Por Miguel Angel Hernández**

Si algo ha logrado la pandemia es dejar al descubierto el rostro inhumano del capitalismo, y con la distribución de la vacuna contra el Covid-19, la tremenda desigualdad existente entre los más ricos y poderosos países y las naciones pobres de África, Asia y América latina. La desigualdad en la distribución mundial de las vacunas no hace otra cosa que reproducir la desigualdad social existente en todos los países capitalistas, incluso los más desarrollados.

Los países capitalistas más ricos aprovecharon su poder adquisitivo para invertir tempranamente en el desarrollo y producción de las vacunas y asegurarse, de esta manera, una cantidad importante. Los productores de vacunas habrían recibido unos 10.000 millones de dólares de fondos públicos y de organizaciones sin fines de lucro para financiarlas. Y es posible que estas cantidades sean aún mayores, tomando en cuenta el secretismo alrededor de los acuerdos de los gobiernos con las farmacéuticas. Pero, al menos, las cinco mayores farmacéuticas recibieron cada una entre 957 millones de dólares y 2.100 millones.

Es decir, aprovecharon la robustez de sus chequeras para colocarse primeros en la fila, dejando sin oportunidad a los países más pobres, los cuales ahora encaran una difícil situación para vacunar a sus poblaciones.

De esta forma se estaría produciendo una concentración de millones de vacunas previamente reservadas por las farmacéuticas para los países más ricos.

Las naciones de ingresos altos, entre las que se encuentran potencias imperialistas como Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón, tienen el 16% de la población mundial, pero actualmente cuentan con el 60% de las dosis de vacunas que se han vendido.
Estados Unidos, por ejemplo, ya acaparó 1.300 millones de vacunas cuando necesitaría solo 750 millones para dar dos dosis a sus 320 millones de habitantes. Canadá ha comprado vacunas suficientes para vacunar cinco o seis veces a su población, mientras que Guinea, en África, hasta febrero solo había logrado aplicar veinticinco vacunas, sobre una población de 12,5 millones de habitantes.

A comienzos de febrero, la Organización Mundial de la Salud informó que se habían administrado unos 200 millones de vacunas, pero el 75% se dieron en diez países ricos. Se estima que cerca del 90% de los habitantes de setenta países pobres tendrán pocas posibilidades de vacunarse contra el Covid-19 en 2021.

La acumulación de vacunas en las potencias imperialistas y los países más ricos no va a terminar con la pandemia, y a la larga traerá más perjuicios que beneficios. La pandemia es global, y en los países donde no se avance con la vacunación el virus podría seguir mutando y hacer inefectivas las actuales vacunas, afectando al conjunto del planeta. Es decir que no solo es una cuestión de justicia, también es una necesidad de salud pública.

El acaparamiento de vacunas por parte de los principales países capitalistas es la punta del iceberg, pero la escasez artificial de vacunas entre los países más pobres se debe a que no se está aprovechando al máximo la capacidad potencial de su fabricación. Solo se está utilizando 43% de la capacidad que hay en el mundo para producir las vacunas ya aprobadas.

Para romper esta camisa de fuerza impuesta por las normas que rigen en el capitalismo mundial es menester liberar las patentes que hoy controlan las grandes farmacéuticas, poniendo a disposición de todos los científicos y laboratorios existentes en el mundo el conocimiento y las técnicas que hoy están en manos de las grandes transnacionales, lo cual permitiría la producción masiva de las vacunas, terminando así con el apartheid que hoy restringe el acceso de los países más pobres.

*En Correspondencia Internacional No. 46, abril 2021

**Dirigente del PSL y de la UIT-CI

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *