Esta no es una revolución, es un despelote
Después de 11 años del proceso Bolivariano uno se pregunta, ¿Cuál es la contradicción principal a resolver para pretender que un proceso social se transforme en una revolución socialista, la política o la economía? Más allá de la demagogia, esta pregunta pone en el tapete el papel de la economía y de la política en los procesos sociales; así es como las prácticas desde la derecha y el imperialismo se instrumentan para derrotar a la clase obrera y campesina del mundo.
Después de 11 años del proceso Bolivariano uno se pregunta, ¿Cuál es la contradicción principal a resolver para pretender que un proceso social se transforme en una revolución socialista, la política o la economía? Más allá de la demagogia, esta pregunta pone en el tapete el papel de la economía y de la política en los procesos sociales; así es como las prácticas desde la derecha y el imperialismo se instrumentan para derrotar a la clase obrera y campesina del mundo.
Llevamos 11 años de una divertida parodia política en la que existen los chavistas, los escuálidos (jefaturados por el imperialismo) y los que apoyan a cada bando, no porque simpaticen con el bando sino porque odian lo que hace el otro bando. Entre los últimos se encuentran aquellos que sueñan con lograr sus metas (socialismo o capitalismo) y terminan siendo chantajeados por sus propios bandos. Sin embargo, además de la parodia política ha sido muy poco lo que en términos económicos se ha avanzado para tan siquiera orientar este proceso hacia una economía socialista. Muchas palabras y discursos, pero poca acción.
Con la Revolución Francesa en 1789 se demostró que quien finalmente termina con el control político de los procesos sociales (por la extrema desigualdad social) no es quien lo inicia sino quien impone el modelo más eficiente de relaciones de producción en el plano económico. En el caso de la Revolución Francesa el modelo de explotación capitalista terminó siendo el modelo económico más eficiente para la producción y distribución de bienes y servicios entre la población, siendo muy superior a la producción y distribución feudalista. El modelo económico capitalista resultó ser un método de acumulación de trabajo más eficiente que el feudalista. Hecho que devino en lo social en una mejor y mayor acumulación de privilegios de la burguesía frente al resto de las clases sociales (aristocracia, obreros y campesinos).
Es el proceso de acumulación económica de la burguesía desde hacía siglos lo que, junto a una crisis económica que debilitó el modelo social y político de la Francia feudal, permitió la supremacía del modelo capitalista sobre el feudalista.
En las experiencias socialistas que se han dado en el mundo siempre se entendió que el control político del Estado por la vanguardia y su auto definición como socialista devenía necesariamente y por añadidura en una sociedad socialista (o más aún en una sociedad comunista). Pero la realidad demostró que esto no era cierto. Primero se demostró que las crisis económicas, sociales y políticas no devienen automáticamente en una sociedad socialista (comunista). Las relaciones de producción y distribuciones de bienes y servicios no cambian espontáneamente. Estas son el resultado de un tesonero y sostenido esfuerzo por cambiar y mejorar las relaciones de producción de bienes y servicios no ya para beneficio de un individuo (como en el sistema capitalista) sino de una clase social (obreros y campesinos); sin que por ellos se desconozca la individualidad de cada ser humano.
En segundo lugar, la realidad ha demostrado que los políticos suelen ser malos obreros en la dirección de una economía comunista y aún peores en el paciente y constante trabajo de cambiar las relaciones de producción y distribución de bienes y servicios en forma socialista. Muchos políticos dedicados a la revolución social no entienden los cambios en la economía porque no viven de ella, viven de hacer política. En una gran cantidad de casos estos revolucionarios son unos analfabetos funcionales en lo que se refiere a cambiar las relaciones de producción y a partir de ella construir una sociedad comunista.
En tercer lugar, se demostró que esas auto definiciones de los políticos “revolucionarios” responden más a una necesidad política (frente a las clases obrera y campesina y el imperialismo) que a una estrategia económica para cambiar las relaciones de producción, distribución y apropiación de la riqueza: esto es, no responden una estrategia para construir el comunismo.
