6 diciembre, 2024

Memoria de un escritor combatiente: Víctor Serge

Tuve la suerte de conocer personalmente a Víctor Serge, a mediados de Febrero de 1939, en París. Después de una larga odisea que nos llevó desde la Prisión del Estado de Barcelona hasta la capital de Francia, pasando por la cárcel improvisada de Cadaqués, el cruce de la frontera de los Pirineos y el encuentro con el comando organizado por Marceau Pivert y dirigido por Daniel Guerin para salvarnos de un posible ataque stalinista y del campo de concentración, los dirigentes del POUM recobramos la libertad a orillas del Sena. Y, naturalmente, una de nuestras primeras preocupaciones fue abrazar a Víctor Serge.

Tuve la suerte de conocer personalmente a Víctor Serge, a mediados de Febrero de 1939, en París. Después de una larga odisea que nos llevó desde la Prisión del Estado de Barcelona hasta la capital de Francia, pasando por la cárcel improvisada de Cadaqués, el cruce de la frontera de los Pirineos y el encuentro con el comando organizado por Marceau Pivert y dirigido por Daniel Guerin para salvarnos de un posible ataque stalinista y del campo de concentración, los dirigentes del POUM recobramos la libertad a orillas del Sena. Y, naturalmente, una de nuestras primeras preocupaciones fue abrazar a Víctor Serge.

Durante todo el proceso revolucionario iniciado el 19 de julio de 1936, Víctor Serge había mantenido una estrecha colaboración con el POUM. Desde París o desde Bruselas, Serge no perdió nunca el contacto con nosotros. Colaboraba regularmente en nuestra prensa, sobre todo en La Batalla, órgano central del POUM; nos escribía con frecuencia o nos enviaba mensajes para tenernos informados de lo que pasaba en el movimiento obrero internacional, en la URSS de Stalin, en los Círculos intelectuales europeos fascinados por el gran combate contra Franco. Todo esto era precioso para la dirección del POUM. Y en particular las opiniones de Víctor Serge sobre las crisis en el aparato de Stalin y la evolución del Kremlin en su política de intervención en España.

Estábamos en deuda con Víctor Serge. Y por eso decidimos celebrar la primera reunión oficial del Comité Ejecutivo del POUM en casa de Serge. Una fría mañana de Febrero, Juan Andrade, Julián Gorkin, Pedro Bonet, Jordi Arquer, Josep Rovira, E. Gironella, N. Molins y yo nos dirigimos hacia la casa del Pré-Saint-Gervais donde vivía el autor de El Año I de la Revolución Rusa y de Destino de una Revolución. El encuentro fue emocionante e inolvidable.

Sólo Gorkin y Molins y Fabrega conocían personalmente a Serge. Los demás le veíamos por primera vez, pero sabíamos mucho sobre él. De todos modos, no tardamos en evocar la ausencia de las dos figuras más importantes del POUM: Andreu Nin, asesinado por la policía de Stalin en Alcalá de Henares, y Joaquín Maurín, preso en una cárcel franquista. Nos propusimos salvar a Maurín y aclarar lo que entonces se llamaba «el enigma de Nin», es decir, las condiciones en que se había realizado el secuestro y el asesinato de Nin. No fue nada difícil establecer un plan para alcanzar semejantes objetivos. Y, como siempre, las ideas y los consejos de Serge fueron sumamente atinadas.

En casa de Víctor Serge hicimos balance de todo el proceso revolucionario español y adoptamos las primeras medidas para ayudar a los compañeros que permanecían en España, tanto en la zona Centro-Sur, que escapaba todavía al control de Franco, como en Cataluña, donde había comenzado el terror franquista. Serge nos hizo muchas preguntas. Quería saberlo todo. Y, luego, tuvimos un amplio intercambio de ideas sobre la situación internacional y, en particular, sobre la crisis en la URSS, donde continuaban los procesos contra los oposicionistas y se acentuaba la represión estalinista. En fin, aquella reunión abrió un proceso de colaboración de Víctor Serge con el POUM que ni siquiera se interrumpió cuando las tropas de Hitler invadieron Francia, y que se prosiguió hasta la muerte de Serge en su exilio mexicano.

