Historicidad, dominación y proyectos. Contra-historia como argumento emancipatorio
El hombre no sería hombre sin una memoria del pasado. Más aún, sólo desarrollando su sentido histórico y por virtud de su poder de poner el pasado al servicio del presente, se eleva el hombre por encima de otros animales y llega a ser hombre (Nietzsche).
El hombre no sería hombre sin una memoria del pasado. Más aún, sólo desarrollando su sentido histórico y por virtud de su poder de poner el pasado al servicio del presente, se eleva el hombre por encima de otros animales y llega a ser hombre (Nietzsche).
Cuando nos referimos al devenir de la humanidad, nos encontramos con que los discursos históricos amalgaman y condensan de cierta forma los conflictos que se tejen en el seno de la sociedad. Una sociedad, que parece ser decapitada, por un lenguaje legitimador, que solo ha buscado el establecimiento de los dispositivos, excluyentes y de dominación por sobre una mayoría que se somete (o es sometida) y asume que lo jurídico es un estatuto de “verdad” irrefutable.
Específicamente, en el caso latinoamericano -región en la que pondremos todo nuestro esfuerzo por entender, cuestionar y replantear- visualizamos, que en la época del período colonial, los cronistas de indias en primera instancia y los documentos reales posteriormente, sentaron en papel la estructura social, tal y cómo se desarrollaron las vidas que habitaban las posesiones de ultramar. Documentos oficiales, se convirtieron en la única fuente posible para “hacer” la historia de lo que consecutivamente serían las “Repúblicas independientes” del siglo XIX. Recordemos que la “profesionalización de la historia”, se basaba en la heurística y la hermenéutica, mera interpretación de textos, oficiales por cierto. Con la clara intención de forjar una identidad nacional, que por supuesto era in-imaginada por la sociedad colonial luego de haber estado bajo el orden monárquico por más de tres siglos. Pero el afán de hacer de la historia una “ciencia”, no hizo sino tratar de des-subjetivizar (positivismo científico), un proceso que tenía intenciones claras de ordenamiento social, en donde los significantes y significados, creados por el discurso de la “historia Romana”, parafraseando al Foucault de Genealogía del racismo, formaban parte de la constante lucha por el poder. No solo para conquistarlo, sino para mantenerlo.
Aquella afirmación Rankeana, que aseguraba que el historiador debía –por ética profesional- dejar que la historia hablara por sí misma, o en todo caso, los documentos, se convirtió en la “verdad” más dudosa, la cual fue cuestionada por los historiadores de la llamada Nueva Historia que entran en escena aproximadamente a partir de finales de la década de los años 70 del siglo XX. Por ahora, nuestro problema no es discutir sobre las nuevas corrientes historiográficas. Queremos –o mejor dicho, pretendemos- hacer un acercamiento a los proyectos políticos que se han construido a través de la historia, y cómo esto derivó en un impacto a nivel ideológico en el imaginario colectivo latinoamericano.
Por alguna razón, fueron los ilustrados-intelectuales del siglo XIX, los que construyeron un imaginario nacional, que se separara de la “barbarie” del populacho. Tal es el caso por ejemplo, del Facundo de Sarmiento, el Ariel de Rodó, en Argentina y Uruguay, respectivamente, o los escritos de Juan Vicente Gonzáles o Pérez Bonalde, para el caso de Venezuela. Lo cierto es que el afán por consolidar una identidad hacia una patria naciente y convulsa, que no representaba los verdaderos intereses del pueblo, se convirtió en sí mismo en el proyecto legitimador más castrante por el que ha atravesado nuestra historia como repúblicas “independientes”. Asunto que podríamos complementar con una opinión que sobre el tema tiene Foucault, cuando afirma que: No es cuestión de referir la relatividad de la historia a lo absoluto de la ley o de la verdad, sino de encontrar lo infinito de la historia detrás de la estabilidad del derecho, los gritos de guerra detrás de las fórmulas de la ley y la asimetría de las fuerzas detrás del equilibrio de la justicia1. Es decir, más allá de los fines de gobernabilidad y “pacificación” de todo este proceso de consolidación nacional, se ha desarrollado una guerra silenciosa y vil, donde se han construido “verdades-Razones”, que tienen mucho de conflictos permanentes, y que en todos los casos, salieron victoriosos unos en detrimento de otros, que por lo general forman parte de la población más numerosa y menos pudiente.
