8 diciembre, 2024

La vida precaria: los malestares en el capitalismo contemporáneo

Me duele la cabeza: el stress en la cultura

Días atrás leía un artículo de un psicoanalista argentino[1] donde se comentaba cómo, en los últimos tres o cuatro años, las demandas de atención venían mostrando similitud en cuanto a la descripción de algunos síntomas no tradicionales en este tipo de clínica. En los comienzos de las actividades anuales, se decía, recién terminadas las vacaciones y casi sin distinción de edades ni de sexo a partir de la adultez, los pacientes manifiestan quejas por cansancio y contracturas de diversas partes del cuerpo, en particular la cintura escapular. A esto se le suman lumbalgias y bruxismo, acompañados por dolores de cabeza como efecto de pinzamientos cervicales y a la vez algo que solía aparecer a partir de los 60 años pero que ahora lo hace a edad más temprana: dificultades con la memoria de nombres propios y de compromisos o acciones recientes.

Me duele la cabeza: el stress en la cultura

Días atrás leía un artículo de un psicoanalista argentino[1] donde se comentaba cómo, en los últimos tres o cuatro años, las demandas de atención venían mostrando similitud en cuanto a la descripción de algunos síntomas no tradicionales en este tipo de clínica. En los comienzos de las actividades anuales, se decía, recién terminadas las vacaciones y casi sin distinción de edades ni de sexo a partir de la adultez, los pacientes manifiestan quejas por cansancio y contracturas de diversas partes del cuerpo, en particular la cintura escapular. A esto se le suman lumbalgias y bruxismo, acompañados por dolores de cabeza como efecto de pinzamientos cervicales y a la vez algo que solía aparecer a partir de los 60 años pero que ahora lo hace a edad más temprana: dificultades con la memoria de nombres propios y de compromisos o acciones recientes.

Aunque no se les nombra en el artículo, a esta serie de síntomas pudiéramos sin dificultad sumársele otros: dolores no específicos pero recurrentes, mareos y desordenes alimenticios, agotamiento crónico, dificultades para conciliar el sueño cuando no insomnio total, ansiedad, pérdida del apetito, de motivación y falta de deseo sexual. En algunos casos más severos, dichos síntomas pueden venir acompañados de erupciones o manchas en la piel. En otros, es posible que se manifieste cierta dislexia entendida como la dificultad de coordinar ideas con normalidad, de pronunciar bien o simplemente de encontrar la palabra adecuada para aquello que se quiere expresar. En todos los casos, un malestar general pero a menudo imposible de identificar, como una mezcla de hastío y tristeza con desgano sin causa ni motivo preciso, suele acompañar los cuadros descritos.

Como señala el autor, y como cualquiera que haya asistido alguna vez al médico puede perfectamente testimoniar, rápidamente se tiende a atribuir todo esto al stress. De aquí lo habitual sea que los diagnósticos concluyan en una de esas típicas charlas de internistas que varían entre psicopatología de época y consejos de naturalistas. Es decir, aquellas que asocian el stress a las demandas compulsivas de la vida moderna, al exceso de trabajo y de preocupaciones, agobiados como estamos por las responsabilidades y el ritmo frenético del mundo de hoy, por lo cual invariablemente terminan recomendando además de alguna medicación dormir al menos ocho horas, dedicarle tiempo a actividades placenteras, hacer ejercicios, varias las dietas, tomar vacaciones, hacer terapias de relajación, en fin, disfrutar un poco más de la vida.

Lo interesante del artículo, sin embargo, es que en él se cuestiona justamente este diagnóstico. Y no porque no sea de algún modo cierto lo que dicen y recomiendan los médicos, sino porque, como plantea el autor, con ello sólo se registran efectos sin rastrear en causas y razones:

“Aunque el stress haya sido descrito a mitad del siglo XX, acompaña a los seres parlantes desde siempre. Desde siempre, con mayor o menor frecuencia, se presentan alarmas de reacción, necesidades de adaptación y, si se extienden dichas condiciones, estados de agotamiento. Los cansancios crónicos que describí al comienzo, asociados a efectos sobre la memoria, no tienen como base esa alarma; en todo caso no los determina lo nuevo, lo epocal. Tampoco obedecen necesariamente a depresiones: pueden observarse en todo tipo de psicopatologías, incluso en gente muy activa que está lejos de la depresión”.

