La “moda trotska” se expande en Argentina

Una de las novedades de las últimas elecciones primarias argentinas fue el crecimiento de la izquierda trotskista nucleada en el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT).

Una de las novedades de las últimas elecciones primarias argentinas fue el crecimiento de la izquierda trotskista nucleada en el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT). Casi un millón de argentinos y argentinas votaron a esa alianza conformada por el Partido Obrero, el Partido de los Trabajadores Socialistas e Izquierda Socialista, lo que significó un enorme salto para una izquierda electoralmente siempre al borde de la marginalidad. Pero el segundo dato es que no se trató de una votación en la siempre veleidosa ciudad de Buenos Aires, donde cada tanto aparece un candidato que atrae el inconformismo porteño, sino de un fenómeno nacional.

El trotskismo obtuvo el 9% de los votos en Jujuy (con un candidato, Alejandro Vilca, que trabaja como recolector de residuos), un 7,6% en Mendoza, donde algunas encuestas para octubre suben el número a 14%; más del 5% de Formosa, 7,9% en la patagónica Santa Cruz (tierra de Néstor Kirchner), 11% en Salta y 17% en la capital provincial. En la ciudad y provincia de Buenos Aires sumaron alrededor del 4%.

Se trata así de una especie de «trotskismo federal” que de manera inédita se ha colocado como una minoría significativa en el mapa político nacional. Y a este desempeño electoral se suma el triunfo del FIT en varios centros de estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, donde el kirchnerismo no ganó ninguno. Un artículo en un diario económico refirió a la «moda trotska”, que tiene como correlato la presencia de sus candidatos en todos los programas políticos. Así, después de Luis Zamora en los 80 -el único diputado trotskista en América latina-, el trotskismo podría volver a ingresar al Congreso pero también a varios parlamentos provinciales.

En las elecciones de 2011, al famoso periodista de chimentos Jorge Rial se le ocurrió apoyar al candidato trotskista tuiteando a sus casi dos millones y medio de seguidores: «un milagro para Altamira”. El llamado fue festejado por el candidato y tuvo una gran repercusión mediática. En ese entonces, la odisea fue sacar medio millón de votos, ahora ese milagro fue duplicado.

En este marco, la famosa crítica cultural Beatriz Sarlo le dedicó una columna a Jorge Altamira -líder del Partido Obrero y candidato a diputado por la capital- en el conservador diario La Nación. Y dio en el clavo cuando señaló que «quizá la política que desea Altamira tenga más de utopía que de programa. Pero, en estas elecciones, ganó a sus votantes. Ciudadanos que quieren que la palabra capitalismo, de vez en cuando, suene en la Cámara de Diputados. Como si fuera un ácido”.

En efecto, con un centroizquierda carente de cualquier radicalidad (a no ser el mesianismo de Elisa Carrió) muchos exvotantes de estas tendencias moderadas se lanzaron a un voto protesta no sólo contra el Gobierno, sino contra un espacio de izquierda moderada que para ganar al centro se diluyó en un republicanismo insípido y abstracto. Parte de ese voto, notablemente, terminó en la izquierda trotskista, que se entusiasma con entrar a jugar en la A, o al menos en una honrosa B, después de años de disputar los campeonatos en los potreros del barrio. Mientras tanto, León Trotsky también ha logrado una pequeña venganza histórica, en best-sellers como El hombre que amaba a los perros del cubano Leonardo Padura, y varias biografías.

Y estos elementos se proyectan al ámbito sindical. En 2010 fue asesinado el militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra por matones de la burocracia sindical ferroviaria, liderada por José Pedraza, uno de los sindicalistas enriquecidos que, pese a liderar el sindicato ferroviario, se jactaba de no subir a un tren desde hacía 25 años. El crimen provocó una ola de repudio y el sindicalista terminó preso. Pero el rechazo a estos sindicalistas millonarios y matones es patente en muchos gremios y la izquierda trotskista viene ganando comisiones internas en varias fábricas del cono urbano bonaerense, así como en el gremio docente y sindicatos del interior del país.

La duda es cuánto cambiará este crecimiento a grupos organizados alrededor de prácticas sectarias producto de décadas de trabajo contracorriente y de peleas entre pequeños grupos. Sin duda, este éxito tiene menos que ver con la idea de que «nuestra línea era justa y ahora cosechamos los resultados”, y más con un rechazo a la política tradicional.

Ningún resultado podrá reactivar por mucho tiempo programas políticos «leninistas” ortodoxos y formas organizativas anquilosadas. Sus visiones sobre la crisis económica global están cargadas de catastrofismo, mientras que las lecturas dogmáticas impiden captar las particularidades de las sociedades del siglo XXI. Pero en todo caso, los números muestran que la izquierda logró interpelar a sectores de la juventud y los trabajadores poniendo el foco en las contradicciones del kirchnerismo entre el relato y las prácticas, trayendo nuevamente a la palestra cuestiones relativas a la burocracia sindical, la precariedad laboral, la estructura impositiva regresiva, el rezago de los jubilados y varios etcéteras. En síntesis, como hemos dicho, se vuelve a hablar de capitalismo.

Pablo Stefanoni es periodista.
@pabloAstefanoni

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