13 junio, 2025

El sionismo contra los judíos*

La historia del pueblo judío ha llegado a nuestros días envuelta en una nube de mitos que poco tienen que ver con la realidad, y que se presentan al servicio de intereses muy determinados, desde los de la extrema derecha antisemita, hasta los del nacionalismo sionista que defiende la legitimidad del Estado de Israel. Unos y otros, desde sus posturas enfrentadas, defienden la particularidad del mito judío. Y ambos, pese a su antagonismo, constituyen como veremos, dos caras de la misma moneda.

La historia del pueblo judío ha llegado a nuestros días envuelta en una nube de mitos que poco tienen que ver con la realidad, y que se presentan al servicio de intereses muy determinados, desde los de la extrema derecha antisemita, hasta los del nacionalismo sionista que defiende la legitimidad del Estado de Israel. Unos y otros, desde sus posturas enfrentadas, defienden la particularidad del mito judío. Y ambos, pese a su antagonismo, constituyen como veremos, dos caras de la misma moneda.

1. Los orígenes y el mito.
Para justificar lo injustificable, el sionismo ha deformado la historia del pueblo judío hasta convertirla en un camino épico que parte de la Diáspora, es decir, desde la destrucción del segundo templo de Jerusalén hasta nuestros días. Es la visión de un pueblo sin tierra y perseguido, que fiel a sus creencias religiosas y preso de un fervor nacional y étnico incombustible, habría sobrevivido a todas las persecuciones hasta alcanzar la libertad en nuestros días, una libertad, todo hay que decirlo, todavía precaria, que cuenta con muchos enemigos (los antisemitas de todas las clases).
A mediados del s. XIX, K. Marx analizó la cuestión y demostró que «no se debe partir de la religión para explicar la historia judía, sino que por el contrario, la conservación de la religión o de la nacionalidad judía se explican por el ‘judío real’, es decir, por el judío en su papel económico y social»[1]. La persistencia de la cuestión judía se explica por su propia historia y no por ninguna cualidad intrínseca. Marx calificó a los judíos como un «pueblo-clase»[2], es decir, una etnia que fue obligada a estructurarse en torno a una serie de profesiones, que rechazaba el resto de la sociedad medieval.
El sionismo falsea la historia al afirmar que el punto de partida es la expulsión de los judíos por los romanos. Desde el primer exilio a Babilonia hay numerosas comunidades judías por el mundo. La aridez de Palestina no permitía el crecimiento de la población, que tenía que emigrar a otros países. El hecho de que la región fuera una puerta entre Oriente y Occidente fue determinante para que se dedicaran al comercio. Esto no quiere decir que todos fueran ricos mercaderes. La mayoría eran vendedores, cargadores o pequeños artesanos que vivían directa o indirectamente del comercio[3]. Cuando Tito los expulsa en el año 71 d. C. muchos ya están dispersos por el imperio.
La caída de Roma arrastró a los pueblos que vivían bajo su estandarte, incluidos los agricultores judíos cristianizados, que desaparecieron asimilados por los invasores. Pero el papel económico de los judíos comerciantes los preservó como comunidad al margen. En los Estados medievales podían tener tierras y propiedades, pero no esclavos cristianos, por lo que quedaban excluidos de la industria y la agricultura, que necesitaba mano de obra servil[4]. «El antisemitismo medieval o precapitalista (bajo la cobertura ideológica de la iglesia) nace de la oposición a los comerciantes de una sociedad basada en la producción de valores de uso. Representan a la economía monetaria. Se los odiaba, pero no se los perseguía, porque en última instancia eran necesarios para que la economía funcionase[5]. La segregación permitía que sus caracteres étnicos o religiosos no fueran absorbidos. Pero en todo ello ni había ni un ápice de «nacionalismo judío»[6].

2. Capitalismo y judaísmo.
El renacimiento y los primeros pasos del capitalismo industrial y manufacturero en Europa Occidental parecían condenar al judaísmo a la extinción. La revolución francesa destruyó los últimos obstáculos para su asimilación, pero el proceso se había iniciado mucho antes[7]. Los judíos como clase comerciante ya no eran necesarios, porque como dice Marx, «los cristianos se han convertido en judíos»[8], es decir, la nueva burguesía europea se había hecho comerciante y abrazaba la economía monetaria. Como en occidente su función ya no era necesaria[9], a finales del s. XV fueron expulsados, se integraron[10] o emigraron hacia Europa Oriental, donde todavía existían las condiciones necesarias para el desarrollo comercial. Allí también encontraron el viejo antisemitismo precapitalista, pero las persecuciones sólo se radicalizarán a fines del s. XVIII. La decadencia feudal y la crisis política en Polonia comprometían la situación de los inmigrantes judíos. Las migraciones eran un fenómeno frecuente en los países en vías de industrialización, pero la de los judíos era tardía. Emigraban hacia las ciudades para dedicarse a la industria de bienes de consumo, poco desarrollada con respecto a la de producción, en la que se concentraban la mayor parte de los obreros no judíos.