Entonces, ¿de qué se trata? Para el autor, el desarrollo combinado de las nuevas tecnologías de informática y comunicaciones son las que han generado las condiciones de posibilidad para multiplicar a niveles inesperados el trabajo cerebral. En tal sentido, sostiene que “la letra y el significante”, pilares del trabajo científico y de sus derivaciones tecnológicas, no sólo permiten producir mercancías que multiplican la eficacia del trabajo, sino que al hacerlo dejan restos sin significar del registro de lo real que se expresan consecuentemente en el cuerpo y la mente en forma de malestares:

“Parto de la siguiente observación. En estos últimos años se ha extendido y diversificado la utilización de las computadoras, Internet, correos electrónicos y chats, más el uso intensivo de los teléfonos celulares, no sólo con sus diversas funciones de voz, mensajitos de texto, recepción y contestación de correo electrónico, fotografía, videos y otras. A esto se suma que la política neoliberal logró extender la jornada de trabajo a diez horas y más; en forma complementaria, instaló la desocupación estructural, diferente del clásico “ejército industrial de reserva” descripto por Marx. Esta desocupación es insalvable en tanto las nuevas máquinas suplen cada vez mayor cantidad de mano y seso de obra y, además, cuando los asalariados se defienden, las empresas se “deslocalizan”, trasladándose a países pobres donde mano y seso de obra resultan mucho más baratos. Entonces: más horas de trabajo y más concentración de actividad por hora, no sólo en el horario laboral, sino también en los descansos”.

(…) ¿Qué podemos decir de esto a partir del concepto psicoanalítico de represión? Esta función sostiene olvidos y da a leer “entrelíneas” significaciones ocultas… Como consecuencia, mientras mayor es el bombardeo de palabras sobre nuestro sistema perceptivo, menor es la posibilidad de entender a fondo lo que se nos dice y mayor la de olvidar. Por eso, la multiplicación de la información desinformante en los medios masivos, más la presencia de los celulares y computadoras como factores que mantienen ocupadas las manos y la mirada, amplían tempranamente el campo de los olvidos referidos al pasado reciente.

(…) El adelantamiento de la edad para los trastornos de memoria, como el cansancio crónico, son indicios de una época que ha multiplicado la actividad cerebral y el desgaste corporal de los seres hablantes. No encontramos cómo contraponernos a los efectos arrasadores que, sobre cuerpos y mentes, tienen las nuevas tecnologías, gozadas por la voracidad de las grandes corporaciones y gozadas, también, por la voracidad de las mayorías.”

Riesgo por todas partes.

Efectivamente, hay términos que cada cierto tiempo se ponen de moda. Hace unos años, durante “los felices noventa”, Globalización era con toda seguridad la palabra de uso más corriente en las ciencias sociales, pero también en lo que solemos llamar “la opinión pública”. Y es que no había sociólogo ni economista, pero tampoco político ni periodista y en realidad casi cualquier persona que no se refiriera a ésta como un fenómeno evidente, independientemente que se tuviera una actitud optimista o escéptica ante sus implicaciones. De la misma manera, hoy día otro término ocupa espacios importantes en la jerga de las ciencias sociales pero también, a partir de la ocurrencia de no pocos fenómenos más o menos traumáticos, en el espíritu mismo de nuestro tiempo: el Riesgo.

Efectivamente, por lo general no basta un sólo fenómeno por más traumático que sea para consolidar un término. De alguna manera, hace falta que se establezca una suerte de patrón o norma social de acontecimientos que se suceden con cierta regularidad. Al desastre de Chernobil, primer evento contabilizado por Beck bajo los parámetros de la Sociedad de Riesgo, lo siguieron un número importante de casos que pudiéramos reunir bajo el título genérico de “cuestión ecológica”, es decir, la manifestación cada vez más radical del límite en su relación con la naturaleza a la que se aproxima el mundo actual. Toda la problemática asociada a la capa de ozono, por ejemplo, y al calentamiento global entrarían en esta categoría. Empero, si algo fue determinante para la consolidación definitiva del Riesgo en el imaginario público eso ha sido sin duda los sucesos del 11 de septiembre de 2001, tanto en lo que concierne al problema “primermundista” de la irrupción en su espacio de eventos sangrientos tradicionalmente asociados a la periferia, como al sometimiento desde entonces de todo el planeta a ese estado de sitio global implicado en la doctrina de la guerra preventiva contra el terrorismo, incluida acá desde luego, entre muchas otras cosas, toda la paranoia que desde entonces implica el control de las actividades aéreas.

