Irak, Afganistán y la guerra permanente de Estados Unidos
A pesar del creciente número de bajas civiles y militares, además del repudio de la opinión pública, el gobierno de Estados Unidos insiste en mantener e incrementar sus tropas de ocupación en Afganistán en un despliegue bélico dirigido a controlar definitivamente el territorio de esta nación islámica, rico en yacimientos de gas y petróleo, gracias a los cuales tendría asegurada la cuota que requiere para su subsistencia la voraz civilización capitalista que representa.
A pesar del creciente número de bajas civiles y militares, además del repudio de la opinión pública, el gobierno de Estados Unidos insiste en mantener e incrementar sus tropas de ocupación en Afganistán en un despliegue bélico dirigido a controlar definitivamente el territorio de esta nación islámica, rico en yacimientos de gas y petróleo, gracias a los cuales tendría asegurada la cuota que requiere para su subsistencia la voraz civilización capitalista que representa.
Nadie (salvo la opinión consensuada de las elites dominantes gringas) cree en la veracidad de los argumentos sostenidos y divulgados ampliamente a través de las agencias noticiosas del Norte para legitimar la invasión a este país asiático, teniendo como excusa el supuesto ataque terrorista de Al Qaeda al Trade World Center de Nueva Cork y sobre el cual hay sospechas que fuera ejecutado por el mismo gobierno de George W. Bush. Sin embargo, esto no ha sido obstáculo para que los sectores políticos y militares estadounidenses sigan estimulando nuevas agresiones imperialistas, como se desprende de la campaña de amenazas e informaciones sobre Irán y Corea del Norte, en un área geográfica explosiva y sensible que tiene prácticamente a ambos costados a China y Rusia, enemigos o rivales a futuro de la hegemonía unipolar estadounidense, no obstante las demostraciones en contrario de sus regímenes respectivos.
De nada ha servido tampoco el encubrimiento y la manipulación informativos en relación a lo que ocurre realmente, tanto en Afganistán como en Irak, donde fuerzas irregulares, en menor número y dotación de armas, no han podido ser reducidas y doblegadas por el arsenal bélico y tecnológico de las fuerzas combinadas del Pentágono y la OTAN , además del ejército de mercenarios que allí opera, protegiendo los intereses de las grandes corporaciones transnacionales gringas, en una guerra que recuerda el fracaso padecido en Vietnam. Y aún cuando no lo quieran reconocer en Washington (manteniendo un optimismo que supera la fantasía), Afganistán e Irak han supuesto un serio revés con el cual no contaban, dada la resistencia tenaz que se le ha opuesto, frenando una victoria militar que se creía a la vuelta de la esquina, quedando expuesta la vulnerabilidad del imperialismo yanqui cuando enfrenta la lucha decidida de un pueblo que se resiste a ser subyugado, sin importar la desventaja que implica combatir a la mayor potencia bélica del planeta.
En todo esto, la ONU y otros organismos internacionales son tan culpables y responsables de la tragedia que se abate sobre estos países, tanto como los jerarcas políticos yanquis y sus socios. En ambas situaciones, le siguen el juego a los halcones de Washington. Como lo refiere James Petras, “la única vía verdadera hacia la paz, pudo haber sido un plan de paz de la ONU que incluyera el desarme mutuo de armas de destrucción masiva en Oriente Medio. Pero en ninguna de sus sesiones se mencionó siquiera un plan de este tipo, por cuanto implicaba que los miembros del Consejo de Seguridad en la oposición realizasen una evaluación crítica de su pasado apoyo a las conquistas militares de Estados Unidos”, llevadas a cabo contra naciones militarmente débiles, indefensas y dependientes, como Grenada y Panamá. Pero esto último no podría auspiciarse ni insinuarse sin afectar inmediatamente a Israel y a su política guerrerista, dueño de un arsenal nuclear que jamás ha sido cuestionado ni requisado por la “comunidad internacional”, siendo un factor de desestabilización de primer orden en la región del Medio Oriente, atacando impunemente a la población autóctona de Palestina y a los Estados árabes vecinos, en abierto desconocimiento y desafío a las resoluciones de la ONU , amparándose en el poder de veto de su gran protector y socio, Estados Unidos. Evidentemente, la estrategia de dominación que tiene por teatro de operaciones a todo el globo terráqueo, supone un estado de guerra permanente decretado por el imperialismo yanqui contra cualquier tentativa de independencia de nuestros pueblos; un asunto que no debe pasar por debajo de l mesa, propiciando inconscientemente una destrucción y una dominación generalizados, del mismo modo que sucede en Irak y Afganistán.