“Exterminad a todas las bestias”
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El sábado 27 de diciembre, EE.UU. e Israel lanzaron su mayor ataque contra indefensos palestinos. El ataque había sido meticulosamente planificado, durante más de 6 meses según la prensa israelí. La planificación tuvo dos componentes: militares y propagandísticos. Se basó en las lecciones de la invasión del Líbano por Israel en 2006 que fue considerada como mal planificada y mal publicitada. Podemos, por lo tanto, estar bastante seguros que de que lo que se hizo y dijo fue pre-planificado e intencional.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El sábado 27 de diciembre, EE.UU. e Israel lanzaron su mayor ataque contra indefensos palestinos. El ataque había sido meticulosamente planificado, durante más de 6 meses según la prensa israelí. La planificación tuvo dos componentes: militares y propagandísticos. Se basó en las lecciones de la invasión del Líbano por Israel en 2006 que fue considerada como mal planificada y mal publicitada. Podemos, por lo tanto, estar bastante seguros que de que lo que se hizo y dijo fue pre-planificado e intencional.
Eso seguramente incluye la oportunidad del ataque: poco antes de mediodía, cuando los niños volvían de las escuelas y la gente se acumulaba en las calles de la densamente poblada Ciudad de Gaza. Sólo costó unos pocos minutos para matar a más de 225 personas y herir a 700, un comienzo auspicioso para la matanza masiva de civiles indefensos atrapados en una pequeña jaula sin tener a dónde huir.
En su retrospectiva “Desglose de los logros de la Guerra de Gaza,” el corresponsal del New York Times, Ethan Bronner citó lo siguiente como uno de sus logros más significativos. Israel calculó que sería ventajoso si parecía “volverse loco,” causando un terror vastamente desproporcionado, una doctrina que se remonta a los años cincuenta. “Los palestinos en Gaza captaron el mensaje el primer día,” escribió Bronner, “cuando los aviones de guerra israelíes atacaron simultáneamente numerosos objetivos en medio de un sábado por la mañana. Unos 200 fueron muertos instantáneamente, horrorizando a Hamás y por cierto a toda Gaza.” La táctica de “volverse loco” parece haber sido exitosa. Bronner concluyó que: existen “limitadas indicaciones de que la gente de Gaza sintió un tal dolor por esta guerra que tratará de controlar a Hamás,” el gobierno elegido. Es otra antigua doctrina de terror estatal. No recuerdo, a propósito, la retrospectiva del Times “Desglose de los logros de la Guerra de Chechenia,” aunque los logros fueron grandes.
La meticulosa planificación también incluyó presumiblemente la terminación del ataque, programado cuidadosamente para que tuviera lugar justo antes de la investidura, para minimizar la (remota) amenaza de que Obama tuviera algo crítico que decir sobre esos depravados crímenes apoyados por EE.UU.
Dos semanas después del comienzo del ataque durante el Sabbat, cuando gran parte de Gaza había sido convertida en escombros y la cantidad de víctimas mortales se acercaba a las 1.000, la agencia de la ONU UNRWA, de la que depende la mayoría de los gazanos para sobrevivir, anunció que los militares israelíes rehusaban permitir cargamentos de ayuda para Gaza, diciendo que los cruces estaban cerrados por ser Sabbat. Para honorar el día sagrado, había que negar alimentos y medicinas a los palestinos al límite de la supervivencia, pero cientos pueden ser masacrados ese mismo día por bombarderos jet y helicópteros estadounidenses.
Esta doble manera de observar rigurosamente el Sabbat atrajo poca, si alguna, atención. Tiene sentido. En los anales de la criminalidad estadounidense-israelí, una tal crueldad y cinismo apenas merecen más que una nota al pie. Son demasiado familiares. Para citar un paralelo relevante: en junio de 1982, la invasión israelí del Líbano respaldada por EE.UU. comenzó con el bombardeo de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, que después de hicieron famosos como el lugar de terribles masacres supervisadas por el ejército israelí (Fuerzas de ‘Defensa’ Israelíes–ejército israelí). El bombardeo alcanzó el hospital local –el hospital Gaza [en Sabra, N. del T.]– y mató a más de 200 personas, según el informe de un testigo presencial, un especialista académico estadounidense en Oriente Próximo. La matanza fue el acto inicial de una invasión que mató entre 15.000 y 20.000 personas y destruyó gran parte del sur del Líbano y Beirut, que procedió con un crucial apoyo militar y diplomático de EE.UU. Este incluyó vetos de resoluciones del Consejo de Seguridad que trataron de detener la criminal agresión que fue emprendida, como apenas fue ocultado, para defender a Israel de la amenaza de una solución política pacífica, contrariamente a muchas patrañas convenientes sobre el sufrimiento de los israelíes bajo intensos disparos de cohetes, una fantasía de apólogos.
Todo esto es normal, y discutido de modo bastante abierto por altos responsables israelíes. Hace treinta años el Jefe de Estado Mayor, Mordechai Gur, observó que desde 1948 “hemos estado luchando contra una población que vive en aldeas y ciudades. Como resumiera sus observaciones el más destacado analista militar de Israel, Zeev Schiff: “el ejército israelí siempre ha atacado a poblaciones civiles, intencional y conscientemente… el ejército, dijo, nunca ha distinguido objetivos civiles [de militares]… [pero] atacó a propósito objetivos civiles.” Los motivos fueron explicados por el distinguido estadista Abba Eban: “existía una perspectiva racional, que fue cumplida en última instancia, que afectaba a poblaciones que ejercerían presión por el cese de hostilidades.” El efecto, como bien lo entendía Eban, sería permitir que Israel implementara, sin ser molestado, sus programas de expansión ilegal y dura represión. Eban estaba comentando sobre un estudio de ataques del gobierno laborista contra civiles por el primer ministro Begin, presentando un cuadro, dijo Eban, “de un Israel que inflige desenfrenadamente toda medida posible de muerte y angustia a poblaciones civiles en un estado de ánimo reminiscente de regímenes que ni el señor Begin ni yo nos atreveríamos a mencionar por su nombre.” Eban no disputó los hechos estudiados por Begin, pero lo criticó por declararlos en público. Tampoco preocupó a Eban, o a sus admiradores, que su propugnación de un masivo terror estatal también sea reminiscente de regímenes que no se atrevía a mencionar por su nombre.
La justificación del terror estatal por Eban es considerada por lo persuasiva por autoridades respetadas. Mientras continuaba el actual ataque de EE.UU. e Israel, el columnista del Times, Thomas Friedman, explicó que las tácticas de Israel tanto en el actual ataque y en su invasión del Líbano en 2006 se basan en el sano principio de “tratar de ‘educar’ a Hamás, infligiendo un fuerte número de víctimas mortales a militantes de Hamás y un fuerte dolor a la población de Gaza.” Eso tiene sentido sobre una base pragmática, como lo tuvo en el Líbano, donde “la única fuente de disuasión a largo plazo fue infligir suficiente dolor a los civiles – a las familias y empleadores de los militantes – para contener a Hezbolá en el futuro.” Y por una lógica similar, el esfuerzo de bin Laden por “educar” a los estadounidenses el 11-S fue altamente digno de elogio, como los ataques nazis contra Lídice y Oradour, la destrucción de Grozny por Putin, y otros notables intentos de “educación.”
Israel se ha esforzado por dejar en claro su dedicación a esos principios guía. El corresponsal del New York Times, Stephen Erlanger, informa que los grupos de derechos humanos israelíes están “inquietos por los ataques israelíes contra edificios que creen que debieran ser clasificados como civiles, como el parlamento, estaciones de policía y el palacio presidencial” – y, podríamos agregar, aldeas, casas, campos de refugiados densamente poblados, sistemas de agua y alcantarillado, hospitales, escuelas y universidades, mezquitas, instalaciones de ayuda de la ONU, ambulancias, y por cierto todo lo que pudiera aliviar el dolor de las indignas víctimas. Un alto oficial de inteligencia israelí explicó que el ejército israelí atacaron “ambos aspectos de Hamás – su ala de resistencia o militar y su dawa, o ala social,” este último un eufemismo para la sociedad civil. “Argumentó que Hamás era todo de una pieza,” continúa Erlanger, “y en una guerra sus instrumentos de control político y social son un objetivo tan legítimo como sus escondites de cohetes.” Erlanger y sus editores no agregan ningún comentario sobre la propugnación abierta, y práctica, del terrorismo masivo contra civiles, aunque corresponsales y columnistas señalizan su tolerancia o incluso propugnación explícita de crímenes de guerra, como señalado. Pero ajustándose a la norma, Erlanger no deja de subrayar que los ataques con cohetes de Hamás son “una obvia violación del principio de discriminación y se ajustan a la definición clásica del terrorismo.”
Como otros familiarizados con la región, el especialista en Oriente Próximo, Fawwaz Gerges, observa que “Lo que funcionarios israelíes y sus aliados estadounidenses no aprecian es que Hamás no es sólo una milicia armada sino un movimiento social con una amplia base popular que está profundamente arraigado en la sociedad.” De ahí que cuando realizan sus planes para destruir el “ala social” de Hamás, estén apuntando a destruir la sociedad palestina.
Puede que Gerges sea demasiado benévolo. Es muy poco probable que funcionarios israelíes y estadounidenses –o los medios y otros comentaristas– no aprecien esos hechos. Más bien, adoptan implícitamente la perspectiva tradicional de los que monopolizan los medios de violencia: nuestro puño de hierro puede aplastar toda oposición, y si nuestro furioso ataque resulta en numerosas víctimas civiles, todo sea por bien: tal vez los que queden serán adecuadamente educados.