La actual “crisis financiera global” también debería considerarse, según este esquema, dentro de las coordenadas de la Sociedad de Riesgo Global. Y es que si alguna gracia tiene lo ocurrido es que tal vez como ningún otro caso (excepto claro está del problema ecológico), impuso la sensación de que todos, en mayor o menor medida, más allá de nuestra condición social o ubicación geográfica estamos expuestos a la ocurrencia de desastres comunes. No sólo fueron los perjudicados de siempre: el sur de Asia, Argentina o México, sino la propia city londinense y Wall Street. No únicamente quebraron pequeños y medianos ahorristas, sino también grandes inversionistas, empresas y hasta países. No en balde, la explicación oficial y la alternativa han recurrido al término Riesgo para explicar lo ocurrido: se dice que la crisis devino porque los riesgos incalculables del crédito inmobiliario y de otros préstamos se ocultaron intencionadamente con la esperanza de que su diversificación y ocultación acabarían reduciéndolos. Aseveración que desde luego deviene de la (ahora) evidente relación ambigua que el sistema financiero mantiene con los riesgos, motivo por el cual no necesariamente estos se evitan sino más bien se promueven a través de complicados instrumentos de inversión que pretenden mayores rentabilidades. Así las cosas, de repente el virus del riesgo se encuentra en todas partes: “como en un baño ácido el miedo disuelve la confianza, lo cual potencia los riesgos y provoca, en una reacción en cadena, un autobloqueo del sistema financiero.”[2]

El más reciente capítulo de toda esta historia lo representa, como no, la epidemia de gripe porcina. Ciertamente, hay acá más de alarma mediática que de catástrofe sanitaria real, pero incluso en ese caso no deja de ser en ejemplo bastante ilustrativo de cómo parecieran funcionar las cosas en el mundo de la Sociedad de Riesgo Mundial. Aquí, lo que comenzó como un focalizado brote viral en poblaciones pobres, asociado a condiciones de insalubridad y manipulación farmacológica de la sobreexplotada industria porcina mexicana, pronto se expandió a casi todo el país y, gracias al turismo internacional, a varios continentes, desatando una paranoia global que incluyó un estado de excepción epidemiológico para la capital mexicana, brotes de xenofobia en no pocos lugares, la circulación de teorías conspirativas en torno a los experimentos de guerra bacteriológica sobre las poblaciones y, por supuesto, un significativo repunte de la industria farmacológica agobiadas como otras tantas por la recesión. En Santiago de Chile, por ejemplo, una ciudad de por sí hipocondríaca, los antigripales y las mascarillas se acabaron incluso antes de descubrirse el primer caso.

II

“Estar en riesgo es la manera de estar y de gobernar en el mundo de la modernidad; estar en riesgo global es la condición humana del comienzo del siglo XXI.”

Ulrich Beck. La sociedad del riesgo mundial.[3]

Crisis financiera – desplome de bolsas – Imagenes 7La hipótesis del Riesgo, tanto la científica como la del sentido común, comparten el mismo supuesto: que aquellas cosas que en principio estaban llamadas a traer mayor bienestar al hombre pareciera que ahora, por el contrario, representan una amenaza para el mismo. En este sentido, a lo que asistimos hoy no sería a los problemas generados por los fracasos del proyecto moderno, sino más bien a los efectos del éxito de dicho proyecto, efectos “no deseados” ciertamente, colaterales como se dice, pero nunca ajenos al desarrollo propio de la Modernidad. Así las cosas, el riesgo nuclear se asocia a los avances del desarrollo energético, la problemática ecológica en general al industrial, la gripe porcina a la sobre producción alimentaria (y al desplazamiento globalizado), el virus de las vacas locas a la manipulación genética, la crisis financiera a la evolución de los mercados apuntalados por las nuevas tecnologías de la información , etc.

