Masacre de kurdos en Sirnak: el terrorismo de Estado turco en acción
El gobierno del AKP (Adalet ve Kalkinma Partisi, Partido de la Justicia y el Desarrollo) ha hecho un esfuerzo enorme en los últimos años para promocionar una imagen casi que “progresista” hacia afuera, abrazando verbalmente la causa palestina y condenando en los más duros términos la represión en Siria. Esto ha sido parte de su apuesta por ganarse una posición como una subpotencia regional en el Medio Oriente, intentando vencer las reticencias que desde épocas del Imperio Otomano despiertan en sus vecinos árabes. Cuando perdió la posición estratégica que tenía para la OTAN con el término de la Guerra Fría, ha intentado larvar una posición de influencia ante la inestable política regional. Por una parte, ha seguido cultivando sus vínculos con los EEUU a través de la OTAN (como lo demostró el rol central que tuvo en las negociaciones de la “transición” en Libia), pero por otra, con no poca dosis de demagogia, intenta ganarse los favores del mundo árabe pronunciándose a favor de las rebeliones pro-democracia (y tratando de direccionarlas por causes conservadores) y de la autodeterminación palestina. En este doble juego, cultiva una imagen neoliberal hacia occidente, y una imagen islámica hacia oriente.
El gobierno del AKP (Adalet ve Kalkinma Partisi, Partido de la Justicia y el Desarrollo) ha hecho un esfuerzo enorme en los últimos años para promocionar una imagen casi que “progresista” hacia afuera, abrazando verbalmente la causa palestina y condenando en los más duros términos la represión en Siria. Esto ha sido parte de su apuesta por ganarse una posición como una subpotencia regional en el Medio Oriente, intentando vencer las reticencias que desde épocas del Imperio Otomano despiertan en sus vecinos árabes. Cuando perdió la posición estratégica que tenía para la OTAN con el término de la Guerra Fría, ha intentado larvar una posición de influencia ante la inestable política regional. Por una parte, ha seguido cultivando sus vínculos con los EEUU a través de la OTAN (como lo demostró el rol central que tuvo en las negociaciones de la “transición” en Libia), pero por otra, con no poca dosis de demagogia, intenta ganarse los favores del mundo árabe pronunciándose a favor de las rebeliones pro-democracia (y tratando de direccionarlas por causes conservadores) y de la autodeterminación palestina. En este doble juego, cultiva una imagen neoliberal hacia occidente, y una imagen islámica hacia oriente.
Mientras tanto, hacia adentro refuerza su política militarista y represiva, particularmente hacia el pueblo kurdo. No por nada Netanyahu, después de las protestas del primer ministro turco Erdogan por el hundimiento de la flotilla humanitaria con dirección a Gaza, el Mavi Marmara, le pidió que antes de protestar tanto por los palestinos hiciera algo por los kurdos. Esta afirmación de Netanyahu sin lugar a dudas es rabiosamente hipócrita. Pero también es igual de hipócrita Erdogan que mientras pontifica sobre el derecho a la protesta y la necesidad de mayor democracia en el Medio Oriente, autoproclamándose un portavoz de la “Primavera Árabe”, y mientras se autoproclama campeón de la causa palestina, oprimera, persigue, encarcela, tortura y masacra a su propia minoría oprimida, los kurdos. Las protestas en la región kurda fueron ahogadas en sangre, con decenas de muertos, mientras el mundo tenía su atención puesta en Libia y Siria.
Cuando el AKP ganó por primera vez las elecciones turcas, en el 2002, lo hizo con promesas demagógicas de reforma y modernización, que en cierta medida, crearon tensiones con el ejército y los nacionalistas turcos, los kemalistas, quienes han tenido el monopolio del poder desde el término de la Primera Guerra Mundial, cuando se fundó la República de Turquía sobre las cenizas del Imperio Otomano. Entre estas promesas de reforma y democracia, se incluyó la cuestión kurda. Cierto es que se despenalizó en gran medida hablar la lengua kurda y que se permite hoy la transmisión en kurdo por la televisión y la radio. Pero estas medidas son, a lo más, simbólicas y no han pasado de ciertas concesiones culturales que no alteran en absoluto ni la opresión ni la discriminación que el pueblo kurdo experimenta en carne propia cotidianamente. Y después del fracaso de la estrategia del AKP de quitarle la lealtad del pueblo kurdo al movimiento por la autonomía kurda jugando la carta islamista, dobló los tambores de la guerra volviendo a la política tradicional de Turquía con las minorías étnicas: sencillamente eliminarlas si no se dejan asimilar.
