El chavismo, un régimen «bonapartista sui generis»

Chávez no es un dirigente anticapitalista, no es socialista y no dirige una revolución socialista. El gobierno de Chávez no es un gobierno obrero. Chávez no es Lenin. Ni siquiera es Castro. ¿Qué es entonces?

Chávez inflable

Por: Angel Carrique

Chávez no es un dirigente anticapitalista, no es socialista y no dirige una revolución socialista. El gobierno de Chávez no es un gobierno obrero. Chávez no es Lenin. Ni siquiera es Castro. ¿Qué es entonces?

Muchos rasgos del chavismo no son nuevos, sino que recuerdan a otros gobiernos latinoamericanos anteriores (y también africanos y asiáticos). El paralelismo más claro del chavismo es con el primer régimen de Perón en Argentina (1946-1955), aunque no su segundo gobierno (1973-76) y, menos aún, los sucesivos gobiernos peronistas de Menem, Duhalde o Kirchner. Este paralelismo con el primer Perón lo ha hecho el mismo Chávez, que en alguna ocasión se ha declarado “peronista”.

Y la comparación no es incorrecta. Chávez representa una reedición tardía (y en un contexto internacional muy distinto) de un tipo de gobierno y de régimen frecuentes en los países dominados, después de la Segunda Guerra Mundial. En América Latina, además del caso arquetípico de Perón, se dio -entre otros- el del general Velasco Alvarado en Perú (1968-1975). En otros continentes podemos citar el del coronel Nasser en Egipto (1954-1970), los del Partido Baaz en Siria e Iraq o el de Sukarno en Indonesia (1950-1965).

¿Cómo denominar a estos regímenes? Los analistas burgueses suelen llamarlos regímenes “populistas”. Con ello hacen referencia a rasgos ciertos, como su demagogia y concesiones a las masas, pero que no sirven para comprender su dinámica. Lo mismo ocurre con la denominación de regímenes “caudillistas”, que recalca correctamente la presencia a su cabeza de un líder carismático. Desde la izquierda se suele denominar a estos regímenes “nacionalistas burgueses”, lo que también es correcto por su ideología y por su contenido social. Aunque toman algunos rasgos ciertos, estas definiciones fallan al no captar el contenido y sobre todo la dinámica de clase de estos regímenes, el mecanismo de su funcionamiento. Es tomando esto en cuenta que los trotskistas los denominamos con una expresión un tanto extraña: “bonapartismo sui generis”.

¿Qué es el “bonapartismo sui generis”?

Cuando Trotsky estuvo exiliado en México, tuvo la oportunidad de ver de cerca una experiencia adelantada de este tipo de regímenes: el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Éste expropió los ferrocarriles privados, nacionalizó el petróleo en un duro enfrentamiento con las petroleras imperialistas, que impulsaron un boicot internacional contra México; redistribuyó alrededor de 25 millones de acres entre los campesinos pobres; estableció una avanzada legislación social y se apoyó en los sindicatos obreros y las organizaciones campesinas (al mismo tiempo que las burocratizó) para tomar estas medidas y hasta para administrar las empresas nacionalizadas. Mientras hacía todo esto, México fue el único país del mundo que acogió a Trotsky y uno de los dos que apoyó a la república española en su lucha contra Franco, aunque a diferencia de Stalin, Cárdenas no le cobró su ayuda al gobierno republicano.

Trotsky explicó cómo era posible que un gobierno burgués de un país atrasado realizara tales medidas progresistas: ”En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones y ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política [del presidente Cárdenas] se ubica en la segunda alternativa”.8

El bonapartismo “clásico”9 se eleva “por encima” de las clases fundamentales, burguesía y proletariado, y se apoya en el aparato burocrático-policial-militar del estado. El bonapartismo “sui generis”, por el contrario, se eleva “por encima” de la burguesía imperialista y de su propio proletariado. La expresión “se eleva… por encima de las clases” refleja muy bien una característica de estos regímenes: la de un aparato de estado con fuerza propia, que actúa con gran independencia (y a veces con la oposición) de la burguesía, cuyos intereses defiende en última instancia, al limitar su programa al desarrollo de un capitalismo “nacional”.