No es nueva, sin embargo, esta tensión entre la Modernidad y sus consecuencias “perversas”. De hecho, una larga y noble tradición de pensadores ha convertido esto en parte importante sino centro de sus reflexiones. Al menos desde el Fausto de Goethe, el Marx del Manifiesto, pasando un poco por Freud, Nietzsche, Benjamin y Baudelaire pero especialmente por Weber y un poco más tarde por Adorno y Horkheimer, es una preocupación a la que reiterativamente se vuelve. Autores como Lash, Giddens, Bauman, Castells, Sassen, Sennett, Lipovetsky, Ianni, entre muchos otros, también refieren permanentemente a estos temas. Pero la que tal vez sea la línea más consistente de esta corriente de pensamiento, no obstante, es la que pasa por Weber y atraviesa toda la Escuela de Frankfurt hasta Beck. En el caso de este último pudiéramos decir, citando a los primeros, que en la actualidad asistimos un poco a la consumación de la “dialéctica negativa de la ilustración”, a la efectuación de los síntomas de esa “enfermedad de la razón” derivada del afán del hombre por dominar la naturaleza, de constituirse “en señor” del “mundo desencantado por la racionalidad técnica instrumental”. En tal virtud, para Beck la modernización debe concebirse como un proceso de renovación permanente que a la vez “envejece”, siendo entonces la Sociedad de Riesgo la cara envejecida de la Modernidad Industrial. Así las cosas, el concepto de Sociedad de Riesgo haría referencia a una fase de desarrollo de la Sociedad Moderna en la que los riesgos generados por la misma dinámica de renovación se sustraen de las instituciones de aseguramiento y control de la sociedad, forzosamente en el curso de la dinámica independizada de la modernización según el modelo de los “efectos concomitantes paralelos”. La Sociedad del Riesgo no sería por tanto una opción que pudiera aceptarse o rechazarse como modelo: surgiría del desarrollo mismo de un proceso de modernización independizado, ciego en cuanto a sus consecuencias y peligros:

(…) La teoría de la sociedad del riesgo mundial aborda la comprensión de la ubicuidad irreprimible de la incertidumbre radical en el mundo moderno. Las instituciones básicas, los actores de la primera modernidad –la ciencia y los sistemas especializados, el Estado, el comercio y el sistema internacional, incluyendo el militar– responsables del cálculo y del control de las incertidumbres fabricadas están socavados por una conciencia creciente acerca de su ineficiencia, e incluso de las consecuencias contraproducentes de sus acciones. Esto no ocurre de cualquier manera sino sistemáticamente.

La radicalización de la modernidad genera esta ironía fundamental del riesgo: la ciencia, el Estado y el ejército se están convirtiendo en parte de un problema que supuestamente deberían resolver. Esto es lo que significa la “modernidad reflexiva”: no vivimos en un mundo post-moderno, sino en un mundo más moderno. No es la crisis, sino la victoria de la modernidad, a través de la cual la lógica de los efectos secundarios desconocidos e involuntarios socava las instituciones básicas de la primera modernidad.”[4]

En lo fundamental, la teoría de la Sociedad del Riesgo da en efecto cuenta de un cambio de época evidente. Digamos, pese a que no se puede asegurar tajantemente que los estilos de vida de sociedades tradicionales o no capitalistas hayan sido más seguros que los actuales, los riesgos de la vida hoy no son comparables a los de épocas anteriores, pero no tan solo desde el punto de vista tipológico o de magnitud, sino en su origen cualitativo mismo. Como diría Giddens, la diferencia fundamental radica entre la externalidad de los riesgos de antaño y la internalidad de los actuales. Y es que hasta no hace muchos años, y por mucho tiempo, la mayores preocupaciones humanas derivaban de amenazas provenientes de un exterior indeterminado. Las catástrofes naturales y en general todo lo asociado a los efectos de la naturaleza sobre nuestras vidas fueron las principales fuentes de peligro. El origen de esa figura tan común para nosotros en la actualidad de los seguros, por ejemplo, surgió de hecho ante el encuentro con el azar climático – ambiental de las expediciones marítimas y el transporte de mercancía en largas distancias. Sin embargo, en una escala mucho más cotidiana, el hecho mismo de las enfermedades o si a alguien le iba simplemente mal o bien en la vida era considerado parte de un designio divino o bien fruto del azar. Hoy, por el contrario, la sensación es otra: las cosas que más nos amenazan, las que constituyen el centro de nuestras preocupaciones ya no provienen necesariamente de un afuera imponderable, sino del núcleo mismo civilizatorio. Ya no es la naturaleza o lo sobre natural lo que nos obsesiona, es la cultura, la sociedad. Lo paradójico del asunto es que todo lo que ahora amenaza con destruirnos fue construido con el firme propósito de, justamente, reducir lo azaroso de la existencia, de domesticar el caos y la contingencia de la vida humana en su relación con el mundo. De tal modo que si alguna vez la expresión los sueños de la razón producen monstruos ha tenido sentido sería entonces hoy, cuando las promesas del Progreso y la Modernidad llegaron pero de un modo retorcido, como catástrofe y no como liberación.