Los oficiales del ejército israelí comprenden claramente que están aplastando a la sociedad civil. Ethan Bronner cita a un coronel israelí que dice que él y sus hombres no están muy “impresionados por los combatientes de Hamás.” “Son aldeanos con rifles,” dijo un artillero en un vehículo blindado para el transporte de tropas. Se parecen a las víctimas de las asesinas operaciones de “puño de hierro” del ejército israelí en el sur del Líbano ocupado en 1985, dirigidas por Shimon Peres, uno de los grandes comandantes terroristas de la era de la “Guerra contra el Terror” de Reagan. Durante esas operaciones comandantes y analistas estratégicos israelíes explicaron que las víctimas eran “aldeanos terroristas,” difíciles de erradicar porque “esos terroristas operan con el apoyo de la mayor parte de la población local.” Un comandante israelí se quejó de que “el terrorista… tiene aquí muchos ojos, porque vive aquí,” mientras el corresponsal militar del Jerusalem Post describió los problemas que enfrentan las fuerzas israelíes en el combate contra el “mercenario terrorista,” “fanáticos, todos los cuales están suficientemente dedicados a sus causas para seguir corriendo el riesgo de ser muertos mientras realizan ataques contra el ejército israelí,” que deben “mantener el orden y la seguridad” en el sur del Líbano ocupado a pesar “del precio que tienen que pagar los habitantes.” El problema ha sido familiar para los estadounidenses en Vietnam del Sur, para los rusos en Afganistán, para los alemanes en Europa ocupada, y para otros agresores que están implementando la doctrina
Gur-Eban-Friedman
Gerges cree que el terror estatal estadounidense-israelí fracasará: Hamás, escribe, “no puede ser eliminado sin masacrar a medio millón de palestinos. Si Israel logra matar a altos dirigentes de Hamás, una nueva generación, más radical que la presente, los reemplazará rápidamente. Hamás es una realidad. No va a desaparecer, y no alzará la bandera blanca no importa cuántas bajas sufra.”
Tal vez, pero siempre hay una tendencia a subestimar la eficacia de la violencia. Es particularmente extraño que una tal creencia sea mantenida en EE.UU. ¿Para qué estamos aquí?
Hamás es descrito regularmente como “Hamás, respaldado por Irán, que está dedicado a la destrucción de Israel.” Será difícil encontrar algo como “Hamás, democráticamente elegido, que hace tiempo que pide una solución de dos Estados de acuerdo con el consenso internacional” –bloqueada desde hace más de 30 años por EE.UU. e Israel, que rechazan de plano y explícitamente el derecho de los palestinos a la autodeterminación. Todo es verdad, pero no es una contribución útil a la línea oficial, por lo tanto es desechable.
Detalles como los mencionados anteriormente, aunque menores, nos enseñan a pesar de todo algo sobre nosotros mismos y nuestros clientes. Así lo hacen otros. Para mencionar otro, cuando comenzó el último ataque de EE.UU. e Israel contra Gaza, un pequeño barco, el Dignity, iba en camino de Chipre a Gaza. Los doctores y activistas de derechos humanos a bordo querían violar el criminal bloqueo de Israel y llevar suministros médicos a la población atrapada. El barco fue interceptado en aguas internacionales por navíos israelíes, que lo embistieron severamente, y casi lo hundieron, aunque logró arrastrarse hasta el Líbano. Israel emitió las mentiras de rutina, refutadas por los periodistas y pasajeros a bordo, incluidos el corresponsal de CNN Karl Penhaul y la ex congresista de EE.UU. y candidata presidencial del Partido Verde, Cynthia McKinney. Es un crimen serio –mucho peor, por ejemplo, que secuestrar barcos frente a la costa de Somalia. Apenas recibió atención en los medios. La aceptación tácita de semejantes crímenes refleja el entendimiento de que Gaza es territorio ocupado, y que Israel tiene derecho a mantener su cerco, incluso autorizado por los guardianes del orden internacional para realizar crímenes en alta mar para implementar sus programas de castigar a la población civil por desobedecer sus órdenes –bajo pretextos a los que volvemos, casi universalmente aceptados pero evidentemente inadmisibles.
La falta de atención de nuevo tiene sentido. Durante décadas, Israel ha estado secuestrando barcos en aguas internacionales entre Chipre y el Líbano, matando o secuestrando pasajeros, llevándolos a veces a prisiones en Israel, con cámaras de tortura en cárceles secretas, para retenerlos como rehenes durante muchos años. Ya que las prácticas son rutinarias, ¿por qué iban a tratar el nuevo crimen con más que un bostezo? Chipre y el Líbano reaccionaron de modo muy diferente, ¿pero qué importancia tienen en el contexto actual?
¿A quién le interesa, por ejemplo, si los editores del Daily Star, del Líbano, generalmente pro-occidental, escriben que “cerca de 1,5 millones de personas en Gaza son sometidas al ministerio asesino de una de las maquinarias militares más avanzadas tecnológicamente, pero moralmente retrógradas del mundo? A menudo se sugiere que los palestinos se han convertido para el mundo árabe en lo que los judíos fueron en la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial, y existe una cierta verdad en esa interpretación. Cuán repugnantemente adecuado, por lo tanto, que exactamente como los europeos y norteamericanos miraron para otro lado cuando los nazis perpetraban el Holocausto, los árabes encuentren una manera de no hacer nada mientras los israelíes matan a niños palestinos.” Tal vez el más vergonzoso de los regímenes árabes es la brutal dictadura egipcia, beneficiaria de la mayor ayuda militar de EE.UU., aparte de Israel.
Según la prensa libanesa, Israel, todavía “rapta rutinariamente a civiles libaneses del lado libanés de la Línea Azul [la frontera internacional] el caso más reciente en diciembre de 2008.” Y, claro está, “aviones israelíes violan a diario el espacio aéreo libanés en violación de la Resolución 1701 de la ONU” (el experto libanés Amal Saad-Ghorayeb, Daily Star, 13 de enero). Eso también ha estado ocurriendo desde hace mucho tiempo. Al condenar la invasión del Líbano por Israel en 2006, el destacado analista estratégico israelí, Zeev Maoz, escribió en la prensa israelí que “Israel ha violado el espacio aéreo libanés realizando misiones de reconocimiento aéreo casi cada día desde su retirada del sur del Líbano hace seis años. Es verdad, esos sobrevuelos no causaron víctimas libanesas, pero una violación de una frontera es una violación de una frontera. Aquí también, Israel no tiene una razón moral superior.” Y en general, no existe una base para el “consenso total en Israel de que la guerra contra Hezbolá en el Líbano es una guerra justa y moral,” un consenso “basado en una memoria selectiva y a corto plazo, en una visión del mundo introvertida, y en dobles raseros. No es una guerra justa, el uso de la fuerza es excesivo e indiscriminado, y el objetivo final es la extorsión.”
Como Maoz también recuerda a sus lectores israelíes que los sobrevuelos con retumbos ultrasónicos para aterrorizar a los libaneses constituyen el menor crimen israelí en el Líbano, incluso aparte de sus cinco invasiones desde 1978. “El 28 de julio de 1988, Fuerzas Especiales israelíes raptaron al jeque Obeid, y el 21 de mayo de 1994, Israel raptó a Mustafa Dirani, quien fue responsable por la captura del piloto israelí Ron Arad [mientras éste estaba bombardeando el Líbano en 1986]. Israel los retuvo en prisión junto con otros 20 libaneses, que fueron capturados bajo circunstancias no reveladas, durante largos períodos sin proceso. Fueron retenidos como “cartas de cambio” humanas. Al parecer, el secuestro de israelíes con la intención de intercambiar prisioneros es moral reprensible, y militarmente castigable cuando Hezbolá realiza el secuestro, pero no si Israel hace lo mismo,” y en una escala mucho mayor y durante muchos años.
Las prácticas regulares de Israel son importantes incluso fuera de lo que revelan sobre la criminalidad israelí y el apoyo occidental del que goza. Como indica Maoz, esas prácticas subrayan la redomada hipocresía de la afirmación estándar de que Israel tuvo el derecho de invadir de nuevo el Líbano en 2006 cuando dos soldados fueron capturados en la frontera, la primera acción a través de la frontera de Hezbolá en los seis años desde la retirada de Israel del sur del Líbano, que ocupaba en violación de las órdenes del Consejo de Seguridad de 22 años antes, mientras que Israel violó impunemente casi a diario la frontera durante seis años, y aquí se guarda silencio.
La hipocresía es, de nuevo, rutina. Por lo tanto, Thomas Friedman, cuando explica cómo las especies inferiores tienen que ser “educadas” mediante la violencia terrorista, escribe que la invasión israelí del Líbano en 2006, destruyendo una vez más gran parte del sur del Líbano y de Beirut mientras mataba a otros 1.000 civiles, fue un justo acto de autodefensa, como reacción al crimen de Hezbolá de “lanzar una guerra no provocada a través de la frontera entre Israel y el Líbano reconocida por la ONU, después que Israel se había retirado unilateralmente del Líbano.” Dejando de lado el engaño, por la misma lógica, ataques terroristas contra israelíes que son mucho más destructivos y asesinos que cualesquiera que hayan tenido lugar, serían plenamente justificados como reacción a las prácticas criminales de Israel en el Líbano y en alta mar, que exceden ampliamente el crimen de Hezbolá de capturar a dos soldados en la frontera. El veterano especialista en Oriente Próximo del New York Times seguramente sabe de esos crímenes, por lo menos si lee su propio periódico: por ejemplo, el párrafo 18 de una historia sobre el intercambio de prisioneros en noviembre de 1983 que señala, de pasada, que 37 de los prisioneros árabes “habían sido capturados recientemente por la Armada Israelí mientras trataban de viajar de Chipre a Trípoli,” al norte de Beirut.