El caso del primer gobierno de Perón fue uno de los más notables ejemplos de esa paradoja, que ahora se repite con Chávez. Perón subió al poder enfrentando la oposición no sólo del imperialismo yanqui sino también de la mayoría de la burguesía argentina. En 1955, al ser derribado por el golpe gorila, el antiperonismo de la burguesía ya era prácticamente unánime y había ganado para esa posición a la mayoría de las clases medias. Mientras tanto, el 99% de los obreros era fanáticamente peronista.

Esa realidad impactó en la izquierda. Muchos elaboraron teorías acerca del carácter no burgués e incluso antiburgués del peronismo, que sería un .movimiento nacional y popular donde se borraba la frontera de clase, al ocupar supuestamente el centro de gravedad el enfrentamiento imperialismo-nación oprimida. Al ser peronistas casi todos los obreros y antiperonistas casi todos los capitalistas, algunos defendían que el movimiento peronista era la auténtica expresión política de la clase trabajadora en la Argentina. Lo mismo dicen hoy algunos apologistas de Chávez. Los años pusieron las cosas en su lugar sobre Perón y también lo harán con Chávez y el chavismo.

¿Cuál es la razón del surgimiento de estos regímenes, que se apoyan por un lado en el ejército y el aparato de estado y por el otro en las organizaciones populares y no directamente en la burguesía y, sin embargo, tienen como objetivo desarrollar el capitalismo nacional?

Estos regímenes, cuya aparición va ligada a la agudización de las tensiones entre la nación oprimida y el imperialismo, aparecen como un intento de sectores burgueses nacionales de resistir a las presiones del imperialismo. El nacimiento del peronismo en Argentina, entre 1943 y 1946, se explica por ”las relaciones de la burguesía argentina con el imperialismo inglés en retirada y el imperialismo yanqui en plena ofensiva (.) Perón capitalizó el sentimiento antiyanqui de un sector importante de la burguesía y del ejército, que aspiraban a resistir los embates del imperialismo, aunque con métodos, precisamente, burgueses”. (Nahuel Moreno).

Ahora bien, apoyarse en la movilización de los trabajadores, los campesinos y los pobres para contrarrestar las presiones imperialistas (y de la propia oligarquía nativa aliada al imperialismo), exige simultáneamente establecer fuertes dispositivos de control. Después de todo, el recurso a la movilización popular es un mecanismo ”anormal” y sumamente peligroso, más aún cuando se presenta en períodos de agudización de las tensiones nacionales y sociales. En la Argentina del primer gobierno de Perón, “al retirarse el imperialismo inglés, en el país no había ningún sector burgués lo suficientemente fuerte para frenar la ofensiva norteamericana. Perón y sus amigos debieron recurrir a los trabajadores organizados” (Nahuel Moreno). Pero, al mismo tiempo, Perón necesitaba impedir que la movilización se .desbordara. y llegara a ser independiente, de manera que las masas no pudieran establecer su propio poder.

El bonapartismo sui generis no es históricamente un régimen de austeridad para las masas. Por el contrario, les hace importantes concesiones, como fue el caso de los enormes aumentos salariales bajo el primer Perón o las medidas asistenciales de Chávez. Son concesiones basadas en unas circunstancias económicas que lo permiten y que sirven, al mismo tiempo, para evitar que las masas trabajadoras recurran a la revolución. Pero siempre, junto a las concesiones, jugó un papel fundamental la burocratización de las organizaciones de masas (en primer término los sindicatos), a los que se les puso una camisa de fuerza. En todos los países donde se dio este régimen peculiar (desde la Argentina peronista al Irak del Baaz, el Egipto de Nasser o la Indonesia de Sukarno) los sindicatos fueron estrechamente vinculados al estado. En Bolivia los sindicatos, eran formalmente parte del partido nacionalista MNR y tenían una “participación” en el Gobierno, a partir de la revolución de 1952 (el llamado “cogobierno”.).