Los riesgos de la Sociedad de Riesgo.

Ahora, si bien resulta atractiva esta caracterización del Riesgo como modus vivendi de comienzos del siglo XXI, no podemos dejar de señalar que así como están planteadas las cosas implica al menos tres problemas. El primero de ellos, el más evidente y tal vez por esa misma razón el más comentado, es que supone una visión “eurocéntrica” de la historia donde la Modernidad aparece como un proceso homogéneo y uniforme gracias a lo cual se deja de lado tanto la historia de las otras modernidades periféricas como aquellas que, estando dentro del propio occidente central, no se corresponden exactamente con el discurso hegemónico modernizador. En segundo lugar, algo estrechamente ligado a lo anterior e igualmente clásico como problemática, es que dicha homogeneidad supone a la vez una visión lineal de la historia, donde se pasa de un estadio a otro sin reparar mucho en la permanencia de “premodernidades” en la “postmodernidad”, de terceros mundos en los primeros y viceversa, etc. Sin embargo, no es nuestra intención detenernos es estos dos temas que, como dijimos, han sido ya bastante abordados. Preferimos pasar a uno menos problematizado, de hecho bastante pasado por alto en esta discusión, pero que nos parece tan evidente que no puede ser sino un indicador de su importancia dicho olvido. Nos referimos a la relación Modernidad – Capitalismo, o para ser más precisos, a la relación Sociedad de Riesgo – Capitalismo.

Ciertamente Beck, al colocar el paso de la Primera Modernidad a la Modernidad Reflexiva como el paso de la Sociedad Industrial a la Sociedad de Riesgo, está dando cuenta del papel fundamental de la economía en este proceso. Por otra parte, es cuando menos bastante difícil hoy día hablar de la problemática ecológica sin hacer mención a los modelos de desarrollo, a los estilos de vida asociados a las sociedades de consumo, etc. También, cuestiones como la gripe porcina o la aviar son inseparables de discusiones en torno a la explotación intensiva en la industria alimentaria, así como a las evidentes disparidades sanitarias asociadas a las precarias condiciones de vida de poblaciones subproletarizadas. En esta misma línea, todo el debate suscitado en torno a los peligros de clonación y la manipulación genética no pueden dimensionarse en la actualidad sin hacer mención a los poderosos intereses corporativos que se hayan detrás de tales empresas. Intereses corporativos que también deben vincularse a los alimentos transgénicos y en general a toda la crisis alimentaria reciente, todo lo cual resulta evidente en el caso de la crisis financiera. Ahora bien, una cosa es “hacer mención”, “relacionar”, “vincular” y otra muy distinta es dar un papel central a la economía en toda esta historia, en el sentido de realizar un análisis concreto socio económico de los riesgos, y eso es un poco lo que queremos plantear en este trabajo para la discusión.

Riesgo, Precarización y Capital.

Es todo un lugar común contemporáneo decir que la globalización es un proceso multifactorial y multicausal. Aunque todo el mundo admite la centralidad de la expansión capitalista, al mismo tiempo se tiene como un gesto de buenas costumbres, políticamente correcto podría decirse, asegurar que la globalización no sólo es económica sino que además cultural, social, política, etc. Al respecto, lo primero que tendría que decirse es que somos plenamente conscientes de tal condición, sin embargo, no por esto tendría que considerarse que todos los factores involucrados tengan el mismo peso. En consecuencia, a riesgos de ser etiquetados de deterministas, quizá deba plantearse una vuelta a lo básico, y lo básico en este caso tiene que ver con centralidad de la lógica del Capital.

Como hemos visto, cuando se dice que vivimos en una Sociedad del Riesgo hay al menos tres ideas que subyacen como constantes: la primera es que esta sociedad es global, es decir, que en mayor o menor grado, ocupa a todo el planeta. En segundo lugar, que el conocimiento científico o más bien su aplicación técnica, son fuentes permanentes de generación de riesgos. Y en tercer lugar, que es en el marco de las sociedades capitalistas donde se produce dicha condición. Desde un punto de vista histórico, en la actualidad entre estos tres elementos se establecería una especie de relación “borromea”, en el sentido que no se puede sacar uno sin deshacer los otros dos. Ciertamente, al respecto se puede asumir como lo hace Beck (pero también como lo hicieron Adorno y Horkheimer y antes Weber) que este fenómeno y sus implicaciones surgen como expresión de un principio ontológico transcendental -fundamental y fundante- llamado Modernidad o Razón Instrumental, dentro del cual el capitalismo aparecería como un producto histórico particular o como una especie de dicho principio, pero siempre como algo distinto.

