El legado de Trotsky sigue vivo

“Eliminado Trotsky, la amenaza desaparece”, dijo Stalin al ordenar a un equipo de la GPU la ejecución del dirigente bolchevique, según las memorias de uno de los agentes, Pavel Sudoplatov. Pero el estalinismo se derrumbó, mientras que hoy el legado político y teórico de Trotsky sigue vigente.

León Trotsky

Por: Simón Rodríguez Porras*

“Eliminado Trotsky, la amenaza desaparece”, dijo Stalin al ordenar a un equipo de la GPU la ejecución del dirigente bolchevique, según las memorias de uno de los agentes, Pavel Sudoplatov. Pero el estalinismo se derrumbó, mientras que hoy el legado político y teórico de Trotsky sigue vigente.

Al cabo de una larga persecución, el asesinato de varios de sus familiares y colaboradores, y en el marco de una campaña terrorista que liquidó físicamente en pocos años a la dirigencia histórica de la Revolución de Octubre y a miles de cuadros del Partido Comunista, finalmente Trotsky cayó asesinado el 21 de agosto de 1940, en Ciudad de México, a manos de un agente estalinista. Según relata el propio Sudoplatov, la principal preocupación de los verdugos era silenciar el debate entre el internacionalismo marxista de Trotsky, y “el socialismo en un solo país”, tesis reformista de Stalin. Pese al terrible golpe que su muerte supuso para el reagrupamiento del marxismo revolucionario y la construcción de la IV Internacional, Trotsky legó a los trabajadores del mundo la más avanzada concepción estratégica de la lucha por la abolición de la explotación capitalista y su emancipación definitiva, la Revolución Permanente.

La Revolución Permanente y la liberación de los trabajadores

La Revolución Permanente es la concepción de la emancipación de los trabajadores como un proceso ininterrumpido de lucha y movilización, del terreno de las reivindicaciones económicas a la lucha por conquistas democráticas, de las huelgas a la insurrección; del programa de reivindicaciones democráticas a la lucha por el poder y el derrocamiento del Estado burgués, de la conquista del poder a la ejecución de medidas que apuntan al socialismo; de la revolución en el ámbito nacional a la revolución socialista internacional. Cada paso en esta dinámica de la lucha de clases, supone nuevas tareas que sólo pueden resolverse por medio de la movilización revolucionaria de la clase trabajadora, acaudillando a otros sectores oprimidos que coincidan tácticamente con los objetivos que se tracen los trabajadores; si se estanca el proceso, las conquistas obtenidas serán revertidas. Este proceso tiene como finalidad la emancipación de la humanidad en su conjunto de las cadenas materiales y culturales del capitalismo, así como la liquidación de la opresión de clase que ejercen los Estados. Se trata de una de las piedras angulares del marxismo revolucionario.

La genealogía de la Revolución Permanente nos lleva al propio Marx, quien plantea en el Manifiesto del Partido Comunista que la revolución alemana en ciernes, que se daría en 1848 bajo banderas democráticas y dentro del marco burgués, tendría que dar paso a una revolución obrera. En la Circular del Comité Central a la Liga Comunista de 1850, Marx acuña el término y lo desarrolla embrionariamente. Marx explica que aún cuando algún sector de la burguesía pueda apoyarse transitoriamente en el proletariado, apenas tome el poder lo utilizará en contra de los trabajadores; asimismo aclara que la “pequeña burguesía democrática está muy lejos de desear la transformación de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más confortable y provechosa… tratarán de convertir al proletariado en una organización de partido en la cual predominen las frases generales social-demócratas, tras del cual sus intereses particulares estén escondidos y en el que las particulares demandas proletarias no deban, en interés de la concordia y de la paz, pasar a un primer plano…”. Por ello, la necesidad objetiva del partido independiente de la clase trabajadora. Marx agrega que los espacios conquistados en el marco de la lucha democrática deben convertirse en órganos de doble poder. “Fuera del Gobierno oficial constituirán un Gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales… Su grito de guerra debe ser: La Revolución permanente”.

Trotsky aborda en 1905 nuevamente la cuestión, añadiendo la perspectiva de un país periférico y semifeudal, Rusia, planteando que, dada la debilidad relativa de la burguesía, esta se alinearía con los nobles, terratenientes, y la burocracia, para proteger sus privilegios, por lo que una revolución bajo banderas democráticas (emancipación nacional, repartición de la tierra a los campesinos pobres, trabajo para todos, etc.) sólo podía ser realizada por el gobierno encabezado por la clase obrera, en alianza con el campesinado pobre y otros sectores explotados. Dicho gobierno, al perseguir su programa democrático, se vería en la necesidad de afectar las relaciones de producción capitalistas y emprender transformaciones socialistas. Trotsky sólo difería de Lenin en esa época en cuanto este defendía la consigna de “dictadura democrática de obreros y campesinos”, sin definir a cuál sujeto correspondería el rol dirigente en dicha alianza. En cambio, los mencheviques planteaban la inevitabilidad de un largo período de desarrollo capitalista en Rusia, quizás de siglos, como prerrequisito para considerar la posibilidad de una revolución socialista.