El relato que surge de la pluma del historiador no es lo que vivieron sus protagonistas; es sólo una narración, lo cual permite ya eliminar algunos falsos problemas2, que se han convertido en “verdades absolutas”. Por ello consideramos importante hacer referencia a la existencia de dos tipos de historia, una escrita por las elites con “H” mayúscula, y otra que subyace en el imaginario y en la memoria colectiva de la sociedad, que aquí denominaremos, historia con “h” minúscula, que se encuentra oculta o que aún está por escribirse; salvando además, que entendemos que esta puede ser una diferenciación peyorativa, pero también es un ejemplo ilustrativo de cómo las elites ven el proceso de construcción de discursos hegemónicos. Y es que no creemos que sea necesario escribirse para que se convierta en una contra-historia (la “h”), lo que si pensamos es que si no se difunde a través del arte (insurgente de por sí), o cualquier otro medio, quedará como hasta ahora, subyacente en la memoria de los pueblos.
Ahora bien, Paul Veyne se pregunta en torno al historicismo: ¿qué es lo que distingue a un acontecimiento histórico de otro que no lo es?3, y bien podríamos decir que no es sino la subjetividad del historiador la que escoge, con finalidades específicas, de cual o tal acontecimiento es el más apropiado para justificar “causas nobles” o aberraciones por el poder. Más importante aún, ya no es el mero acontecimiento el que describe un proceso histórico, existen otros elementos que nos permiten conocer mejor el desenvolvimiento de una “realidad” social; esto no es nuevo, desde la escuela de los Annales fundada en 1929, por Bloch y Febvre, se vienen planteando nuevas formas de hacer historia.
Volvamos otra vez al tema del historicismo. Con relación a éste, Nietzsche afirma que el proceso histórico no ha terminado ni puede terminar, que la conclusión de la historia no sólo no es posible sino indeseable porque conduciría a una degeneración del hombre, y que la historia no es un proceso racional sino un proceso del todo ciego, demente e injusto4. De tal manera que nos encontramos ante una historia construida a sangre y fuego, llena de mentiras y sojuzgamiento, en donde la población se ve en una encrucijada jurídica, que no fue diseñada por ellos mismos, y no es más que el producto de las desigualdades que generó el mismo proyecto de modernidad. Su profundización.
Planteamientos como los que hace Salazar, Grez, Pinto, entre otros, en el caso chileno, que giran en torno al rescate de la historia popular, con la intención de resignificar la lucha de un sector de la nación, que se ha mantenido al margen del diseño de su futuro, forma parte de propuestas que se encaminan a de-construir las “verdades” que tanta opresión han causado a nuestras poblaciones. Entender que el engaño “objetivo”, que forma discursos de dominación, puede ser efectivamente contrarrestado, resaltando que la subjetividad propia de quienes tratan de hacer historia, juega un papel fundamental, recordemos que: Toda afirmación acerca de los hechos es una interpretación de los mismos5.
La “cuestión básica” en este tema, es que no queremos, ni mucho menos pretendemos llegar a una conclusión, por el contrario intentamos abrir el debate referente a estos temas, que visualizan en sí mismo un horizonte de luchas, en contra del sistema instituido. Partimos de la premisa que la historia es un proceso de construcción permanente, no hablamos de una historia. Hay un puente histórico que dejó por a un lado los elementos que subyacen debajo, arriba y a los lados de dicho puente. Historias que existen, que urgen y claman ser re-significadas.
Para finalizar, criticamos de inmediato nuestro propio texto, que no utilizó como fuente de sustento bibliográfico autores latinoamericanos. Ello no en balde, puesto que las categorías de de-construcción utilizadas por los autores citados, forman parte de lo que denominamos, nuevas formas de construir futuro cuestionando la historia “sagrada”, que a su vez se convierte en la mayor traba, para quienes plantean superar los dispositivos de saber-verdad. De dominación.
Somos sujetos históricos. ¿Cuál es nuestro proyecto?