de la economía española en relación con la de países centrales como Francia, Alemania o Japón (hecho que sólo se puede explicar por motivos históricos y estructurales, básicamente por la inadaptación de la burguesía del Estado español al capitalismo y por la falta de inversiones en investigación, desarrollo e innovación tecnológica), los empresarios no están dispuestos a disminuir su cuota de ganancia, y para ello es imprescindible intensificar el ritmo de explotación, tanto de manera relativa (obligando al trabajador a producir cada vez más en menos tiempo) como de manera absoluta (empujando al obrero a echar cada vez más horas extras con la amenaza constante del despido).

4) La proletarización creciente de amplias capas de la pequeña burguesía y la caída en picado de pequeñas y medianas empresas: como acaba de demostrarnos el reciente paro transportista de junio, el inevitable desarrollo del capitalismo en España está repercutiendo, además de en el empeoramiento sistemático de las condiciones de vida del proletariado, en la pérdida fulminante de tejido empresarial vinculado a la pequeña y la mediana patronal.

Concretamente, las últimas protestas de pequeños agricultores, ganaderos, armadores, taxistas y transportistas han vuelto a poner encima de la mesa el conflicto que existe entre distintas capas de la burguesía por conseguir más cuotas de mercado. Pero fundamentalmente lo que vuelve a demostrar este movimiento es que la pequeña burguesía, junto con las capas medias en crisis de los capitalistas, no es ni puede ser un aliado político en la lucha revolucionaria de la clase obrera, por la sencilla razón de que el núcleo de las reivindicaciones de todos estos sectores giran siempre en torno a reclamar al Estado dinero (vía impuestos de la ya de por sí empobrecida clase trabajadora) para reflotar sus empresas.

En ningún momento han peleado contra la gran burguesía exigiéndole que sea ella la que pague con la crisis, y por supuesto –como no podía ser de otra manera- en ningún momento han dejado que sus trabajadores (en muchas ocasiones más explotados que los del gran capital) pudieran imponer sus demandas (subidas salariales, reducciones de jornada, mejores dotaciones de medios de trabajo) por encima de reivindicaciones patronales y corporativistas. Queda bastante claro entonces que el proletariado, si quiere triunfar, tendrá que desarrollar una política independiente de estos sectores en decadencia del capital, dirigida a trabajadores, parados, estudiantes proletarios, jubilados, pensionistas y otros colectivos de la clase explotada.

Igualmente, debemos analizar y prestar mucha atención al también delicado asunto de los “falsos autónomos”, es decir, de aquellos trabajadores que son antiguos obreros que ahora trabajan aparentemente por su cuenta y subcontratados por el antiguo patrón; reciben su salario del mismo capitalista, cumplen un horario y están sometidos a un jefe.

Este segmento de la sociedad, cada vez menos influyente cuantitativa y cualitativamente en términos históricos, viene siendo fomentado desde hace años por una parte de los ideólogos del sistema (por ejemplo, por dirigentes sindicales) para que los trabajadores nos convirtamos en empresarios de nosotros mismos y perdamos los pocos derechos laborales que tenemos, para que al mismo tiempo el empresario vea reducidas o eliminadas sus cargas fiscales.

Este sector, junto con el del semiproletariado (nos referimos a individuos que, al mismo tiempo que tienen algún pequeño negocio sin asalariados, deben vender su fuerza de trabajo para poder subsistir), basculará a un lado u a otro dependiendo de su situación y del momento histórico. En cualquier caso, ambos tomarán o el camino de lo que formalmente son (clase burguesa), o bien el camino de lo que en el fondo son (clase proletaria).

Por último, decir que la proletarización de todas estas capas va a agudizar aún más el problema del desempleo y la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, ya que el parón de las pequeñas y medianas empresas, así como la destrucción de una parte importante de la pequeña burguesía, va a suponer un abaratamiento mayor del coste de la fuerza de trabajo. Ya sabemos cómo va la cosa: con un ejército obrero de reserva y una desorganización proletaria importante, la patronal impondrá sus condiciones de miseria en forma de sueldos aún más bajos, ya que sabrá que siempre tendrá un remanente de fuerza de trabajo a la espera de encontrar empleo.