En las últimas décadas del s. XIX, la industria de bienes de consumo entró en un proceso de modernización que destruyó miles de puestos de trabajo entre el proletariado hebreo obligándolo a emigrar masivamente hacia Europa Occidental, USA y Rusia. La cuestión judía, prácticamente desaparecida en Occidente, donde el desarrollo capitalista había favorecido su integración, resurgía ahora de nuevo de la mano de los inmigrantes venidos del Este. «La decadencia general del capitalismo se manifiesta por la crisis del desempleo, en el interior de los países de Europa Oriental, y por el cierre de todos los canales para la emigración del otro lado de las fronteras»[11]. El caso Dreyfus fue uno de los primeros signos de que el viejo antisemitismo feudal se convertía en otro más virulento, de carácter racista, que correspondía a la fase del capitalismo imperialista: «Fue un primer gran choque a las ilusiones sobre la asimilación judía cultivadas por el iluminismo, y sobre todo, por la revolución francesa»[12]. La asimilación, promovida por el capitalismo se volvía ahora imposible, fruto de sus propias contradicciones.
Mientras en Europa Occidental el desarrollo capitalista significó la absorción de mano de obra y el surgimiento de las capas medias de la población, en el Este su expansión venía acompañada de sus primeros síntomas de senilidad[13]: «La decadencia general del capitalismo se manifiesta por la crisis del desempleo, en el interior de los países de Europa Oriental, y por el cierre de todos los resquicios para la emigración del otro lado de sus fronteras»[14]. El antisemitismo crecía estimulado por la burguesía y los gobiernos, para desviar el malestar social hacia un chivo expiatorio que no pusiera en peligro sus intereses. En 1881 se produjeron los primeros pogroms[15]. En algunos meses, en 160 ciudades, pueblos y aldeas se produjeron agitaciones en contra de los judíos, mientras las masacres se extendían por Ucrania, Polonia, Bielorrusia, Lituania y el resto del imperio zarista.

3. El sionismo. Orígenes y naturaleza.
El auge del antisemitismo era general, pero con especial fuerza en el imperio zarista. Esto llevó a las comunidades judías a buscar salidas a una situación tan asfixiante. Unos la encontraron en la inmigración (Europa Occidental y América) y otros en la lucha. Miles de jóvenes obreros y estudiantes se integraron en las organizaciones obreras y socialistas de toda Europa (Rosa Luxemburgo, Jogiches, Trotsky, Martof, Kamenev, Zinoviev…). En Rusia los judíos apenas eran el 4% de la población, pero representaban el 37% de los deportados a Siberia por actividades revolucionarias.
Solo una minoría adoptó la bandera del sionismo: El regreso a la tierra de los antepasados, donde debían reconstruir el nuevo Estado de Israel. Fuera de este proyecto, ni la asimilación (defendida por la burguesía y las corrientes reformistas del movimiento obrero) ni la lucha por el socialismo (defendida por los revolucionarios) eran realistas. El sionismo surgía como una reacción defensiva de un sector de la pequeña burguesía al clima de persecuciones. Era un genuino producto del capitalismo en decadencia, nacía como respuesta a un problema real, el antisemitismo, pero no se enfrentaba a las causas que lo hacían posible: «La decadencia capitalista, base del crecimiento del sionismo, es también la causa de la imposibilidad de su realización»[16].
La mayoría de los judíos lo ignoró como una alternativa que les invitaba a la huida. En este sentido, antisemitas y sionistas se complementaban Los primeros querían echar a los judíos, los segundos también pero dirigiéndolos hacia Palestina. Por eso el sionismo fue combatido por casi todas las tendencias socialistas hasta la II Guerra Mundial[17]. El sionismo vió en ellas a sus peores adversarios: «El peligro que representa para la supervivencia del pueblo judío, la integración de las comunidades judías en los pueblos en los que viven, es mayor que aquellos que comportan las amenazas exteriores, el antisemitismo o las persecuciones»[18]. El sionismo ignora la causa real del sufrimiento de los judíos, no le interesan las causas del antisemitismo, ni cómo éste ha evolucionado (los no judíos serían antisemitas por naturaleza[19]), en tanto en cuanto sirve a sus planes. Se contagia del racismo al que pretende combatir y hace suyas las tesis del antisemitismo al reivindicar la particularidad judía con respecto al resto de los pueblos.