Desde luego todas las conclusiones semejantes sobre acciones apropiadas contra los ricos y poderosos se basan en un error fundamental. Una cosa somos nosotros, otra cosa son ellos. Ese principio crucial, profundamente arraigado en la cultura occidental, basta para debilitar hasta la analogía más precisa y el razonamiento más impecable.
Al escribir estas líneas, otro barco va en camino de Chipre a Gaza, “llevando suministros médicos urgentemente necesitados en cajas selladas, controladas por la Aduana en el Aeropuerto Internacional de Larnaca y en el Puerto de Larnaca,” informan los organizadores. Los pasajeros incluyen a miembros del Parlamento Europeo y médicos. Israel ha sido notificado de su propósito humanitario. Con suficiente presión popular, podrían realizar su misión en paz.
Los nuevos crímenes que EE.UU. e Israel han estado cometiendo en Gaza en las últimas semanas no se ajustan fácilmente a cualquier categoría estándar –excepto por lo familiar; sólo he dado algunos ejemplos, y volveré a otros. Literalmente, los crímenes caen bajo la definición oficial de “terrorismo” del gobierno de EE.UU., pero esa designación no captura su enormidad. No pueden ser llamados “agresión” porque son realizados en territorio ocupado, como concede tácitamente EE.UU. En su exhaustiva historia erudita del asentamiento israelí en los territorios ocupados, “Lords of the Land,” [Señores de la Tierra] Idit Zertal y Akiva Eldar señalan que después que Israel retiró sus fuerzas de Gaza en agosto de 2005, el territorio arruinado no fue liberado “ni por un solo día de la sujeción militar de Israel o del precio por la ocupación que los habitantes pagan cada día… Israel dejó tras de sí tierra arrasada, servicios devastados, y gente sin presente ni futuro. Los asentamientos fueron destruidos en una acción innoble de un ocupante incivil que en los hechos sigue controlando el territorio y mata y acosa a sus habitantes mediante su formidable poderío militar” –ejercido con extremo salvajismo, gracias al firme apoyo y participación de EE.UU.
El ataque estadounidense-israelí contra Gaza escaló en enero de 2006, unos pocos meses después de la retirada formal, cuando los palestinos cometieron un crimen verdaderamente atroz: votaron “incorrectamente” en una elección libre. Como otros, los palestinos aprendieron que uno no desobedece impunemente las órdenes del Amo, que sigue parloteando de su “ansia de democracia,” sin evocar el ridículo en las clases educadas, otro logro impresionante.
Ya que los términos “agresión” y “terrorismo” son inadecuados, se necesita alguna expresión nueva para la tortura sádica y cobarde de un pueblo atrapado sin posibilidad alguna de escape, mientras es convertido en polvo por los productos más sofisticados de la tecnología militar de EE.UU. –utilizada en violación del derecho internacional e incluso estadounidense, pero para quienes se han autoproclamado Estados fuera de la ley, es sólo un tecnicismo menor. También es un tecnicismo menor el hecho de que el 31 de diciembre, mientras gazanos aterrorizados buscaban desesperadamente refugio del implacable ataque, Washington haya contratado un barco alemán para transportar de Grecia a Israel un inmenso embarque: 3.000 toneladas, de “munición” no identificada. El nuevo embarque “viene después del contrato de un navío mercante para llevar un envío mucho mayor de armamento en diciembre de EE.UU. a Israel antes de los ataques aéreos en la Franja de Gaza,” informó Reuters. Todo esto es aparte de los más de 21.000 millones de dólares en ayuda militar de EE.UU. suministrada por el gobierno de Bush a Israel, casi en su totalidad subsidios. “La intervención de Israel en la Franja de Gaza ha sido impulsada en gran parte por armas suministradas por EE.UU., pagadas con dineros públicos de EE.UU.,” dijo una información de la New America Foundation, que monitorea el tráfico de armas. El nuevo embarque fue obstaculizado por la decisión del gobierno griego de prohibir el uso de cualquier puerto en Grecia “para el abastecimiento del ejército israelí.”
La reacción de Grecia ante los crímenes israelíes respaldados por EE.UU. es bastante diferente de la cobarde actitud de los dirigentes de la mayor parte de Europa. La distinción revela que Washington puede haber sido bastante realista al considerar a Grecia como parte de Oriente Próximo, no Europa, hasta el derrocamiento de la dictadura fascista respaldada por EE.UU. en 1974. Tal vez Grecia sea demasiado civilizada para ser parte de Europa.
Si hubiera alguien que pensara que la oportunidad de las entregas de armas a Israel es extraña, e indagara más, el Pentágono tiene una respuesta: el embarque arribaría demasiado tarde para escalar el ataque contra Gaza, y el equipo militar, sea lo que sea, debe ser pre-posicionado en Israel para su eventual uso por las fuerzas armadas de EE.UU. Puede que sea exacto. Uno de los numerosos servicios que Israel rinde a su patrón es suministrarle una valiosa base militar en la periferia de los mayores recursos de energía del mundo. Por ello puede servir como una base avanzada para agresión estadounidense –o para utilizar términos técnicos, para “defender el Golfo” y “asegurar estabilidad.”
El inmenso flujo de armas a Israel sirve muchos propósitos subsidiarios. El analista de política de Oriente Próximo, Mouin Rabbani, observa que Israel puede probar armas recientemente desarrolladas contra objetivos indefensos. Es de valor para Israel y para EE.UU. ‘de doble valor, de hecho, porque versiones menos efectivas de esos mismos sistemas de armas son subsiguientemente vendidas a precios enormemente inflados a Estados árabes, que efectivamente subvencionan la industria de armamentos de EE.UU. y las donaciones militares de EE.UU. a Israel.” Esas son las funciones adicionales de Israel en el sistema dominado por EE.UU. en Oriente Próximo, y entre los motivos por los que Israel es favorecido por las autoridades del Estado, junto con una amplia gama de corporaciones de alta tecnología de EE.UU., y por cierto la industria militar y la inteligencia.
Sin contar a Israel, EE.UU. es de lejos el mayor proveedor de armas del mundo. El reciente informe de New America Foundation concluye que “las armas y el entrenamiento militar por EE.UU. jugaron un papel en 20 de las 27 mayores guerras del mundo en 2007,” con ingresos para EE.UU. de 23.000 millones de dólares, que aumentaron a 32.000 millones en 2008. No es de extrañar que entre las numerosas resoluciones de la ONU a las que EE.UU. se opuso en la sesión de la ONU de diciembre de 2008 haya habido una que pedía la regulación del tráfico de armas. En 2006, EE.UU. fue el único que votó contra el tratado, pero en noviembre de 2008 se le sumó un socio: Zimbabue.
Hubo otros votos notables en la sesión de diciembre de la ONU. Una resolución sobre “el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación” fue adoptada por 173 contra 5 (EE.UU., Israel, dependencias de las islas del Pacífico). La votación reafirma fuertemente el negacionismo estadounidense-israelí, en aislamiento internacional. Del mismo modo, una resolución sobre “libertad universal de viaje y la importancia vital de la reunificación familiar” fue adoptada con la oposición de EE.UU., Israel, y las dependencias del Pacífico, presumiblemente pensando en los palestinos.
Al votar contra el derecho al desarrollo EE.UU. perdió a Israel pero ganó a Ucrania. Al votar contra el “derecho al alimento”, EE.UU. se quedó solo, un hecho particularmente impresionante en vista de la enorme crisis alimentaria global, que deja chica a la crisis financiera que amenaza las economías occidentales.
Hay buenos motivos por los cuales no se informa regularmente sobre los resultados de las votaciones, y los medios y los intelectuales conformistas los envían a la profundidad del agujero de la memoria. No sería atinado revelar al público lo que dan a entender esos resultados sobre sus representantes elegidos. En el caso actual sería sencillamente poco útil que el público supiera que el negacionismo de EE.UU. e Israel, que obstaculiza la solución pacífica propugnada desde hace tiempo por el mundo, llega a tal extremo que niega a los palestinos hasta el derecho abstracto a la autodeterminación.
Uno de los heroicos voluntarios en Gaza, el doctor noruego Mads Gilbert, describió la escena de horror como una “guerra total contra la población civil de Gaza.” Estimó que la mitad de las víctimas son mujeres y niños. Los hombres también son casi todos civiles, según estándares civilizados. Gilbert informa que apenas ha visto una víctima militar entre los cientos de cuerpos. El ejército israelí está de acuerdo. Hamás “hizo un esfuerzo especial para combatir a distancia –o no hacerlo en absoluto,” informa Ethan Bronner mientras “analiza los logros” del ataque estadounidense-israelí. De modo que la fuerza de Hamás sigue intacta, y fueron sobre todo civiles los que sufrieron: un resultado positivo, según la doctrina mayoritaria.
Esas evaluaciones fueron confirmadas por el jefe humanitario de la ONU, John Holmes, quien informó a los periodistas que es “una presunción justificada” que la mayoría de los civiles muertos fueron mujeres y niños en una crisis humanitaria que empeora día a día mientras continúa la violencia.” Pero debiéramos sentirnos reconfortados por las palabras de la Ministra de Exteriores israelí Tzipi Livni, la principal paloma en la actual campaña electoral, quien aseguró al mundo que no hay “crisis humanitaria” en Gaza, gracias a la benevolencia israelí.