5) No menos importante que las anteriores, otra de las gravísimas consecuencias que esta crisis va a arrastrar va a ser la pérdida arrolladora de los poquísimos derechos que tenemos los trabajadores.

A nivel económico y laboral, ya estamos asistiendo al anuncio por parte del capital europeo de imponer las 65 horas semanales de trabajo, espantoso anuncio de lo que se nos avecina en muy poco tiempo si los trabajadores no le ponemos remedio. Asimismo, se acerca una nueva ley de huelgas que estrangule aún más la capacidad de combate de los trabajadores. Si a esto le sumamos unas condiciones de trabajo ya de por sí muy precarias, una legalidad absolutamente al servicio de la patronal y, a nivel político, unas leyes ultrarreaccionarias que permiten la ilegalización de organizaciones revolucionarias y la existencia de tribunales de excepción… tenemos un panorama represivo que no va a hacer más que aumentar.

Sin embargo, no podemos perder de vista que todo este tipo de medidas represivas dentro y fuera de los centros de trabajo responde fundamentalmente a la lógica dominante del capital (y no a qué partido esté en el Gobierno). Si en tiempos de relativa estabilidad el capital se arma hasta los dientes para prevenir y reprimir convulsiones sociales, en tiempos revueltos de crisis lo hace en un grado exponencialmente mayor, puesto que sabe que en estos momentos el proletariado puede reorganizarse más rápidamente. Todo esto nos ha de hacer reflexionar sobre la cuestión armada y su relación con la lucha de clases, y es que las luchas proletarias que vengan en el futuro deberán ir configurando, al mismo tiempo que una organización política, una organización que suponga una autodefensa y una ofensiva por parte de los trabajadores contra los ataques de los mercenarios del Estado capitalista.

La crisis y las posibilidades de organización de la clase trabajadora

Como ya dijimos al principio de este escrito, el objetivo fundamental de las minorías proletarias conscientes ha de ser buscar los cauces por los que pueda confluir la futura organización de la clase obrera. Esta organización no va a salir de ninguna de las autodenominadas vanguardias, sino de la confluencia de las luchas proletarias masivas y los elementos comunistas. La organización revolucionaria del proletariado sólo se constituirá cuando la clase en su conjunto adquiera la necesaria conciencia de su situación dentro de la sociedad, de su correlación de fuerzas, y cuando sepa y pueda dirigir el proceso para arrebatarle el poder a la clase explotadora.

¿Hasta qué punto la crisis va a repercutir en la reorganización de la clase trabajadora?

Como ya sabemos, el mayor estímulo para la lucha inmediata del trabajador es su propia situación como explotado. Pero esto no significa que todo trabajador vaya a ser consciente de su situación de explotación por el hecho de ser un proletario. Para ello es necesario que se dé una conjunción de factores que posibiliten al trabajador el convencimiento de que su condición responde a una lógica impuesta por el capital y, sobre todo, que dicha condición puede ser suprimida si la clase trabajadora toma las riendas de su propio destino.

Este fenómeno de conocimiento básico de la realidad otorga al explotado la posibilidad de luchar contra las causas que explican su situación de miseria, una vez que ha llegado a la convicción de que su papel depende de lo que decide una minoría ajena y contraria a sus intereses. La crisis y el empeoramiento progresivo de la vida cotidiana de la clase trabajadora pueden influir de manera importante en su grado de conciencia de clase. Ahora bien, ¿es esto algo así como una fórmula matemática? ¿Mientras peor vayan las cosas más organizados y unidos estaremos los trabajadores? ¿O por el contrario el grado de concienciación y organización del proletariado dependerá de que pueda y sepa articular una respuesta frente a la crisis, y no forzosamente de que cada día esté más explotado y empobrecido?

Hay un argumento recurrente en ciertos entornos políticos según el cual el empeoramiento de las condiciones de vida de los proletarios determina que éstos aumenten su capacidad de lucha. Para nosotros esto es tan falso como decir que actualmente la clase obrera no puede ser capaz de hacer la revolución (no vamos a entrar en el pseudodebate que mantienen algunos que discuten sobre si existen o no las clases sociales hoy, que nos recuerda bastante a las discusiones de esos teólogos que se ponían a soltar sandeces sobre el sexo de los ángeles).