El problema del sionismo era que nacía, no en el momento de mayor fuerza de los judíos (la era precapitalista), sino en la de su mayor debilidad. Palestina, además, estaba ocupada por una numerosa población musulmana y cristiana que convivían en paz con una pequeña comunidad judía desde hacía casi dos mil años. El mito de Palestina como una región vacía a la espera de volver a ser ocupada era un mito del sionismo para acallar las malas conciencias y enmascarar la naturaleza imperialista de sus planes:
«En el extranjero tendemos a creer que Palestina está en la actualidad completamente vacía, que es un desierto sin cultivar y que cualquiera puede venir y comprar tanta tierra como quiera. Pero en realidad éste no es el caso. Resulta difícil encontrar alguna zona del país tierra árabe no cultivada… En el extranjero tendemos a creer que todos los árabes son bárbaros del desierto, un pueblo ignorante que no ve ni entiende lo que ocurre a su alrededor. Es un error de bulto. Los árabes y en especial los de las ciudades, entienden muy bien lo que queremos y hacemos en el país. Pero se comportan como si no lo percibieran porque de momento no ven en nuestras actividades ningún peligro ni para ellos, ni para su futuro, y además intentan explotarnos y obtener beneficio de los nuevos huéspedes… Pero el día en que nuestro pueblo haya progresado al punto de desplazar a la población local, entonces ésta no cederá su lugar fácilmente»[20].
Para poder llevar a cabo sus planes de ocupación, el sionismo tenía que convertirse en un peón de las potencias imperiales europeas, que veían con codicia el declive del imperio otomano. Sionistas, imperialistas y antisemitas coincidían[21]: Los tres abogaban por la salida de los judíos de Europa y USA. Los primeros pretendían que la emigración de los judíos hacia Palestina fuera la piedra maestra de la refundación de Israel, a los segundos les interesaba como instrumento de control de la región de Oriente Próximo y a los terceros les era igual lo que hicieran, con tal de que se marcharan.

4. El socialismo de los imbéciles.
En el período posterior a la I Guerra Mundial el capitalismo experimentó una recuperación aparente que permitió a los judíos dedicados a la industria y a los recién llegados del Este, dedicarse de nuevo al comercio. Sin embargo el crack de 1929 echó al traste la nueva situación. La crisis hundió a la mayoría de los judíos en la pobreza. En 1926 la mitad de los trabajadores judíos de Polonia estaban en paro, mientras que el 80% de los artesanos estaba sin trabajo. Con la gran depresión los judíos volvieron a ser hostilizados en Europa y USA, por la burguesía y la pequeña burguesía que clamaban de nuevo por el nacionalismo y el proteccionismo económico.
Justo cuando los judíos como «pueblo-clase» dejaban de ser necesarios para la economía y empezaban a ser asimilados, surgía un nuevo antisemitismo, mucho más virulento y radical que el anterior, producto de una sociedad capitalista en decadencia, que a fines del s. XIX se sentía al borde del abismo e intentaba salvarse, desviando el odio creciente de las clases populares contra la explotación, resucitando el viejo odio antisemita bajo el mito del «capitalismo judío»: «El capitalismo decadente hace surgir en todas partes un nacionalismo exacerbado, del que el antisemitismo es parte. La cuestión judía surgió en el país capitalista más desarrollado de Europa: Alemania»[22]. El mito del «capitalismo judío» respondía a los intereses del capital industrial monopolista, enfrentado al especulativo comercial, básicamente hebreo. La palabrería hueca del antisemitismo moderno iba ligado a otro de los mitos nazi o fascista: el de la pureza de la raza y su lucha por el espacio vital, que enmascaraba los intereses del gran capital imperialista alemán o italiano, enfrentados a su vez a los imperialismos dominantes de la época.