De Bruselas a Moscú pasando por Barcelona

Víctor Serge nació en Bruselas el 30 de diciembre de 1890 en el seno de una familia de refugiados rusos, y murió en su exilio mexicano en Noviembre de 1947. Sólo tenía 57 años y estaba en plena madurez intelectual. Lo sé por las cartas que nos enviaba con bastante frecuencia al C.E. del POUM residente en el exilio de París y los comentarios que le sugería la lectura de La Batalla, el periódico que el POUM publicaba en París. Recuerdo que tenía la nostalgia de París y se preparaba para regresar a Europa, donde había jugado un papel esencial, como se puede ver por ese libro que se titula Memorias de un revolucionario y que, por cierto, aporta muchísimo a la comprensión de los acontecimientos que se desarrollaron en nuestro continente en los años 20 y 30, desde la victoria de la Revolución de Octubre hasta el hundimiento de Mussolini y Hitler.

Como, por desgracia, las jóvenes generaciones europeas conocen poco o mal a Víctor Serge, quizás convenga destacar, aunque sea brevemente, algunos de los principales rasgos de su vida y de su obra literaria y política. A comienzos del siglo, Serge fue de la Joven Guardia socialista en Bélgica y muy pronto militó con los anarquistas franceses, lo que le condujo a la cárcel, donde estuvo recluido durante 5 años. Cuando alcanzó la libertad, denunció el sistema penal francés en Los hombres en la cárcel, y se traslado a Barcelona, donde se incorporó al potente movimiento anarcosindicalista español y se hizo amigo de Salvador Seguí, una de las figuras más importantes de dicho movimiento, por lo que intervino en la preparación de la huelga general de 1917. Y fue justamente en Barcelona donde se puede decir que nació el escritor Víctor Serge, ya que adoptó el seudónimo para escribir en el semanario Tierra y Libertad» y lanzar El nacimiento de nuestra fuerza, libro inspirado por el movimiento obrero español de aquel entonces.

A fines de 1917, Serge se trasladó a Rusia. Deslumbrado por la Revolución rusa como tantos otros, Serge se incorporó al bolchevismo sin beatería de ninguna especie. A diferencia de muchos otros, Serge conservó su agudo sentido crítico. Joaquín Maurín, líder del POUM, conoció a Serge en Moscú y, muchos años después, escribió que «Víctor Serge era claro y sincero; señalaba los defectos y las virtudes, los errores y los aciertos». No se podía hacer mejor elogio tratándose de una época en la que prevalecían el culto incondicional o la denigración sistemática. En fin, Víctor Serge desarrolló una intensa actividad en la Internacional Comunista. Fue el principal animador de La Correspondencia Internacional (Imprecor), revista prestigiosa en su tiempo. Zinoviev le confió misiones importantes en Berlín y en Viena. Escribió obras como El año I de la Revolución rusa, Petrogrado en peligro (1919) y numerosos ensayos sobre el ascenso del hitlerismo y la Revolución china, la vida en la URSS y los problemas de la cultura y de la literatura en la Revolución. Fue amigo de los grandes escritores rusos de entonces, en particular de los poetas Esenin y Mayakovsky, y también de Pasternak y Mandelstan.

Cuando se agravó la burocratización del Estado y del Partido Comunista, Víctor Serge se incorporó a la Oposición de Izquierda y no abandonó nunca la resistencia política e intelectual al estalinismo. En los años 1927-1930, cuando Stalin deportaba al Gulag a los oposicionistas rusos y a los intelectuales inconformistas pero no se atrevía aún a perseguir a los revolucionarios extranjeros conocidos, Víctor Serge y Andrés Nin, amigos fraternales desde 1921, constituyeron, con Alejandra Bronstein (primera esposa de Trotsky), el último núcleo de resistencia organizada al despotismo burocrático. Nin fue expulsado de la URSS en septiembre de 1930, y Serge fue detenido y deportado a Oremburg en 1933. Su liberación y su expulsión de la URSS se produjeron en 1936, tras una campaña internacional organizada en París por los escritores Madeleine Paz, André Gide y Marcel Martinet.