Como otros que se preocupan por seres humanos y su suerte, Gilbert y Holmes abogaron por un cese al fuego. Pero no todavía. “En Naciones Unidas, EE.UU. impidió que el Consejo de Seguridad aprobara una declaración formal el sábado por la noche pidiendo un cese al fuego inmediato,” mencionó como de pasada el New York Times. La razón oficial era que “no había indicación de que Hamás acataría cualquier acuerdo.” En los anales de las justificaciones para deleitarse en la matanza, ésta debe ocupar un lugar entre las más cínicas. Pero, claro, eran Bush y Rice, que pronto serían desplazados por Obama, quien repite compasivamente que “si cayeran misiles donde duermen mis hijas, haría todo por impedirlo.” Se refería a los niños israelíes, no a los muchos cientos que son despedazados en Gaza por armas de EE.UU. Fuera de eso, Obama mantuvo su silencio.
Unos pocos días después, bajo intensa presión internacional, EE.UU. apoyó una resolución del Consejo de Seguridad pidiendo un “cese al fuego durable.” Fue aprobada por 14 a 0, con la abstención de EE.UU. Israel y los halcones estadounidenses se enfurecieron porque EE.UU. no la haya vetado, como de costumbre. La abstención, sin embargo, bastó para dar a Israel si no luz verde, por lo menos amarilla, para escalar la violencia, como lo hizo hasta virtualmente el momento de la toma de posesión, como había sido vaticinado.
Cuando entró en vigor (teóricamente) el cese al fuego el 18 de enero, el Centro Palestino de Derechos Humanos publicó sus cifras para el último día del ataque: 54 palestinos muertos, incluyendo a 43 civiles desarmados, 17 de ellos niños, mientras el ejército israelí seguían bombardeando casas civiles y escuelas de la ONU. La cantidad de víctimas mortales, estimaron, ascendía a 1.184, incluyendo a 844 civiles, 281 de ellos niños. El ejército israelí siguió utilizando bombas incendiarias en toda la Franja de Gaza, y destruyendo casas y tierras agrícolas, obligando a civiles a huir de sus hogares. Unas pocas horas después, Reuters informó de más de 1.300 muertos. El personal del Centro Al Mezan, que también monitorea cuidadosamente víctimas y destrucción, visitó áreas que previamente habían sido inaccesibles por los incesantes bombardeos pesados. Descubrieron docenas de cadáveres de civiles descomponiéndose bajo los escombros de casas destruidas o extraídos por aplanadoras israelíes. Bloques urbanos enteros habían desaparecido.
Las cifras de muertos y heridos son seguramente subestimaciones. Y es poco probable que haya alguna investigación de esas atrocidades. Los crímenes de enemigos oficiales son sometidos a investigaciones rigurosas, pero los nuestros son ignorados sistemáticamente. Es la práctica general, de nuevo, y comprensible, por parte de los amos.
La Resolución del Consejo de Seguridad requería la detención del flujo de armas hacia Gaza. EE.UU. e Israel (Rice-Livni) pronto llegaron a un acuerdo sobre medidas para asegurar ese resultado, concentrándose en armas iraníes. No hay necesidad de detener el contrabando de armas de EE.UU. hacia Israel, porque no hay contrabando: el inmenso flujo de armas es bastante público, incluso cuando no se informa, como en el caso del embarque de armas anunciado mientras tenía lugar la matanza en Gaza.
La Resolución también requería “que se asegurara la reapertura continua de los puntos de cruce sobre la base del Acuerdo de 2005 sobre Movimiento y Acceso entre la Autoridad Palestina e Israel”; ese Acuerdo determinaba que los cruces hacia Gaza serían operados sobre una base continua y que Israel también permitiría el cruce de bienes y personas entre Cisjordania y la Franja de Gaza.
El acuerdo Rice-Livni no dice nada sobre este aspecto de la Resolución del Consejo de Seguridad. EE.UU. e Israel ya habían abandonado efectivamente el Acuerdo de 2005 como parte de su castigo a los palestinos por no haber votado como EE.UU. e Israel lo deseaban en una elección libre en enero de 2006. La conferencia de prensa de Rice después del acuerdo Rice-Livni subrayó los continuos esfuerzos de Washington por subvertir los resultados de la única elección libre en el mundo árabe: “Pueden hacerse muchas cosas,” dijo, “para sacar a Gaza de la penumbra de la hegemonía de Hamás hacia la luz de la excelente administración que puede conllevar la Autoridad Palestina” – por lo menos, conllevarla mientras siga siendo un cliente leal, plagado de corrupción y dispuesto a realizar una dura represión, pero obediente.
Al volver de una visita al mundo árabe, Fawwaz Gerges afirmó enfáticamente lo que han informado otros presentes en el terreno. El efecto de la ofensiva de EE.UU. e Israel en Gaza ha sido enfurecer a las masas y provocar un odio a muerte contra los agresores y sus colaboracionistas. “Baste decir que los Estados árabes así llamados moderados [es decir, los que reciben sus órdenes de Washington] están a la defensiva, y que el frente de la resistencia encabezado por Irán y Siria es el principal beneficiario. Una vez más, Israel y el gobierno de Bush han entregado a la dirigencia iraní una dulce victoria.” Además, “Hamás probablemente emergerá como una fuerza política más poderosa que antes y probablemente superará a Fatah, el aparato gobernante de la Autoridad Palestina del presidente Mahmud Abbas,” favoritos de Rice.
Vale la pena tener en cuenta que el mundo árabe no está tan escrupulosamente protegido de la única cobertura viva regular de televisión de lo que sucede en Gaza, es decir “el análisis tranquilo y equilibrado del caos y la destrucción, suministrado por los extraordinarios corresponsales de al Jazeera, que suministraron “una austera alternativa a los canales terrestres,” como informa el Financial Times de Londres. En los 105 países que carecen de nuestras eficientes modalidades de autocensura, la gente puede ver a cada hora lo que sucede, y se dice que el impacto es muy grande. En EE.UU., informa el New York Times, “el bloqueo informativo casi total… indudablemente está relacionado con la crítica acerba que al- Jazeera recibió del gobierno de EE.UU. durante las etapas iniciales de la guerra en Iraq por su cobertura de la invasión estadounidense. Cheney y Rumsfeld objetaron, de modo que, obviamente, los medios independientes sólo pudieron obedecer.
Hay mucho debate sobrio sobre lo que esperaban lograr los atacantes. Algunos de los objetivos son comúnmente discutidos, entre ellos, restaurar lo que se llama “la capacidad disuasiva” que Israel perdió como resultado de sus fracasos en el Líbano en 2006 – es decir, la capacidad de aterrorizar a cualquier oponente potencial a fin de someterlo. Existen, sin embargo, objetivos más fundamentales que tienden a ser ignorados, aunque también parecen ser bastante obvios si consideramos la historia reciente.
Israel abandonó Gaza en septiembre de 2005. Personas racionales de la línea dura israelí, como Ariel Sharon, santo patrón del movimiento de los colonos, comprendió que no tenía sentido subvencionar a unos pocos colonos israelíes ilegales en las ruinas de Gaza, protegidos por el ejército israelí, mientras utilizaban gran parte de la tierra y de sus escasos recursos. Tenía más sentido convertir Gaza en la mayor prisión del mundo y transferir a los colonos a Cisjordania, un territorio mucho más valioso, en el que Israel es bastante explícito en cuanto a sus intenciones, en palabras y, lo que es más importante, en los hechos.
Un objetivo es anexar la tierra árabe, los suministros de agua, y agradables suburbios de Jerusalén y Tel Aviv que están dentro del muro de separación, irrelevantemente declarado ilegal por la Corte Internacional. Incluye a Jerusalén vastamente expandida, en violación de órdenes del Consejo de Seguridad de hace 40 años, por lo tanto irrelevantes. Israel también se ha estado apoderando del Valle del Jordán, aproximadamente un tercio de Cisjordania. Lo que queda es consiguientemente aprisionado y, además, fragmentado por salientes de asentamientos judíos que trisecan el territorio: una parte al este de Gran Jerusalén por la ciudad de Ma’aleh Adumim, desarrollada durante los años de Clinton para dividir Cisjordania; y dos hacia el norte, por las ciudades de Ariel y Kedumim. Lo que queda para los palestinos es segregado por cientos de puntos de control, arbitrarios en su mayoría.
Los puntos de control no tienen que ver con la seguridad de Israel, y si algunos tienen el propósito de proteger a los colonos, son rotundamente ilegales, como decidiera la Corte Internacional de Justicia. En realidad, su principal objetivo es acosar a la población palestina y fortificar lo que el activista israelí por la paz Jeff Halper llama la “matriz de control”, destinada a hacer que la vida sea insoportable para las “bestias de dos patas” que serán como “cucarachas drogadas que corretean en una botella” si tratan de permanecer en sus casas y tierras.
Todo eso está bien, porque son “como saltamontes comparados con nosotros” de modo que sus cabezas pueden ser “estrelladas contra las peñas y los muros.” La terminología proviene de los máximos dirigentes políticos y militares israelíes, en este caso los reverenciados “príncipes”. Y las actitudes conforman las políticas.
Los desvaríos de los dirigentes políticos y militares son suaves en comparación con las prédicas de las autoridades rabínicas. No son personajes marginales. Al contrario, son muy influyentes en el ejército y en el movimiento de colonos, personas que Zertal y Eldar desvelan como “señores de la tierra”, con enorme impacto en la política. Soldados que combatían en el norte de Gaza recibieron una visita “inspiradora” de dos destacados rabinos, quienes les explicaron que no hay “inocentes” en Gaza, de modo que todos eran objetivos legítimos, citando un famoso pasaje de los Salmos llamando al Señor para que tomara los hijos de los opresores de Israel y los arrojara contra las rocas. Los rabinos no hacían nada nuevo. Un año antes, el ex rabino jefe sefardí escribió al primer ministro Olmert, informando que todos los civiles en Gaza son culpables colectivamente por los ataques con cohetes, de modo que “no existe absolutamente ninguna prohibición moral contra la matanza indiscriminada de civiles durante una masiva ofensiva militar potencial contra Gaza orientada a detener los lanzamientos de cohetes,” según la información del Jerusalem Post sobre su veredicto. Su hijo, rabino jefe de Safed, entró en más detalle: “Si no se detienen después que matemos a 100, tenemos que matar mil, y si no se detienen después de 1.000, debemos matar a 10.000. Y si no se detienen debemos matar a 100.000, incluso a un millón. Todo lo que sea necesario para hacer que se detengan.”
