¿Constitución posliberal o constituyente posliberal?
Se le atribuye al Presidente de la II República española Manuel Azaña la siguiente idea-fuerza: “Por encima de la Constitución, está la República, y por encima de la República, la Revolución”. Ya reconocía en acto que el poder constituyente sobrepasa con creces cualquier encuadramiento o teatro constitucional.
Se le atribuye al Presidente de la II República española Manuel Azaña la siguiente idea-fuerza: “Por encima de la Constitución, está la República, y por encima de la República, la Revolución”. Ya reconocía en acto que el poder constituyente sobrepasa con creces cualquier encuadramiento o teatro constitucional.
Sin embargo, experiencias históricas aparentemente distantes, como la de la España republicana, la frágil República de Weimar, o el mismísimo proceso constituyente soviético, nos colocan en la urgente tarea de repensar las relaciones entre el poder constituyente y las diversas interpretaciones del “Constitucionalismo”, para conjurar el lado malo de la historia, para decirlo crípticamente.
Pues quien dice Constitución, si no dice explícitamente “contrato político”, dice construcción política de «reglas constitutivas», de “acuerdos básicos o mínimos” sobre valores, principios y normas jurídicas, entre y desde una plural y conflictiva disposición de factores reales de poder, no desde los “angelicales y atomísticos” ciudadanos liberales, con su «razon pública» rawlsiana.
Una sencilla forma de comprender la diferencia entre “poder constituido” y “poder constituyente”, puede interpretarse distinguiendo las “reglas de juego” del “juego de reglas”, lo que Searle denominó, tensiones entre el lenguaje performativo y los hechos institucionales (que son hechos políticos de cabo a rabo, como lo sabía Lourau y el socioanalisis, en su distinción entre lo instituyente, lo instituido y la institucionalización).
En las tramoyas donde se ejerce el “juego de reglas”, están quienes inventan nuevas tecnologías de poder, no para actos constituyentes de multitudes, sino para “actos de poder” de elites, para “golpes de estado constitucionales” (Honduras dixit), que dejan “enano” a Curzio Malaparte. Se trata de una primera campanada del cambio real de correlaciones de fuerza en el Continente, que gira hacia la derecha.
Por otra parte, siendo consecuente con la acertada crítica de Lanz hacia algunos de nuestros prejuicios social-demócratas escandinavos (gradualismo, oxigenación, conquista paso a paso, hegemonía democrática, tiempo institucional, etc), diremos que hablar de una Constitución pos-liberal es una auténtica torsión del significado histórico y político-cultural del “Constitucionalismo” tout court; es decir, del “liberalismo político”.
No apelaremos a la historia del Constitucionalismo, o a los mas recientes nombres de Rawls y Habermas (que a Lanz sencillamente le dan urticaria y fastidio) para agregar lo siguiente: el “constitucionalismo liberal-democrático” aspira a institucionalizar procesos de consensualización política (Oscar Mejia Quintana dixit); es decir, programas mínimos de “democracia procedimental”(La que postula el establishment de la OEA, por cierto). Esto lo decimos a propósito, ya que el amigo Lanz nos habla de la “frágil cultura democrática”: condición de posibilidad de los desmanes y atrocidades, por ejemplo, de los llamados «Estados de Seguridad Nacional» (ESN) en América Latina (Prohibido olvidar).
Entonces, ¿cómo compatibilizar la aspiración a una agenda de transformación a fondo de la lógica del capital, con el fortalecimiento de una cultura política democrática que muestra sus “fallas tectónicas”, como en Honduras, por ejemplo? ¿Qué ha aprendido la izquierda del juego político entre el programa mínimo de “libertades democráticas” y “legalidad constitucional”, y el programa máximo de “autogobierno de la multitud” y “legislación desde el poder popular”, poniendo sobre la mesa la efectiva constelación de fuerzas de una coyuntura?
La Constitución sirve para mucho más que como catalizador de una “voluntad de cambio contra-sistémica”. Sirve además para sedimentar y apalancar precisamente múltiples sostenes de una cultura política democrática radicalizada, que no convierte el desacuerdo en un desparecido, un torturado o un «falso positivo» (eufemismo perverso del establishment de la «seguridad democrática» uribista); una cultura política democratica que permite enfrentar precisamente “la enorme distancia que puede mediar entre la Constitución y el curso de los hechos, entre los marcos jurídicos abstractos y la dinámica de los procesos reales”.
Alterar radicalmente la lógica de la sociedad imperante, del metabolismo del capital a escala mundial, pasa por sopesar si se interpreta el horizonte del pos-liberalismo, como el anti-liberalismo de cierta «izquierda schmitiana», pues en tiempos posmodernos, posmetafísicos, pero además de “hegemonía imperial”, no habrá que perder de vista la estrecha imbricación entre metafísica, violencia y filosofía política del orden, la seguridad y del bio-poder (Lo que llaman vulgarmente gobernabilidad»; es decir, mantener a la multitud popular a raya).
Esta filosofía imperial ejerciéndose, pone constantemente sobre la mesa como “Norma constitutiva” al «modelo de democracia pentagonista”, con su rostro de re-despliegue policial-militar global y su «seguridad democrática», junto a la mascarada sonriente de Obama (el más sofisticado producto del marketing político imperial), escoltado por el «saxofonista» que bombardeó Yugoslavia (Clinton), y el afamado neutralizador de “armas de destrucción masiva” y de “Estados forajidos” (Bush jr), ambos en nombre del «destino manifiesto».
Frente a esta verdadera amenaza al horizonte de la democracia sustantiva, radical, deliberativa, participativa del protagonismo popular, hace falta consolidar un nuevo paisaje de actores, otra correlación de fuerzas, no encapsular el espiritu constituyente con el viejo guión del socialismo despótico y burocrático, con sus inercias tropicales, pués efectivamente “no se trata del natural metabolismo de la burocracia de Estado y de partido que aspirarían a grados superiores de desarrollo. De allí no vendrá nada que valga la pena.”
Ciertamente, el espíritu constituyente que no se agota en este o aquel «contrato social», ni en ninguna “ilusión gradualista, desde arriba y desde los aparatos”. La falla de fondo es justamente esta, olvidar desde el fracasado proyecto de reforma constitucional, la metódica y contenido del poder constituyente en acto, pués un movimiento instituyente se llevaría por delante a la cleptocracia del siglo XXI, a la nueva clase política y a tanto alfaro-ucerismo (dirigente aparatero) dentro del propio PSUV.
Sabemos que la contrarrevolución no está durmiendo, que no esta ni siquiera a la defensiva. Ha recuperado la iniciativa estratégica y avanza, para decirlo con ironía, “a paso de vencedores”. Así yo aprecio el aspecto principal de la actual correlación de fuerzas. Pues no hay nada peor para una revolución, que dejarse entrampar por los desvaríos del “mande comandante”, peor aún, si se trata de un Capitán atrapado en el síndrome del Titanic.
Podriamos decir: ¿Ha visto usted el Iceberg, Capitan?