7 octubre, 2024

A 73 años del asesinato de León Trotsky

Ayer se cumplieron 73 años del atentado que le costó la vida al gran revolucionario ruso, León Trotsky, dirigente junto a Lenin de la Revolución Bolchevique. El 20 de agosto de 1940, un agente estalinista, Ramón Mercader, que logró infiltrarse en el círculo más cercano del legendario revolucionario a través de su relación amorosa con Sylvia Agelof, secretaria de Trotsky, lo golpeó en la cabeza con un piolet de alpinista, causándole las heridas que al día siguiente le provocarían la muerte. Su asesinato fue ordenado por Stalin quien encabezaba desde la muerte de Lenin una burocracia totalitaria que confiscó los soviet a los trabajadores y el pueblo ruso.

Ayer se cumplieron 73 años del atentado que le costó la vida al gran revolucionario ruso, León Trotsky, dirigente junto a Lenin de la Revolución Bolchevique. El 20 de agosto de 1940, un agente estalinista, Ramón Mercader, que logró infiltrarse en el círculo más cercano del legendario revolucionario a través de su relación amorosa con Sylvia Agelof, secretaria de Trotsky, lo golpeó en la cabeza con un piolet de alpinista, causándole las heridas que al día siguiente le provocarían la muerte. Su asesinato fue ordenado por Stalin quien encabezaba desde la muerte de Lenin una burocracia totalitaria que confiscó los soviet a los trabajadores y el pueblo ruso.

Trosky en ese momento se encontraba exiliado en México, después de haber errado por distintas naciones. Unos meses antes había sufrido otro atentado, dirigido por el pintor y muralista mexicano David Alfaro Siqueros, militante del Partico Comunista de México.

Mientras el aparato contrarrevolucionario del estalinismo en la URSS desapareció, gracias a la movilización de las masas, y los partidos comunistas de todo el mundo siguen en su deriva decadente, el pensamiento y la obra de Trotsky siguen vigentes y actuales para millones de activistas jóvenes y luchadores en todo el mundo.

A continuación presentamos el testamento de León Trotsky, en el cual se ponen en evidencia su gran amor a la vida y su indeclinable fe en el socialismo y en la clase obrera:

“Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de la causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.

L.Trotsky

Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].
3 de marzo de 1940

La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte… Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.”

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