Ese férreo control también se establece en el terreno político, integrando y subordinando a los trabajadores dentro del movimiento político bajo dirección burguesa. Por eso, Trotsky decía que estos movimientos eran una especie de ”frente popular con la forma de partido, es decir la subordinación del proletariado al ala izquierda de la burguesía”. Así, Perón disolvió rápidamente al Partido Laborista (basado en los sindicatos y en sus dirigentes) que le dio el triunfo electoral de 1946 y lo reemplazó por un ”Partido Peronista” (formado por la fusión de todos los partidos que le apoyaban) al que, de acuerdo a sus estatutos, podía manejar a su antojo. Los demás hicieron lo mismo. Chávez aún no ha conseguido que el ”Comando Ayacucho” se convierta en partido único del chavismo, pero ésa es la tendencia.

Para ejercer este control burocrático sobre las masas, estos movimientos contaron con dos elementos favorables: por un lado, las medidas antiimperialistas y las concesiones a las masas, que hicieron que gran parte de la clase trabajadora los viera como “su” partido y “su” gobierno. Por el otro, la traición de los partidos obreros reformistas, socialdemócratas y stalinistas, que optaron entre dos posturas: o unirse incondicionalmente al movimiento político bonapartista (como hicieron los partidos comunistas árabes con Nasser y el Baaz o hace hoy el PCV con Chávez) o pasarse con armas y bagajes al frente proimperialista (como los partidos comunista y socialista en Argentina en 1955 o La Causa R o el MAS hoy en Venezuela).

Asimismo, más allá de las concesiones y del control político de las masas, el aparato burocrático-militar del estado desempeña en estos regímenes un rol primordial, que sirve también como un poderoso “reaseguro” ante situaciones límite. Algunos de estos gobiernos fueron brutalmente represivos contra los intentos de sobrepasarlos “por la izquierda”, como fue el caso de Egipto, Irak y otros países del mundo árabe. En cambio otros, como el de Cárdenas (y el de Chávez), fueron mucho más democráticos. Sin embargo, en todos los casos, el aparato burocrático-militar del estado ha sido, en último término, el factor clave de control. A él recurrió, en último término, el imperialismo y la burguesía para dar el oportuno golpe de estado cuando el régimen se mostró incapaz de controlar a las masas: derrocando a Perón en 1955, a Sukarno en 1965 y a Torres en Bolivia en 1971. A él recurrieron también estos regímenes para “garantizar el orden”, cuando optaron por la reconciliación con el imperialismo (México después de Cárdenas, Egipto después de Nasser y Perú después de Velasco Alvarado).

En todos estos regímenes, su máximo dirigente (el .bonaparte.), siempre juega un rol de árbitro inapelable. En sus movimientos, hay siempre corrientes de “izquierda” y de “derecha”. Pero, por encima de éstas, está siempre el líder incuestionable (Nasser, Perón o ahora Chávez), que decide en última instancia. Contra este rol del líder se han estrellado más de una vez las “alas izquierdas”, cuando intentaron “sobrepasar” los objetivos nacionalistas burgueses. Este fue el caso del “peronismo revolucionario” con el propio Perón, que lo liquidó incluso físicamente.

Los regímenes “bonapartistas sui generis” de que hablamos, tomaron diversas medidas antiimperialistas, aunque sin sobrepasar nunca los límites del sistema capitalista y del estado burgués. Esto fue así tanto en los casos en que el régimen no empleaba la palabra “socialismo” (Perón) como cuando se cubría con ella (el Baaz en Irak).

El gobierno mexicano de Cárdenas expropió y nacionalizó el petróleo en 1938. Trotsky dijo que esa medida era “el único medio efectivo de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones más elementales de la democracia (.) No es socialista ni comunista: es una medida de defensa nacional altamente progresista”. El peronismo nacionalizó ramas muy importantes de la producción: petróleo, energía eléctrica, ferrocarriles, telecomunicaciones, etc. Trotsky llamó a este proceso “capitalismo de estado”. El propio Perón reconocía claramente su carácter burgués10. Pero, precisamente, al no superar los límites capitalistas, el imperialismo y sus aliados nacionales mantuvieron intactas, en gran medida, sus bases económicas, lo que les permitió más tarde recuperar terreno y dominar el país. El peronismo no tocó los latifundios de la oligarquía agroganadera argentina, al tiempo que impulsó el desarrollo de una burguesía industrial. Ambos sectores, finalmente, se aliaron a los yanquis para derrocarle en 1955. En realidad, incluso en sus momentos de apogeo, estos regímenes “bonapartistas sui generis” acabaron claudicando al imperialismo.

