Carta a mi Padre, El Buen Guerrillero. In Memoriam.
Padre, era una noche de fin de año cuando la policía allanó tu morada y te llevó preso junto a tu mujer preñada, no tenías más de 20 años y apenas te habías casado una semana antes. Para Leoni eras un delincuente político, pero para nuestra digna guerrilla venezolana de los años 60 ya eras el Comandante Roberto.
Padre, era una noche de fin de año cuando la policía allanó tu morada y te llevó preso junto a tu mujer preñada, no tenías más de 20 años y apenas te habías casado una semana antes. Para Leoni eras un delincuente político, pero para nuestra digna guerrilla venezolana de los años 60 ya eras el Comandante Roberto.
Tu cédula me reveló tu fecha de nacimiento (05-10-1943), aunque mi abuela María “Porcio” Silva me comentó que te aumentaste un año de edad para formalizar tu ingreso en la Juventud Comunista (JCV). Iniciaste tu vida revolucionaria siendo todavía un niño, en las revueltas del célebre Liceo Miguel José Sanz de tu natal Maturín, causando la angustia de tu madre, entonces miembro del comité regional del Partido Comunista (PCV). Más tarde el terremoto de Caracas en 1967, te recibió esposado con el combatiente Perminio Villarroel en los sótanos de la Dirección General de Policía (DIGEPOL), propiciando un juramento de guerra que los hermanó por siempre.
En este primer rompecabezas que hago de tu apasionante vida, la lucha por los derechos del pueblo fue tu ideal inmutable, más de un evento o un amigo se me escaparán, pues fuiste siempre reservado ante los detalles de tus años en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y la izquierda comunista; sin embargo, mi vida política como dirigente nacional de la JCV y abogado de la central comunista de trabajadores (CUTV) me permitieron conocer mejor a varios de tus camaradas. Ellos me testimoniaron tu firmeza militante, tu convicción ideológica, tus proezas en las Unidades Tácticas de Combate (UTC) en el ámbito urbano y tus esfuerzos en el Frente Guerrillero Rural. No hay duda de las maravillas que hallé en sus confesiones, ya para entonces las ideas del Marxismo Leninismo habían calado hondo en mi conciencia y en mi praxis social; de este modo recibí en mis afectos a tus mejores compañeros de armas como mis tíos elegidos y descubrí que por tu arte virtuoso como retratista en los murales, con los rostros del Che Guevara y Gustavo Machado, también te apodaron El Pintor.
Viajando con destino al XIII Congreso del PCV, el último al que asistí como delegado antes de la división, la vida me puso en la misma nave junto al indio Arturo Álvarez Vega, el mismo dirigente campesino que 47 años antes te llevó a ensayar con tu fusil en la montaña, era la evidencia del camino insurgente que ambos escogimos. Sin duda, tu cualidad de jamás rendirte al envejecimiento del espíritu era propia de los grandes revolucionarios y motor de la alegría en nuestra estrecha relación. En esta sección de mi memoria, imposible es olvidar a nuestro amado Pedro Ortega Díaz, máximo exponente de las almas eternamente jóvenes. Tal como lo hice constar en su libro homenaje, él fue desde siempre una figura de afecto excepcional entre nosotros, tan grande era nuestro respeto hacia el maestro, que cuando tuve que dejar Maracay, le elevaste tu preocupación y su palabra sabia nos orientó. Desde niño me enseñaste que su proceder comunista era intachable y su consejo emanaba de la más alta autoridad moral. Desde que Pedro te visitaba en la cárcel hasta el día de su siembra, el vínculo fue inquebrantable.
Persecución, tortura, segregación y 5 años de ilegítima e intermitente privación de libertad impuesta por los gobiernos criminales del Puntofijismo, fue el precio que pagaste por las ideas de igualdad social que nunca abandonaste. En ocasión de tu último encierro (1973) en el cuartel San Carlos, junto con Rafael “El Negro” Uzcátegui, venciste la proyectada condena de más de 20 años de presidio (anunciada por un tribunal militar que te atribuía participación en rebelión). En esa ocasión, el Estado represor negaba tenerte preso y fue la valiente denuncia pública de “Porcio” y tus camaradas lo que impidió que tu desaparición forzada terminara en asesinato.
Cumpliste sacrificadamente tu papel, sin manchas de delación, deserción o cobardía y por eso siempre diré que aunque tu joven generación guerrillera no logró tomar el poder, no es menos cierto que fue capaz de poner los muertos y ello merece el mayor de los respetos, sobre todo frente a quienes han mirado la lucha solo desde su ventana. Atrás dejaste la celda del Tigrito y los calabozos, las UTC y las montañas, pero jamás tus convicciones sociales; así tu andanza de Quijote prosiguió en una lucha de clases ahora sin fusiles. De la mano de mi madre, regresaste a la Universidad de Carabobo, allá ambos se titularon abogados, hasta que en Maracay se casaron y me trajeron al mundo. Inevitable es referirme a tus últimos 30 años de postguerra, porque fue una etapa no menos fascinante que tu pasado en armas, ese tiempo lo vivimos juntos y fueron los años más felices de nuestras vidas. Hiciste del ejercicio libre del Derecho un gran apostolado social y tu intransigente defensa de los pobres me enseñó el respeto a todas las personas, pero con definitiva inclinación clasista por quienes menos tienen.
Quienes te conocimos, aprendimos que tu concepto de familia iba más allá del límite de los parientes porque te dabas al prójimo y convertías tu hogar en mágico epicentro de afectos, libre de discriminación o prejuicio. Fuiste el amigo de todos y gran benefactor que guió a cientos de excluidos al ámbito de la educación y el trabajo, especialmente a los jóvenes infractores durante tu década en la Defensa Pública Penal. Tu total desapego a la propiedad privada confirmaba tu ética propia del hombre nuevo que nacerá y se multiplicará en una sociedad futura, más fraternal y humana. Fuiste un permanente amante de la vida, tanto así que pocos días antes de la madrugada (18-10-2009) que te quedaste dormido para siempre entre mis brazos, Jerónimo Carrera te visitó en el área de cuidados clínicos intensivos para obsequiarte palabras de ánimo en tu cumpleaños y nos regalaste una sonrisa de satisfacción que nunca olvidaremos. Fuiste hasta el final un defensor convencido de la unidad con Hugo Chávez.
Gracias por enseñarme a amar al género humano y que la única enfermedad que mata al hombre es la tristeza. Fuiste un héroe, pues solo los héroes son capaces de revivir en los adultos la felicidad de la infancia y juntos fuimos dos niños. Siempre pudimos jugar, reír, soñar, conquistar corazones y compartir una copa, disfrutamos extraordinarias lecturas y fuimos dueños del mundo a nuestro modo. Infinitas gracias te doy por no haber permitido que mi hermana creciera en la prisión y ponerla en los brazos de mi abuela cuando aun eras un fugitivo. Gracias por haber sido el padre más amoroso del mundo. Nada apagará tu llama porque las ideas no tienen lugar ni tiempo, vivirás en mi conciencia cada día.
Hasta la victoria siempre.
Tu hijo,
Jesús Silva R.