Puntos de vista similares son expresados por destacadas personalidades seculares estadounidenses. Cuando Israel invadió el Líbano en 2006, el profesor de la Escuela de Derecho de Harvard, Alan Dershowitz, explicó en el periódico liberal en línea Huffington Post que todos los libaneses son objetivos legítimos para la violencia israelí. Los ciudadanos del Líbano están “pagando el precio” por su apoyo a “terroristas.” –es decir, por apoyar a la resistencia a la invasión israelí. Según él, los civiles libaneses no son más inmunes a ataques que los austríacos que apoyaron a los nazis. La fatua del rabino sefardí se aplica a ellos. En un vídeo en la página en Internet del Jerusalem Post, Dershowitz pasó a ridiculizar el habla de ratios excesivas de muertes de palestinos a israelíes: habría que aumentarla de 1.000 a uno, dijo, o incluso 1.000 a cero, queriendo decir que las bestias debieran ser completamente exterminadas. Por cierto, se refiere a “terroristas,” una categoría amplia que incluye a las víctimas del poder israelí, ya que “Israel nunca ataca a civiles,” declaró enfáticamente. En consecuencia, palestinos, libaneses, tunecinos, cualquiera que se interponga en el camino de los implacables ejércitos del Estado Sagrado es un terrorista, o una víctima accidental de sus justos crímenes.
No es fácil encontrar contrapartidas históricas para esas actuaciones. Tal vez sea de un cierto interés que sean consideradas enteramente adecuadas en la cultura intelectual y moral imperante –cuando son producidas por “nuestro lado,” es decir: que si provinieran de las bocas de enemigos oficiales, semejantes palabras provocarían indignación justiciera y llamados a una masiva violencia preventiva como venganza.
La afirmación de que “nuestro lado” nunca ataca a civiles es una doctrina familiar entre los que monopolizan los medios de violencia. Y hay algo de verdad en ello. Generalmente no tratamos de matar a civiles en particular. Más bien, realizamos acciones asesinas que sabemos matarán a muchos civiles, pero sin la intención específica de matar a civiles en particular. Según la ley, las prácticas rutinarias pueden caer en la categoría de indiferencia depravada, pero no es una designación adecuada para la práctica estándar y la doctrina imperiales. Es más similar a caminar por una calle a sabiendas de que podemos matar hormigas, pero sin estar interesados en hacerlo, porque ocupan un lugar tan bajo que simplemente no importa. Lo mismo vale cuando Israel realiza acciones que sabe matarán a los “saltamontes” y a “las bestias de dos patas” que por casualidad infestan las tierras que “libera.” No hay una expresión apropiada para esta forma de depravación moral, posiblemente peor que el asesinato deliberado, y demasiado familiar.
En la antigua Palestina, los legítimos dueños (por decreto divino, según los “señores de la tierra”) pueden decidir si otorgan a las cucarachas drogadas unas pocas parcelas dispersas. Pero no por derecho, sin embargo: “Creía, y hasta este día sigo creyendo, en el derecho eterno e histórico de nuestro pueblo a todo este país,” informó el primer ministro Olmert a una sesión conjunta del Congreso en mayo de 2006 y recibió un clamoroso aplauso. Al mismo tiempo anunció su programa de “convergencia” para apoderarse de lo que hay de valioso en Cisjordania, dejando que los palestinos se pudran en cantones aislados. No fue específico sobre las fronteras de “todo el país,” pero por otro lado, el proyecto sionista nunca lo ha sido, por buenos motivos: la expansión permanente es una dinámica interna muy importante. Si Olmert sigue siendo fiel a sus orígenes en el Likud, podrá haber querido decir las dos riberas del Jordán, incluyendo el actual Estado de Jordania, o por lo menos sus partes más valiosas.
El “derecho eterno e histórico a todo este país” de nuestro pueblo, contrasta dramáticamente con la ausencia de cualquier derecho a la autodeterminación de sus habitantes temporales, los palestinos. Como señalara anteriormente, la condición de estos últimos fue reiterada por Israel y su patrón en Washington en diciembre de 2008, en su acostumbrado aislamiento, y acompañada por un silencio resonante.
Los planes que Olmert esbozó en 2006 han sido abandonados desde entonces porque no eran bastante extremos. Pero lo que reemplaza el programa de convergencia, y las acciones que tienen lugar a diario para implementarlo, son aproximadamente las mismas, en su concepto general. Se remontan a los primeros días de la ocupación, cuando el Ministro de Defensa Moshe Dayan explicó poéticamente que “la situación actual se parece a la relación compleja entre un beduino y la muchacha que secuestra contra su voluntad… Vosotros palestinos, como nación, no nos queréis hoy, pero cambiaremos vuestra actitud imponiéndoos nuestra presencia.” “Viviréis como perros, y el que se vaya, se irá,” mientras nosotros nos apoderamos de lo que queremos.
Nunca ha cabido duda de que esos programas sean criminales. Inmediatamente después de la guerra de 1967, el gobierno israelí fue informado por su máxima autoridad legal, Teodor Meron, que “el asentamiento civil en los territorios administrados contraviene las provisiones explícitas de la Cuarta Convención de Ginebra,” el fundamento del derecho humanitario internacional. El Ministro de Justicia de Israel estuvo de acuerdo. La Corte Internacional apoyó unánimemente la conclusión esencial en 2004, y el Tribunal Superior israelí estuvo técnicamente de acuerdo aunque estuvo en desacuerdo en la práctica, en su estilo usual.
En Cisjordania, Israel puede continuar sus programas criminales con apoyo de EE.UU. y sin tener problemas, gracias a su control militar efectivo y, por el momento, a la cooperación de las fuerzas de seguridad palestinas colaboracionistas armadas y entrenadas por EE.UU. y dictaduras aliadas. También puede realizar asesinatos regulares y otros crímenes, mientras los colonos cometen destrozos y abusos bajo la protección del ejército israelí. Pero mientras Cisjordania ha sido efectivamente sometida mediante el terror, sigue habiendo resistencia en la otra mitad de Palestina, la Franja de Gaza. También debe ser aplastada para que el programa de anexión y destrucción de Palestina de EE.UU. e Israel pueda avanzar sin problemas.
De ahí la invasión de Gaza
La oportunidad de la invasión fue presumiblemente influenciada por la próxima elección israelí. Ehud Barak, que iba muy atrás en los sondeos, obtuvo un escaño parlamentario por cada 40 árabes muertos en los primeros días de la matanza, calculó el comentarista israelí Ran HaCohen.
Eso puede cambiar, sin embargo, Como los crímenes llegaron más allá de lo que pudo suprimir la cuidadosamente afinada campaña de propaganda israelí, incluso halcones israelíes confirmados llegaron a preocuparse de que la carnicería esté “destruyendo el alma [de Israel] y su imagen. Destruyéndola en las pantallas de televisión del mundo, en las salas de estar de la comunidad internacional, y lo más importante, en el EE.UU. de Obama” (Ari Shavit). A Shavit le preocupó sobre todo el “bombardeo de una instalación de Naciones Unidas… [por Israel]… “el día en el que el secretario general de la ONU estaba visitando Jerusalén,” un acto que “va más allá de la demencia,” consideró.
Para agregar unos pocos detalles, la “instalación” mencionada fue el complejo de la ONU en Ciudad de Gaza, que contenía el almacén de la UNRWA. El bombardeo destruyó “cientos de toneladas de alimentos y medicinas de emergencia preparadas para la distribución en el día de hoy a refugios, hospitales y centros de alimentación,” según el director de UNRWA, John Ging. Ataques militares destruyeron al mismo tiempo dos pisos del hospital al-Quds, incendiándolo, y también un segundo almacén dirigido por la sociedad de la Media Luna Roja palestina. El hospital en el densamente poblado vecindario Tal-Hawa fue destruido por tanques israelíes “después que cientos de gazanos aterrorizados se habían refugiado en su interior cuando fuerzas terrestres israelíes penetraron en el vecindario,” informó AP.
No quedó nada que salvar dentro de las ruinas al rojo vivo del hospital. “Bombardearon el edificio, el edificio del hospital. Se incendió. Tratamos de evacuar a la gente enferma, y a los heridos y a la gente que estaba allí. Llegaron los bomberos y apagaron el fuego, que volvió a estallar en llamas y lo volvieron a apagar, y se incendió por tercera vez,” dijo el paramédico Ahmad Al-Haz a AP. Se sospechó que el fuego puede haber sido provocado por fósforo blanco, que también fue sospechado en numerosos otros incendios y graves quemaduras.
Las sospechas fueron confirmadas por Amnistía Internacional después que el cese de los intensos bombardeos permitió una investigación. Antes, Israel había sensatamente excluido a todos los periodistas, incluidos los israelíes, mientras cometía sus crímenes con toda su furia. El uso por Israel de fósforo blanco contra civiles en Gaza es “claro e innegable,” informó AI. Su uso repetido en áreas civiles densamente pobladas “es un crimen de guerra.,”… “que hizo peligrar aún más a los residentes y su propiedad,” particularmente niños “atraídos a los detritos de la guerra y a menudo inconscientes del peligro.” Los objetivos primordiales, informaron, fueron el complejo de la UNRWA, donde el “fósforo blanco cayó junto a algunos camiones con combustible y causó un gran fuego que destruyó toneladas de ayuda humanitaria” después que las autoridades israelíes “habían asegurado que no se lanzarían más ataques contra el complejo.” El mismo día “un obús de fósforo blanco cayó en el hospital al-Quds en Ciudad de Gaza causando también un incendio que obligó al personal del hospital a evacuar a los pacientes… El fósforo blanco, al caer sobre la piel, puede quemar profundamente a través de músculos y hasta el hueso, y sigue quemando a menos que sea privado de oxígeno.” Si son cometidos intencionalmente, o por indiferencia depravada, semejantes crímenes son inevitables si el arma es utilizada en ataques contra civiles.