Si fuera cierto que la miseria, la explotación, la guerra imperialista, el paro y el hambre fuesen elementos que automáticamente generan organización en el proletariado, la mayoría de la humanidad explotada hace ya tiempo que se habría liberado de sus cadenas. Pero no es así, desgraciadamente, y a diario podemos ver cómo decenas de proletarios africanos mueren en una fosa común llamada Estrecho de Gibraltar tratando de llegar a España. Sin irnos tan lejos, si el “cuanto peor, mejor” asegurase la capacidad de respuesta de los trabajadores, ¿por qué en el Estado español aún no hemos sido capaces de construir una alternativa de clase que le pare los pies a la patronal?

La correlación de fuerzas entre las clases sociales en el capitalismo es una cuestión extremadamente compleja. En primer lugar, los que defendemos la unidad de los trabajadores debemos conocer en profundidad la “psicología general” de nuestra clase, y esto no es una tarea fácil, por la sencilla razón de que hoy no tenemos una influencia decisiva en el resto de los trabajadores, ni podemos conocer con una exactitud importante el grado de conciencia que tienen muchos trabajadores.

Sin embargo, sí que podemos llegar a apreciaciones generales sobre el estado de avance o retroceso de la clase estudiando las luchas aisladas que se suceden, así como el grado de aceptación o rechazo que provocan los planes que impone la burguesía. Todo ello sin olvidar que nuestro deber fundamental es participar e intervenir en toda lucha y conflicto que surja para elevar el nivel de conciencia de los trabajadores y contribuir a la organización y la unidad.

Lo que no podemos olvidar nunca es que el proletariado del Estado español viene de sufrir la última de sus derrotas históricas (básicamente la de la “transición” y la destrucción de lo más combativo del movimiento obrero por parte de agentes de la burguesía como sindicatos), y esto lo heredamos hoy los que tratamos de retomar la lucha de nuestros antepasados revolucionarios.

Partir de esta situación de derrota no es un ejercicio histórico para disfrute de la militancia, es una necesidad que las circunstancias nos imponen para salir de este agujero. Las jóvenes generaciones proletarias que nos incorporamos al mundo del trabajo asalariado (con toda su aureola de explotación, precariedad, paro, etc.) somos en general vírgenes de luchas por la defensa de nuestros intereses. La mayoría no sabemos exactamente cómo se actúa ante las barbaridades del patrón, ni conocemos como experiencia directa que la unión de los trabajadores asegura nuestra victoria sobre la burguesía.

Tenemos que tener muy presente que la situación hay que verla con perspectiva histórica y, al mismo tiempo, con un conocimiento profundo de la realidad social. No podemos hacer el ridículo de intentar convocar una forzada huelga general en el sector del metal (como se intentó hace poco en Sevilla), sin antes tener en cuenta la conciencia de los trabajadores y la correlación de fuerzas y, sobre todo, sin antes haber comprobado en muchas empresas que hay un caldo de cultivo para la organización, la lucha y la huelga. Los trabajadores no somos objetos, somos seres activos que nos movemos cuando tenemos conciencia y nos sentimos capaces.

Tampoco podemos reprocharle al resto de la clase obrera que no luche, ya que la situación es extraordinariamente compleja y son muchos los factores que influyen en que la clase trabajadora aún no haya levantado cabeza en este país. Lo que los militantes proletarios tenemos que hacer es un trabajo de hormiguita, diario, sin caer en aventurerismos ni en la inacción del que mucho dice pero poco hace. Ir elevando progresivamente el nivel de conciencia de los trabajadores, hacer que ellos se unan sin intermediarios, que dirijan sus propias luchas y creen sus propios órganos soberanos e independientes de la patronal y sus agentes.

En este sentido, la crisis actual no va a asegurar nada de este proceso de recuperación de la conciencia de clase. Lo que sí va a posibilitar es que el proletariado pueda volver a rearmarse poco a poco, tras una dura batalla que sabemos que será larga, pero que inevitablemente hemos de desarrollar si no queremos ser aplastados aún más por el sistema capitalista.

