Libia: Los rebeldes no constituyen realmente un ejército
Nota introductoria de Laclase.info
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Este excelente informe periodístico que reproducimos más abajo muestra a un pueblo en rebelión, con miles de jóvenes armados en forma de milicia, con heroismo y entusiasmo, pero sin dirección militar ni política, que enfrentan al ejército de Kadafi poderosamente armado. El Consejo Nacional de Transición, que formalmente encabeza la rebelión, apoyó la intervención imperialista y, de esta forma, confundió a los propios combatientes que pensaron que venían a «salvarlos». Esto explica el estancamiento de la guerra. Y también la política del imperialismo, que juega al desgaste, al desangramiento de la rebelión, que no quiere el triunfo militar de las milicias populares y por eso no les da armas. El imperialismo que inició bombardeos con la justificación de «defender al pueblo», esta última semana comenzó a hacer evidente su política cuando negó abiertamente dar armas a los rebeldes y ya bombardeó 3 veces a milicianos rebeldes, supuestamente por «error». Pero el propio mando que responde al Consejo Nacional de Transición dijo que las fuerzas de la OTAN no están ayudando a la rebelión y no hacen nada para detener la masacre de las tropas de Kadafi sobre los ciudadanos de Misrata.
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Los rebeldes libios no constituyen realmente un ejército
C.J. Chivers · · · · ·
10/04/11
En la tarde del pasado lunes, cuando los rebeldes libios estaban preparando otro ataque desesperado en la ciudad petrolífera de Brega, al este del país, un joven rebelde alzó su granada de gran velocidad para dispararla. La universidad de la ciudad, reluciendo a distancia, quedaba lejos del alcance de su arma. Otro rebelde le conminó a detener el disparo, diciéndole que el fogonazo del arma no serviría más que para revelar su posición y atraer un ataque de mortero.
El joven rebelde casi escupió de rabia. «¡He estado luchando durante 37 días!» gritó. ¡»Nadie ha de decirme lo que debo hacer»!
La explosión de rabia en medio de la lucha – y la consiguiente discusión entre un joven con determinación que parecía no entender en absoluto la guerra moderna y el hombre mayor que sensatamente le aconsejaba prudencia – subrayaba algo que se hace evidente en casi todo el frente del este de Libia. El ejército rebelde, como a veces se le llama, no es en absoluto un ejército.
Lo que aquí se ve, en la batalla, no es tanto una fuerza organizada como la manifestación marcial de un levantamiento popular.
Con gritos roncos y armas pilladas como botín, los rebeldes se concentran cada día, preparados para luchar, a lo largo de la principal autopista costera de Libia. Muchos de ellos son valientes, incluso extraordinariamente valientes. Algunos, en su generosidad, son arrastrados por un sentimiento de causa común y de hermandad que acompaña a su revolución.
Su grito de «libertad» une el anhelo de derrocar al Coronel Gadafi con la invocación de la ayuda divina. «¡Dios es grande!».
Pero según todas las medidas con las que hay que evaluar a un ejército, son una banda de desventurados. Casi no tienen equipos de comunicación. No hay ningún cuerpo visible de oficiales profesionales. Sus armas son una mezcla de armas adquiridas rápidamente, que pocos de ellos saben como utilizar.
Con tan solo unas semanas de experiencia de lucha, carecen de una comprensión de los elementos básicos del combate ofensivo y defensivo, o de cómo organizar el apoyo de fuego. Disparan de forma atolondrada y a veces accidentalmente. La mayoría de ellos todavía no ha aprendido como retener el territorio tomado o como protegerse de los persistentes cohetes y fuego de mortero en su campo de batalla, lo que podría hacerse simplemente zapando.
Propensos al pánico, frecuentemente actúan según su estado de ánimo, que puede cambiar en un instante. Cuando su moral es alta, sus ataques tienden a ser penosa y sangrientamente frontales – poco más que unas columnas en fila en la autopista, rodeadas por los proyectiles y fuego de mortero de las fuerzas de Gadafi, avanzan frente a las ametralladoras de las fuerzas leales.
Además son pocos. Los oficiales del gobierno de transición de los rebeldes han dado varias cifras distintas, diciendo a veces que tienen a sus órdenes a unos 10.000 hombres armados.
Pero solamente una pequeña parte aparece cada día en el frente. Frecuentemente solo unos pocos centenares. Además algunos de ellos aparecen sin armas, o con armas viejas sin reservas o munición.
Para las naciones que han apoyado el levantamiento, la situación del ejército de los rebeldes – conocido como las Fuerzas de la Libia Libre – suscita muchas cuestiones. No parece posible que este tipo de fuerzas pueda llevar a cabo la guerra hacia el oeste, a través de unidades zapadoras de Gadafi, hacia el baluarte de Surt y mucho menos más allá, hacia Trípoli, la capital de Libia. Una guerra persistente de desgaste podría causar rápidamente una hemorragia en sus filas.
A diferencia de muchas milicias antigubernamentales de otros países, la columna armada rebelde no ha podido beneficiarse de años de lucha de guerrilla, que podría haber cribado y madurado a sus líderes y haberles proporcionado una estructura de campo vertebrada en la que basarse.
Por el contrario, los rebeldes libios han empezado el sombrío trabajo de llevar a cabo una guerra de manera casi espontánea y necesitarían tiempo, formación, equipamiento y liderazgo para llegar tan siquiera a ser una fuerza razonablemente competente.
De momento sus filas constan de tres elementos: unas llamadas «fuerzas especiales» constituidas por antiguos soldados y oficiales de policía; una columna principal organizada en células auto comandadas de combatientes, formadas en torno a unas pocas armas y tanques saqueados; y una especie de guardia doméstica que está llevando a cabo un entrenamiento rápido para puestos de control y sirve como fuerza de defensa civil.