Las luchas contra el estalinismo

A su llegada a Bruselas, Víctor Serge asumió con una voluntad de hierro y una energía sorprendente una labor excepcional de desmitificación del estalinismo y de defensa de los escritores soviéticos perseguidos, deportados y asesinados. Poco antes de su deportación, Serge había logrado enviar una carta-testamento a Madeleine Paz en la que decía que era «un resistente absoluto en tres principios: defensa del hombre, defensa de la verdad y defensa del pensamiento». Pues bien, en cuanto se produjo el primer proceso de Moscú, Serge creó el «Comité de defensa de la libertad de opinión en la Revolución» y publicó Dieciséis fusilados. El proceso Zinoviev-Kamenev-Smirrnov, el primer análisis serio y preciso sobre el terror estalinista y los procesos de brujería que organizó la GPU y contra los que sólo se levantaron el POUM en España y pequeñas minorías del movimiento obrero y muy pocos intelectuales de izquierda.

Apenas un año después, ese mismo Comité tuvo que promover una fuerte campaña internacional para tratar de salvar a Andrés Nin y al POUM, sometidos a una cruel represión por orden de Stalin. Víctor Serge prosiguió incansablemente su actividad en defensa de sus camaradas de la URSS y de España. «Fue verdaderamente -escribió Serge años después- la lucha de un puñado de conciencias contra el aplastamiento completo de la verdad, en presencia de crímenes que decapitaban a la URSS y preparaban para pronto la derrota de la República española».

En el curso de esa lucha, Víctor Serge escribió De Lenin a Stalin, Destino de una Revolución, Medianoche en el siglo, y preparó una de sus mejores novelas, El caso Tulayev, análisis profundo de la mecánica de los procesos y de las «confesiones» de Moscú, obra que al fin se ha publicado en Rusia, donde, por cierto, no se han descubierto todavía los manuscritos que la GPU confiscó al escritor revolucionario antiestalinista.

En espera de que se descubran y se publiquen esos manuscritos, ya es hora que se vuelvan a publicar las obras de Víctor Serge, que ciertas incurias -por no decir otra cosa- han alejado de las bibliotecas y de las librerías. Serge no es un escritor más. Es un escritor militante excepcional del siglo que acaba. Sufrió cárceles, exilios y toda clase de persecuciones en su gran combate por el socialismo auténtico y libre. Y, aunque murió demasiado pronto, dejó una obra capital para la comprensión de los grandes problemas del siglo XX.

El naufragio espectacular de la URSS, el desplome del muro de Berlín y la -descomposición del movimiento comunista internacional, desfigurado por el estalinismo, constituyen un fenómeno sin precedentes, que plantea problemas a todo el mundo. A los defensores del sistema capitalista (incluso a los que a dan por terminada la Historia), a los comunistas y poscomunistas, a los socialdemócratas y a los que se disfrazan de tales, y a los marxistas revolucionarios, que fueron los primeros en reconocer la degeneración de la Revolución Rusa y en combatir con las armas de la teoría y de la práctica política la gran impostura estalinista con todas sus secuelas. La vida, la lucha y la obra colocan a Víctor Serge en esta categoría. El fue uno de los militantes más clarividentes. Por eso, no hay más remedio que recurrir a sus escritos para comprender o tratar de comprender el carácter y la significación histórica del estalinismo, y el sentido de sus nefastas consecuencias. En medio del confusionismo que reina actualmente en todas las fuerzas de izquierda que no renuncian a la perspectiva de liberación socialista, Serge y su obra constituyen algo así como un faro luminoso susceptible de facilitar la comprensión del pasado y de mejor perfilar el porvenir.

Son muchos los que han sostenido que El año I de la Revolución rusa es una de las mejores obras de Víctor Serge, un clásico en cierto sentido. Y no faltan los que afirman que el ensayo Treinta años después, escrito por Serge en Julio-Agosto de 1947, poco tiempo antes de su muerte, es algo así como el testamento del gran escritor revolucionario desaparecido prematuramente en México cuando soñaba con volver a Europa para continuar su combate y su obra. Sea como fuere, el valor de El año I de la Revolución rusa es evidente. Por lo que se refiere a 20 a Treinta años después -de Octubre de 1917-, lo menos que se puede decir es que constituye un documento muy valioso en el que Serge confirma su honestidad intelectual y su alto espíritu crítico.