En definitiva, ante el chaparrón que ya se empieza a visulmbrar, los trabajadores conscientes no podemos caer en fórmulas vacías y deterministas que nos hagan pensar que la clase obrera va a despertar, por arte de magia, fruto de la crisis en que nos encontramos. No, para que esto ocurra será necesario que la clase trabajadora supere, mediante la organización, la unidad y la lucha independiente, la actual desorganización, deshumanización y pérdida del poder que un día tuvieron los trabajadores organizados.

La crisis y los cambios en la composición de la clase trabajadora

Antes de lanzar la propuesta de reivindicaciones mínimas, nos gustaría aclarar algo que, aunque parezca puramente conceptual, tiene una importancia tremenda para clarificar nuestra acción política: el problema del sujeto revolucionario.

Cuando hablamos de que tenemos que contribuir a la reorganización de la clase trabajadora, nos estamos refiriendo a la reorganización de la mayoría de la sociedad, que cumple una característica básica que nos une objetivamente en una misma clase social: la de la venta directa o indirecta de nuestra fuerza de trabajo, de nuestra propia vida, para poder subsistir a merced de lo que dicte el empresario de turno.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que la composición social de una clase es muy compleja, y los cambios importantes que se han producido en el aparato productivo, científico y tecnológico del sistema han producido modificaciones en la configuración de las clases sociales.

Por ejemplo, los antecedentes de la crisis actual han producido una pérdida -importantísima cuantitativamente- en el proletariado industrial. Numerosas fábricas han cerrado, y en otras muchas se ha perdido abundante mano de obra como consecuencia de la competitividad a nivel mundial y la entrada en la UE. Todo este proletariado ha sido despedido brutalmente (mediante Expedientes de Regulación de Empleo, subcontrataciones o “bajas incentivadas”), lo que significa que una parte importante del actual proletariado ya no está en la fábrica, sino en la oficina, el andamio o el bar. De todas formas, cualitativamente el proletariado industrial sigue teniendo una importancia estratégica, ya que la verdadera producción global de plusvalía sigue dándose en la industria y, sobre todo, la concentración en fábricas de un importante tejido proletario sigue haciendo más posible la organización de los trabajadores.

En cualquier caso, y dado el número elevadísimo de proletarios que ya no trabajan directamente en la industria (sobre todo teniendo en cuenta zonas de una potente desindustrialización, como Andalucía, Asturias o Galicia), tendremos que amoldar nuestro discurso y nuestra práctica al colectivo amplísimo y sobreexplotado de trabajadores del sector servicios. Un sector en el que las dificultades para la organización son diferentes, puesto que suele estar mucho más atomizado y por tanto tiende a dividir con más eficacia a los trabajadores.

Igualmente, hay que contar en nuestra estrategia con el sector de los parados de corta o larga duración (los cuales ya suman un colectivo de 2 millones y medio de personas), que han de tener un papel activo en la lucha por reconquistar nuestro poder de clase, así como el colectivo de estudiantes proletarios, los jubilados, amas de casa o pensionistas de diferente índole (sin olvidarnos de los sectores sobreexplotados de mujeres o inmigrantes, doblemente oprimidos por cuestiones sexuales y étnicas). Todos estos colectivos y sus luchas forman parte de la clase trabajadora, a todos nos afectan en mayor o menor medida los mismos problemas y todos estamos obligados a luchar por reconducir la gravísima situación en que nos ha metido el capital.

Sin embargo, no todo asalariado va a desempeñar un papel revolucionario con la clase trabajadora. Empezando por los diferentes mercenarios del Estado y de empresas privadas (cuyo único deber va a ser el de defender los privilegios del capital a base de porra y pistola), siguiendo por los mandos de nivel bajo, intermedio y alto (que, aun siendo asalariados, normalmente van a marcar su trayectoria hacia la defensa de los intereses de la clase burguesa, cosa lógica teniendo en cuenta que su función no es otra que actuar como delegados y responsables de los explotadores) y terminando por la ristra de altos funcionarios del Estado, dirigentes sindicales, etc., que evidentemente van a defender las posiciones de su clase, la patronal. Que tampoco se nos escape que habrá proletarios que optarán por el camino del esquirolaje y la traición, con lo cual deberemos hilar muy fino con nuestro proyecto político de clase.

