Ibsen, el mono aullador

Todos los que tenemos edad suficiente recordamos aquella telenovela brasileña llamada Xica da Silva.

Todos los que tenemos edad suficiente recordamos aquella telenovela brasileña llamada Xica da Silva. Para quienes no, la misma trataba de una joven negra y esclava que luego de robarse unos diamantes se ve en la disyuntiva de escaparse al quilombo con su cómplice (Quiloa, líder de los esclavos fugitivos) o quedarse con el nuevo comendador enviado por la Corona portuguesa y del cual se había inmediatamente enamorado. El caso es que Xica decide quedarse, y su amor por el comendador se convertirá en el centro de una trama donde la comedia convivía muy bien con momentos de tragedia, violencia descarnada y una sensualidad bastante subida de tono para le época y la señal abierta.

Ahora bien, más que la telenovela lo fascinante en sí era el personaje de Xica. Como el comendador correspondió a su amor llevándola a vivir con él y transformándola en la señora principal del pueblo, Xica se vio obligada –lo cual es una forma de decir, pues en realidad lo hacía con bastante gusto- a vestirse como una señora blanca digna del representante de su majestad. Eso traía como consecuencia que recurrentemente Xica exagerara la nota, de manera que era objeto de burlas en momentos cuando, por ejemplo, su rostro emblanquecido por el panqué resaltaba aún más sus facciones negra o su andar de esclava no sincronizaba con los tacones. No obstante, gracias a su esfuerzo, la comprensión de su “señor comendador” y la ayuda de no pocos amigos fue mejorando, sorprendiendo a propios extraños a medida que se convertía en toda una dama colonial.

Pero si bien Xica resultaba graciosa con sus pelucas estrambóticas y joyas sobrecargadas, tenía también cierta gracia proveniente de su nunca del todo perdida cimarronería: causaba escándalos a plena conciencia y hacía valer su posición de poder a sabiendas de los resquemores que causaba su presencia en una sociedad racista y pacata. Siempre se las arreglaba para ser héroe y protectora de las víctimas de aquella sociedad, no solo los de su raza sino los homosexuales o los enamorados furtivos. Ese tipo de actitudes, como decía, le agregaba gracia a su graciosa figura, por lo cual uno no podía dejar de tenerle cariño.

Todo esto viene al caso dado el artículo de Ibsen Martínez Fandango de locos, con el cual describe la impresión que le genera la gente que durante diez días rindió homenaje y despidió al presidente Chávez. Y es que cuando leí el mencionado artículo lo primero que me vino a la mente fue la imagen de Xica da Silva, algo que después de todo ya me había ocurrido veces anteriores al leer las ocurrencias del recordado guionista de Por estas calles.

Cualquiera que haya leído Fandango de locos y conozca un poco de historia nacional puede estar seguro de que eso es exactamente lo que deben estar pensando los herederos del mantuanaje criollo ante lo sucedido durante dichos diez días. Sin embargo, también puede estar seguro de que si bien lo piensa nunca un miembro de ese mantuanaje escribiría semejante artículo, no solo porque un mantuano de verdad no se va a dirigir a la opinión pública nacional a expresarle sus ideas o pareceres (en todo caso, lo comentará entre sus iguales) sino porque además para él es cosa tan obvia que no vale si quiera la pena decirlo. O sea, para un mantuano de verdad verdad un presidente negro no puede tener sino funerales de negro o de malandro. Lo extraño para él hubiese sido esperar que fueran como los de Lady Di o Churchill.

Lo que quiero decir es que para escribir un artículo como que reivindica el pensamiento mantuano hay que ser por definición un no mantuano. Y en este caso algo bastante alejado del mantuanaje prototípico: un negrito gordo y feo de El Cementerio que fue a la universidad y que pensó que una buena idea para salir del barrio -a falta de otros talentos seguramente- podía ser pasar por inteligente y de allí en adelante comenzar un camino que todos conocemos: el del trepaje social, algo que según una costumbre muy arraigada en sociedades como las nuestras se logra adoptando las maneras y poses de los blancos europeos o los viejos criollos.

Es por esto que no estoy de acuerdo con los que dicen que Fandango de locos es un texto cuya intención es despreciar a los chavistas. Eso lo hace ciertamente, y por tal razón sirve para dejar constancia de lo extraviados que andan ciertas personas de este país con respecto al mismo. Pero en realidad, Ibsen escribe un texto para alabar a los mantuanos, o en términos más generales y simples a los amos del valle de la televisión, la prensa y los círculos “culturales” a los que se aferra con desespero para no tener que echar la vista al barriotero que lleva dentro. Aunque a muchos ha indignado para mí la primera impresión fue la risa y luego la lástima. Risa por lo rebuscado de la tramoya para insultar a un sector del país y luego lástima porque en el fondo Ibsen está mucho más cerca de ese fandango que lo horroriza que a los solares mantuanos y él lo sabe. Otra cosa hubiera sido si el artículo lo escribe María Corina. Pero Ibsen es Martínez y no Machado Zuloaga. Él nunca será un mantuano, no importa cuánto escriba sobre ellos, cuánto los imite o los alabe. A él, como a Xica, se le nota mucho lo negro y plebeyo de bajo del panqué blanco, sólo que al contrario de aquella Ibsen es solo gracioso y en lugar de gracia lo que da es pena.

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