8 diciembre, 2024

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Guillermo Lora

Con 88 años de edad, o tal vez noventa (el hombre hizo misterio hasta del año de su nacimiento) ha muerto Guillermo Lora, durante más de siete décadas dirigente del trotskismo boliviano. Nacido en Uncía (departamento de Potosí), cuando joven estudiante de derecho se incorporó, hacia finales de la década del ’30, a las filas del POR (Partido Obrero Revolucionario) del que seria su dirigente histórico.

Con 88 años de edad, o tal vez noventa (el hombre hizo misterio hasta del año de su nacimiento) ha muerto Guillermo Lora, durante más de siete décadas dirigente del trotskismo boliviano. Nacido en Uncía (departamento de Potosí), cuando joven estudiante de derecho se incorporó, hacia finales de la década del ’30, a las filas del POR (Partido Obrero Revolucionario) del que seria su dirigente histórico.

Pertenecía a una generación marcada por la Guerra del Chaco (en la que Bolivia fue derrotada por Paraguay, por cuenta de los intereses de las compañías petroleras imperialistas) y por el «socialismo militar» de Toro y Busch, experiencias extremas en América Latina, que llevaron a los luchadores bolivianos a una radicalización política sin precedentes. El POR fue fundado en 1935, en Córdoba (Argentina) por exilados bolivianos, encabezados por José Aguirre Gainsborg y Tristán Maroff (Gustavo Navarro).

Con la muerte del primero, y la deserción política del segundo, en poco tiempo Lora se transformaría en su principal dirigente, responsable por la inserción del POR en el proletariado minero del Altiplano, desde inicios de la década del ’40: «En 1942, una célula de la ciudad de La Paz se trasladó a Oruro, región que concentraba al grueso del proletariado minero, para realizar trabajo en el seno de la clase obrera. En 1943, la dirección del partido se trasladó a La Paz. Es a partir de estos años que comienza la difícil y lenta tarea de los trotskistas bolivianos en su lucha por ganar a la vanguardia proletaria», escribió.

En diciembre de 1943, un golpe de Estado encabezado por el teniente Gualberto Villarroel, con el apoyo del Movimiento Nacionalista Revolucionario, tomó el poder y comenzó a ejecutar una serie de medidas nacionalistas, que trataban también de canalizar el profundo descontento de las masas. En ese marco se creó la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en el Congreso de Huanuni, en 1944, en forma de poner la dirección de la Federación en manos del ministro de Trabajo. Durante el proceso militar-nacionalista encabezado por Villarroel (apoyado por la logia militar Radepa y el MNR), se celebró (1946) el congreso minero en que Lora, como representante de la delegación minera de Llallagua, hizo aprobar las históricas Tesis de Pulacayo, por él redactadas, marcando una posición revolucionaria de independencia clasista frente al nacionalismo («el proletariado, aún en Bolivia, constituye la clase social revolucionaria por excelencia») y por la dictadura del proletariado, para resolver la crisis nacional boliviana. Las tesis, sin embargo, hacían abstracción de la lucha antiimperialista y de los procesos nacionalistas. El POR no salió contra el golpe gorila-stalinista, tipo «Unión Democrática», que derribó a Villarroel ese mismo año (el militar fue colgado en un farol de la Plaza Murillo).

En el «sexenio de la rosca» (1947-1952), Lora fue elegido diputado por el Bloque Minero Parlamentario, y Juan Lechín fue senador. La ficción democrática duró poco: los fueros parlamentarios no impidieron que Lora y los otros representantes del Bloque fuesen confinados a campos de detención en el Beni. El POR enfrentó desarticulado (y con Lora en el exilio) la victoria electoral del MNR, cuyo desconocimiento por el gobierno «rosquero» desató la insurrección obrera del 9 de abril, primera revolución proletaria de las Américas. Individualmente, sus militantes (como Edwin Moller o Alandia Pantoja) tuvieron sin embargo papel decisivo en la creación de la COB (Central Obrera Boliviana) de la que emergió una situación de doble poder frente al nuevo régimen nacionalista.

Siguiendo la orientación de la IV Internacional, el POR y Lora proclamaron el «apoyo al ala izquierda del MNR» (Lechín), posición que más tarde Lora criticó. El POR se reorganizó con base en una aguda lucha política interna (contra los partidarios de la mayoría de la IV Internacional). Lora se consolidó como principal dirigente de la izquierda independiente del «movimientismo» (pronosticando que terminaría «de rodillas frente al imperialismo») y del POR, y hasta como el principal intelectual marxista del país. Son de esa época sus principales obras, La Revolución Boliviana (1963) y la Historia del Movimiento Obrero Boliviano, que concluiría, con seis volúmenes, en la década del ’80 -obras que no tuvieron su merecida divulgación internacional, ni siquiera en América Latina.