Está de moda hoy desfigurar y condenar de una manera inapelable la Revolución de Octubre y el bolchevismo de Lenin y Trotsky. Para algunos, todo fue un inmenso horror primitivo y bárbaro que explica el triunfo actual del capitalismo salvaje en Rusia. Figuran entre éstos una larga cohorte de funcionarios «comunistas» que fueron durante luengos años fieles soldados de Stalin, y multitud de intelectuales que vivieron y prosperaron durante una larga parte de su vida rindiendo culto al «jefe genial» y a los otros jefes de menor cuantía. En Rusia y en los países del Este, esos funcionarios y esos intelectuales se han convertido hoy en capitalistas sin el menor esfuerzo y algunos han tenido el descaro de ponerse inelegantes disfraces de socialdemócratas para conservar un tufillo progresista. Hay que esperar que no engañen a nadie, después de haberse pasado la vida engañando a los militantes comunistas desinformados y burlados que creyeron en ellos.

Está de moda también en los medios derechistas y reaccionarios declarar con altivez y suficiencia que el hundimiento de la URSS no sólo constituye la prueba definitiva del fracaso total del comunismo, sino que pone de relieve que el socialismo en general es una enorme utopía absurda y peligrosa. Y, naturalmente, esto permite asegurar tranquilamente que no existe otra perspectiva que la continuación (o la restauración) del capitalismo con las reformas que los tiempos modernos puedan aconsejar a causa del desarrollo de la ciencia y de la tecnología y de la mundialización de la economía.

Sabemos todo eso, pero lo que nos importa aquí y ahora es la reacción o las reacciones de millones de personas que creían o imaginaban que en la URSS y en los países del Este había algo de «socialismo» o de progresismo y que esto podía ser positivo para las tendencias o las ideas de transformación social existentes en el mundo. Estas personas son las que quieren comprender lo que era realmente el estalinismo, cómo fue posible que prevaleciera sobre las tendencias auténticamente socialistas o comunistas y durara tanto tiempo, y, sobre todo, cómo fue posible que una revolución que suscitó tantas esperanzas en el mundo entero acabara en un régimen totalitario y esclavista, que se desplomó por sí mismo en medio de un desastre repugnante y sin precedentes históricos.

El ensayo Treinta años después no podía ni puede hoy responder a todas estas dramáticas interrogaciones. Pero al igual que La Revolución traicionada de Trotsky, Destino de una revolución de Víctor Serge y el Stalin de Boris Souvarine, aporta elementos de información y de análisis que pueden ayudar a la comprensión del hundimiento vertical del stalinismo y de la desaparición de la URSS y sus satélites del panorama mundial.

Defensa crítica de la Revolución Rusa

Desde luego, Víctor Serge defiende la Revolución Rusa y la justifica frente a todos los falsificadores que «hablan y escriben sin informarse». Los había entonces y los hay hoy. Y la defiende brillantemente, destacando el valor del equipo de Lenin y Trotsky, sus aciertos y sus méritos, pero sin eludir ni esconder las fases más dramáticas y los errores y faltas que cometieron, a su juicio, sus dirigentes. Y esto tiene una importancia enorme puesto que, durante años y años, muchos historiadores y escritores hicieron una apología total de la Revolución Rusa y la presentaron como modelo a imitar o copiar, del que no había que separarse ningún precio.