No hay ningún interés por resolver el conflicto que desde 1984 enfrenta al Estado y las guerrillas kurdas, el PKK (Partiya Karkerên Kurdistan, Partido de los Trabajadores del Kurdistán) mediante la solución de las demandas de los insurgentes: restitución de tierras y reforma agraria, autonomía política (no independencia), democratización mediante experiencias de gobierno local participativo, desmantelamiento de las estructuras paramilitares armadas por el Estado turco (las guardias aldeanas), igualdad plena de los kurdos con la población turca y reconocimiento del carácter plurinacional de Turquía, igualdad plena de las mujeres, respeto a las experiencias de poder popular construidas durante la resistencia armada. La militarización de los territorios kurdos sigue igual y desde el 2007 presenciamos una escalada de las acciones militares turcas contra los rebeldes, con crecientes bombardeos a campamentos insurgentes en la frontera con Irak. Desde el 2009 comenzó un proceso de persecución política sistemática a las fuerzas sociales, políticas y populares del pueblo kurdo, con la clausura del principal partido kurdo, el DTP (Demokratik Toplum Partisi, Partido Sociedad Democrática), por cargos de ser brazo político del PKK. Bajo el alero de la ley “anti-terrorista” ha encarcelado sin ningún debido proceso y sin ningún cargo sólido, a más de 3000 representantes políticos, parlamentarios, alcaldes, sindicalistas, académicos e intelectuales, estudiantes, defensores de derechos humanos, gente pobre, por el sólo crímen de apoyar la causa kurda, por el crímen de ser kurdos. Esta cacería de brujas no solamente no ha despertado ningún rechazo por parte de la autodenominada “comunidad internacional”; antes bien los EEUU proveen asistencia en inteligencia militar al régimen turco, mientras está negociando una base militar norteamericana en suelo turco en la cual mantener una flota de aviones no tripulados Predator, esos responsables de brutales masacres en Yemen, Pakistan y Afganistán.
Los últimos seis meses han visto crecientes acciones de guerra contra la resistencia kurda, quienes han respondido con certeros golpes contra las fuerzas militares turcas. Esta situación ha llevado a que el ejército turco esté dando palos de ciego, con acciones cada vez más brutales e indiscriminadas.
Anoche, esta política tiñó de sangre la provincia kurda de Sirnak, en la frontera con Irak. Un grupo de 50 campesinos fue bombardeado por cazas F-16 turcos en un paso fronterizo. De ellos, al menos 36 han muertos y 13 se encuentran desaparecidos. Otros están heridos de gravedad y es posible que la cifra de víctimas fatales aumente. Según el gobierno, el error se debería a que se trataba de contrabandistas de cigarrillos. Según otras versiones, volverían de faenas de trabajo o estarían trayendo diesel para uso personal. Como sea, ni se trataba de insurgentes como lo anunció un comunicado militar luego desmentido, ni fue una acción selectiva. Fue una carnicería injustificable que nuevamente expone el verdadero rostro del terrorismo de Estado en Turquía.
Esta masacre evidencia la hipocresía de Erdogan, cuyo régimen tiene sus manos empapadas en sangre kurda mientras habla de derechos humanos en otros países. Pero también evidencia la hipocresía de una “comunidad internacional” que se escandaliza con la represión en Siria, pero que asiste en la masacre silenciosa del pueblo kurdo. El pueblo kurdo está en estos momentos movilizado, definiendo su proyecto político de liberación y resistiendo cuatro Estados que lo ocupan y oprimen (Siria, Turquía, Irán e Irak). El más mínimo sentido de la decencia y la humanidad nos debe impulsar a solidarizarnos con ellos. Los pueblos del mundo no deben permitir que Erdogan vuelva a abrir su boca para pontificar de derechos humanos en ninguna parte. Ante sus pretensiones de demócrata y humanitario, debemos anteponer tan sólo una palabra que para siempre, quedará marcada como una afrenta terrible, como un recordatorio pavoroso de la monstruosidad del terrorismo de Estado: Sirnak.