La naturaleza intermedia de la pequeña burguesía, a caballo entre el gran capital y los trabajadores, arruinada por la crisis y en vías de proletarización, le impedía comprender lo que ocurría. Quería ser anticapitalista (los monopolios la condenaban a la extinción), pero se resistía dejar de ser capitalista. Quería destruir lo «malo» del capitalismo (que la condenaba a la ruina), pero conservando lo «bueno» (que la permitía enriquecerse). La propaganda nazi aludía entre los trabajadores a la relación mítica que se hacía en el precapitalismo entre la figura del judío y las fuerzas del dinero. Recuperando el mito, el antisemitismo canalizaba el malestar de las masas contra los judíos identificándolos con la figura del usurero medieval. Se ponía un signo igual entre judaísmo y capitalismo, y entre racismo y socialismo. En palabras del dirigente socialista alemán August Bebel, el antisemitismo era el socialismo de los imbéciles.

5. Antisemitismo, sionismo e imperialismo.
La disminución de la inmigración, en particular la hebrea, no fue suficiente para paliar la crisis económica que atravesaba Europa y USA en las primeras décadas del s. XX. La pequeña burguesía arruinada clamaba contra ellos considerándolos la causa de sus males. Gran Bretaña, preocupada por el control de Palestina después del inminente colapso del imperio turco, vió en los inmigrantes judíos, la posibilidad de calmar el clima antisemita en la metrópolis y a la vez, accediendo a los deseos de los sionistas, conseguir una franja de la población en la región, como aliada incondicional. Los planes imperiales no eran nuevos. Se remontaban a la primera mitad del siglo XVIII[23].
Los sionistas comprendieron que sus planes sólo podían cumplirse de la mano de las potencias imperiales[24]. Se subordinaron a los británicos esperando beneficiarse de ello e iniciaron la emigración hacia aprovechando la debilidad del control regional otomano, sin aguardar el visto bueno de sus padrinos. Sin embargo las «aliá» (oleadas migratorias) fueron minoritarias y la mayoría de los recién llegados volvían de a irse hacia Europa Occidental o hacia América. Para agravar las cosas su llegada empezó a suscitar recelos y hostilidad entre la población autóctona.
La I Guerra Mundial fue la primera gran oportunidad de los sionistas para mostrarse como aliados de Francia y Gran Bretaña. Crearon sus redes de espionaje y organizaron la Legión Judía. Los británicos por su parte oscilaron desde el primer momento entre sus simpatías hacia el sionismo y el temor a desestabilizar sus colonias musulmanas. La prosecución de la colonización judía aceleró el surgimiento de la conciencia nacional árabe. La hostilidad de las masas palestinas y la cristalización de un sentimiento político nacionalista y antisionista tendieron a acentuarse. Sin embargo el despertar de la conciencia antiimperialista se estrellaba con la traición de sus dirigentes feudales, que no tenían problemas en contemporanizar con los británicos, vender sus tierras a buen precio a los sionistas, y agitar a la población palestina contra los judíos. En manos de los notables feudales, los effendis, la lucha antiimperialista de las masas árabes se transformó en un enfrentamiento contra los judíos. El odio racial se basaba en el temor de los palestinos a ser expulsados de sus tierras y a ser dominados por los inmigrantes judíos que llegaban sin cesar. El temor no era gratuito, la facilidad que las autoridades daban a los sionistas para adquirir tierras, que en los nuevos establecimientos agrícolas e industriales judíos sólo se empleara mano de obra judía (los productos eran fabricados judíos para el mercado judío), reflejaba claramente cuales eran las intenciones sionistas.
Los trabajadores quedaron divididos según su etnia[25]. Los judíos, organizados en torno a la potente central sindical sionista Histadrut, percibían salarios mucho más altos que los palestinos, que no estaban organizados. Y los casos en los que apareció una incipiente colaboración entre los trabajadores de una y otra etnia fueron liquidados para que no cundiera el ejemplo y se perpetuara la división entre ellos. En palabras de un representante de la burocracia sindical: «Se trata no solamente de organizar a la clase obrera, sino de crearla, de formarla y de implantarla en Palestina[26]», es decir, de hacerla a imagen y semejanza del sionismo. Obedeciendo a su naturaleza, el Histadrut se dedicó a evitar las huelgas y los conflictos de clase, con el pretexto de que perjudicaban al sionismo. La lógica nacionalista subordinaba los intereses de los trabajadores a los de la burguesía sionista. Por otro lado, la exclusión sindical de los palestinos, los condenaba a caer en manos de la reaccionaria dirección feudal del movimiento nacional árabe.