Víctor Serge era otro tipo de hombre y de militante. Su temperamento, su cultura y su historia militante hicieron que siempre tuviera los ojos muy abiertos y nunca cayera en la facilidad y la complacencia. Por eso no vacila en decir que la falta de tradiciones democráticas fue muy grave para la Revolución y que, en realidad, sólo los mencheviques de izquierda de la tendencia Martov tenían «una concepción democrática de la Revolución». Esta herejía, que Serge aprueba implícitamente, va acompañada de muchas otras. Cuando abre el capítulo de los errores y de las faltas de los bolcheviques, Serge es muy severo y no se deja casi nada en el tintero. Para él, el error más «incomprensible» es la creación de la Checa, tesis que ya sostuvo en 1939 en su Retrato de Stalin y sobre la que insiste con severidad en Treinta años después. Y, naturalmente, tras la Checa aparece Kronstadt. Serge insiste en los argumentos que ya en 1938 le llevaron a una dura polémica y a la ruptura con Trotsky. Para Serge, su criterio sobre Kronstadt fue confirmado por Lenin cuando se proclamó el fin del llamado «comunismo de guerra» y se lanzó la Nueva Política Económica (NEP), pero entiende que los bolcheviques no supieron sacar todas las consecuencias del reconocimiento tardío de sus errores y que en 1921 rechazaron «la reconciliación con los elementos socialistas y libertarios dispuestos a situarse en el terreno de la Constitución soviética» y les colocaron prácticamente fuera de la ley. Y, por lo demás, no vacila en reconocer las terribles dificultades del poder soviético y su voluntad de sostener la revolución europea, que era, a la larga, la única salida. Ahora bien, Serge piensa que los bolcheviques, prisioneros de su idealismo militante, se equivocaron en lo que respecta a «la capacidad política y la energía de las clases obreras de Occidente y, sobre todo, de Alemania». Y de ahí surgió la teoría del socialismo en un solo país.

Frente a los que confunden todo y aseguran que existe una continuidad lógica que lleva fatalmente de Lenin a Stalin, Serge sostiene que hay dos períodos claramente diferenciados: 1917-1927 y 1927-1937. A nuestro modo de ver, el fenómeno es más complejo. Pero sigamos a Serge. El hecho esencial para él es que en 1927-1928, por una suerte de golpe de Estado realizado en el núcleo dirigente, «el Estado-Partido revolucionario se convierte en un Estado policiaco-burocrático, reaccionario en el terreno social de la Revolución». Víctor Serge analiza los dos períodos y pone el acento en la lucha de la generación revolucionaria contra la burocracia stalinista entre 1927 y 1937. Los que hemos tenido la posibilidad de consultar los archivos de Moscú en estos últimos años sabemos que esa lucha fue mucho más importante y más trágica de lo que se imagina generalmente.

Víctor Serge fue uno de los primeros oposicionistas revolucionarios, es decir, de los que combatieron contra la dictadura burocrática stalinista en nombre del bolchevismo traicionado y destruido, y en nombre del socialismo libre. Primero en la propia URSS en el seno de la Oposición de Izquierda, que, como él explicó en varias ocasiones, era mucho más amplia y menos sectaria que los que se reclamaban de ella fuera de Rusia. Y luego, tras su deportación a Oremburg y la campaña internacional que permitió que saliera de la URSS y se instalara en Bruselas y en Europa. Y, finalmente, tras la ocupación de Francia por las tropas de Hitler, en su exilio mexicano, en contacto estrecho con los españoles y, en particular, con los militantes del POUM. Entre 1907 y 1947, fecha de su muerte -pronto hará 50 años- Serge fue un escritor revolucionario y combatiente. En las horas más difíciles, en esa medianoche en el siglo que puso como título a uno de sus libros, Serge vivió siempre modestamente, con un optimismo creador sorprendente y conmovedor. Corrió muchos riesgos y los esbirros de la GPU trataron de hacerle la vida imposible tanto en Bruselas como en México, donde fue objeto de varias agresiones.

Unos años antes de su muerte, cuando vislumbrara el fin de la segunda guerra mundial, y pensando en su vuelta a Europa, escribió estas palabras: «Nada ha terminado. Estamos en el comienzo de todo. A través de tantas derrotas, unas merecidas, otras gloriosamente inmerecidas, es evidente que la razón más que el error está de nuestra parte. ¿Quiénes son los que pueden decir lo mismo? Solamente al socialismo corresponde aportar mañana, a la revolución iniciada, una doctrina renovadora de la democracia, una afirmación irreductible de los derechos del hombre, un humanismo total que abarque a todos los hombres».

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