Libia: Comités Revolucionarios ejercen el poder en ciudades rebeldes
Rebeldes y ciudadanos organizan la vida cotidiana en las zonas liberadas
Los comités vecinales controlan la seguridad
o reparten la ayuda
Rebeldes y ciudadanos organizan la vida cotidiana en las zonas liberadas
Los comités vecinales controlan la seguridad
o reparten la ayuda
Incluso en sus discursos televisados de estos días, Muamar el Gadafi insistía en que el poder siempre ha estado en manos del pueblo libio. Pero solo ahora empieza a estarlo, al menos en algunas zonas. Porque son los rebeldes los que están ejerciendo el poder en lugares como Bengasi, la segunda ciudad libia, o Tobruk, en la frontera con Egipto. En las zonas liberadas se crean comités vecinales que han empezado a organizar sin demora la vida cotidiana de los habitantes: la justicia, la seguridad o el tráfico.
Un coche blanco recorre lentamente una carretera de acceso a Tobruk en paralelo a dos viandantes que caminan por la acera. Si se detienen, el vehículo para. Si aceleran, el conductor acelera. Un hombre sale de una casa y se para a saludar a los peatones, les invita a un pitillo y alza la mano en dirección al coche. No hay peligro. El conductor da la vuelta y saluda con el signo de la victoria al irse. La seguridad es solo uno de los muchos ámbitos en los que los detractores de Gadafi están muy atentos estos días para asegurarse de que mantienen controladas las ciudades que han tomado bajo su dominio. Son simultáneamente guardianes de la revuelta y gestores de las ciudades de las que van logrando expulsar a los leales al presidente.
Todo en la ciudad de Tobruk lo controla el comité popular. Se ha creado uno por cada zona liberada, explica uno de sus miembros, Mohamed Salah, y precisa que también existe «uno para cada cometido: reparto de alimentos; medicinas y vigilancia». Salah confía en que pronto se nombre a un responsable de zona que ayude a coordinar la ayuda con los consejos de otras poblaciones.
La ayuda va llegando con lentitud, pero llega y es necesario distribuirla equitativamente entre todos. También reciben dinero en forma de donaciones en la sede del comité, en la plaza central de Tobruk.
El reparto de víveres o medicinas no es problema para un pueblo acostumbrado a vivir en comunidad a pesar de los esfuerzos del régimen por mantenerle en reinos de taifas. Gadafi se inventó la yamahiriya, una especie de república de las masas.
Tobruk no tiene cine, explica el joven Matruk, un estudiante de 22 años, «porque cualquier acto público da a la gente la posibilidad de juntarse y conversar y a Gadafi no le interesa que intercambiemos opiniones. No le interesa que tengamos una opinión».
Sin embargo, su pueblo, ese al que Gadafi llamó «ratas» y «drogadictos» en uno de sus discursos por televisión, ese al que mantiene bajo su batuta desde hace casi 42 años, ha tomado el control de la situación y establecido un orden que sorprende incluso a los foráneos. «En los 14 años que llevo trabajando en zonas de emergencia nunca había visto algo así. La rapidez con la que se han organizado para hacer llegar la ayuda humanitaria desde la frontera, la distribución, el trabajo en equipo… es sinceramente impresionante», señalaba Peter Bouckaert, enviado especial de la ONG Human Rights Watch a este conflicto.
Desde el miércoles los bancos también funcionan. Abren unas horas para dar servicio a los ciudadanos y permitir que puedan sacar unos 200 dinares «como máximo», señala Salah, miembro del comité popular de Tobruk. Es una cantidad que les permite llevar una vida casi normal. Con el dinero que trajeron de Bengasi los del comité popular de los rebeldes esperan aguantar al menos dos o tres meses.
Las banderas de la independencia (la tricolor con la media luna y la estrella, con la que los rebeldes han sustituido la verde de Gadafi) ondean en los edificios oficiales de Tobruk y las comisarías están vigiladas por civiles, algunos de ellos armados, pero todos jóvenes protagonistas de la revuelta. «Este no es el momento del Ejército, nosotros somos meros observadores que vemos cómo nuestros hijos toman el mando de un modo ejemplar», aseguraba un oficial.
El edificio de los tribunales en la vecina Bengasi, que el domingo fue la primera ciudad liberada por los que intentan derrocar al coronel, se ha convertido en la sede del poder rebelde y el Ayuntamiento. No es el único de los cambios en la ciudad. Jueces y abogados, que han estado en la vanguardia de la revuelta en Libia, participan también en la gestión cotidiana a través de los comités. Y eso incluye por ejemplo dirigir el tráfico con la toga puesta, tarea en la que también se implican ciudadanos de a pie.
Estos comités recién creados se reúnen para tratar asuntos de seguridad, negociar con el Ejército o discutir sobre cómo lograr que los trabadores regresen a sus puestos.
“Comités revolucionarios” en el bastión rebelde
En Tobruk todo se decide en la plaza central
Por Marcelo Cantelmi
Enviado Especial
Desde Tobruk, Libia
Clarín, 27/02/11
En la entrada de la ciudad hay retenes de los “comités revolucionarios” que se ocupan de organizar la seguridad y el despacho de víveres y medicamentos a través de un corredor que alcanza a la frontera egipcia. No importa si no se tiene visa. Si uno es periodista, es recibido con abrazos y alegría. Quieren que se conozca la historia de esta batalla.