Durante la dictadura barrientista (1965), el POR participó en primera línea de la sañuda resistencia obrera. Con el nuevo proceso nacionalista-militar iniciado en 1969 (con Ovando Candia y, después, Juan José Torres) el POR guió los pasos hacia la constitución de la Asamblea Popular, proclamada como «órgano de poder obrero», cuyas principales resoluciones fueron redactadas por el propio Lora. La discusión de la estrategia de poder de la Asamblea Popular merecería capítulo aparte -cabe aquí notar sólo que no fue objeto de debate en el ámbito revolucionario internacional. El balance del POR acerca del nuevo fracaso de la revolución boliviana (condensado en De la Asamblea Popular al Golpe Fascista, de Lora) fue publicado en el exterior por el PO, y sólo por el PO.

Durante la dictadura banzerista, seguida por la de los narcotraficantes García Mesa y Natusch Busch, Lora se exiló en Chile, retornando, con el golpe pinochetista, clandestinamente a Bolivia. Su Historia del POR, en dos volúmenes, fue redactada y publicada bajo la dictadura: en ella, cierto dogmatismo personalista substituyó la creatividad de sus obras precedentes, y ya es posible percibir un espíritu auto-proclamado -aparece la tendencia a presentar la trayectoria del POR independientemente de sus circunstancias políticas e históricas, como una evolución puramente ideológica.

Casi medio siglo después de su fundación, el POR comenzó a mostrar síntomas de anquilosamiento dogmático y burocratismo personalista. Hizo del aislamiento nacional la base de un mesianismo político-partidario de supuesta proyección mundial, al que terminó fundamentando, con toda lógica, en un mesianismo nacional (la «singularidad» boliviana) y hasta personal (el papel del propio Lora, que desde la década del ’80 comenzó a publicar sus Obras Completas, en casi 70 volúmenes). Después de una fracasada intervención en la situación revolucionaria creada por el ascenso de la UDP de Siles Zuazo (1984) y la ocupación de La Paz por el proletariado minero, el POR se fue condenando a un sectarismo dogmático (proponiendo, para cualquier situación y circunstancia, la «insurrección y dictadura proletarias») y nacionalista, proclamando hasta la «singularidad revolucionaria boliviana» del ejército y la policía del país (fundó una «fracción revolucionaria» del ejército). Lora se alejó de la dirección política cotidiana, editando su propio periódico (La Colmena), en que denostaba, no sólo a toda la izquierda boliviana (ciertamente democratizante) sino también al propio POR (¡llegó a proponer su disolución!).

Los procesos democráticos y nacionalista-indigenistas de la última década del siglo XX y de la actualidad, encontraron al POR como un observador (la palabras es esa) verborrágico y sectario, en nombre de la tesis de la «inviabilidad de la democracia», en una posición abstencionista semejante a la del ultraizquierdismo comunista de la década del ’20, pero teñida de ribetes nacionalistas. Juan Pablo Bacherer, principal dirigente organizativo del POR, se opuso a esta evolución, siendo acorralado y expulsado con un montaje provocador fabricado por el propio Lora. Bacherer denunció que «el POR se ha transformado en una secta nacionalista» (título de su texto de ruptura con el POR, publicado en En Defensa del Marxismo).

Lora estaba viejo, no físicamente, sino políticamente. La crítica a los aspectos revolucionarios de su herencia teórica y política fueron la piedra de toque del elenco pequeño-burgués (encabezado por el actual vicepresidente, Alvaro García Linera) que se alió (captó) a las direcciones indigenistas con el programa del «capitalismo andino» (perfumado por la «defensa de la comunidad indígena», defendida como «superación» de la «herencia obrerista del POR»). La herencia política del POR, inclusive con sus defectos, es gigantesca cuando es comparada con las gansadas del tipo «Estado plurinacional» pergeñadas, no por indios sino por cretinos subintelectuales blancos, que no tienen idea de lo que es un Estado, o una Nación, y mucho menos de lo que es el capital, que no es mejor por ser «andino», ni peor por ser inglés (el blanquito García Linera, además, se vengó en nombre de varias generaciones de «dirigentes» blancos contra el indio Lora, que osó elevarse a alturas teóricas e históricas reservadas a los blancos, con los indios reservados al papel de masa de maniobra, o de forros).

Por espectacular (o mejor, espectaculosa) que sea la proyección actual de esas posiciones, ayudadas por la avidez de «novedades exóticas» de una pequeña burguesía blanca/metropolitana, agotada teórica y políticamente en sus propias fronteras, ellas son episódicas e incapaces de resistir el embate de la crisis mundial del capital. En la construcción de una alternativa revolucionaria internacional, el trabajo revolucionario de Lora y el POR (muerto antes que el propio Lora) recuperarán todo su peso programático y político, que marcó, no un episodio, sino toda una etapa histórica del proletariado de América Latina.

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