La ‘primavera árabe’ tuvo su otoño

Dicen en Tifariti, la ciudad saharaui en mitad del desierto que fue arrasada en 1991 por los bombardeos marroquíes previos al alto el fuego, que si la «primavera árabe» nació en Túnez cuando un joven tunecino se quemó a lo bonzo en protesta contra las políticas de Ben Ali, entonces hubo un «otoño árabe».
Ocurrió unas semanas antes en El Aaiún, cuando los saharauis organizaron el campamento de Gdeim Izik. Aquella forma de protestar plantando una tienda de campaña la vimos después en la plaza de Tahrir en Egipto, o en la puerta del Sol y otras plazas por toda España. De aquella protesta se ha hablado mucho estos días durante el XIII congreso nacional del Frente Polisario, al que por primera vez asisten representantes saharauis en los territorios ocupados, como El Aaiun.

Dicen en Tifariti, la ciudad saharaui en mitad del desierto que fue arrasada en 1991 por los bombardeos marroquíes previos al alto el fuego, que si la «primavera árabe» nació en Túnez cuando un joven tunecino se quemó a lo bonzo en protesta contra las políticas de Ben Ali, entonces hubo un «otoño árabe».
Ocurrió unas semanas antes en El Aaiún, cuando los saharauis organizaron el campamento de Gdeim Izik. Aquella forma de protestar plantando una tienda de campaña la vimos después en la plaza de Tahrir en Egipto, o en la puerta del Sol y otras plazas por toda España. De aquella protesta se ha hablado mucho estos días durante el XIII congreso nacional del Frente Polisario, al que por primera vez asisten representantes saharauis en los territorios ocupados, como El Aaiun.

De allí es Hmad Hamad, de 52 años que define la situación en su ciudad como un infierno, por la represión constante de las autoridades marroquíes, y pide el envío de una misión internacional de observación de los Derechos Humanos. Comprende a los jóvenes saharauis que apuestan por volver a las armas porque «han sufrido torturas o han visto como violaban a sus hermanas», pero al mismo tiempo reconoce estar haciendo «todo lo posible» para que no pidan lo que ellos llevan rechazando 37 años. Brahim Danahe también viene de El Aaiún y también era joven la primera vez que terminó en la cárcel. Ahora tiene 46 y tampoco ve clara la opción bélica: «no se puede tomar esa decisión en torno a una bandeja de té. Espero que no se llegue a eso, porque la mayoría de esos jóvenes, y otra gente que se pone nerviosa, olvidan lo que es la guerra. La guerra es la guerra».
Brahim prefiere protestas como la de aquel campamento de hace un año, porque a pesar de las consecuencias negativas que ha tenido, «nos han prohibido montar jaimas, no podemos ir al mar, o al desierto y acampar, han tocado una parte fundamental de nuestra cultura, la jaima», las positivas pesan más: «ha aumentado la concienciación colectiva saharaui de que hay que trabajar más duro para buscar un Estado libre e independiente».
A él no le hacía falta más conciencia. Ahora sabe que a su vuelta a El Aaiún, tras este congreso, puede tener problemas, quizá un arresto: «Todo puede pasar, pero no importa». Ya no le importa porque como él mismo añade: «He renunciado a cosas como una casa, un matrimonio, una vida normal como todo el mundo. Ya no me voy a volver joven, ni voy a recuperar mi sueño. Así que voy a seguir en la lucha. A ver si otras generaciones pueden evitarlo, porque yo ya no tengo mucho más que perder».

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