Oyendo a Silvio en Los Palos Grandes

Así como el chavismo tiene su “esquina caliente” en el centro de Caracas, lugar donde se reúnen los más recalcitrantes seguidores del comandante-presidente, la oposición la tiene en Los Palos Grandes, urbanización de clase media en el municipio Chacao que antiguamente fue una hacienda cafetalera y se llama así por la profusión de grandes árboles que crecen en medio de las calles. Es el hogar de la mayoría de los “escuálidos” como llamaba el fallecido presidente Chávez a sus opositores.

Así como el chavismo tiene su “esquina caliente” en el centro de Caracas, lugar donde se reúnen los más recalcitrantes seguidores del comandante-presidente, la oposición la tiene en Los Palos Grandes, urbanización de clase media en el municipio Chacao que antiguamente fue una hacienda cafetalera y se llama así por la profusión de grandes árboles que crecen en medio de las calles. Es el hogar de la mayoría de los “escuálidos” como llamaba el fallecido presidente Chávez a sus opositores.

La esquina “escuálida” luce agitada estos días. En la confluencia de la avenida Andrés Bello con la primera transversal, en un local alquilado en el muy capitalista Centro Plaza, se encuentra el Ministerio de las Comunas, corazón del proyecto socialista de Chávez. Este organismo es el encargado de velar por el cumplimiento de la Ley de las Comunas que establece un sistema de organización popular para alcanzar el Estado Comunal, que muchos consideran una forma disfrazada de comunismo.

La esquina luce abollada desde hace algún tiempo. La famosa pastelería St. Honoré, lugar de encuentro de intelectuales y líderes políticos antichavistas, está cerrada desde hace meses y forrada de láminas de zinc por una supuesta remodelación (aunque se rumora que el cierre es definitivo por un problema de permisos con la alcaldía). Para colmo, el kiosco del señor Pedro en la esquina de enfrente, epicentro de la chismografia política de la zona, quedó destrozado por un vehículo que “se comió la luz roja” (irrespetó el semáforo).

En consecuencia, la tertulia política ha sido desplazada a los otros dos vértices del triángulo: el Café Arábica y Lonchy’s en el Centro Plaza, locales donde no es raro encontrar a intelectuales y escritores de oposición como Manuel Felipe Sierra, Michelle Ascensio, Eduardo Liendo o Héctor Torres compartiendo un aromático café.

En estos días desde mi ventana, ubicada a pocos metros del Centro Plaza y de la entrada al Ministerio, he sido testigo de la singular batalla entre los vecinos de Los Palos Grandes y los funcionarios ministeriales.

Sin esperar que comenzara oficialmente la campaña electoral los burócratas, ataviados con chaquetas rojas e identificaciones colgando del cuello, instalan todos los días en horario de oficina unos toldos rojos, soportados por parales y potentes equipos de sonido, y se dedican a emitir música proselitista durante ocho horas seguidas a los vecinos. Aunque la zona es altamente comercial, las enormes cornetas apuntan directamente a los edificios de la zona de tal manera que el bombardeo afecta directamente a los residentes.

El menú es apenas variado en apariencia e incluye Alma llanera, interpretada por la Orquesta Nacional Juvenil e Infantil Simón Bolívar (un icono del gobierno aunque ya cuenta con 38 años), pero abarca principalmente un repertorio de canciones revolucionarias que van desde las tradicionales de la Nueva Trova Cubana y el cantor venezolano Alí Primera, hasta “El Libertador” del grupo español Ska-P, y el infaltable “Chávez corazón del pueblo”, cantado por Hany Kauam y los Cadillacs, que fueron los temas de la campaña decembrina cuando Chávez ganó sus últimas elecciones.

“Esta vez le bajaron el volumen”, afirma un vecino del edificio Capri, justo enfrente del tarantín, quien saca a pasear todos los días a su Golden Retriever. “Yo los veo desganados, desanimados, debe ser por la muerte de su líder”, agrega. Me acerco a uno de los dos tarantines (en diciembre pasado había uno del gobierno y otro de la oposición, ahora los dos son rojos) y una señora mayor, una vecina, increpa a los funcionarios que tranquilamente sentados en sillas de plástico, no le hacen caso. De todas formas sus palabras de reclamo no se escuchan por el volumen de la música. La señora se aleja murmurando que nadie protege a los ciudadanos de los abusadores.

“Estos deberían estar trabajando, para eso les pagamos”, comenta un taxista de la línea Centro Plaza. Refiere que a veces son hasta veinte los funcionarios que se apostan en ambas aceras –“sin mucha convicción”– a repartir volantes, vocear consignas como “¡Chávez vive, la lucha sigue!”, coreada por algún que otro motorizado que pasa raudo, sin detenerse. Casi todos llevan un brazalete tricolor que se puso de moda desde el velorio de Chávez y que sirve para evidenciar el apego al fallecido líder. “Alguien se metió unos reales con eso”, comenta el descreído taxista refiriéndose a la industria que se ha creado alrededor de la figura del mandatario: desde las infaltables gorras y camisetas hasta las efigies, afiches y fotos, supuestamente autografiadas, como si de un cantante de rock se tratara.

Veo difícil que esas personas se convenzan de votar por Nicolás Maduro tan sólo escuchando canciones revolucionarias, y me pregunto qué empeño tienen los funcionarios en someter a los más duros oposicionistas de la ciudad a semejante bombardeo propagandístico.

Ahora cada día –resignado– desayuno escuchando a Silvio Rodríguez y disponiéndome al déjà vu. Hacía años que no oía al representante de la Nueva Trova Cubana, de tal manera que el set de canciones fue como un viaje al pasado. Recuerdo que la primera vez que lo oí fue en Radio Capital que a comienzos de los años 70 era la emisora juvenil favorita porque transmitía puro rock. Mi programa favorito era Medium, que comenzaba a las doce de la noche y animaba Alfredo Escalante. Como buen adolescente lo escuchaba a escondidas pues se suponía que a esas horas debía estar durmiendo.

Mas, súbitamente, el locutor dejó de poner a Pink Floyd, Led Zeppelin o Black Sabbath para colocar una noche tras otra, un misterioso disco del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, llamado, creo, Playa Girón, en homenaje a los no sé cuántos aniversarios de la revolución. Allí escuché por primera vez a un jovencísimo Silvio Rodríguez cantando “La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae, el porvenir…”

De una extraña manera pienso que esa letra que vuelve a entrar por mi ventana, tiene vigencia, aunque tal vez la referencia no sea la misma que hace cuarenta años.

Entre sorbo y sorbo de café escucho de nuevo la inalterada voz de Silvio recitando la introducción a su tema Sueño con serpientes: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles: Bertolt Bretch”.

El presidente Chávez dijo alguna vez que no era imprescindible. Pero no parecen creerlo así quienes hoy tratan de construir una religión sobre su memoria con fines puramente personales.

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