También hay el «shabab», grupos de jóvenes que llegan cada día al frente esperando echar una mano pero sin tener idea de cómo hacerlo. Oficialmente el shabab no forma parte de la lucha.
Los rebeldes insisten en que el tamaño del destacamento de fuerzas especiales es grande, pero en el campo de batalla no lo parece. El coronel Ahmed Bani, el principal portavoz del ejército, sugirió que por el momento algunos de estos soldados se están reservando.
«Nuestro ejército, los profesionales, todavía están esperando armamento», dijo. «Solamente algunos de ellos están en el frente a poyando a los jóvenes».
Cada día, el mayor cuerpo de rebeldes visible consiste en grupos de luchadores autoorganizados en coches y tanques saqueados, que se mueven arriba y abajo de la autopista de Brega, donde las fuerzas de Gadafi han bloqueado la carretera de Trípoli y se han apoderado de la infraestructura petrolera esencial – clave para la economía de cualquier gobierno libio.
Estos hombres son una mezcla de libios de distintas profesiones y procedencias. Hombres de negocios e ingenieros luchan junto a estudiantes y trabajadores.
Unos pocos son libios procedentes del exterior que se apresuraron a volver a casa en Febrero o Marzo respondiendo a la urgencia de derrocara a Gadafi y rehacer Libia en términos menos autocráticos.
Les falta estructura y lo saben. Cada contingente lucha sobretodo siguiendo su propio instinto. A veces nadie sabe quien está al mando.
«Estamos sin mando», decía Ibrahim Mohammed, de 32 años, que dijo haber servido como sargento en el ejército libio. «Demasiados sin mando. Este es el problema».
Su célula de lucha consiste en cinco hombres, dos tanques saqueados, una ametralladora pesada, unos pocos rifles Kalashnikov, un rifle de cerrojo Lee-Enfield y un mísil tierra-aire. Los seis hombres – excepto dos que son parientes – no se conocían antes del levantamiento.
Ahora vivían en el desierto, deambulando en una única carretera, esquivando el mortero y los proyectiles. Sus alojamientos contenían mantas, municiones, agua embotellada, una lona impermeable y cajas de embalaje con vegetales frescos y alimentos en conserva.
El tercer grupo se compone de voluntarios más recientes, que cada mañana van a entrenarse a una base militar en los límites de Bengasi.
Conscientes de que los rebeldes carecen de armas y de formadores y de que mandarlos a luchar contra el ejército convencional del Coronel Gadafi significaría la muerte para demasiados de ellos, la dirección del ejército rebelde los entrena para los deberes más limitados de la protección civil.
Recientemente, hace dos mañanas, se presentaron en la base más de 600 voluntarios para un entrenamiento de medio día. Aparentaban tener de 18 a 60 años.
Caminaron y corrieron brevemente en un terreno de entrenamiento. (La primera mañana uno de ellos se desmayó a los 10 minutos). Después de este calentamiento los voluntarios atendieron clases al aire libre sobre diversas armas – el rifle de asalto, la ametralladora pesada, el mortero de 82 milímetros.
Pero las clases no consistían en mucho más que la nomenclatura de las partes de cada arma, una discusión sobre las características básicas de cada arma y demostraciones de cómo montar y desmontar las armas y como limpiarlas.
Sorprendentemente, solamente los instructores tenían armas.
Marie el-Bejou, un piloto de Airbus que ejercía de portavoz del campo de entrenamiento, dijo que el curso de adoctrinamiento duraría una semana. No se hacía ilusiones respecto a si produciría un verdadero ejército. Señaló que las tropas no recibían ninguna paga y que su entrenamiento era marginal. El ejército no tenía barracas, ni mantas, ni uniformes, y según muchos de los presentes, poco tiempo.
«¿Puedo ser claro?» dijo Mr. Bejou. «No estamos organizados. No tenemos más armas que las ametralladoras antiaéreas. Si Gadafi quisiera venir aquí, podría hacerlo en unas pocas horas».
Fuera, por la tarde, en el frente de batalla cerca de Brega, donde los espíritus estaban altos y las municiones eran escasas, los rebeldes estaban librando una batalla para la que claramente no estaban preparados. Una de sus armas más temibles era reveladora. Consistía en tubos lanza-proyectiles Grad, agrupados manualmente en vainas de cuatro. Cada uno estaba soldado a pesadas pilas de ametralladoras soldadas o fijadas a la base de un tanque saqueado. La energía para cada lanzamiento era suministrada por baterías de coche. El dispositivo de tiro era una caja que contenía cuatro timbres, uno para cada proyectil.
Como monumentos del ingenio y determinación de los rebeldes estas lanzadoras hechas a mano eran impresionantes, pero no como instrumentos de guerra.
Para usarlas contra las fuerzas de Gadafi, los rebeldes avanzaron a toda velocidad con los tubos cargados, se pararon en la autopista y lanzaron los proyectiles hacia Brega.
Cada uno de los proyectiles, de poco más de nueve pies de largo, se alzó en el aire con tremendos silbidos y nubes de humo y se aceleraron fuera del alcance de la vista.
Nadie sabía a ciencia cierta donde podrían aterrizar y disparar de este modo exponía a los rebeldes a cargos de estar llevando a cabo una guerra indiscriminada.
«Dios es grande» coreaban los rebeldes. Luego se replegaban rápidamente antes de que las fuerzas de Gadafi respondieran y la autopista era machacada por los disparos que llegaban, otro de los intercambios diarios de disparos en un campo de batalla atascado.
C.J. Chivers escribe habitualmente en The New York Times