La declaración británica de Balfour en 1917, a pesar de sus ambigüedades, había sido un guiño a los nacionalistas judíos de cuales eran sus intenciones en el momento en el que las condiciones le fueran propicias. Weizmann la calificó como «la Carta Magna de las libertades judías». El problema de Inglaterra era que no podía contentar a ambos bandos. Sionistas y nacionalistas árabes eran dos posibles cartas a jugar según el momento. Mientras tanto era necesario mantener el equilibrio. Cualquier paso en una dirección provocaba la desconfianza y el descontento de la otra parte. Terminada la Gran Guerra el proceso migratorio se reinició. En 1923 los judíos apenas eran el 13% de la población. El antisemitismo en los años treinta provocó el aumento de la inmigración, de tal manera que en vísperas de la II Guerra Mundial, su número ya alcanzaba el 29%.
Resultan reveladoras las relaciones que se establecieron entre los sionistas y el régimen nazi. El antisemitismo era un aliado táctico. Si los judíos no querían acatar los planes del sionismo, las persecuciones podían estimularles a hacerlo. En 1933, la Federación Sionista de Alemania envió una declaración al Congreso del partido nazi: «…un renacimiento de la vida nacional como el que ocurre en la vida alemana… debe ocurrir también en el grupo nacional judío. Sobre la base de un nuevo Estado (nazi) que estableció el principio de la raza, deseamos encuadrar nuestra comunidad en la estructura de conjunto de manera que también para nosotros, en la esfera a nosotros designada, pueda desenvolver una actividad fructífera para la Patria»[27]. El nazismo, por lo menos en el primer período, también vió en el sionismo a un aliado que favorecía sus planes. Tras la subida de Hitler al poder, partidos y sindicatos fueron ilegalizados, pero no así el movimiento sionista. Entre 1933 y 1939, con las leyes raciales de Nuremberg en vigor, la Agencia Nacional Sionista no tuvo inconveniente en negociar la salida de algunos refugiados, a cambio de romper el boicot comercial impuesto a Alemania. Al fin y al cabo la persecución de los judíos no dejaba de ser un factor que reforzaba su proyecto de Hogar Nacional en Palestina. En palabras del «socialista» Ben Gurión en 1945: «el sionismo no tiene como misión salvar a los judíos de Europa, sino salvar Palestina para el pueblo judío»[28].Sin comentarios.
La carta del rabino Weissmandel en 1944, acusando a los líderes sionistas de cinismo e indiferencia lo dice todo: «¿Porqué no habeis hecho nada hasta ahora? ¿Quién es el culpable de esta terrible negligencia?, ¿No sois culpables vosotros, hermanos judíos, que teneis la mayor suerte del mundo, la libertad? Os enviamos este mensaje especial: os informamos de que ayer los alemanes iniciaron la deportación de judíos de Hungría. A los deportados a Auschwitz los matarán con gas ciánido. Ese es el orden del día en Auschwitz desde ayer hasta el final: Cada día serán asfixiados doce mil judíos, hombres, mujeres y niños, ancianos y niños de pecho, sanos y enfermos».
«¿Y vosotros, hermanos nuestros de Palestina, de todos los países libres, y vosotros ministros de todos los reinos, cómo guardais silencio ante este gran asesinato?, ¿Silencio mientras asesinan miles, ya van seis millones de judíos?.¿Silencio ahora, cuando decenas de miles están siendo asesinados y aguardan que les asesinen?, sus corazones destrozados os piden socorro, lloran por vuestra crueldad».
«Sois brutales, ustedes también son asesinos, por la sangre fría del silencio con que mirais, porque estais sentados con los brazos cruzados, sin hacer nada, aunque en este mismo instante podríais detener o aplazar el asesinato de judíos».
«Vosotros, hermanos nuestros, hijos de Israel, ¿estais locos?, ¿No sabeis el infierno que nos rodea?, ¿Para quién guardais vuestro dinero?, ¡asesinos!, ¡locos!, ¿Quién hace caridad aquí, vosotros que soltais unos peniques desde vuestras casas seguras o nosotros que entregamos nuestra sangre en lo más hondo del infierno?[29]» Silencio por respuesta.

6. La fundación del Estado de Israel. Sionismo y limpieza étnica.
El fin de la guerra puso al imperio británico en el camino de la «descolonización». Empeñado en contentar a sionistas y árabes, y con la pretensión de retrasar el abandono del control de la región, Gran Bretaña exasperó con su ambigüedad a unos y otros, sin contentar a nadie. El sionismo optó por el gradualismo. Criatura nacida de las entrañas del imperialismo, no podía completar su sueño si no era bajo la tutela de éste. Sus simpatías empezaron a desplazarse hacia USA, la nueva potencia dominante[30].
