16 junio, 2025

Libia: Las milicias populares de Bengassi

«Es nuestra mayor amenaza». Desde el Consejo Nacional de Bengasi tienen claro cuál es el mayor enemigo de la revolución dentro de las ciudades. Khaled Said, portavoz del gobierno rebelde, califica a los miembros del Algan Zawria como «la Quinta Columna del dictador Gadafi, los seguidores más radicales y mejor pagados», que tras el inicio de la ofensiva de la OTAN son los encargados de llevar el peso de los ataques en los centros urbanos.

«Es nuestra mayor amenaza». Desde el Consejo Nacional de Bengasi tienen claro cuál es el mayor enemigo de la revolución dentro de las ciudades. Khaled Said, portavoz del gobierno rebelde, califica a los miembros del Algan Zawria como «la Quinta Columna del dictador Gadafi, los seguidores más radicales y mejor pagados», que tras el inicio de la ofensiva de la OTAN son los encargados de llevar el peso de los ataques en los centros urbanos.

Este es el grupo de informadores que durante cuatro décadas el régimen mimó y repartió por todo el país, chivatos a sueldo que cobraban por cada informe entregado y que estos días llevan a cabo incursiones de castigo para atemorizar a la población. Sus oficinas fueron pasto de las llamas en los primeros minutos de la revuelta y ahora operan en pequeños grupos llevando a cabo acciones armadas desde vehículos. Se han convertido en el principal objetivo de las inexpertas fuerzas de seguridad de la Libia liberada que, como en el plano militar, se enfrentan a un enemigo mejor entrenado y con más medios.

Armamento casero

Los rebeldes han aumentado el número de puestos de control. Voluntarios del ejército opositor y vecinos se mezclan ahora en las barricadas que se han levantado en cada calle para frenar a los vehículos a su paso y obligar a cada persona a identificarse. «La gente que no tiene armas de fuego, sale con lo que tiene. Lo importante es no permitir a estos animales la entrada a nuestras casas, por eso ahora estamos veinticuatro horas de vigilancia», asegura Walid Zubir, dueño de un restaurante que desde el 17 de febrero está a las órdenes de la revolución.

Vigila junto a varios compañeros el estratégico paso de Sabri, en un extremo del malecón, una zona a la que «los hombres de Muamar tienen muchas ganas porque aquí fabricamos unas bombas caseras que les han hecho mucho daño en el frente», comenta Walid mientras saca del bolsillo una pequeña lata de leche condensada con una mecha colgando de uno de los extremos.

«Aquí le llamamos “yolatina” y puede matar a quien se ponga por delante», asegura un niño con la camiseta del Real Madrid que lleva impreso el dorsal 22 del argentino Di María. Se trata de las bombas fabricadas manualmente que habitualmente se usan para la pesca, pero que ante la falta de material los rebeldes las emplean ahora como un medio más de defensa.

La entrada a Sabri la vigilan veinte hombres y la barricada central la forman cinco neumáticos y una jaula de madera. Un niño aporta los prismáticos de su padre al puesto de control y se pasa las horas mirando al mar para avisar en caso de que algún barco del coronel intente acercarse. «No hemos localizado a ningún sospechoso en las últimas horas, pero si alguno se acerca y quiere guerra, la tendrá», amenaza Walid, el único que porta un Kalashnikov al hombro.

La cola del pan

En la calle paralela al control, dos largas filas esperan ante una panadería. Cuando la ciudad empezaba a recuperarse tras el shock de la revolución, llegó el bombardeo de Gadafi y el miedo ha provocado el cierre de casi todos los comercios. «Tenemos harina para tres meses, el problema es que se han ido los trabajadores sudaneses que hacían el pan y ahora tenemos que enseñar a los jóvenes libios a hacer este trabajo contrarreloj», asegura Fouad Agila, dueño del establecimiento.

Cada hornada produce 180 barras que se venden en una media de diez minutos porque «la mayor parte de las panaderías han cerrado y los que abrimos ya no hacemos servicio de reparto, la gente tiene que venir personalmente a por el pan», matiza Fouad que asegura no haber subido el precio para aprovecharse de la situación.

En la cola hombres y mujeres esperan por separado. La gente no tiene prisa y «tampoco tenemos miedo a salir a la calle, si sus sicarios quieren ametrallarnos tienen que pasar ahora un montón de controles, no lo tendrán fácil», piensa Fowzi El Doumi, profesor en la Facultad de Química de Bengasi que, como el resto de profesores del país, no trabaja desde el estallido de la revolución.

Dólar en alza Bancos, restaurantes, pequeño comercio… la ciudad tiene el color de las persianas metálicas verdes —color obligatorio durante el régimen— cerradas con candados. En el mercado del oro un grupo de cambistas se desespera por conseguir divisas. El precio del dólar —mucho más popular que el euro— se ha disparado hasta los 180 dinares, 60 más que hace cinco semanas.

Al caer la noche comienzan a sonar los disparos. «Es un problema que haya tantas armas en las calles, pero es algo que no podemos evitar en estos momentos de guerra», lamenta Khaled Said desde la sede del Consejo Nacional. El grueso del ejército rebelde ha salido de la ciudad con dirección a Ajdabiya para comenzar su marcha a Trípoli.

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