6 diciembre, 2024

El papel de la academia ¿herramienta de transformación social?

¿Para qué y/o porqué dedicarse a una “ciencia” social? Es una pregunta recurrente en el transcurrir de la formación académica “profesional” de los sujetos que nos desenvolvemos en dicha área. La respuesta que cada uno de nosotros solemos dar a ella es diversa, sin embargo una de ellas es la que nos interesa abordar, la que tiene que ver con el interés en la transformación de las relaciones de poder existentes entre sujetos dominantes y dominados.

¿Para qué y/o porqué dedicarse a una “ciencia” social? Es una pregunta recurrente en el transcurrir de la formación académica “profesional” de los sujetos que nos desenvolvemos en dicha área. La respuesta que cada uno de nosotros solemos dar a ella es diversa, sin embargo una de ellas es la que nos interesa abordar, la que tiene que ver con el interés en la transformación de las relaciones de poder existentes entre sujetos dominantes y dominados.

A este respecto, es necesario abrir un paréntesis. De acuerdo a Paul Ricoeur, en Historia y Narratividad[1], la identidad del sujeto humano se alcanza mediante la función narrativa, la cual se expresa a través del relato, o lo que es lo mismo de la “historia contada”, en ella confluyen una serie de permanencias y continuidades, de concordancias y discordancias, mediadas por la noción de “encadenamiento de una vida”. Así mismo (y esto es lo que más nos interesa resaltar) Ricoeur manifiesta que la identidad, es una interpretación de si mismo, que realizamos por medio del “yo figurado” en otros sujetos, ya sean reales o ficticios, es decir, en el trayecto de la autoidentificación se interpone la identificación del otro. Pero ¿de qué nos sirve esto al presente análisis? Con lo anterior quiero fundamentar, desde un aspecto ético-político, la respuesta a la pregunta enunciada en el párrafo anterior: nos dedicamos a las ciencias sociales porque creemos que otro mundo es posible, y para transformar las relaciones de poder existentes, ello por una razón muy clara, por que entre el otro (subordinado) y el yo (a mi modo de ver, también subordinado), existe un puente indisoluble, que sin embargo el discurso moderno intenta desdibujar, y ante lo cual es necesario dicho compromiso ético-político. Como dijeran las Madres de Plaza de Mayo: “el otro soy yo”. Cerremos el paréntesis.

Partiendo de lo anterior, la pregunta que se produce, casi de manera inmediata es: ¿de qué manera la práctica académica puede posibilitar dicha finalidad? Ésto tomando en cuenta que la academia es un lugar donde se reproducen éstas relaciones de dominación-subordinación. Pareciera un callejón sin salida, pero quizá exista una posibilidad de sortearlo. Para examinar esto, el artículo de John Beverly: Escribiendo al revés. El subalterno y los límites del saber académico[2] será nuestro eje conductor.

A mi modo de ver, la opción (no me refiero a recetas de cocina ni mucho menos a relaciones de causa-efecto) necesaria para lograr incidir en la transformación positiva de la relación dominación-subordinación, es sin duda, la visibilización –desde la academia- de tal relación, señalada por Beverly. Pero considero que paralelamente se tienen que elaborar agendas ético-políticas encaminadas a acciones que subviertan dicha realidad, veamos a continuación el planteamiento de esta idea.

Beverly, recuperando a Ranahit Guha, analiza y visibiliza dicha relación mediante la categoría de subalterno, la cual denota “el atributo general de la subordinación…ya sea que ésta esté expresada en términos de clase, casta, edad, género y oficio o de cualquier otra forma”.[3] Así, el acercamiento y la visibilización del subalterno se convierten en el reto fundamental, ya que los instrumentos con los que contamos como investigadores pertenecientes a la academia, se encuentran inmersos en la epistemología y metodología dominantes, insertas a su vez en una perspectiva teleológica de formación del Estado, en donde el subalterno carece de auto-representación (o de identidad propia), su propia incorporación a este marco lo excluye y lo subordina.

En este contexto, lo que es necesario hacer, de acuerdo a Beverly, es recuperar o re-presentar al subalterno como sujeto histórico, desde la voz del sujeto mismo, en su propia lógica de concepción del mundo, para lo cual es fundamental una “inversión epistemológica”. Dicha inversión (o vuelta al revés) no debe de ser solamente en las formas de producción académica, sino que deben de ser formas de intervención política en dicha producción, desde la perspectiva del subalterno.