Terminada la guerra y puesto al descubierto el horror nazi, la población europea y norteamericana vió con sentimiento de culpa el Holocausto[31] y apoyó la idea de la fundación de un hogar para los judíos perseguidos. Este fue el momento culminante del sionismo, en el que conquistó a la mayoría de los judíos de todo el mundo. Las potencias imperialistas victoriosas, los partidos socialdemócratas, con la misma URSS[32] y sus dóciles partidos comunistas, todos expresaron su apoyo a la fundación del Estado sionista, sin importarles que implicara el choque y el desplazamiento forzado de cientos de miles de palestinos que vivían en la región[33]. La voluntad de los gobiernos no tenía nada que ver con el clima de compasión de la población europea y norteamericana. El exterminio de los judíos había sido un secreto a voces mucho antes de que estallara la guerra y no pareció importarle a nadie. Por el contrario en aquel momento no les había importado limitar drásticamente el cupo de refugiados. Los planes sionistas de conducir a los judíos supervivientes a Palestina se convertían en la tapadera humanitaria para el imperialismo. El apoyo a la fundación de Israel era parte de la lucha por el control de la región. La dócil ONU iba a ser la cobertura legal para sus planes.
El 29 de noviembre de 1947, la resolución 181 de la ONU aprobó la fundación de Israel, con el rechazo del mundo árabe. La votación presagiaba un enfrentamiento que dura hasta nuestros días. El sionismo daba el primer paso hacia la consecución su sueño, la refundación del Israel en la Palestina histórica. No importaba que el recién nacido estado judío sólo abarcase una pequeña parte de lo que reivindicaban[34]: «Cuando nos volvamos una fuerza con peso, después de la creación del Estado, aboliremos la partición y nos expandiremos a toda Palestina. El Estado será solamente una etapa en la realización del sionismo, y su tarea es preparar el terreno para nuestra expansión. El Estado tendrá que preservar el orden, no con palabras, sino con ametralladoras»[35].
La tibia respuesta militar de los gobiernos árabes sirvió como pretexto para la limpieza étnica contra los palestinos que, paradójicamente apenas participaron en los combates. «(la guerra judeo-árabe de 1948 no fue)… un conflicto que opusiera el movimiento nacional árabe al sionismo político. ‘Los ejércitos árabes… no jugaban un papel independiente con vistas adquirir la independencia de Palestina, sino que se servían, más bien, de los intereses británicos a través de los regímenes fantoches de Faruk, Abdullah y Nuri Said. La guerra fue utilizada por estos regímenes para desviar la lucha interna antiimperialista hacia una guerra santa patrocinada por el imperialismo’[36]». Gran Bretaña aprovechó el conflicto para empujar a sus protegidos a anexionarse las regiones que restaban en manos palestinas. El apoyo británico a los gobiernos árabes no pretendía la derrota sionista, sino su contención dentro de las áreas señaladas por la ONU. Por su parte, Israel no quería la ruptura con Gran Bretaña, uno de sus padrinos y al que consideraba un «mal aliado», sino extender al máximo sus fronteras con una política de hechos consumados que obligase a las potencias imperiales a reconocer la nueva correlación de fuerzas. Resulta significativo que las consecuencias del conflicto fueran la repartición de las áreas palestinas entre Israel, Jordania [37] y Egipto.
La región no era un lugar desierto. En 1947 vivían en ella 1.300.000 palestinos y 630.000 judíos Para crear un Estado judío étnicamente puro había que desalojar a los antiguos pobladores y despojarles de sus propiedades. El racismo, del que han sido víctimas históricamente los judíos, ha estado oculto en las profundidades de la sociedad sionista, desde el comienzo de la expulsión de los palestinos. Existen documentos históricos que demuestran que los planes racistas para echar a la población palestina, ya eran discutidos por los dirigentes sionistas en los años 30. Cerca de 800.000 palestinos huyeron aterrorizados o fueron expulsados a punta de fusil, mientras sus casas y campos eran destruidos. De los 475 poblados palestinos que existían en la región en 1948, 385 fueron arrasados[38]. En el más puro lenguaje fascista, Ráphael Eitan, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes lo dejó claro: «Declaramos abiertamente que los árabes no tiene ningún derecho a un solo centímetro de Eretz Israel. Los de buen corazón, los moderados, deben saber que las cámaras de gas de Adolf Hitler serán un juego de niños. Lo único que entienden y entenderán es la fuerza. Utilizaremos la fuerza más decisiva, hasta que los palestinos se aproximen a nosotros de rodillas».[39]
La población expulsada fue agrupada en improvisados campos de refugiados, en los territorios bajo control árabe, sin medios de subsistencia, convertidos en una multitud de parias. Sólo una minoría continuó a duras penas en sus antiguas localidades, privados de sus derechos y pertenencias[40]. El nuevo Estado sionista, apoyado política, económica y militarmente por las grandes potencias[41], se anexionó la mayor parte de Palestina.