En cuarto lugar, se demostró que un buen luchador social, un buen guerrillero o un buen militar con cierto grado de conciencia de clase no era un buen conocedor de lo que es el socialismo y menos aún un buen constructor de una economía comunista; aunque hable mucho de ello. Estas limitaciones en su quehacer productivo (como actores políticos y no como actores económicos) lo distancian de los intereses de clase de los obreros y campesinos y los transforman, como resultado de este distanciamiento y del reconocimiento de sus propios intereses, en funcionarios responsables de defender los intereses del capital (del imperialismo); en defensores de sus privilegios, por encima de los intereses de las clases obreras y campesinas.
La defensa de sus intereses llevan a los políticos (los Altos Funcionarios) de la “revolución” a la venta de la clase obrera y campesina al imperialismo y su entrega de rodillas, sumisa, desorganizada y desideologizada: la entregan preparada para su explotación. Hecho que logran convenciendo (por las buenas o las malas) a la clase obrera y campesina que este es el camino para construir el socialismo o en peor de los casos que la sumisión, la desorganización, la desideologización y el caudillismo es socialismo.
El imperialismo ha aprendido de esta ley de naturaleza económica, por eso no le tiene miedo a las revoluciones políticas, que él mismo genera como resultado de su actividad expoliadora. Aún más, ha aprendido a utilizarlas para ganar tiempo y terreno, frente a una clase obrera y campesina decepcionada y desorientada, que le permite, a través de los socialismos políticos fallidos, encumbrarse en el poder y pisotear a las clases obreras y campesinas del mundo.
Por ello, las clases obreras y campesinas deben aprender que la política en la fase inicial de construcción de una economía comunista sólo permite ganar tiempo para que se produzcan los cambios y desarrollo de relaciones de producción, distribución y acumulación comunistas. El papel de la verdadera vanguardia está en construir el cambio económico. Un cambio que permita el desarrollo de las superestructuras política, social, cultural y religiosa que le den forma a una sociedad comunista. La clase obrera y campesina son los actores fundamentales de este cambio económico, porque de ello vivirán. Resolver la contradicción principal entre las relaciones de producción capitalista y comunistas (entre la economía capitalista y la comunista) es la verdadera lucha revolucionaria. La lucha política es sólo un medio para concentrar fuerzas para la lucha económica.
En este orden de ideas el proceso bolivariano con 11 años de improvisación no es más que la repetición de las propuestas socialistas que han existido; uno que no va más allá de la exacerbación del caudillismo. Las experiencias caudillistas venezolanas, dado el inmenso volumen de su renta petrolera, están fuertemente cargadas de espectacularidad, egocentrismo, traición, corrupción, estatización (o “propiedad social”), mantenimiento del esquema económico tradicional (neocolonial), apariencias, improvisación y un supuesto nacionalismo más político (o fingido) que real. A esta caracterización se suma el despelote y derroche en la administración de los recursos y esfuerzos del Estado; así como repetidas marchas forzadas como salidas políticas para complacer y mantener en el poder al caudillo de turno. Todo ello sin que importe mucho los malos tratos, el irrespeto y los intereses de la clase obrera y campesina, aunque frente a las cámaras de televisión se muestre otra cosa.
El proceso bolivariano enfrenta su propia contradicción: por un lado, terminó de desestructurar el ya debilitado Estado burgués representativo que existía hacia finales de los años 90 y luego recogió sus pedazos y armó un Estado burgués a la talla del caudillo. El Estado es una suma de despelotes al servicio de los shows domingueros del Presidente.
El Presidente seguirá resolviendo sus circunstancias políticas, como el resto de los actores políticos que en la historia han planteado el socialismo político. Sin embargo, la estrategia de la vanguardia de la clase obrera y campesina debe centrarse en tomar provecho del espacio político (tiempo) creado por el proceso bolivariano a los efectos de construir la verdadera revolución socialista. Aquella que parte de la construcción de nuevas relaciones de producción, distribución y acumulación comunista (que demuestren ser más eficientes que el capitalismo); basada en la organización y conciencia de la clase obrera y campesina y centrada en ella como sujeto de sus beneficios.