Cuando la movilización popular para contrarrestar las presiones del imperialismo acabó haciendo peligrar el sistema capitalista, entonces el imperialismo y sus aliados locales impulsaron sangrientos golpes de Estado. En todos los casos, estos regímenes se negaron a armar los trabajadores y las masas para enfrentarlos. Su principal preocupación siempre fue evitar la división de las fuerzas armadas “nacionales”. La actitud de Perón frente al golpe de 1955 (primero minimizar su importancia e impedir el armamento de los trabajadores y, luego, huir al Paraguay), anticipó, en este aspecto, la postura de Chávez en el 2002. Antes de abrir paso a la movilización y organización independiente de las masas trabajadoras, los líderes “providenciales” prefirieron huir o entregarse (salvando el sistema burgués), aunque ello significase grandes penurias y sufrimientos para las masas populares.

La nueva situación mundial y la decadencia de los regímenes “bonapartistas sui generis”

Ahora bien, el mundo actual es muy distinto del de los años 40-60. Tras la derrota de los procesos revolucionarios de los años 60 y 70, el capitalismo mundial ha respondido a la onda larga depresiva iniciada en los 70, con la .revolución conservadora. de Reagan-Thatcher, la restauración capitalista en la URSS y la Europa del Este y las más de dos décadas de ofensiva imperialista en todos los terrenos. La ofensiva imperialista tiene como hilo conductor restaurar su tasa de ganancia. Pero restaurarla quiere decir que ya no hay lugar para el “estado del bienestar” en los países imperialistas, ni para el “lujo” que representaba la existencia de estados obreros deformados burocráticamente, ni para regímenes “bonapartistas sui generis”, a veces muy represivos, pero que se apoyaban en conquistas sociales de las masas.

En última instancia, el fracaso de todos los regímenes “bonapartistas sui generis” en desarrollar sus países hasta superar la dependencia del imperialismo, confirmó un hecho fundamental, ya advertido por el marxismo revolucionario: los países capitalistas adelantados bloquean el camino para el progreso de los atrasados. En la época imperialista, “el .desarrollo democrático e independiente” de los países dominados es imposible en el marco del capitalismo. La actual configuración “globalizada” del capitalismo mundial tiende a profundizar aún más el abismo entre el “centro” imperialista y la “periferia” empobrecida y sometida.

En América Latina, fue en los primeros años 90 cuando pareció quedar definitivamente sepultada toda veleidad nacionalista burguesa de “desarrollo independiente”. Paradójicamente, fueron los mismos partidos que anteriormente apoyaron regímenes “bonapartistas sui generis”, los que esta década impusieron el neoliberalismo (en Argentina el peronismo con Menem y en Bolivia el MNR con Paz Estensoro, que privatizó las minas que él mismo nacionalizó en 1952). No hay ya, en general, márgenes para concesiones importantes y prolongadas a las masas.

El de Chávez es, entonces, un nacionalismo burgués “tardío”, en una época poco propicia. Sus medidas antiimperialistas o contra los sectores aliados al imperialismo son mucho menores que las de Cárdenas o Perón. En el plano de las concesiones a las masas, sus márgenes son aún más pequeños. Perón pudo dar tantas concesiones en 1945-49 porque Argentina disfrutaba de enormes recursos por el gran desarrollo económico que había experimentado durante los 15 años anteriores a su llegada al poder (gracias al debilitamiento de Gran Bretaña y los EEUU por la Gran Depresión y a que estos países estuvieron ocupados en la II Guerra Mundial). Chávez puede jugar a ser el Perón de 1945-49 gracias a la enorme renta petrolera. Pero ni siquiera con el precio del petróleo por las nubes, ha podido reducir de verdad el desempleo o garantizar mejores sueldos para los trabajadores.

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