2011: Le llegó la hora al capitalismo
En décadas recientes se ha visto una masiva redistribución de la riqueza, imponiéndose a los más pobres el costo de las sucesivas crisis. ¡Basta!
El fin del 2010 trajo consigo una renovada retórica desde Washington, entusiasmo en los medios de comunicación, y declaraciones de los círculos académicos, sobre la “recuperación” de la economía de los Estados Unidos. Ya lo hemos escuchado antes, desde que la crisis estalló en 2007. Se han equivocado todas las veces.
En décadas recientes se ha visto una masiva redistribución de la riqueza, imponiéndose a los más pobres el costo de las sucesivas crisis. ¡Basta!
El fin del 2010 trajo consigo una renovada retórica desde Washington, entusiasmo en los medios de comunicación, y declaraciones de los círculos académicos, sobre la “recuperación” de la economía de los Estados Unidos. Ya lo hemos escuchado antes, desde que la crisis estalló en 2007. Se han equivocado todas las veces.
Pero el ruido sobre la recuperación es útil para algunos. Los republicanos aseguran que el gobierno debería actuar menos ya que la recuperación está produciéndose (por supuesto, para ellos la acción gubernamental siempre es contraproducente). Igualmente, los republicanos y muchos demócratas de centro aseguran que las políticas de redistribución del ingreso ya no son necesarias porque la recuperación implica crecimiento, lo cual significa que todos obtienen un pedazo más grande de una torta económica que crece. El entusiasmo acerca de la recuperación le sirve al gobierno de Obama para asegurar que sus políticas tuvieron éxito.
Sin embargo, en todo esto hay más fantasía que realidad. Después de todo, casi el 20% de la fuerza de trabajo que cayó en el desempleo o el subempleo en 2009 permanece en esa condición al entrar en 2011. Ahí no hay recuperación alguna. Peor aún, la cuarta parte de aquellos que consiguieron trabajo desde que la crisis comenzó sólo consiguieron trabajos precarios sin beneficios. Segundo, la ejecución de hipotecas por parte de los bancos- incluyendo aquellos que obtuvieron la mayor parte de los auxilios financieros gubernamentales- sigue expulsando a millones de personas de sus hogares. Ahí tampoco hay recuperación (excepto para los bancos más grandes).
Tercero, consideren por qué la Reserva Federal decidió el mes pasado imprimir otros 600 millardos de dólares más, y por qué el Congreso y el Presidente acordaron en diciembre un plan de estímulo fiscal adicional (extendiendo los recortes de impuestos de Bush, reduciendo las retenciones para seguridad social para 2011, etc.). Tomaron estas medidas porque los auxilios financieros, relajamiento monetario, recortes a los impuestos, y el gasto estatal con fines de estímulo fiscal, han fracasado en el objetivo de poner fin a la crisis actual. Aquellos inmunes al contagio del entusiasmo advertirán que insistir en las mismas políticas que llevaron al fracaso en el pasado puede conducir al mismo destino en esta ocasión.
Lo más importante es que el ruido de la recuperación distrae de un fracaso más elemental de nuestro sistema económico: su condición fundamentalmente inestable. Sus recurrentes “caídas”- que ni las acciones estatales o del sector privado han podido prevenir- imponen enormes costos a la sociedad. Ellas lanzan a millones de trabajadores productivos y eficaces al desempleo, con los resultantes desastres personales, familiares y comunitarios. Los gobiernos meten la mano en las carteras colectivas de sus países principalmente para auxiliar a aquellos capitalistas que realizaron la mayor contribución a la crisis, y cuya riqueza los protege de sus peores efectos.
Luego, los gobiernos voltean hacia la población para imponer la austeridad (recortes en los programas sociales, seguridad social, etc.) necesaria para restablecer los presupuestos estatales destruidos por el enorme costo del rescate. Como alguien hallado culpable de asesinar a sus padres que reclama indulgencia en condición de huérfano, las corporaciones estadounidenses exigen un gobierno conservador y austeridad, sobre la base de los excesivos déficits presupuestarios. Los medios y los políticos tradicionales se toman estas exigencias muy en serio, lo cual nos recuerda quién controla a quién.