Propuesta de reivindicaciones mínimas con las que el proletariado puede identificarse para empezar a pasar a la ofensiva

A modo de propuesta para debatir, estas son las reivindicaciones mínimas que nosotros consideramos que son apropiadas, que se ajustan al tiempo en que estamos y al grado de conciencia del proletariado, teniendo siempre en cuenta que la lucha fundamental de la clase obrera no ha de ser reivindicativa, sino revolucionaria, pero sabiendo igualmente que sin la lucha inmediata la clase no puede alcanzar la conciencia necesaria para plantearse la toma estratégica del poder y la construcción de una sociedad verdaderamente humana.

1. Fomentar la unidad y la participación de los trabajadores, promoviendo la creación de asambleas de trabajadores independientes de la mafia sindical.

La inmensa mayoría de los trabajadores que se afilian a sindicatos sólo lo hacen porque creen que el sindicato les va a respaldar (a la hora de la verdad sabemos que esto no es así). Pues bien, en las empresas en que sea posible (porque el nivel de conciencia y unidad lo permita) trataremos de constituir organizaciones de trabajadores independientes orgánicamente de los agentes sindicales. Si nos vemos envueltos en una situación de conflictividad y la situación no propicia la creación de estructuras organizativas propias, adoptaremos la actitud de apoyar la iniciativa independiente de los trabajadores, denunciando en todo momento la labor saboteadora de los sindicatos (si lo hacemos con eficacia, los trabajadores mismos se darán cuenta de que el sindicato es un obstáculo para nuestra emancipación). Los trabajadores tenemos que ser conscientes de que el mayor aliado del patrón es el sindicato actual.

Aun así, en muchísimas ocasiones los trabajadores no tenemos más remedio que tragar formalmente con la legalidad vigente si queremos crear una organización de trabajadores permanente que tenga la capacidad para negociar y arrancarle mejoras a la empresa. Por tanto, ya que esto es así, no podemos excluir por dogmatismo ideológico la participación en estructuras como delegados sindicales o comités de empresa, siempre y cuando: a) podamos garantizar mediante acuerdos por escrito que estos delegados sólo se van a limitar a ser portavoces de la asamblea (el único órgano de poder al servicio de la clase), y en ningún momento van a decidir a sus espaldas, y b) la organización concreta de los trabajadores haya surgido por iniciativa suya y no por la labor buitresca de sindicatos que sólo van en busca de delegados para aumentar su poder mediante subvenciones.

En el caso de que los comités de empresa y los delegados hayan sido patrocinados por el sindicato, siempre transmitiremos a los trabajadores que estas estructuras solamente las crea el Estado para dividirnos, y daremos prioridad absoluta a la creación y fomento de asambleas unitarias de trabajadores que no estén controladas por los aparatos sindicales. En ningún caso nos limitaremos a ser meros “espectadores críticos”, sino que estaremos del lado de los trabajadores, presionaremos a los delegados de la manera más eficaz y denunciaremos la labor entreguista y de escisión del sindicato.

En el caso del amplio espectro que forman los pequeños sindicatos (CGT, SAT, LAB, CNT, CIG, Co.Bas, etc.), y teniendo en cuenta que dentro de éstos hay muchas diferencias que son importantes, nuestra posición será la de exigir la unidad de los trabajadores por encima de divisiones sindicales, lo que significa que a nosotros no nos vale crear más sindicatos “alternativos” para que los trabajadores nos organicemos.

Mientras los pequeños sindicatos se dedican a dividir y aislar a los trabajadores (en muchas ocasiones tratando de hacerles la competencia a CCOO y UGT mediante subvenciones del Estado), a nosotros sólo nos debe preocupar formar asambleas y plataformas de trabajadores que se vayan uniendo en una sola organización de trabajadores. Si la gran patronal defiende sus intereses en una sola organización, ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo?

2. Valorar la situación particular de la empresa y su sector para plantearles a los compañeros las exigencias que debemos hacerle a la patronal, siendo conscientes de que hay unas cuantas reivindicaciones fundamentales desde las que se pueden unir a todos los trabajadores porque todos las compartimos, valorando en cada momento la situación concreta de la empresa y la prioridad de cada colectivo de trabajadores.

