9 diciembre, 2024

Honores a Karl Marx, que ha muerto

El 14 de marzo de 1883 muere el filósofo, economista, pensador socialista y líder del proletariado internacional Karl Marx.

El 14 de marzo de 1883 muere el filósofo, economista, pensador socialista y líder del proletariado internacional Karl Marx. En las páginas del diario “La Nación”, José Martí publicó el 29 de marzo de 1883, una nota sobre Karl Marx, con motivo de su fallecimiento, donde relata un acto realizado en Nueva York en homenaje al ilustre pensador revolucionario. El artículo de Martí fue reproducido en los años treinta por la ‘Revista Socialista’, de Buenos Aires y fue incluido en el tomo 9 de las ‘Obras Completas’ del prócer (La Habana, 1963)

Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blanco al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de encontrar salida a la indignación de modo que la bestia cese sin que se desborde y espante. Ved esta sala la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que es de bravos braceros cuya vista estremece y conforta, enseña más músculos que alhajas, más caras honradas que paños sedosos.

El trabajo embellece. Remoza ver a un labriego, a un herrador o a un marinero. De manejar las fuerzas de la naturaleza, les viene ser hermosos como ella.

New York va siendo a modo de vorágine: cuanto en el mundo hierve, en ella cae. Acá sonríen al que huye; allá le hacen huir. De esta bondad le ha venido a este pueblo esta fuerza. Karl Marx estudió los modos de enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa; y un tanto en la sombra, sin ver que no hacen viables, ni de senos de pueblos en la historia, ni de senos de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido la gestación natural y laboriosa.

Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los obreros europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer el bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha. Aquí está en Lecovitch, hombre de diarios; vedle como habla: llegan a él reflejos de aquel tierno y radioso Bakounia: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros en alemán: ‘Dah dah’, responden entusiastas desde sus asientos sus compatriotas cuando les habla en ruso. Son los rusos el látigo de la Reforma; mas no, no son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimientos al mundo nuevo; ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse; pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador. Aquí está Swinton, anciano a quien las injusticias enardecen, y vio en Karl Marx tamaños de mente y luz de Sócrates. Aquí está el alemán John Most, voceador insistente y poco amable y encendedor de hogueras, que no lleva en la mano diestra el bálsamo con que ha de curar las heridas que abra su mano siniestra. Tanta gente ha ido a oírles hablar, que rebosa en el salón y da a la calle. Sociedades corales, cantan. Entre tantos hombres hay muchas mujeres. Repiten en coro, con aplauso, frases de Karl Marx, que cuelgan cartelones por los muros.

Millot, un francés, dice una cosa bella: ‘La libertad ha caído en Francia muchas veces; pero se ha levantado más hermosa de cada caída’. John Most habla palabras fanáticas: ‘Desde que leí en una prisión sajona los libros de Marx, he tomado la espada contra los vampiros humanos’. Dice un Magure: ‘Regocija ver juntos, ya sin odios, a tantos hombres de todos los pueblos. Todos los trabajadores de la tierra pertenecen ya a una sola nación y no se querellan entre sí, sino que todos juntos contra los que los oprimen. Regocija haber visto, cerca de la que fue en París Bastilla ominosa, seis mil trabajadores venidos de Francia y de Inglaterra’.

Habla un bohemio. Leen una carta de Henry George, famoso economista nuevo, al aire de los que padecen, amado por el pueblo aquí, y en Inglaterra famoso. Y entre salvas de aplausos tonantes, y frenéticos hurras, pónese en pie, en unánime movimiento, la ardiente asamblea, en tanto que leen desde la plataforma en alemán y en inglés dos hombres de frente ancha y mirada de hoja de Toledo, las resoluciones con que la junta magna acaba, en que Karl Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo. Suenan músicas, resuenan cantos; pero se nota que no son los de la paz.

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