Desde el nacimiento del Estado sionista, el nacionalismo judío buscó expandir sus fronteras hasta alcanzar las del mítico reino de Salomón. La colonización de los territorios ocupados se llevó a cabo durante décadas sin miramientos, conscientes de contar con el beneplácito de las grandes potencias, en particular de USA. La guerra de 1967 se tradujo de nuevo en ocupaciones, destrucciones sistemáticas, y expulsiones. Israel se ha ido convirtiendo en el símbolo de las injusticias cometidas contra los árabes. Para muchos el sueño del sionismo se ha ido transformando en una pesadilla. Una ininterrumpida guerra de desgaste ha creado entre sus habitantes la sensación de vivir en un país sitiado, que no ha tenido ni un momento de reposo desde su nacimiento.
De nada sirvieron los Acuerdos de Oslo (1993) en los que la dirección palestina de Yasser Arafat, aceptó la perpetuación del Estado étnico de Israel, renunciando a su reivindicación histórica de una Palestina laica, democrática y no racista, a cambio de una ficticia «Autoridad Nacional Palestina», sin poder real, que iba a administrar los bantustanes de Gaza y Cisjordania. De nada sirve el nuevo muro de la vergüenza que pretende perpetuar el Estado sionista con la separación de los pueblos. Israel se ha convertido en una trampa cruel para el pueblo judío. La agresión del sionismo a los palestinos no ha hecho más que azuzar los viejos rescoldos de la hoguera del antisemitismo en todo el mundo. El sionismo se ha revelado como una amenaza mortal para pueblo judío, al que nunca le han importado sus sufrimientos, mientras sirvan a sus intereses expansionistas y delirantes.

[1] ABRAHAM LEÓN: «Concepción materialista de la cuestión judía». Bs As. Heráclito, 1974, p.19. El autor murió a los 26 años en el campo de exterminio de Auschwitz.
[2] SAVAS MATZAS. «Sobre marxismo y la cuestión judía» (En Defensa del Marxismo (Arg.) 22, p. 63
[3] ABRAHAM LEÓN, op. cit., p.51.
[4] ANDRÉ CHOURAQUI. «Historia del judaísmo». Sâo Paulo. Difusâo europea do livro 1963, p.31, cita de ARLENE E. CLEMENSHA. En Defensa del Marxismo (Argentina). «Marx ¿antisemita?» p. 60.
[5] El pequeño campesino, o el artesano, endeudados, odiaban al usurero judío porque al que le entregaban personalmente sus últimos bienes, creían que era la causa de su ruina, sin percibir que la verdadera explotación venía de parte del noble, o del burgués rico.
[6] ABRAHAM LEÓN., op. cit., p.200.
[7] Op. cit, p.114
[8] K. MARX, 2º capítulo, «La cuestión judía».
[9] Inglaterra 1290, Francia 1394, España 1492, y Portugal 1497.
[10] Fueron pocos los que se integraron porque la raíz del antisemitismo no era ni racial, ni religiosa, sino por las profesiones que tenían. El usurero cristiano era igual de odiado y tenía las mismas dificultades para integrarse que el judío.
[11] ABRAHAM LEÓN. Op. Cit. p. 155
[12] SAVAS MATZAS. Op. cit. p. 69
[13] NATHAN WEINSTOCK.» El sionismo contra Israel». Buenos. Aires., Gosman 1970, p. 20
[14] ABRAHAM LEÓN, op.cit., p.155
[15] Pogrom viene del ruso: «po»: completamente y «gromit»: destruir.
[16] ABRAHAM LEÓN. Op. Cit. p. 175
[17] Incluido el BUND (Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia), que se crea en 1897, el mismo año en el que se celebra en Basilea, el Congreso de Fundación de la organización sionista. El BUND intentó unir nacionalismo y marxismo, reivindicando una organización socialista judía, que representara sus intereses culturales y políticos, pero en el seno de Europa, y no a través de la inmigración, ni de la defensa de una refundación mítica del Estado de Israel.
[18] NATHAN WEINSTOCK, Op. Cit. p. 54-55 cita a Naqhum Goldmann,(1895-1982) que fue presidente del Congreso Sionista Mundial.