El último medio siglo nos sugiere un análisis muy diferente de la crisis y por lo tanto una respuesta distinta a la situación del 2011. Desde comienzos de la década de 1970, los aumentos salariales a los trabajadores cesaron, sus beneficios y seguridad social disminuyeron, y el apoyo gubernamental para el promedio de la población sufrió el ataque del conservadurismo. Estas crecientes cargas se justificaron diciendo que eran necesarias para promover la inversión, y por lo tanto, un mayor crecimiento económico. Un pastel económico de mayor tamaño proveería a todos de una porción más grande, incluyendo a los trabajadores.
En realidad, el crecimiento en los EEUU y Europa se desaceleró a lo largo de todos esos años (ver la gráfica realizada por el profesor de la Universidad de Roma, Pasquale Tridico). Mientras que las condiciones de los trabajadores desmejoraron, las ganancias capitalistas se dispararon y los mercados florecieron. Los ingresos y la riqueza se redistribuyeron de los pobres y la clase media hacia los ricos. Pero los resultados prometidos nunca se materializaron: no hubo mayor inversión ni un mayor crecimiento económico. Como nuestra la gráfica, el crecimiento más bien se desaceleró y luego todo el sistema hizo implosión en una crisis catastrófica.
Los ruidos actuales acerca de la recuperación acompañan medidas gubernamentales que repetirán en 2011 más de los mismos auxilios financieros, relajamiento monetario, y estímulos fiscales que han demostrado ser insuficientes desde 2007. Ninguna de estas medidas se atreve a cuestionar, o siquiera abordar, cómo el capitalismo redistribuyó el ingreso y la riqueza en las décadas que antecedieron a la crisis, o de qué manera esa redistribución contribuyó a la crisis.
La recuperación planificada y exaltada, apunta a un retorno a la economía estadounidense previa al descalabro. Sin embargo, ese capitalismo era como un tren dirigido a toda velocidad hacia la pared de piedra de la crisis. Retornar al capitalismo pre-crisis implica el riesgo de retomar nuestros asientos en un tren parecido que se dirige a otra crisis parecida.
Políticos Republicanos y Demócratas por igual no se atreven a vincular esta crisis con un sistema económico que nunca ha dejado de producir esas “caídas” que de manera recurrente cuestan tantos millones de puestos de trabajo, recursos malgastados, pérdidas de producción, y vidas malogradas. Para ellos, el sistema económico está más allá de cualquier cuestionamiento. Se inclinan ante el silencioso tabú: nunca critiques el sistema del cual depende tu carrera.
Por lo tanto, esta crisis y su pesada carga continuarán hasta que los capitalistas vean oportunidades lo suficientemente atractivas para la ganancia como para continuar invirtiendo y contratando a personas en los EEUU y otros países. La libertad de los capitalistas estadounidenses para obtener inmensos subsidios gubernamentales según sus necesidades, e invertir sólo cuando, donde y del modo en que puedan maximizar sus ganancias, es insuperable, pues constituye la primera obligación del gobierno. La libertad del pueblo estadounidense para superar la necesidad y el desamparo permanece en un distante segundo plano- hasta que la acción política de las masas cambie esta situación.
En las buenas o en las malas, el capitalismo es un sistema que coloca a una pequeña minoría de personas con un conjunto de objetivos (ganancias, ingresos desproporcionadamente altos, dominio del poder político, etc.) en una posición desde la cual pueden recibir y disponer de una enorme riqueza. Estas personas incluyen a los directivos de empresas que reúnen las ganancias de los negocios en sus manos y deciden, conjuntamente con los principales accionistas de esas empresas, dónde invertir esa riqueza. No es sorprendente que la utilicen para lograr los mismos objetivos y para asegurar que el gobierno defienda sus posiciones.
Ninguna política monetaria o fiscal keynesiana aborda, ni mucho menos cambia el funcionamiento del sistema, ni quién dispone de la riqueza, ni para qué fines. Ninguna reforma o regulación aprobada o siquiera propuesta por el gobierno de Obama lo haría tampoco. Para lograr evitar la inestabilidad del capitalismo y sus enormes costos, se requiere cambiar el sistema. Ello sigue siendo el asunto fundamental para un nuevo año y una nueva generación. ¿Lograrán éstos romper la versión actual de un peligroso y viejo tabú: nunca se cuestiona al sistema existente?
Traducción: Laclase.info