No es sin embargo objeto de este trabajo saber si puede hablarse de un Proyecto Moderno como algo superior y diferente del capitalismo y mucho menos discernir si es o era posible otra modernización distinta de la capitalista, pero lo que si nos parece evidente es que el conjunto de problemas que en la actualidad intentan ser explicados bajo el paradigma del Riesgo, antes de verse como una nueva variación del viejo tema Moderno sólo pueden plantearse en el marco de la sociedad capitalista global actualmente existente, esa precisamente en la que la conjunción entre lo global, lo técnico y el Capital ha sido posible.

La hipótesis que aquí sostenemos es que lo que se desconoce con el nombre de Sociedad de Riesgo es la instalación de un orden de vida a priori precario en cuanto funciona sobre la base de una lógica interior bien definida: la del Capital. Esto, ya que en la medida en que operacionalizada por la técnica la misma se expande e intensifica por el mundo subsumiéndolo en su rentabilidad sin fin, es que se va instalando esa condición de inestabilidad, inseguridad y desprotección que se nos presentan como las características principales del mundo de hoy. Desde esta perspectiva, no sería tanto entonces que la Sociedad de Riesgo sea el encuentro reflexivo –el en doble sentido del término- de la Modernidad con sus consecuencias. Nos parece más bien que ocurre otra cosa: que es en el desarrollo del capitalismo avanzado ya definitivamente repartido a escala planetaria, donde hay que buscar esa especie de indiferencia ante las maneras en que se puede afectar la realidad social en la que parece estar imbuido el mundo de hoy.

Dos cosas importante habría que resaltar a este respecto. La primera de ellas tiene que ver con el momento histórico en que se comienza a hablar de Sociedad de Riesgo. La segunda, con esa especie de imposibilidad a la hora de establecer causas y responsabilidades concretas ante los desastres ocurridos y por venir y aún más de procurarles solución. Con respecto a lo primero, tanto la obra de Beck como la de los otro autores contemporáneos citados dan cuenta del período que va desde principios de los años ochenta y especialmente los noventa, es decir, en los años de consolidación del capitalismo planetario. De aquí que resulte perfectamente entendible las resonancias entre la temática del Riesgo y todas aquellas otras que refieren a los procesos de desregulación de la economía y de la vida social en general, del fin de las protecciones y las seguridades (Castel), de la disolución de los lazos sociales y la “liquefacción” de la vida contemporánea (Bauman). En cuanto a lo segundo, uno de los conceptos más interesantes de Beck es aquel que hace referencia a la “irresponsabilidad organizada”. Sin embargo, resultaría mucho más interesante si no entendemos por tal esa suerte de incapacidad institucional para dar cuenta de fenómenos nuevos, sino algo un poco más anónimo y si se quiere oscuro.

En un texto recientemente publicado, el filósofo Slavoj Zizek hace el siguiente comentario a propósito de los debates sobre los crímenes estalinistas:

“La responsabilidad que se deriva de ellos es sencilla de localizar; nos enfrentamos con el mal subjetivo, con sujetos que actuaron mal. Podemos incluso identificar las fuentes ideológicas de los crímenes: la ideología totalitaria, El manifiesto comunista, Rosseau e incluso Platón. Pero cuando se llama la atención sobre los millones de personas que murieron como resultado de la globalización capitalista, desde la tragedia de México en el siglo XVI hasta el holocausto del Congo Belga hace un siglo, en gran medida se rechaza la responsabilidad. Parece que todo hubiera sucedido como resultado de un proceso objetivo que nadie planeó ni ejecutó y para el que no había ningún manifiesto capitalista.”[5]

Zizek llama “violencia objetiva” a este tipo de violencia anónima que no se puede atribuir, como en el caso de la “subjetiva”, a sujetos, instituciones e intenciones concretas sino que aparece como siempre ya hecha, como en una suerte de abstracción apriorística difícil de situar y que por tal motivo sería sistémica. En este particular, llama la atención sobre lo que denomina a partir de Marx la “enloquecida y autoestimulante circulación del capital” y como “en su danza metafísica autopropulsada” se pueden encontrar las claves de muchas catástrofes contemporáneas. Desde este punto de vista, Zizek se acerca a los análisis que sobre la crueldad ha elaborado Balibar, específicamente a aquello en los cuales el francés hace referencia a la situación de la “nueva pobreza”, conformada por los supernumerarios o sobrantes humanos destinados a desaparecer ante la indiferencia del mundo al punto de llegar a ser cómodo, sino deseable, que la naturaleza contribuya a la eliminación de estos a condición que un cordón sanitario eficaz pueda ser alzado en torno a los continentes perdidos.[6]