Una vez que consigamos hacer realidad una estructura organizativa mínima dentro de la empresa, habremos de dar prioridad a las demandas que más urgen y que más pueden unir a los trabajadores.

Además de las reivindicaciones clásicas en materia de salarios y complementos salariales y extrasalariales, turnos, horas extras, etc., tendremos que buscar que nuestros compañeros sepan que hay una reivindicación fundamental, común para todos los trabajadores: la seguridad y la salud en el puesto de trabajo.

No podemos permitir que las empresas causen al año miles de lesionados y asesinados en los puestos de trabajo. Estos siniestros evitables y esta impunidad de la que disfrutan los empresarios se deben a que los trabajadores, al no estar organizados, aceptamos lo que sea con tal de no ser despedidos, o simplemente desconocemos qué derechos tenemos.

Esta demanda de seguridad no podrá ser “canjeada” en ningún caso por dinero. Ningún euro de más va a garantizar que nuestra vida no corra peligro en el curro. Nuestro deber será exigir todos los equipos de protección individual necesarios y todas las medidas de seguridad indispensables para que no suframos más de lo que ya nos explotan. Eso sí, exigiremos todos los pluses de peligrosidad y penosidad que sean necesarios (incluyendo exigencias de reducciones de jornada sin disminución de sueldo en los trabajos más peligrosos), reclamando al mismo tiempo las medidas de seguridad que necesitemos.

Por poner sólo un ejemplo, ningún obrero de la construcción debería jamás aceptar trabajar subido en un andamio sin arnés ni línea de vida, por mucho que la empresa le ofreciera como sueldo. Como el despido es lo que más nos aterra y una de las razones fundamentales por las que aceptamos trabajar en condiciones de peligro para nuestra integridad, esta reivindicación conseguiremos imponerla en la empresa cuando logremos unir a la plantilla.

Igualmente, otra reivindicación que se hace cada vez más urgente es la de exigir a la empresa que nos dote de buenos medios de trabajo para que no recaiga todo el esfuerzo sobre nuestras espaldas. Esto es prioritario ya que trabajar con malos y escasos medios supone mayor esfuerzo físico y psicológico para los trabajadores y, además, que si el trabajo no sale del agrado de los jefes la responsabilidad sea de los trabajadores, y no de la empresa que no se digna a dar unos medios en condiciones.

3. Crear, fomentar y unir experiencias de lucha donde los trabajadores seamos los protagonistas. Independientemente del signo ideológico de los promotores de estructuras obreras asamblearias, poco nos debe importar este aspecto si lo que está en juego es la unidad de los trabajadores, ya que esta es la única manera de vertebrar una sola organización de defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores, embrión indiscutible de nuestra futura organización política.

4. Diseñar una táctica y una estrategia bien reflexionadas para evitar caer en aventurerismos que en nada nos van a beneficiar. Antes de plantearnos instar a nuestros compañeros a iniciar una lucha determinada (si es que ellos no la han iniciado antes), hemos de valorar las posibilidades que hay y las consecuencias que pueda tener. Una huelga indefinida mal planteada, en un momento en que los trabajadores no tenemos la fuerza suficiente, puede causar un desgaste terrible que puede llevar al desánimo, y este a su vez a la desorganización temporal.

Las luchas que emprendamos deberán estar bien meditadas, con una clara línea de actuación y enmarcadas siempre en el objetivo de unir a cuantos más trabajadores mejor, para así poder ir sumando compañeros a la causa de la revolución proletaria.

En las empresas donde la conflictividad entre trabajadores y jefes/dueños no haya salido a la luz todavía, pueden realizarse también esfuerzos encaminados a fomentar la solidaridad entre los trabajadores, arma fundamental para desarrollar nuestra lucha. Para ello haremos una labor de agitación constante dentro de la empresa (sin quemar al personal dando discursos grandilocuentes y alejados de la realidad), señalando todos los elementos que nos unen y tratando de demostrar en la práctica que muchos de las cosas que nos separan son artificiales y están creadas por el patrón.

