Impensar el 27F*
En un célebre ensayo, Immanuel Wallerstein planteaba que había llegado el momento de «impensar» las ciencias sociales.
En un célebre ensayo, Immanuel Wallerstein planteaba que había llegado el momento de «impensar» las ciencias sociales. Ya no bastaba con repensarlas: «gran parte de las ciencias sociales del siglo XIX se repiensa constantemente en la forma de hipótesis específicas». Era preciso ir más allá: «muchas de sus suposiciones – engañosas y constrictivas, desde mi punto de vista – están demasiado arraigadas en nuestra mentalidad. Dichas suposiciones, otrora consideradas liberadoras del espíritu, hoy en día son la principal barrera intelectual para analizar con algún fin útil el mundo social».
Veinte años es tiempo más que suficiente para acometer la tarea de impensar el 27F de 1989. Dejar de hacerlo equivale a no atreverse a franquear esa barrera intelectual que todavía nos impide invocar el 27F para hacer algo distinto de rememorar a nuestros muertos, formular las demandas históricas respectivas y celebrar el advenimiento de la revolución bolivariana.
¿Qué significa impensar el 27F?
1) Impensar el 27F significa, en primer lugar, dejar de pensarle sólo como una protesta popular masiva contra las medidas neoliberales de austeridad impuestas a sangre y fuego por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Por su naturaleza, eso que aconteció el 27F guarda una relación de parentesco no con las masivas jornadas de protesta estudiantil contra el gobierno – que tuvieron lugar antes y después del 27F -, sino con esos severos y tumultuosos trastornos sociales que impugnan al Estado mismo. También es preciso poner en entredicho la utilidad de conceptos o referencias históricas del tipo “revueltas de hambre”, tal y como han sido formulados por autores como Eric Hobsbawm, E. P. Thompson o George Rudé.
2) Asumir que de acuerdo a su movimiento, su distribución en el espacio, sus objetivos y sus formas de lucha, eso que se manifestó el 27F no fue sólo una clase social – el proletariado que súbitamente habría adquirido conciencia de sí mismo, de su propio poder, etc. Tampoco fue sólo el lumpen o la clase media depauperada. A eso que se manifestó lo llamamos en otra parte (27F de 1989: interpretaciones y estrategias) la turba, porque de alguna forma había que patear la mesa en la que departían amable y gustosamente los académicos de este país. La turba es la suma del proletariado, el lumpen, la clase media depauperada, pero es también algo más que la suma de las partes. La turba es un conjunto innumerable. Para decirlo con José Luis Vethencourt, la turba libra una “guerra inmediatista” contra la “guerra institucionalizada” del Estado. Su poder radica en su capacidad de ocupar el espacio, conservando la posibilidad de surgir en cualquier punto. La suya es una guerra sin línea de combate, sin enfrentamiento, sin vanguardia ni retaguardia. Su objetivo no era el saqueo ni la toma del poder. Por eso caen en saco roto todos los análisis que se empeñan en señalar todo lo que hay de falta, de ausencia el 27F: faltaba el partido, faltaba la conciencia, faltaban objetivos claros. Lo que no se comprende es la naturaleza de la turba.
3) De lo anterior se desprende que hay que atreverse a pensar la turba como una forma de existencia política que, para decirlo como Paolo Virno, «se afirma a partir de un Uno radicalmente heterogéneo en relación al Estado». Por tanto, poner en cuestión la interpretación dominante, según la cual la turba es pre-política, anti-política, proto-política. El problema radica en que nuestras cabezas están demasiado habituadas a pensar la política más acá de los confines del Estado, como si no existiera nada más allá de él. Recordar: una revolución no se hace con pensamiento de Estado, sino contra el Estado. Volver sobre Marx, incluso sobre Lenin.
4) Reivindicar el 27F como un acontecimiento alegre, a pesar de nuestros muertos. Recordar que la inmensa mayoría de los asesinatos fueron perpetrados luego de la celebración popular de aquella noche del 27F, de la que numerosos testimonios han quedado registrados. Asociar el 27F con muerte y tristeza es el efecto más durable del trabajo de conjura que acometió el Estado los días subsiguientes. Como fue escrito en alguna revista de la época: “el objetivo no era controlar la situación, sino aterrorizar de tal manera a los vencidos que más nunca les quedaran ganas de intentarlo otra vez”. Hemos avanzado poco en la tarea de exorcizar una culpa que no es nuestra. Hemos vivido con una vergüenza a cuestas que no es propia, sino ajena. Como escribió José Roberto Duque, en el mejor libro (Salsa y control) que se haya escrito sobre el 27F: «pero cómo explicar, cómo convencerte de que el aire dejaba una resaca agradable en la piel, con todo y los muertos y el tufo brutal de las bombas y los muertos».
5) Aprender a trazar la línea de continuidad entre el 27F y el chavismo. Esta línea es clara en lo que respecta a la interpretación dominante sobre el 27F – que le da el tratamiento de accidente histórico ruin, vergonzoso, triste y repudiable – y el chavismo: fenómeno político ruin, vergonzoso e igualmente repudiable. Los que ayer condenaron el 27F hoy sueñan con un país libre de ese tumor que es el chavismo. Al chavismo le corresponde, en contraparte, reconocerse en la audacia, la exhuberancia y la alegría de la turba. Los objetivos y las formas de lucha pueden haber cambiado – ha debido ser así, qué duda cabe – pero nuestros enemigos siguen siendo los mismos. Llevamos cierta ventaja y tendríamos que ser ciegos para no reconocerlo: tenemos un aliado como jefe de gobierno. No es poca cosa, pero sabemos que no es suficiente. He allí el viejo Estado que resiste a morir. Hay barreras intelectuales, sobre todo hay barreras materiales. Pero nuevos espacios se han abierto. Queda de nosotros imprimirle un poco de audacia, y algo más, para superar ambas barreras.
*Este artículo apareció publicado ayer en el semanario Temas Venezuela.