A este ejercicio de violencia objetivo y sistémico del Capital sobre la realidad social y el mundo humano en general es lo que entendemos nosotros como Precarización. En tal virtud, pensamos que las sociedades capitalistas más que generar riesgos por excesos se caracterizan por establecer a priori un orden de vida precario, entendiendo por tal la experiencia combinada de inseguridad (de las condiciones de vida, de las formas de subsistencia), incertidumbre (de la estabilidad presente y futura) y desprotección (del propio cuerpo, de la persona, etc.) que caracteriza la vida de la gente bajo las condiciones actuales del capitalismo hegemónico mundial. Dicho orden de vida precario, como hemos visto a propósito del Riesgo, se experimenta a muchos niveles: pero de modo amplio, digamos que se expresa en uno que pudiéramos llamar “micro” en la medida que tiene que ver directamente con la realidad de los sujetos e individuos y otro que pudiéramos llamar “macro” en la medida que se relaciona con países, sociedades, etc. El quid del asunto consiste para nosotros en cómo en su deriva constante por la solipsista búsqueda de beneficios el Capital determina el destino de poblaciones enteras, promueve la incertidumbre, genera inseguridades y causa catástrofes permanentes.

Para utilizar la metáfora clínica, diríase que la Precarización tal y como la entendemos acá vendría a ser el principio explicativo estructural de lo que la Teoría de la Sociedad de Riesgo es un síntoma. En esta última, como hemos visto, la generación de riesgos y todo lo que esto implica aparece como exceso, como consecuencia colateral o no deseada, y en este sentido, pese a presentarse como resultado del triunfo de la Modernidad y no de su carencia, bien es cierto que surge como resultado de su descontrol y de la incapacidad institucional para regular y prevenir. Lo que aquí planteamos, por el contrario, es algo mucho más preciso, menos teleológico, de carácter a la vez más contingente pero también estructural: que la inestabilidad es previa, sistémica y no suplementaria, y que viene dada por la disyunción entre la lógica del Capital y los esfuerzos humanos demasiado humanos por regular la vida social a través de la cual ésta se efectúa y con la cual se efectúa, pero a la que en última instancia no le responde.

Lo que diferencia al mundo de hoy de hace unos años es que esta disyunción es más descarnada. Hoy, cuando el mundo ha sido prácticamente subsumido en su totalidad por las exigencias de la rentabilidad sin fin y cuando los modelos de acumulación flexibles impulsados por su vertiente financiera buscan redefinir los regímenes que sucederán al fordismo, la vida se ha vuelto definitivamente mas precaria, sujeta como nunca a los vaivenes de la “rara dictadura” del Capital, esa que no sólo combina cuotas sin antecedentes de libertad y realización personal para unos con la esclavitud y la abyección en que viven otros, sino donde conviven las fortunas más fabulosas con las peores versiones de la miseria. Todo sucediendo de un modo tal en que nada garantiza que los resultados finales, el estar en una u otra condición, dependa únicamente del esfuerzo personal, de las ventajas o desventajas familiares o de clase, sino especialmente y cada vez más de una lógica extraña que no es divina ni sobre natural, pero que se nos escapa completamente.