La Revolución Permanente versus “el socialismo en un sólo país”

En 1929, Trotsky sintetiza las lecciones de más de un cuarto de siglo de experiencia y debate teórico en La Revolución Permanente, obra surgida en medio de una feroz polémica con el estalinismo, que a contracorriente del marxismo postulaba desde 1924 la tesis del “socialismo en un solo país”, abandonando el internacionalismo. Se trataba de una doctrina que daba expresión al conservadurismo de la casta burocrática soviética, y que desembocaría más tarde en la disolución de la III Internacional y la defensa de la coexistencia pacífica con el imperialismo. La interdependencia global de las economías nacionales y la existencia del imperialismo implica que la lucha de clases también es internacional; la imposibilidad de construir una sociedad socialista en un solo país exige asumir una perspectiva mundial de la revolución. La revolución será internacionalista o sucumbirá a fuerzas externas e internas, como lo ha ratificado la historia.

El reformismo estalinista sacó del basurero teórico las tesis mencheviques, para plantear un esquema “revolución por etapas”, en el que las etapas son compartimentos estancos separados entre sí por varias décadas. La etapa de “liberación nacional” exigía la subordinación a la burguesía nacionalista durante un período de desarrollo capitalista. En su pobreza teórica y su abandono total del marxismo, los estalinistas obviaban la más elemental dialéctica, que dicta que la acción política transforma también al sujeto social que la ejerce. Positivamente, en la dinámica revolucionaria, la lucha de los trabajadores prepara al propio movimiento obrero para conquistas cada vez mayores, hasta conseguir la abolición de las clases sociales en todos los países. Las instituciones de la democracia obrera existen embrionariamente en los organismos de lucha de los trabajadores. Inversamente, el programa reformista expresa los intereses de la burocracia privilegiada y tiende acentuar la distancia que le separa del movimiento obrero.

El estalinismo fabricó el concepto de las “contradicciones no antagónicas”, para referirse a las contradicciones sociales dentro de la propia URSS, así como a los conflictos entre trabajadores y “burgueses nacionalistas”. No es sorprendente que en ningún país se haya hecho realidad el esquema de revolución por etapas, y que en todos los casos esta estrategia traidora haya supuesto importantes derrotas para el movimiento obrero.

La necesidad de construir partidos revolucionarios

De la teoría y el método de la Revolución Permanente se deriva la necesidad de construir partidos revolucionarios con independencia de clase, así como una internacional obrera, tarea que emprende Trotsky luego de la traición definitiva de la Internacional controlada por Stalin. Asimismo, el Programa de Transición, elaborado por Trotsky para la IV Internacional, enlaza las reivindicaciones democráticas con la cuestión del poder y la revolución socialista. La necesidad de la revolución política en la URSS, como única manera de evitar la restauración del capitalismo por parte de la propia burocracia, también se deriva del carácter permanente de la revolución socialista. El fracaso del “socialismo en un solo país” y la restauración del capitalismo en todos los países de la órbita estalinista, así como la transformación de los partidos estalinistas en aparatos socialdemócratas, ha demostrado sobradamente que la historia saldó el debate a favor de Trotsky.

En el siglo que comienza, la crisis económica mundial, las guerras de invasión perpetradas por el imperialismo, los desastres ambientales producidos por la rapiña capitalista, las hambrunas en los países pobres y la destrucción de las conquistas económicas y sociales de los trabajadores en Europa; todos estos síntomas de la decadencia capitalista demuestran la vigencia de la lucha revolucionaria por la abolición de la sociedad de clases. Han resurgido en Latinoamérica de nuevas variantes de los viejos socialismos utópicos de conciliación de clases, reformismos pequeñoburgueses y nacionalismos como el llamado “socialismo del Siglo XXI” en Venezuela y Ecuador, o el “capitalismo andino” en Bolivia, con los que sectores de la burguesía pretenden administrar las crisis y cerrar los procesos revolucionarios para evitar que pongan en jaque las relaciones económicas capitalistas. Para que los explotados desechen las ilusiones en estos proyectos y avancen en su independencia política, conciencia de sí y para sí, se hace indispensable la construcción de partidos revolucionarios que se pongan en la primera fila de las luchas con un programa de transición adaptado a las reivindicaciones más sentidas por la población.

El creciente autoritarismo de los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, sus enfrentamientos con los sectores obreros y populares que se movilizan, y la cada vez mayor normalidad de sus relaciones con las multinacionales y el imperialismo, demuestran su incapacidad para conducir nuestros países hacia la plena independencia política y económica. Son gobiernos incapaces de reconocer los derechos nacionales y territoriales de los pueblos indígenas, cuyos territorios son entregados a la rapiña extractiva capitalista; son incapaces de plantar cara al imperialismo y evitar el desangramiento de los recursos naturales para inflar las arcas de las multinacionales, como ocurre bajo el esquema de empresas mixtas en la industria petrolera venezolana; no respetan la autonomía sindical y los derechos de los trabajadores, tampoco pueden garantizar el acceso universal, gratuito y público a la educación y a la salud. Estas tareas sólo las puede llevar a cabo un gobierno revolucionario de los trabajadores y todo el pueblo explotado que liquide la explotación y coloque las palancas fundamentales de la economía bajo el control democrático de las organizaciones obreras, populares, y comunitarias, en la perspectiva de la construcción de la Unión de Repúblicas Socialistas de Latinoamérica.

* Militante de la Unidad Socialista de Izquierda y candidato a diputado en el circuito 3 del estado Mérida.

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