24 mayo, 2025

Declaración de principios

Quiso el destino o la mala fortuna que Argenis Vásquez, Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Planta Toyota, en Sucre, fuera asesinado un 5 de mayo, fecha de nacimiento de Carlos Marx. El mismo que escribió, en 1844, que «el salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un término debe también, por tanto, desaparecer el otro».

Quiso el destino o la mala fortuna que Argenis Vásquez, Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Planta Toyota, en Sucre, fuera asesinado un 5 de mayo, fecha de nacimiento de Carlos Marx. El mismo que escribió, en 1844, que «el salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un término debe también, por tanto, desaparecer el otro».

El mismo que advirtió, en 1865, que «la tendencia general de la producción capitalista no es elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su límite mínimo. Pero si la tendencia de las cosas, dentro de este sistema, es tal, ¿quiere esto decir que la clase obrera debe renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos por aprovechar todas las posibilidades que le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación?». Por supuesto que no. «Si lo hiciese, veríase degradada en una masa uniforme de hombres desgraciados y quebrantados, sin salvación posible». Argenis no formaba parte de ninguna masa uniforme, y no era por tanto un hombre desgraciado ni quebrantado, como no lo somos nosotros, los aún vivos. «Si en sus conflictos diarios con el capital cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura». Argenis no cedió, y en consecuencia fue asesinado cobardemente. «Al mismo tiempo… la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de «¡un salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: «¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!» Por esto, no basta con afirmar que Venezuela tiene el salario mínimo más alto de Venezuela. Ni Chávez ni nadie deben exagerar ante sus propios ojos este avance incuestionable, sobre todo cuando nos ha quedado claro que el cuestionamiento suele provenir de los idiotas. No olvidar jamás que luchamos contra los efectos y no contra las causas, que no aplicamos más que paliativos, mientras que el sistema actual arremete contra los obreros que, como Argenis, no renuncian a defenderse de las usurpaciones del capital. No olvidar que no es suficiente. Que ya cansa la promesa cándida de la justicia que será hecha, cuando sabemos que estamos hablando de la Justicia burguesa. Cuando sabemos del enorme trecho que separa a los hechos del derecho, en razón de lo cual el derecho a la tierra no impide el asesinato de campesinos, tanto como los derechos de los pueblos indígenas no impiden que sean atropellados y asesinados, tanto como el derecho a la manifestación no impide que nuestros estudiantes sean asesinados, tanto como el derecho al trabajo no ha impedido el asesinato de otros trabajadores. ¿Contenemos el movimiento del capital sin cambiar de dirección? Puesto que sin dirección ya no hay horizonte. Y si de cambiar de dirección se trata, entonces ya no se trata tanto del futuro, sino del presente. Como escribía Marx en 1843: «Si no es incumbencia nuestra la construcción del futuro y el dejar las cosas arregladas y dispuestas para todos los tiempos, es tanto más seguro lo que al presente tenemos que llevar a cabo; me refiero a la crítica implacable de todo lo existente; implacable tanto en el sentido de que la crítica no debe asustarse de sus resultados como en el de que no debe rehuir el conflicto con las potencias dominantes», las de adentro y las de afuera. Para decirlo en venezolano: o corremos o nos encaramamos.

Todo lo cual puede parecer decimonónico, impertinente, casi como una declaración de principios. Tal vez eso sea.

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