8 diciembre, 2024

El cuento chino

“…frente común por el decrecimiento, es la cuestión
fundamental de la estrategia política”.

SERGE LATOUCHE: Revista Entropía, N. 2/Paris, Septiembre 2007

El pensamiento tradicional de la izquierda se quedó en el
desarrollismo básico de los años sesenta. Visión ingenua del
“progreso” que coloca como patrón “universal” los cuentos de la
ciencia y la tecnología como asuntos “neutros” que sirven por igual a
los buenos y a los malos. Las posiciones ecologistas de la izquierda
radical no llegaron a los predios de las izquierda burocrática. La
agenda posmoderna les pasó por encima. Las teorías del crecimiento
cero han sido ignoradas con toda desvergüenza.

“…frente común por el decrecimiento, es la cuestión
fundamental de la estrategia política”.

SERGE LATOUCHE: Revista Entropía, N. 2/Paris, Septiembre 2007

El pensamiento tradicional de la izquierda se quedó en el
desarrollismo básico de los años sesenta. Visión ingenua del
“progreso” que coloca como patrón “universal” los cuentos de la
ciencia y la tecnología como asuntos “neutros” que sirven por igual a
los buenos y a los malos. Las posiciones ecologistas de la izquierda
radical no llegaron a los predios de las izquierda burocrática. La
agenda posmoderna les pasó por encima. Las teorías del crecimiento
cero han sido ignoradas con toda desvergüenza.

Sin un trasfondo teórico de ese calibre no se entiende la torsión
del famoso “milagro chino”. Sin una mirada crítica a los supuestos de
este modelo, el deslumbramiento por el crecimiento económico anula
cualquier comprensión.
El absoluto pragmatismo del estalinismo en la versión china llevó a
la truculencia de “dos modelos, un solo sistema”, es decir, al mareo
de conservar la remembranza “socialista” mientras en verdad se navega
en el más salvaje de los capitalismos. Desaparecido el talante crítico
de los análisis econométricos, en ausencia de un real proyecto de
mutación civilizacional, el espejismo del crecimiento se convirtió en
vitrina para los grandes negocios de las multinacionales.

Descartado todo contenido revolucionario en la visión estratégica
del partido comunista chino, la cuestión que resta es la proeza de una
maquinaria estatal que logre re-distribuir la renta. Ese es tal vez el
verdadero “milagro chino”. No es poca cosa mantener una alta tasa de
crecimiento durante tanto tiempo en un país-continente de tales
proporciones. Eso ha sido suficiente para que buena parte de la
plataforma industrial-comercial de Occidente se instale en China para
festejar las insólitas condiciones de sobre-explotación de la fuerza
de trabajo, de destrucción masiva del medio ambiente, de
disciplinamiento militar-burocrático de la población.

El deslumbramiento del Shangai de los rascacielos y la
exhuberancia urbanística son emblemáticos de la occidentalización
forzada de territorios y culturas: aplanamiento de la subjetividad,
vaciamiento del imaginario emancipador, pragmatización extrema de la
vida cotidiana.

Una yuxtaposición de varios países en uno permite que una reducida
élite tecnocrática (en estrecha alianza con las camarillas
partidocráticas) controle férreamente todas las instancias de poder.
La tasa de enriquecimiento de estos sectores es exponencial. Su
homologación con las mismas capas tecnocráticas a nivel mundial se
hizo funcional. De ese modo se establece un circuito de
retroalimentación del poder concentrado que inmoviliza el cascaron de
un mega-Estado super-poderoso y mantiene en situación de precariedad
funcional a miles de millones de habitantes en la China profunda.

Las posibilidades de expansión de ese modelo son muy grandes. Las
proporciones del país permiten proyecciones a mediano plazo donde
esas estructuras estarían aseguradas. Salvo fenómenos caóticos que no
pueden anticiparse, el status quo reinante puede salirse con la suya.
La crisis del capitalismo afecta las tendencias normales de expansión
de la economía China pero favorece un cierto “desarrollo endógeno” que
es territorio virgen para décadas de crecimiento posible.

El Jet Set internacional de la intelectualidad china está entrenado
para la elocuencia del silencio. No es fácil conversar estas cosas con
un funcionario de la academia, del mundo diplomático o de la élite
empresarial. Ante las críticas más feroces responden con una sonrisa
aprendida. Ante las denuncias más brutales reaccionan con gestos
amables como si el asunto no es con ellos. La barrera del idioma es
una eficaz coartada para departir en el coctel con amigables
expresiones: “Oui monsieur”, “Yes men”.
En tiempos en los que se amplían las agendas de debate teórico
sobre nuevos modelos de desarrollo, en la onda del “Foro Social
Mundial” que procura posicionar otra visión de la economía y el
desarrollo humano, lo que ocurre en China es la vitrina inversa de lo
que hay que hacer.

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