El IHAULA y las invasiones bárbaras (parte I)

PRIMERA PARTE:

Margarita tenía cinco años cuando fue arrollada en la vía que conduce a Santa Bárbara del Zulia. Simoncito nació en Barinas con una grave malformación cardíaca, si no se opera morirá. Pedro de 22 años consultó a un neurólogo por dolores de cabeza persistentes, el médico sospecha que tiene un tumor cerebral. Leticia, de veinte años de edad, vive en El Vigía y estando en el octavo mes de embarazo presentó convulsiones y pérdida del conocimiento. Génesis, de quince años, habitante de Pueblo Llano, tomó una dosis letal de un herbicida luego de una discusión con su novio.

PRIMERA PARTE:

Margarita tenía cinco años cuando fue arrollada en la vía que conduce a Santa Bárbara del Zulia. Simoncito nació en Barinas con una grave malformación cardíaca, si no se opera morirá. Pedro de 22 años consultó a un neurólogo por dolores de cabeza persistentes, el médico sospecha que tiene un tumor cerebral. Leticia, de veinte años de edad, vive en El Vigía y estando en el octavo mes de embarazo presentó convulsiones y pérdida del conocimiento. Génesis, de quince años, habitante de Pueblo Llano, tomó una dosis letal de un herbicida luego de una discusión con su novio.

Casos como éstos deben ser atendidos por un equipo de especialistas en un hospital bien equipado y organizado, de lo contrario esas personas morirán en poco tiempo. En la región andina sólo existe un hospital público con capacidad para hacerlo: se trata del Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (IAHULA).

El IAHULA fue ideado y organizado por destacados médicos venezolanos en las décadas del sesenta y el setenta con la finalidad de reunir a casi todas las especialidades médicas y sus equipos de alta tecnología. Con ello se pretendía prestar atención médica de avanzada a toda la población que habitaba en los Estados Andinos y en varios municipios de los Estados Apure, Barinas y Zulia. Este gran hospital también sería sede fundamental para la investigación clínica y la enseñanza universitaria de pregrado y postgrado en Ciencias de la Salud. El IAHULA formaba parte de una selecta red de hospitales universitarios que se ubicaron estratégicamente en el territorio venezolano; eran el pináculo de la medicina occidental venezolana y recibieron la denominación de Hospitales Universitarios de Especialidades de ámbito regional. Los merideños tuvimos la suerte y la responsabilidad de recibir una de aquellas joyas del sistema de salud venezolano.

No hay en nuestra región clínicas privadas ni instituciones públicas de salud que reúnan la cuantía y la calidad de recursos que se encuentran en el IAHULA. La atención médica nunca es gratuita, la prestación de servicios médicos en un hospital de especialidades requiere inversiones millonarias; de allí que sea tan costosa para el Estado o para un ciudadano cualquiera si se decide acudir a un centro privado que posea una capacidad asistencial cercana a la del IAHULA. ¿Cuántos hogares venezolanos pueden pagar los inmensos gastos que se generan en una clínica privada al tratar de curar enfermedades o traumatismos graves para los que se necesitan varios tipos de especialistas y gran cantidad de estudios diagnósticos, intervenciones quirúrgicas y diversidad de medicamentos? Hoy día, más de tres millones de personas que habitan en la región suroccidental del país sólo cuentan con el IAHULA para recibir atención especializada de alto nivel.

Pero, ¿qué queda de aquella joya que nos legaron nuestros compatriotas? ¿Es todavía el hospital pulcro, ordenado, humano y organizado para restituir con prontitud la salud del enfermo?

En este artículo interpreto la actual situación del IAHULA como el resultado de un fenómeno al que denomino “sustitución de prácticas y usos”. Con este término me refiero al conjunto de intereses y actividades que poco a poco han invadido el espacio físico y la organización del hospital deteriorando sus dos funciones sociales fundamentales, a saber: 1) Promover, preservar y restituir la salud y, 2) Servir de escuela y laboratorio para el aprendizaje y la investigación clínica en ciencias de la salud.

Parto de la idea de que el desarrollo de un país, independientemente de si ocurre en un modelo capitalista, socialista o mixto, puede calibrarse por el grado de organización social. Para que una sociedad sea organizada es preciso que determine ámbitos específicos para el desarrollo de sus actividades.

Si se instala un club nocturno en un convento, una fábrica de armas en el interior de una escuela y una escuela de señoritas en un internado judicial, los resultados serán desastrosos. Por eso las sociedades procuran que no ocurran estas incompatibilidades de usos en sus diversos espacios sociales.

