Armas innobles
Jamás un periodista digno escribiría una nota tan abyecta como la publicada el domingo nueve de enero en un diario venezolano de circulación nacional titulada “Los restos del combatiente”, bajo la firma de Milagros Socorro. En vano se buscaría un argumento de fondo en este artículo basado exclusivamente en descalificar a alguien por razones de edad, llegando a expresiones tan mezquinas y desconsideradas que el representante de una agencia de noticias asiática nos llamó para preguntarnos si es usual en Venezuela irrespetar de tal modo a los mayores y tomar su edad como motivo de burla o escarnio.
Jamás un periodista digno escribiría una nota tan abyecta como la publicada el domingo nueve de enero en un diario venezolano de circulación nacional titulada “Los restos del combatiente”, bajo la firma de Milagros Socorro. En vano se buscaría un argumento de fondo en este artículo basado exclusivamente en descalificar a alguien por razones de edad, llegando a expresiones tan mezquinas y desconsideradas que el representante de una agencia de noticias asiática nos llamó para preguntarnos si es usual en Venezuela irrespetar de tal modo a los mayores y tomar su edad como motivo de burla o escarnio.
El colega estaba sorprendido de que la cronista de marras, al referirse al recién designado Presidente de la Asamblea Nacional en Venezuela, comenzara interrogándose: “¿de dónde sacaron este pobre viejito?” y, sin miramiento alguno, pretendiese sumergirle en una condición de “fósil balbuceante”, comparándole con un campesino analfabeta, perdido entre papeles, cuya contemplación “movía a la piedad al tiempo que daba risa”.
Nos decía el colega asiático que en un país como China, donde los mayores gozan de gran respeto y cuya experiencia y sabiduría constituyen preciosa fuente de consulta, tales expresiones en boca de un fablistán conducirían a éste al descrédito y a la condena pública. Hubimos de aclararle que en la Venezuela de hoy y de todos los tiempos no han faltado escribidores cuya ausencia de criterio para enfocar problemas de fondo les lleva a tomar como eje la diatriba, no para profundizar en el debate de ideas -¡ojalá ocupasen éstas algún lugar en su cerebro!-, sino para pretender hundir al contendor en sus huecos epítetos.
Sabido es que tales escribidores se amparan por lo general tras grandes pantallas políticas o comunicacionales, eludiendo la profundidad de los grandes debates.
¿Qué dirá de tan necias expresiones el sabio Jacinto Convit, quien a sus 96 años respondió con ironía cuando una cuidadosa entrevistante le preguntó el secreto de su longevidad? Instándola tácitamente a no recurrir a eufemismos, aclaró:
“-¿Me quiere usted preguntar que por qué no me he muerto?… Pues porque tengo proyectos en qué ocuparme. Y me ocupo”.
Cabal ejemplo de que la edad no es factor estigmatizante o privativo sino para los necios, pues de serlo no habríamos conocido la segunda parte del Fausto, escrita por Goethe a sus ochenta y tres años, ni disfrutaríamos de los hermosísimos poemas escritos por Mario Benedetti en las postrimerías de su existencia, a los 88 años.
¿Se atrevería la mal socorrida periodista venezolana a llamar “fósil balbuceante” al arquitecto Oscar Niemeyer, creador de la ciudad de Brasilia y de cientos de monumentos en el mundo, quien festejó el pasado 15 de diciembre sus 103 años con la presentación de la samba “Tranquilo con la vida”, cuya letra él mismo compuso el año pasado como homenaje a la gente de las favelas?
Sin duda, para el nuevo Presidente de la AN, veinte años menor que el Dr. Convit, y quien por edad podría ser hijo de Niemeyer, pasarán inadvertidos los denuestos lanzados en su contra por alguien cuya insensatez le lleva a recurrir a tan innobles armas.
Un columnista de mayor vuelo habría tomado la ocasión para poner en la palestra pública la discusión –tan necesaria en nuestros días- sobre la vigencia o el anacronismo de determinados planteamientos. Habría incitado a un debate enriquecedor para las nuevas generaciones, donde los jóvenes pudiesen confrontar el dinamismo de nuevas ideas y la necesidad de una auténtica transformación social con los esquemas obsoletos, repetidos hasta la saciedad y condenados a callejones sin salida.
Pero obviamente, un debate de tales dimensiones resultaría ajeno a quienes, mal socorridos por los milagros del intelecto, no van más allá de sus estrechas diatribas y pretendes estigmatizar a sus adversarios invocando condiciones físicas, reales o aviesamente atribuidas. No pidamos peras al olmo.