La actual crisis financiera constituye un ejemplo perfecto de lo que intentamos describir. Como se mencionó líneas atrás, la explicación oficial y alternativa sobre la misma ha establecido como principio la generación de riesgos por el uso de cada vez más complicados instrumentos financieros y la faltas de regulaciones, siendo así entonces que el establecimiento de un nuevo marco regulatorio democrático y transparente se propone como solución a la misma. También, se ha dicho que todo lo ocurrido es producto de la ambición de los especuladores, de la irresponsabilidad de unos pocos grandes inversionistas que se comportan en la economía mundial como lo harían en un casino. Independientemente de todos los momentos de verdad que pueda haber en dichas afirmaciones, de la inestabilidad generada por el desmantelamiento del sistema Bretton Woods, por la existencia de paraísos fiscales, de los capitales golondrinas o la colusión entre calificadoras de riesgo e inversionistas, pensamos que con estas hipótesis nos quedamos todavía en el nivel de las consecuencias. Motivo por el cual se conciente en llamar crisis a lo que en realidad pareciera ser un ajuste en los modelos de acumulación del Capital, ajuste que ocurre indiferentemente de los perjuicios que se puedan causar socialmente hablando ya que no responde al orden de lo social sino al orden inmanente de la acumulación. La situación de países como Islandia, por ejemplo, de muchos otros de la Europa del Este pero también de grandes instituciones financieras y empresas, todo lo acontecido en España, en Inglaterra, en Francia, en Alemania y en el propio Estados Unidos nos sugiere que habría que trascender la atractiva pero peligrosa tendencia a reducir desde la izquierda todas las locuras capitalistas a las luchas por la propiedad, asumiendo que existe una tendencia mucho más profunda ya prevista por Marx y que pasa por los actores sociales, pero que no depende necesariamente de ellos.

Esto último nos lleva al principio de nuestro trabajo, en ese sentido, nos gustaría preguntarnos sobre la tan contemporánea situación de unos sujetos expuestos a una realidad que pareciera se les escapa en sus causas, modos y consecuencias, a la cual se ven forzados a asistir con inusitada pasividad, paralizados bien sea ante la inevitabilidad de acontecimientos poco probables pero potencialmente catastróficos o la complejidad de procesos de tal magnitud que son imposibles de manejar y que, generalmente, comienzan dando respuesta a alguna necesidad humana pero terminan trayendo mayor incertidumbre por los daños colaterales o consecuencias inesperadas que generan. La teoría del Riesgo de Beck supone en el sujeto contemporáneo un componente reflexivo que constituye algo así como el germen de una nueva Ilustración, basada en la posibilidad de discernir y decidir sobre su futuro. Sin embargo, ¿no contrasta abiertamente esto con lo que ocurre hoy día? ¿No es cada vez más evidente que a medida que se complejizan las sociedades, que se achican los tiempos y los espacios y las comunicaciones se multiplican nos hacemos un poco más impotentes? Según la OMS, dentro de pocos años la depresión será la segunda causa de incapacitación laboral. Según varios estudios, la automedicación y especialmente la automedicación por estimulantes, se encuentra entre las primeras causas de muerte en los Estados Unidos. Países como Chile y Argentina se cuentan en el ranking de los diez primeros a nivel mundial en consumos de ansiolíticos y otras drogas, discutible privilegio al que accedieron recientemente luego de fuertes procesos de reconversión social neoliberales. Evidentemente, en medio de todas estas enfermedades y malestares hay muchas causas implicadas, pero en cierto modo, ¿no podría decirse sobre el stress, la depresión y la ansiedad que constituyen los síntomas característicos de los sujetos capitalismo contemporáneo, una especie de precarización de nuevo tipo, subjetiva, generada por la dinámica objetiva de una realidad cotidiana de la que los sujetos no se pueden escapar?

De tal modo, para finalizar, de lo que se trata es de retomar el debate por la vieja pregunta en torno a quién regula la sociedad. Como se mencionó, en la actualidad, tanto la izquierda como la derecha coinciden en señalar que instituciones fuertes y multilaterales deben regular el rumbo de las finanzas mundiales e intervenir en el caos del mercado mundial. Uno puede entender el pragmatismo de los segundos, pero no siempre se entiende tanto la limitada perspectiva de los primeros que va no sólo en contra de lo mejor de su tradición teórica sino de lo demostrado por la propia realidad. No estamos a la altura de presentar conclusiones al respecto, pero a través de lo anterior intentamos abrir una nueva perspectiva para este debate.

[1] RODRIGUEZ, Sergio. Me duele tanto la cabeza. Diario Página 12. Argentina. 30 de agosto de 2007. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-90497-2007-08-30.html

[2] BECK, Ulrich. De la fe en el mercado a la fe en el estado. El País. España. 15/04/08. Disponible en: http://www.elpais.com/articulo/opinion/fe/mercado/fe/Estado/elpepiopi/20080415elpepiopi_11/Tes

[3] BECK. Ulrich. La Sociedad del Riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós. Argentina. 1998

[4] BECK, Ulrich. Vivir en la sociedad de riesgo mundial. CIDOB. España. 2007.

[5] ZIZEK, Slavoj. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Paidós. Argentina. 2009.

[6] BALIBAR, Etienne: Violencias identidades y civilidad. Gedisa. España. 2005. P: 16

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