Sin embargo, es un error concentrarse demasiado en las brutales violaciones de Israel de jus in bello, las leyes hechas para prohibir prácticas demasiado salvajes. La invasión misma es un crimen mucho más serio. Y si Israel hubiera infligido ese horrendo daño con arcos y flechas, seguiría siendo un acto criminal de extrema depravación.
La agresión siempre tiene un pretexto: en este caso, la paciencia de Israel se había “acabado” ante los ataques de cohetes de Hamás, como dijera Barak. El mantra repetido interminablemente es que Israel tiene derecho a usar la fuerza para defenderse. La tesis es parcialmente defendible. El disparo de los cohetes es criminal, y es verdad que un Estado tiene derecho a defenderse contra ataques criminales. Pero no se puede deducir que tenga derecho a defenderse por la fuerza. Eso va mucho más allá de todo principio que aceptaríamos o deberíamos aceptar. Alemania nazi no tenía derecho a usar la fuerza para defenderse contra el terrorismo de los partisanos. La noche de los vidrios rotos no se justifica por el asesinato por Herschel Grynszpan de un funcionario de la embajada alemana en París. El uso de la fuerza por los británicos para defenderse contra el terror (muy real) de los colonos estadounidenses que buscaban la independencia, no era justificado, ni que aterrorizaran a los católicos irlandeses como reacción ante el terror del ERI –y el terror se acabó cuando finalmente adoptaron una política sensata de encarar los legítimos agravios. No es asunto de “proporcionalidad,” sino de selección de la acción para comenzar: ¿Hay una alternativa para la violencia?
Todo recurso a la fuerza tiene un pesado deber de la prueba, y tenemos que preguntar si puede ser cumplido en el caso del intento de Israel de aplastar toda resistencia en sus acciones criminales diarias en Gaza y en Cisjordania, donde siguen continuando inexorablemente desde hace más de 40 años. Tal vez pueda citarme a mí mismo en una entrevista en la prensa israelí sobre los planes de convergencia anunciados por Olmert para Cisjordania: “EE.UU. e Israel no toleran ninguna resistencia a esos planes, y prefieren pretender –falsamente por cierto– que ‘no existe un socio’, mientras siguen adelante con programas que vienen de largo. Podemos recordar que se reconoce que Gaza y Cisjordania constituyen una unidad, de modo que si la resistencia a los programas de anexión-cantonización de EE.UU. e Israel es legítima en Cisjordania, también lo es en Gaza.”
El periodista palestino-estadounidense Ali Abunimah observó que “no hay cohetes lanzados hacia Israel desde Cisjordania, y sin embargo los asesinatos extrajudiciales de Israel, sus robos de tierras, los pogromos de sus colonos y los secuestros nunca se han detenido ni un solo día durante la tregua. La Autoridad Palestina de Mahmud Abas respaldada por Occidente, ha accedido a todas las demandas de Israel. Bajo el orgulloso ojo de los asesores militares de EE.UU., Abbas ha reunido ‘fuerzas de seguridad’ para combatir la resistencia por cuenta de Israel. Nada de eso ha salvado a un solo palestino en Cisjordania de la implacable colonización de Israel – gracias al firme respaldo de EE.UU. El respetado parlamentario palestino, doctor Mustapha Barghouti agrega que después del gran espectáculo de Bush en Annapolis en noviembre de 2007, con mucha retórica edificante sobre la dedicación a la paz y la justicia, los ataques israelíes contra palestinos escalaron fuertemente, con un aumento de casi un 50% en Cisjordania, junto con un agudo aumento en los asentamientos y en los puntos de control israelíes. Obviamente, esas acciones criminales no son una respuesta a cohetes desde Gaza, aunque lo contrario podría ser el caso, sugiere plausiblemente Barghouti.
Las reacciones a los crímenes de una potencia ocupante pueden ser condenadas como criminales y políticamente estúpidas, pero los que no ofrecen ninguna alternativa no tienen una base moral para emitir semejantes juicios. La conclusión vale con fuerza particular para aquellos en EE.UU. que deciden implicarse directamente en los continuos crímenes de Israel – mediante sus palabras, sus acciones, o su silencio. Tanto más porque existen alternativas no-violentas muy evidentes –que, sin embargo, tienen la desventaja de que impiden los programas de expansión ilegal.
Israel tiene un medio inequívoco para defenderse: poner fin a sus acciones criminales en los territorios ocupados, y aceptar el consenso internacional, existente desde hace mucho tiempo, sobre una solución de dos Estados que ha sido bloqueada por EE.UU. e Israel desde hace más de 30 años, ya que EE.UU. vetó por primera vez una resolución del Consejo de Seguridad pidiendo una solución política sobre esa base en 1976. No entraré una vez más en detalles sobre ese ignominioso historial, pero es importante percatarse de que el negacionismo de EE.UU. e Israel es hoy aún más flagrante que en el pasado. La Liga Árabe ha ido incluso más allá del consenso, pidiendo una plena normalización de las relaciones con Israel. Hamás ha pedido repetidamente una solución de dos Estados en términos del consenso internacional. Irán y Hezbolá han dejado en claro que acatarán todo acuerdo aceptado por los palestinos. Eso deja a EE.UU. e Israel en un espléndido aislamiento, no sólo en palabras.
El historial más detallado es informativo. El Consejo Nacional Palestino aceptó formalmente el consenso internacional en 1988. La reacción del gobierno de coalición de Shamir y Peres, confirmado por el Departamento de Estado de James Baker, fue que no puede haber un “Estado palestino adicional” entre Israel y Jordania –siendo este último ya un Estado palestino por dictado de EE.UU. e Israel. Los acuerdos de Oslo que siguieron dejaron de lado los potenciales derechos nacionales palestinos, y la amenaza de que pudieran ser realizados de alguna manera significativa fue sistemáticamente minada durante los años de Oslo por la continua expansión de asentamientos ilegales por Israel. La política de asentamiento fue acelerada en 2000, el último año del presidente Clinton y del primer ministro Barak, cuando tuvieron lugar negociaciones en Camp David que la tenían como trasfondo.
Después de culpar a Yasir Arafat por la ruptura de las negociaciones de Camp David, Clinton dio marcha atrás, y reconoció que las propuestas de EE.UU. e Israel eran demasiado extremistas como para ser aceptables para algún palestino. En diciembre de 2000, presentó sus “parámetros”, vagos pero más abiertos. Luego anunció que los dos lados habían aceptado los parámetros, mientras ambos expresaron reservas. Las dos partes se reunieron en Taba, Egipto, en enero de 2001 y llegaron muy cerca de un acuerdo, y podrían haberlo hecho en unos pocos días más, dijeron en un comunicado de prensa final. Pero las negociaciones fueron canceladas prematuramente por Ehud Barak. Esa semana en Taba fue la única oportunidad en más de 30 años de negacionismo de EE.UU. e Israel. No hay motivo para que esa oportunidad en el historial no pueda ser reactivada.
La versión preferida, recientemente reiterada por Ethan Bronner, es que “Muchos en el extranjero recuerdan al señor Barak como el primer ministro quien en 2000 fue más lejos que ningún otro dirigente israelí en ofertas de paz a los palestinos, sólo para que el acuerdo fracasara y estallara en un violento levantamiento palestino que lo expulsó del poder.” Es verdad que “muchos en el extranjero” creen ese engañoso cuento de hadas, gracias a lo que Bronner y muchos de sus colegas llaman “periodismo.”
Se afirma comúnmente que una solución de dos Estados es inalcanzable ahora porque si el ejército israelí tratara de sacar a los colonos, llevaría a una guerra civil. Puede que sea verdad, pero se necesita mucha más fundamentación. Sin recurrir a la fuerza para expulsar los colonos ilegales, el ejército israelí simplemente podría retirarse a cualesquiera fronteras que sean establecidas por negociaciones. Los colonos más allá de esas fronteras tendrían la alternativa de abandonar sus casas subvencionadas para volver a Israel, o permanecer bajo autoridad palestina. Lo mismo valió para el “trauma nacional” cuidadosamente escenificado en Gaza en 2005, tan transparentemente fraudulento que fue ridiculizado por los comentaristas israelíes. Hubiera bastado que Israel anunciara que el ejército israelí se iba a retirar, y los colonos que fueron subvencionados para que gozaran de la vida en Gaza se hubieran subido tranquilamente a los camiones que les fueran suministrados y viajado a sus nuevas residencias subvencionadas en Cisjordania. Pero eso no hubiera producido trágicas fotos de niños sufrientes y de llamados apasionados de “nunca más.”
Para resumir, contrariamente a la afirmación reiterada constantemente, Israel no tiene derecho a usar la fuerza para defenderse contra cohetes de Gaza, incluso si son considerados como crímenes terroristas. Además, los motivos son transparentes. El pretexto para lanzar el ataque carece de mérito.