Sin embargo, Beverly, identifica dos proyectos diferentes y antagónicos, dentro de los propios Estudios Subalternos: 1) el de representar al subalterno desde la academia, y 2) el de la auto-representación del subalterno mismo. Para el autor, la segunda opción es inviable puesto que el carácter negativo de la identidad del subalterno impide su realización. Por el contrario Beverly apela a que sólo es posible la visibilización de cómo el saber producido desde la academia está estructurado por la ausencia, dificultad o imposibilidad de la representación del subalterno, lo que desembocaría en la redirección hacia la democratización e igualitariedad de la academia y en consecuencia del orden social.

No obstante, a mi modo de ver, Beverly está partiendo de un supuesto que no comparto (entiendo que obedece a su lugar de enunciación): el que el límite del investigador es el acercamiento al subalterno pero que nunca será subalterno (aunque “vayamos al pueblo”). Considero que si bien las estructuras de la academia como la universidad, la epistemología, la metodología pertenecen a una estructura dominante, el investigador comparte la condición de subalternidad, en tanto que nuestra inclusión a dicho sistema conlleva a la carencia de auto-representación de nosotros mismos (en tanto que buscamos en ella la transformación social), esto tanto en las universidades norteamericanas como latinoamericanas, y no veo el porqué no podamos compartir las historias de subalternidad con otras experiencias de subalternidad similares. No comparto tampoco otro de los límites del investigador, propuesto por Beverly, éste es el de sólo llegar a “una amistad concreta con el subalterno”, y no derivar en un acompañamiento no-vanguardista, tanto del otro-subalterno al investigador-subalterno y viceversa. Pienso que con este límite se esta dejando de lado la reproducción de las relaciones de poder dominante/dominado que trae consigo la academia.

Ejemplifiquemos esta última aseveración. En instituciones como las universidades, existen proyectos que tienden a desarrollar nuevas formas de pedagogía, epistemología y metodología más democráticas, como las propuestas por los Estudios Subalternos. Tales proyectos son financiados por los Ministerios o Secretarias de Educación de los países correspondientes, a través de sub-organismos o programas de “calidad”. Los investigadores para adquirir dichos recursos “camuflageamos” los objetivos de tal manera que no parezcan críticos al sistema. Sin embargo los beneficios que acarrean estos proyectos para la transformación social son escasos si tenemos en cuenta que para obtener tales recursos, el investigador tiene que cumplir con “indicadores” precisos de “calidad”, determinados por los propios Ministerios o Secretarias de educación , que a su vez responden a los indicadores de las instituciones de capital mundial. Ponderemos el balance.

En estas condiciones ¿Podemos considerar ello como fisuras en el sistema que tienden a la transformación de las relaciones de poder? A mi parecer, la respuesta es negativa, sin embargo, con ello no estoy negando las posibilidades que brinda el espacio académico para la visibilización de tales estructuras de poder, es necesario esta lucha pero no es suficiente, quedarse ahí implicaría fortalecer la relación dominante/dominado. La salida la encuentro en plantearnos la posibilidad de un trabajo “académico” paralelo a las instituciones, que en determinado momento subvierta al trabajo académico oficial y a las instituciones que lo cobijan. ¿De qué manera? Es difícil delinearlo aquí pero pienso en la experiencia de México: la experiencia zapatista de educación, en las Universidades de la Tierra en Chiapas y Oaxaca, o en las experiencias locales de pequeños colectivos que echan a andar proyectos de investigación y pedagogía.

[1] Paul Ricoeur, “La identidad narrativa” en: Historia y narratividad, Paidós ICE/UAB, Barcelona, 1999, pp. 215-230.

[2] John Beverly, “Escribiendo al revés: El subalterno y los límites del saber académico” en: Subalternidad y representación: Debates en teoría cultural, Iberoamericana, 2004, pp. 53-71.

[3] Ídem, p. 54.

*Historiador por la Universidad Autónoma de Querétaro, México, y actualmente estudiante de Maestría en Estudios Latinoamericanos, de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.

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