Como dije antes, El IAHULA es un espacio social para la salud y para el desarrollo de las ciencias de la salud, por esa misma razón es un apetecible coto de caza para comerciantes y dirigentes de distinta índole. La gran cantidad de personas que diariamente visitan el Hospital, la enorme inversión que supone una institución de esta magnitud y su cuantiosa nómina de trabajadores, son elementos muy atrayentes para quien desea obtener ganancias o incluir adeptos para su parcela de poder político, sindical o gremial. La penetración de estos intereses económicos y políticos en el IAHULA es relativamente fácil porque los espacios públicos en Venezuela no se conciben como propiedades colectivas cuyo cuidado nos compromete a todos; sino que al contrario, son vistos como áreas baldías que pueden utilizarse en provecho particular aun a costa de su destrucción.

Comenzaré en esta primera parte del artículo describiendo el proceso de invasión de los ambientes externos del hospital sustituyendo su uso con prácticas comerciales y públicas que no se relacionan con la salud y que incluso son incompatibles con ella.

La sustitución de usos de los ambientes externos del IAHULA:

Como ustedes saben, el hospital policlínico de Mérida está ubicado en la Av. 16 de Septiembre. Esta avenida no está exenta del caos habitual de nuestro tráfico urbano, en este caso por la proliferación de comercios sin espacios para estacionamiento. La situación se agravó ahora por los espectaculares errores de diseño vial que suele dejar a su paso la construcción del Trolebús, errores tan evidentes que cualquier conductor o peatón puede detectarlos sin ser un experto en la materia.

A causa del congestionamiento del tráfico en la Av. 16 de Septiembre, la vialidad interna del IAHULA se convirtió en una vía paralela por la que a diario circulan cientos de autobuses de transporte público, camiones de carga y vehículos particulares que intentan obviar las gigantescas colas de la avenida. Esta vialidad interna fue construida para que las ambulancias y cualquier vehículo que transportara un enfermo grave o una mujer en trabajo de parto pudiesen acceder rápidamente a las salas de emergencia. Este uso ya se perdió por la sustitución de usos, ahora los enfermos graves o las parturientas tienen que esperar “que la cola se mueva”, que la “buseta” deje los pasajeros, que el pesado camión maniobre o que los conductores decidan dar por terminada su amena charla con un peatón.

Para agravar la situación, decenas de taxistas han invadido las vías de circulación interna, obstruyendo los canales de circulación y cometiendo toda clase de abusos. Los contratos o convenios con estas líneas de taxis establecen un número preciso de autos que pueden permanecer en el interior del Hospital, pero dichos contratos son irrespetados flagrantemente por los taxistas y cuando la directiva del hospital les llama a capítulo responden con natural arrogancia toda clase de amenazas, incluso con “trancar el Hospital”, una amenaza propia de sociópatas.

Atraídos por la gran afluencia de usuarios del Hospital, decenas de buhoneros se establecieron en la vía principal de acceso; allí se encuentran toda clase de tarantines como en la antigua Babilonia: ventas de “baba de caracol”, restaurantes y puestos de comida sin permiso sanitario, ventas de ropa interior, monitos de peluche, discos compactos, accesorios de celulares, ropa interior, puestos de adivinadores y prestidigitadores y quién sabe cuántas cosas más. Este floreciente comercio informal convirtió a la ruta de acceso al hospital en una especie de mercado público con estacionamiento para descargar mercancías o dejar el automóvil mientras se hacen las compras. Pero esta calle fue originalmente diseñada como acceso al hospital y no tiene amplitud suficiente para estacionamiento, así que cualquier vehículo aparcado allí inevitablemente obstruye, parcial o totalmente, el canal de acceso o de salida. El resultado de esta incompatibilidad de usos es evidente en el horario matutino: la “calle Babilonia” se convierte en una prueba de obstáculos y de paciencia para los conductores, en plaza de toros o mercado popular para los peatones y en peaje obligatorio para las ambulancias que no logran abrirse paso por aquel tumulto.

El próspero y muy variado comercio informal de la “calle Babilonia” ya se ha extendido hacia las áreas verdes que rodean al IAHULA. Alrededor de estos tarantines se observa la lamentable destrucción de los jardines y el cúmulo de basura arrojada por vendedores y compradores sin cultura cívica. Las áreas verdes en un hospital también son importantes, amortiguan el ruido externo, mejoran la calidad del aire y hacen de la institución un lugar más agradable para usuarios y trabajadores. Los jardines del Hospital son ahora mercado de buhoneros cuya penetración no se detiene: ya pueden verse circulando en los pasillos y salas de hospitalización…

No escapa el Hospital a los actos vandálicos de los tres o cuatro facinerosos que amparados en la condición de estudiantes universitarios provocan disturbios en Mérida cuando quieren adelantar las vacaciones o cuando alguien atenta contra su parasitismo universitario. Estos vándalos con patente de corso para destruir la ciudad, utilizan las vías de acceso de los dos hospitales más importantes de la ciudad para cometer sus fechorías, provocando el colapso funcional del Hospital Sor Juana Inés y del IAHULA. Incluso han llegado al extremo de penetrar al Hospital Universitario para ocasionar daños a vehículos o impedir que reciban atención médica los agentes policiales heridos en las manifestaciones.