Hay un tema más específico. ¿Tiene Israel alternativas pacíficas a corto plazo al uso de la fuerza como reacción a los cohetes desde Gaza? Una alternativa a corto plazo sería aceptar un cese al fuego. Algunas veces Israel lo ha hecho, aunque lo viola instantáneamente. El caso más reciente y actualmente relevante es junio de 2008. El cese al fuego especificaba la apertura de los cruces fronterizos para “permitir la transferencia de todos los bienes que estaban prohibidos y limitados en su ingreso a Gaza.” Israel aceptó formalmente, pero anunció de inmediato que no acataría el acuerdo ni abriría las fronteras hasta que Hamás liberara a Gilad Shalit, un soldado israelí capturado por Hamás en junio de 2006.
El continuo tamboreo de acusaciones sobre la captura de Shalit es, de nuevo, hipocresía flagrante, incluso dejando de lado la larga historia de secuestros israelíes. En este caso, la hipocresía no podría ser más obvia. Un día antes de que Hamás capturara a Shalit, soldados israelíes entraron a la Ciudad de Gaza y secuestraron a dos civiles, los hermanos Muammar, llevándolos a Israel para sumarlos a los miles de otros prisioneros que retienen allí, casi 1.000 sin ser acusados, según las informaciones. El secuestro de civiles es un crimen mucho más serio que la captura de un soldado de un ejército atacante, pero apenas se informó al respecto en contraste con el furor por Shalit. Y todo lo que queda en la memoria, que bloquea la paz, es la captura de Shalit, otro reflejo de la diferencia entre seres humanos y bestias de dos patas. Hay que devolver a Shalit – en un intercambio justo de prisioneros.
Después de la captura de Shalir los incesantes ataques militares de Israel contra Gaza pasaron de ser simplemente cruentos, a ser verdaderamente sádicos. Pero vale la pena recordar que incluso antes de su captura, Israel había disparado más de 7.700 obuses contra el norte de Gaza después de su retirada en septiembre, sin provocar virtualmente ningún comentario.
Después de rechazar el cese al fuego de junio de 2008 que había formalmente aceptado, Israel mantuvo su cerco. Recordaremos que un sitio es un acto de guerra. En los hechos, Israel ha insistido siempre en un principio aún más fuerte: la obstaculización del acceso al mundo exterior, aunque no llegue a ser un sitio, es un acto de guerra, justificando una violencia masiva como reacción. La interferencia con el paso de Israel por los Estrechos de Tirán formó parte del pretexto para la invasión de Egipto por Israel (con Francia e Inglaterra) en 1956, y para su lanzamiento de la guerra de junio de 1967. El cerco de Gaza es total, no parcial, aparte de la disposición ocasional de los ocupantes de suavizarlo ligeramente. Y es mucho más dañino para los gazanos que lo que fue el cierre de los Estrechos de Tirán para Israel. Los partidarios de las doctrinas y acciones israelíes debieran por lo tanto no tener problema alguno con la justificación de los ataques con cohetes contra territorio israelí desde la Franja de Gaza.
Pero claro, de nuevo llegamos al principio anulador: Una cosa somos nosotros, otra cosa son ellos.
Israel no sólo mantuvo el sitio después de junio de 2008, sino lo hizo con extremo rigor. Incluso impidió que la UNRWA reabasteciera sus almacenes, “de modo que cuando se rompió el cese al fuego, se nos acabó el alimento para los 750.000 que dependen de nosotros,” informó el director de la UNRWA a la BBC.
A pesar del sitio israelí, el disparo de cohetes se redujo fuertemente. El cese al fuego se rompió el 4 de noviembre con un ataque israelí contra Gaza, que llevó a la muerte de 6 palestinos, y una descarga de cohetes en represalia (sin heridos). El pretexto para la incursión fue que Israel había detectado un túnel en Gaza que podría haber tenido la intención de ser utilizado para capturar a otro soldado israelí. El pretexto es transparentemente absurdo, como ha señalado una serie de comentaristas. Si hubiera existido un tal túnel, y llegado a la frontera, Israel podría haberlo clausurado fácilmente ahí mismo. Pero como de costumbre, el ridículo pretexto israelí fue considerado creíble.
¿Cuál fue el motivo de la incursión israelí? No tenemos evidencia interna sobre la planificación israelí, pero sabemos que la incursión tuvo lugar poco antes de las conversaciones programadas entre Hamás y Fatah en el Cairo orientadas a “reconciliar sus diferencias y crear un solo gobierno unificado,” informó el corresponsal británico Rory McCarthy. Iba a ser la primera reunión entre Fatah y Hamás desde la guerra civil de junio de 2007 que dejó a Hamás con el control de Gaza, y habría sido un paso importante hacia el progreso de esfuerzos diplomáticos. Existe una larga historia de provocaciones de Israel para eliminar la amenaza de diplomacia, algunas ya mencionadas. Puede haber sido otra más.
La guerra civil que dejó a Hamás con el control de Gaza es descrita comúnmente como un golpe militar de Hamás, que demuestra una vez más su naturaleza maligna. El mundo real es algo diferente. La guerra civil fue incitada por EE.UU. e Israel, en un burdo intento de un golpe militar para anular las elecciones libres que llevaron a Hamás al poder. Ha sido de conocimiento público por lo menos desde abril de 2008 cuando David Rose publicó en Vanity Fair un relato detallado y documentado de cómo Bush, Rice, y el Asesor Adjunto de Seguridad Nacional Elliott Abrams “respaldaron una fuerza armada bajo el hombre fuerte de Fatah Muhammad Dahlan, provocando una sangrienta guerra civil en Gaza y dejando a Hamás más fuerte que nunca.” El informe fue recientemente corroborado una vez más en el Christian Science Monitor (12 de enero de 2009) por Norman Olsen, quien sirvió durante 26 años en el Servicio Exterior, incluyendo cuatro años trabajando en la Franja de Gaza y cuatro años en la Embajada de EE.UU. en Tel Aviv, y que luego pasó a ser coordinador asociado para contraterrorismo en el Departamento de Estado. Olsen y su hijo detallan las artimañas del Departamento de Estado con el propósito de asegurar que su candidato, Abbas, ganara en las elecciones de enero de 2006 –en cuyo caso hubiera sido saludado como un triunfo de la democracia. Después del fracaso del amaño de las elecciones, se pasó a castigar a los palestinos y a armar una milicia dirigida por el hombre fuerte de Fatah, Muhammad Dahlan, pero “los matones de Dahlan actuaron demasiado pronto” y un ataque preventivo de Hamás debilitó el intento de golpe, llevando a medidas de EE.UU. e Israel mucho más duras para castigar a la gente desobediente de Gaza. La línea oficial es más aceptable.
Después que Israel rompió el cese al fuego de junio de 2008 (tal como era) en noviembre, el cerco fue reforzado aún más, con consecuencias aún más desastrosas para la población. Según Sara Roy, destacada especialista académica sobre Gaza: “El 5 de noviembre, Israel selló todos los puntos de cruce hacia Gaza, reduciendo fuertemente y a veces negando suministros de alimentos, medicinas, combustible, gas de cocina, y repuestos para sistemas de agua de y alcantarillado…” Durante noviembre, un promedio de 4,6 camiones con alimentos por día entró a Gaza desde Israel, en comparación con un promedio de 123 camiones por día en octubre. Se ha denegado el ingreso de repuestos para la reparación y mantenimiento de equipos relacionados con el agua durante más de un año. La Organización Mundial de la Salud acaba de informar que la mitad de las ambulancias de Gaza están averiadas actualmente” –y el resto no tardó en convertirse rápidamente en objetivos para los ataques israelíes. La única planta eléctrica de Gaza fue obligada a suspender su operación por falta de combustible, y no pudo recomenzar porque necesitaba repuestos, que habían estado en el puerto israelí de Ashdod durante 8 meses. La escasez de electricidad produjo un aumento de un 300% de los casos de quemaduras en el hospital Shifaa en la Franja de Gaza, como resultado de esfuerzos por encender fuegos de leña. Israel prohibió los envíos de cloro, de modo que a mediados de diciembre el acceso al agua en la Ciudad de Gaza y en el norte fue limitado a seis horas cada tres días. Las consecuencias humanas son incontables entre las víctimas palestinas del terror israelí.
Después del ataque israelí del 4 de noviembre, ambos lados escalaron la violencia (todos los muertos fueron palestinos) hasta que el cese al fuego terminó formalmente el 19 de diciembre, y el primer ministro Olmert autorizó la invasión hecha y derecha.
Unos pocos días antes, Hamás había propuesto la vuelta al acuerdo de cese al fuego de julio, que Israel no había respetado. El historiador y ex alto responsable del gobierno de Carter, Robert Pastor, transmitió la propuesta a un “alto oficial” del ejército israelí, pero Israel no respondió. El jefe de Shin Bet, la agencia de seguridad interior de Israel, fue citado por fuentes israelíes el 21 de diciembre diciendo que Hamás estaba interesado en continuar la “calma” con Israel, mientras su ala militar continuaba sus preparativos para un conflicto.
“Evidentemente había una alternativa para el enfoque militar a la detención de los cohetes,” dijo Pastor, refiriéndose al tema limitado de Gaza. También existía una alternativa más trascendental, que es poco discutida: es decir, que se aceptara un acuerdo político que incluyera todos los territorios ocupados.
El corresponsal diplomático sénior de Israel Akiva Eldar informa que poco antes de que Israel lanzara su invasión generalizada el sábado 27 de diciembre, “el jefe del politburó de Hamás, Khaled Meshal anunció en el sitio de Internet Iz al-Din al-Qassam que estaba dispuesto no sólo a un “cese de la agresión” –proponía que se volviera al acuerdo en el cruce de Rafah de 2005, antes de que Hamás ganara las elecciones y posteriormente se hiciera cargo de la región. El acuerdo era que el cruce fuera administrado en conjunto por Egipto, la Unión Europea, la presidencia de la Autoridad palestina y Hamás,” y como señalado anteriormente, llamaba a abrir los cruces para suministros necesitados desesperadamente.