Por último, y debido al ya no tan nuevo panorama de precariedad laboral, en las empresas donde una gran parte de la mano de obra sea temporal o esté subcontratada, mantendremos como una de nuestras exigencias irrenunciables la conversión en indefinidos de los contratos temporales y, sobre todo, trataremos de provocar la unión de los trabajadores fijos con los temporales. Desde luego, es un deber de los que están con contratos indefinidos ofrecer todo el apoyo posible a los sectores más vulnerables y más machacados. En última instancia, el capital está tensando tanto la cuerda que el contrato indefinido cada vez se define más rápido y, por tanto, las condiciones de trabajo pueden favorecer más fácilmente la unión entre trabajadores.

En vista del escenario en el que ya estamos metidos, y teniendo en cuenta que el empresario tiene tanto derecho a despedirte como tú a sindicarte (pero ya sabemos que el primer derecho manda más que el segundo, igual que sabemos que cuando se enfrentan dos derechos se impone el que tiene la fuerza), el proletariado tiene que plantearse forzosamente la unión más allá de las empresas en que trabajemos, ya que hoy más que nunca lo único que va a asegurar nuestro triunfo va a ser la vertebración de estructuras de poder al servicio de la clase.

La existencia de un numeroso colectivo de trabajadores ultraprecarizados (que pueden estar en una empresa semanas, días e incluso horas) nos lleva a plantearnos que la única posibilidad de unir a todos los trabajadores pasa por crear lugares de encuentro, discusión y solidaridad entre trabajadores y parados, donde puedan organizarse todos estos trabajadores que no tienen la posibilidad de hacerlo de otra manera (ya que al permanecer muy poco tiempo en las empresas no pueden establecer vínculos sólidos con otros compañeros que estén en una situación menos precaria).

Hagamos que la lucha de los trabajadores sea central, pero no olvidemos que otros sectores del proletariado también deben luchar junto a los que sostienen este sistema social y productivo basado en la explotación.

¿Cuál será la actitud de los millones de parados ante las reducciones de las prestaciones por desempleo que ya se avecinan? ¿Qué respuesta darán los y las pensionistas cuando vean por enésima vez que su miserable pensión no les da ni para empezar el mes? ¿Cómo se enfrentarán los trabajadores inmigrantes al racismo del Estado y la patronal, a la directiva europea y a las amenazas de expulsiones? ¿Cómo conseguirán las mujeres proletarias hacer frente a su doble opresión, la explotación capitalista y el patriarcado, que las convierte en sujetos aún más explotados que el de los proletarios del sexo masculino? Todas estas cuestiones nos las tendremos que plantear si queremos incluir a cuantos más sectores de explotados mejor al combate central de la clase trabajadora.

Conclusiones:

Nos acercamos a uno de los momentos más críticos de la historia del capitalismo mundial. La gran crisis internacional está produciendo estragos a lo largo y ancho del mundo. A los problemas endémicos del capitalismo (explotación, desempleo, hambre, deterioro de las relaciones humanas), hay que sumarle el gravísimo problema energético y ecológico y su relación con la cuestión alimenticia. Todo esto sin contar la nueva guerra imperialista mundial que se va acercando, como prueban los cada vez más evidentes enfrentamientos entre las potencias capitalistas por apoderarse de territorios, recursos y mercados, configurándose lentamente una bipolaridad entre EEUU, algunas potencias de la UE y Japón por un lado, y China, Rusia e Irán por otro, cuyos enfrentamientos sólo podrán resolverse mediante el estrangulamiento económico y la guerra.

En el Estado español, estamos profundamente convencidos de que esta crisis de ámbito mundial puede abrir perspectivas importantísimas para que la clase obrera vuelva a cobrar protagonismo, pero sabemos igualmente que no vamos a despertar del letargo automáticamente por efecto de la crisis. Lo que también está muy claro es que, en definitiva, con la agudización de la crisis y el empeoramiento aún mayor de nuestras condiciones de vida, los militantes conscientes del proletariado podremos transmitir con mayor eficacia y sentido nuestro mensaje al resto de la clase, y la clase misma, si adquiere una mínima conciencia unitaria de sí misma, podrá empezar a bosquejar una más que necesaria respuesta a esta hecatombe social que el capital va a provocar en muy poco tiempo.

Texto escrito por dos trabajadores que defienden la causa revolucionaria de la clase obrera

Sevilla, agosto del 2008

Correo de contacto: pinus_canariensis@yahoo.fr

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