El sistema de aprovisionamiento y contención de la gente funciona con tal eficiencia que el enviado especial de la ONU para el Human Rights Watch, Peter Bouckaert, dijo en declaraciones que cita El País de España que en sus años de carrera jamás vio algo semejante.
Esto surgió con éxito en apenas unos días que lleva esta crisis. El caos se parece a la organización espontánea que se observó en Egipto cuando, antes de caer, el dictador Hosni Mubarak retiró toda la policía de la capital del país y de las del interior, pero no hubo incidentes ni desarreglos. Un antecedente que los diplomáticos allí destacados mostraban como evidencia de una madurez política de la gente que el régimen negaba, y, en fin, el dato de que estaban preparados para tomar sus decisiones, es decir, elegir y ser elegidos.
Pero en Libia el escenario es peor debido a las características demenciales de esta dictadura de 42 años. Un ejemplo rotundo del comportamiento bizarro del régimen es que en Tobruk no se permitió que haya cines porque Kadafi no quería que la gente pudiera reunirse bajo ningún pretexto e intercambiar opiniones. Como no podía hacer lo mismo en las mezquitas, el dictador y un comité de expertos se ocupaba de enviar a los templos de aquí y del resto del país la hojita con los sermones que debían leer los clérigos y que lo alababan bajo amenaza de mazmorras para los líderes espirituales que desobedecieran el cerrojo informativo que llegaba hasta esos extremos.
Desde ese profundo pozo medieval esta gente está surgiendo con niveles de alistamiento que esterilizan la idea del riesgo –que siempre sobrevuela ominoso– de una anarquización del país.
La ciudad es pequeña y tiene algún nivel de desarrollo frente a la enorme miseria que se advierte a los costados de la rutas que llegan desde la frontera binacional. Aquí un hotel de cinco estrellas que se alza vecino a la plaza principal es casi el paraíso porque hay agua y caliente y muchos de nosotros podemos finalmente bañarnos después de, en algunos casos, más de tres días sin ver una ducha que funcione. Por un rato, se termina también el café frío de Saloum en Egipto y su comida magra.
Aquí los problemas más serios son las comunicaciones por el bloqueo de Internet y telefonía móvil que ha impuesto el dictador y dificultades menores de dinero. La gente quiere dinares libios aunque a regañadientes también acepta las libras egipcias que uno lleva. El dólar genera reacciones contradictorias. Algunos lo aceptan, otros temen que esa plata que uno le da sea un papel dibujado y no tenga valor. La desconfianza en este país no es sólo un defecto; es una cuestión cultural nacida de las entrañas del sistema orwelliano que ha regido las vidas de toda esta gente desde mucho antes de nacer.
Una novedad que salva en parte estos baches es que los revolucionarios lograron, en un exceso de su organización, que los bancos vuelvan a operar . Aquí lo hacen de a ratos desde este pasado miércoles y entregan un límite de hasta 200 dinares –unos US$ 180 aproximadamente–, con lo que la gente puede más o menos defenderse. Cierta solidaridad especialmente en el este del país, liberado ya de las bandas de matones del régimen, impide en tan especial coyuntura que los precios de los alimentos escalen a caballo de la crisis.
La plaza central de la ciudad es, como en las antiguas épocas de los cabildos abiertos, el lugar donde tiene su sede principal el comité civil de Tobruk. Ahí es donde pasa la política y también la “terminal” en la que se puede conseguir un auto para seguir viaje a Bengasi, la última etapa antes de Trípoli donde se ha amurallado el régimen.
Cerca de allí hay un edificio donde están detenidos un grupo de adolescentes que son mercenarios de las fuerzas oficialistas reclutados para la ocasión. No se ve gente adulta en esa prisión provisoria. A Daniel le han dicho que a los mayores los han ejecutado. No se sabe el destino –aunque puede presumirse– de estos casi niños que el régimen envía al frente como carne gratis de batalla.
Las noticias que llegan aquí desde Trípoli, obtenidas por gente que ha podido hacer agónico el camino desde la ciudad o a través de comunicaciones con sus parientes cuando las líneas de teléfono raramente funcionan, son terribles. La ciudad sufrió infinidad de ataques de las bandas armadas oficialistas que disparan contra la multitud que, pese al peligro, ha seguido saliendo a las calles a manifestarse. Los heridos quedan tirados, y los médicos que acuden a auxiliarlos son reprimidos. La idea es dejarlos ahí, en las veredas, hasta que mueran como un ejemplo y advertencia.
Trípoli, según estos relatos, es una vivencia que recuerda las escenas peores de la saga de Mad Max, donde hordas de salvajes sin la menor idea de la piedad intentan avasallar el único sitio en el desierto donde algo de razón se mantiene con vida.
Algunas de las voces que llegan desde la capital han hecho correr interesantes versiones. Advierten incluso que se trató de grabaciones anteriores a la explosión de esta crisis las imágenes de TV donde se veía el viernes pasado a miles de jóvenes alabando a Khadafi en su primer discurso en público en la Plaza Verde desde que comenzó la revuelta. Imposible confirmarlo, aunque aquí todos crean y sin dudar la versión en cuanto salta del boca en boca, un sistema de comunicación que desafía exitoso, a su modo, la esperpéntica garra de la censura oficial.