[19] «La judeofobia es una psicosis. En tanto que psicosis, es hereditaria; en tanto que enfermedad transmitida desde los mil años, es incurable» (Pinsker) N. WEINSTOCK, op. Cit. p.80.
[20] Citado por S. AVINIERI SHLOMO, «La idea sionista. Notas sobre el pensamiento nacional judío», p. 141-142, y ELIÉ BERNAVÍ, «Une histoire moderne d’Israel» p. 175, notas de JOAN B. CULLÀ op. cit.
[21] Carta de Theodor Herzl, al conde Von Plehve, organizador de los pogroms de Ksihinev: «Ayúdeme a conseguir cuanto antes la tierra (Palestina) y la revuelta (contra la dominación zarista) acabará». CECILIA TOLEDO (05.2001). «Israel cinco décadas de pillaje y limpieza étnica». Marxismo.org.
[22] LEÓN TROTSKY. «Sobre la cuestión judía». En K. Marx y otros: «La cuestión judía» op. cit. p.207
[23] Entre 1839 y 1854, el conde Shaftesbury y el coronel Charles H. Churchill desde el gobierno británico, o el francés Ernest Laharane, funcionario de Napoleón III, hicieron sus gestiones con vistas a aprovechar la decrepitud del imperio turco, para instalar a los judíos en Palestina con la perspectiva de crear allí un protectorado. Joan B. Cullá, «la tierra más disputada». Alianza Ensayo, Madrid 2005.
[24] WEIZMANN: «Lo que queríamos era un protectorado británico… una Palestina judía sería una salvaguarda para Inglaterra, particularmente en lo que concierne al Canal de Suez» (Naissance d’Israël) París 1957, p. 226-227.
[25] La única organización en aquella época que reunió a judíos y palestinos fue el Partido Comunista de Palestina.
[26] NW. Op. Cit. p.260-261
[27] CECILIA TOLEDO. «Israel: cinco décadas de pillaje y limpieza étnica» 05.2001. Marxismo vivo. Org.
[28] Op. Cit, p. 145.
[29] CECILIA TOLEDO Op. Cit.
[30] Desde 1928 USA adquiríó posiciones en Irak, Kuwait, Bahrein y Arabia Saudíta, esperando desalojar a los británicos. En el transcurso de la guerra, multiplicó sus bases, aeropuertos y depósitos (NW).
[31] Sin restar importancia a la tragedia judía, el nazismo también asesinó a millones de otros seres humanos, homosexuales, enfermos mentales, disminuidos físicos y psíquicos, gitanos, eslavos, comunistas, socialistas.
[32] El viraje de Stalin de considerar al sionismo como un movimiento nacionalista, pequeño burgués y contrarrevolucionario a apoyar la fundación de Israel se basó en la creencia de que así aumentaría la influencia de la URSS, acentuando las contradicciones entre británicos y norteamericano.
[33] En 1919 la comisión norteamericana King Crane, que visitaba la región, recomendó limitar los planes sionistas que contemplaban la expulsión de los palestinos. Balfour en sus memorias confesaba que en Palestina, las potencias aliadas «no (proponen) incluso proceder en la forma a una consulta de los habitantes actuales… siendo el sionismo infinitamente más importante que el deseo y los prejuicios de los 700.000 árabes que habitan en este momento este antiguo país» N.W. op. cit. p.164
[34] WEISMANN: «El reino de David era más pequeño, bajo Salomón se convirtió en un imperio. ¿Quién sabe? Lo difícil es dar el primer paso» (Cullà). Op. Cit. p. 122
[35] BEN GURION, 13.10.1936.
[36] NATHAN WEINSTOCK. Op. Cit. 339.
[37] Ben Gurión se opone a la conquista de la vieja ciudad de Jerusalén. Por su parte, la legión árabe se retira súbitamente de Lydda y Ramleh, permitiendo a los israelíes que ocupen toda la Galilea Occidental.
[38] «Israel, 5 décadas de pillaje y limpieza étnica» op. cit.
[39] RALPH SCHOENMAN. «historia oculta del sionismo» p.40
[40] Sólo en 1952 conseguirán el estatus legal de «ciudadanía», pero siempre como ciudadanos de segunda clase, discriminados y sospechosos de simpatizar con sus hermanos del exterior.
[41] La URSS, a través de Checoslovaquia, pertrechó a los israelíes, de tal manera que los mismos líderes sionistas reconocieron que sin el apoyo de la URSS, Israel nunca habría podido fundarse.

*Publicado en En Defensa del Marxismo, No. 78, Bs. Aires, Argentina.

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