Una afirmación estándar de los apólogos más vulgares de la violencia israelí es que en el caso del actual ataque, “como en tantos otros casos en el pasado medio siglo –la Guerra del Líbano de 1982, la reacción de ‘Puño de Hierro’ a la Intifada de 1988, la Guerra del Líbano de 2007– los israelíes han reaccionado a actos intolerables de terror con una determinación de infligir terrible dolor, de darle una lección al enemigo” (editor del New Yorker David Remnick). La invasión de 2006 sólo puede ser justificada sobre la base de un cinismo sobrecogedor, como ya fue mencionado. La referencia a la cruel reacción a la Intifada de 1988 es demasiado depravada para llegar a discutirla; una interpretación comprensiva hablaría de una ignorancia sorprendente. Pero la afirmación de Remnick sobre la invasión de 1982 es bastante común, una proeza notable de incesante propaganda, que merece unos pocos recuerdos.
Incontrovertiblemente, la frontera entre Israel y el Líbano estuvo tranquila durante un año antes de la invasión israelí, por lo menos desde el Líbano hacia Israel, del norte al sur. Durante ese año, la OLP observó escrupulosamente un cese al fuego iniciado por EE.UU., a pesar de constantes provocaciones israelíes, incluidos bombardeos con numerosas víctimas civiles, que presumiblemente tenían la intención de provocar alguna reacción que pudiera ser utilizada para justificar la invasión cuidadosamente planificada por Israel. Lo mejor que Israel pudo lograr fueron dos reacciones simbólicas ligeras. Luego invadió con un pretexto demasiado absurdo para ser tomado en serio.
La invasión no tuvo precisamente nada que ver con “intolerables actos de terror,” aunque tuvo que ver con intolerables actos: de diplomacia. Eso nunca ha sido poco conocido. Poco después del inicio de la invasión respaldada por EE.UU., el principal especialista académico sobre los palestinos de Israel, Yehoshua Porath –que no tiene nada de paloma– escribió que el éxito de Arafat al mantener el cese al fuego constituyó “una verdadera catástrofe ante los ojos del gobierno israelí,” ya que allanaba el camino a un acuerdo político. El gobierno esperaba que la OLP recurriera al terrorismo, debilitando la amenaza de que fuera “un legítimo socio en negociaciones para futuras acomodaciones políticas.”
Los hechos fueron bien entendidos en Israel, y no ocultados. El primer ministro Yitzhak Shamir declaró que Israel fue a la guerra porque existía “un terrible peligro… No tanto militar sino político,” llevando al excelente satírico israelí B. Michael a escribir que “la débil excusa de un peligro militar o de un peligro para Galilea ha muerto,” “Hemos eliminado el peligro político” acatando primero, a tiempo; ahora, “Gracias a Dios, no hay nadie con quien hablar.” El historiador Benny Morris reconoció que la OLP había observado el cese al fuego, y explicó que “la inevitabilidad de la guerra se basaba en la OLP como amenaza política para Israel y para el control de Israel sobre los territorios ocupados.” Otros han reconocido francamente los hechos indiscutibles.
En una artículo de opinión de primera plana sobre la última invasión de Gaza, el corresponsal del New York Times, Steven Lee Meyers, escribe que “En cierto modo, los ataques de Gaza recuerdan el juego que arriesgó Israel, y en gran parte perdió, en el Líbano en 1982 [cuando] lo invadió para eliminar la amenaza de las fuerzas de Yasir Arafat.” Correcto, pero no en el sentido que él piensa. En 1982, como en 2008, era necesario amenazar la amenaza de un acuerdo político.
La esperanza de los propagandistas israelíes era que los intelectuales y los medios occidentales se tragaran el cuento de que Israel reaccionó a una lluvia de cohetes contra Galilea, “intolerables actos de terror.” Y no han sido desilusionados.
No es que Israel no quiera paz: todos quieren paz, incluso Hitler. La cuestión es: ¿bajo qué condiciones? Desde sus orígenes el movimiento sionista ha comprendido que para lograr sus objetivos, la mejor estrategia sería demorar un acuerdo político, mientras lentamente creaba hechos consumados en el terreno. Incluso los acuerdos ocasionales como en 1947, fueron reconocidos por la dirigencia como pasos temporales hacia una expansión ulterior. La guerra del Líbano de 1982 fue un dramático ejemplo del desesperado miedo a la diplomacia. Fue seguida por el apoyo israelí a Hamás a fin de debilitar a la OLP secular y sus irritantes iniciativas de paz. Otro caso que debiera ser familiar son las provocaciones israelíes antes de la guerra de 1967 con el fin de provocar una reacción siria que pudiera ser utilizada como pretexto para la violencia y para apoderarse de más tierras –por lo menos en un 80% de los incidentes, según el Ministro de Defensa Moshe Dayan.
El asunto viene de lejos. La historia oficial de la Haganá, la fuerza militar judía anterior al Estado, describe el asesinato en 1924del poeta religioso judío Jacob de Haan, acusado de conspirar con la comunidad judía tradicional (la antigua Yishuv) y el Alto Comité Árabe contra los nuevos inmigrantes y su iniciativa de asentamientos. Y desde entonces ha habido numerosos ejemplos.
El esfuerzo por retardar la acomodación política siempre ha tenido un sentido perfecto, como las mentiras que lo acompañan sobre cómo “no existe un socio para la paz.” Cuesta pensar de otra manera de apoderarse de tierras si no eres bienvenido.
Motivos similares subyacen la preferencia de Israel por la expansión por sobre la seguridad. Su violación del cese al fuego del 4 de noviembre de 2009 es uno de muchos ejemplos recientes.
Una cronología de Amnistía Internacional informa que el cese al fuego de junio de 2008 había “logrado enormes mejoras en la calidad de vida en Sderot y otras aldeas israelíes cerca de Gaza, donde antes del cese al fuego los residentes vivían en el temor del próximo ataque palestino con cohetes. Sin embargo, cerca de ahí, en la Franja de Gaza, subsiste el bloqueo israelí y la población ha visto hasta ahora pocos dividendos del cese al fuego.” Pero los logros para la seguridad de las localidades israelíes cerca de Gaza son evidentemente sobrepasados por la necesidad sentida de disuadir de acciones diplomáticas que pudieran impedir la expansión de Cisjordania, y de aplastar toda resistencia restante dentro de Palestina.
La preferencia por la expansión por sobre la seguridad ha sido particularmente evidente desde la aciaga decisión de Israel en 1971, respaldada por Henry Kissinger, de rechazar un tratado total de paz del presidente Sadat de Egipto, sin ofrecer nada a los palestinos – un acuerdo que EE.UU. tuvo que aceptar en Camp David ocho años después, después de una guerra mayor que fue casi un desastre para Israel. Un tratado de paz con Egipto habría terminado cualquier amenaza importante para la seguridad, pero había un quid pro quo inaceptable: Israel hubiera tenido que abandonar sus amplios programas de asentamientos en el noreste del Sinaí. La seguridad era una prioridad menos importante que la expansión, y lo sigue siendo. Evidencia sustancial para esta conclusión básica es suministrada en un estudio magistral de la seguridad y política exterior de Israel de Zeev Maoz, “Defending the Holy Land.”
Actualmente, Israel podría tener seguridad, normalización de relaciones, e integración a la región. Pero es muy obvio que prefiere la expansión ilegal, el conflicto, y el ejercicio repetido de la violencia, acciones que no sólo son criminales, asesinas y destructivas sino que erosionan su propia seguridad a largo plazo. El especialista militar y en Oriente Próximo estadounidense, Andrew Cordesman, escribe que mientras la fuerza militar de Israel puede seguramente aplastar a la indefensa Gaza, “ni Israel ni EE.UU. pueden ganar con una guerra que produce una reacción [amarga] de una de las voces más sabias y moderadas en el mundo árabe, el príncipe Turki al-Faisal de Arabia Saudí, quien dijo el 6 de enero que ‘El gobierno de Bush ha dejado [a Obama] un legado repugnante y una posición temeraria hacia las masacres y el derramamiento desangre de inocentes en Gaza… Basta ya, hoy somos todos palestinos y buscamos el martirologio por Dios y por Palestina, siguiendo a los que murieron en Gaza’.»
Una de las voces más sabias en Israel, Uri Avnery, escribe que después de una victoria militar israelí: “Lo que quedará marcado a fuego en la conciencia del mundo será la imagen de Israel como un monstruo manchado de sangre, listo en todo momento a cometer crímenes de guerra y no dispuesto a acatar ninguna limitación moral. Esto tendrá severas consecuencias para nuestro futuro a largo plazo, nuestra reputación ante el mundo, nuestra posibilidad de lograr la paz y la tranquilidad. A la larga, esta guerra es también un crimen contra nosotros mismos, un crimen contra el Estado de Israel.”
Hay buenos motivos para creer que tiene razón. Israel se está convirtiendo deliberadamente en lo que posiblemente sea el país más odiado del mundo, y también está perdiendo la lealtad de la población de Occidente, incluidos los judíos estadounidenses más jóvenes, quienes probablemente no toleren durante mucho tiempo sus persistentes y horribles crímenes. Hace decenios, escribí que los que se llaman a sí mismos “partidarios de Israel” son en realidad partidarios de su degeneración moral y su problema destrucción en última instancia. Lamentablemente, ese criterio parece más y más plausible.
Mientras tanto observamos en silencio un evento raro en la historia. Lo que el difunto sociólogo israelí Baruch Kimmerling llamó «politicidio,» el asesinato de una nación –a nuestras manos.