Después de media hora superando obstáculos y dificultades para entrar al hospital, los usuarios y empleados encuentran un nuevo problema: estacionarse. El estacionamiento ya es insuficiente para albergar los automóviles del personal, de los pacientes, de los estudiantes, de los visitadores médicos y de los proveedores del Hospital. Para mayor mal, el estacionamiento también es empleado por personas que se dirigen a hacer diligencias en los comercios de la avenida 16 de Septiembre o en el barrio Santa Elena. Los usuarios y empleados del Hospital tienen que estacionar sus vehículos sobre las áreas verdes, sobre islas, en doble hilera, en áreas de acceso, entorpeciendo aún más la circulación interna del Hospital.

Otro espectáculo lamentable en el ámbito externo del hospital es la basura: es aglomerada en contenedores que usualmente son asaltados por recogelatas y animales. El camión del aseo no pasa diariamente, acumulándose montañas de basura que sobrepasan la capacidad de los contenedores. La situación se agravó cuando el incinerador del hospital se dañó, allí comenzaron a desecharse desechos orgánicos (imagine cuáles serán tratándose de un hospital) para deleite de los cuadrúpedos y zamuros que frecuentan el lugar.

Los problemas de uso en las áreas externas del IAHULA también se relacionan con las construcciones aprobadas por los organismos oficiales. Nuestro policlínico, como todo hospital, necesita expandirse y crecer. La mayoría de los hospitales del mundo crecen construyendo edificaciones en los amplios terrenos que suelen rodearlos. En nuestro caso se pueden observar las estructuras de dos grandes edificaciones en estado de abandono: el Instituto de Cardiología y el Instituto de Reumatología; estas construcciones se iniciaron hace ya bastantes años sin que los gobiernos nacionales y regionales, pasados y presentes, mostrasen interés alguno por terminarlos.

No habiendo acabado la construcción de estos dos edificios se emprendió otra, frente al área de emergencia: es una estructura metálica de dos plantas que pronto fue abandonada también y ya el deterioro es visible por hallarse a la intemperie. La mayor parte del personal del hospital no supo cuál sería el uso de esa construcción, lo supimos cuando ya estaba muy avanzada. Se trata de un centro de recuperación nutricional que no es parte de las dependencias hospitalarias. Es posible que los índices de malnutrición en nuestra población justifiquen esta edificación, pero bien pudo ser construida en otros terrenos de la ciudad y no restarle espacios vitales al hospital universitario, espacios que requiere para un centro de traumatología, para un edificio de triage, para otro de docencia y para otras tantas salas que permitan albergar servicios médicos que apenas caben en los espacios que ahora tienen asignados (hematología, salón de diálisis, unidad de cuidados intensivos, quirófanos, etc.) En suma, un terreno hospitalario ocupado por una edificación cuyo uso no obedece a estudios de la demanda asistencial y a los principios que rigieron la creación de esta institución.

Conclusión.

La caótica situación de las áreas externas del hospital es el producto de la sustitución de los usos que tenían como parte de una institución asistencial y docente. Ciertamente, las autoridades deben poner orden en este caos, especialmente la Alcaldía del Municipio Libertador. Lamentablemente, el alcalde saliente no mostró mucho interés en el hospital más importante de su ciudad, para él fueron asuntos más relevantes los reinados de belleza, las ferias del alcohol (principal factor de riesgo de muerte e incapacidad en Latinoamérica según el Informe Mundial de la Organización Mundial de la Salud) y los adefesios con los que pretendió adornar las avenidas. Pero si el Alcalde saliente tiene su parte en este abandono, también la tiene cada ciudadano que estaciona su auto obstruyendo el paso de las ambulancias, o el taxista y el buhonero que poniendo como excusa su derecho al trabajo invade ilícitamente espacios sociales destinados a la salud, o el pseudo estudiante universitario que impone por la fuerza su derecho a la protesta violando derechos fundamentales de toda la colectividad, o el funcionario que decide o permite la construcción de edificaciones que no obedecen al lineamiento estratégico del policlínico.

No exonero de responsabilidad a los trabajadores de la salud, entre quienes me incluyo. Desde hace tiempo debimos alertar a la comunidad sobre esta situación y no lo hicimos, la pandemia de indiferencia también nos afectó y dejamos que el entorno de nuestra casa de salud se degradara hasta este punto; pero nuestra cuota de responsabilidad es aún mayor por lo que ocurrió puertas adentro. En la próxima parte intentaré relatarlo.

Akbar Fuenmayor
Médico Pediatra.
Especialista II del IAHULA

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